TREINTA Y CUATRO

Subimos a la lancha de regreso a Calcuta, donde Surrender-not y yo nos separamos: él fue en taxi a Lal Bazar, mientras que yo me quedé con el coche con chófer para ir a Cossipore.

Cuando llegué a Maniktollah Lane a última hora de la tarde, la adrenalina corría por mis venas y tenía la misma sensación de euforia de cuando mi intuición me decía que estaba sobre una buena pista. Nervioso por la expectación, llamé a la puerta del número 47 dando unos fuertes golpes. Abrió el viejo, Ratan, mucho más deprisa que las veces anteriores. Lanzó una mirada al exterior llena de interés, pero al verme solo se le demudó la cara.

Ha, sahib?

—Tengo que hablar con el encargado del punkah.

El viejo se puso una mano detrás de la oreja.

—¿Eh? ¿Pankaj? No vive Pankaj aquí, sahib. Ésta es casa de señora Bose.

—Quiero hablar con el wallah del punkah —dije—. ¡El wallah del punkah! —repetí por si acaso, tan fuerte que desperté a los chuchos que dormían en el callejón.

El viejo sonrió, enseñando su boca desdentada.

—¡Ah, el wallah del punkah! ¡Ha, sí! Venga, sahib. Venga, venga.

Lo seguí hasta el salón, que ya me resultaba familiar. No parecía haber nadie en la casa. Ni rastro de la criada o de las chicas. Esperé mientras el viejo iba en busca del hombre a quien yo había ido a ver, y que era mi última esperanza de llegar al fondo de la cuestión antes de que ahorcasen a Sen. Levanté la vista hacia el punkah que colgaba inmóvil del techo. Estaba conectado a una cuerda que llegaba hasta la pared, y salía al patio por una pequeña rejilla.

La puerta se abrió y apareció un nativo corpulento y de piel morena, mientras Ratan trataba de asomarse por detrás del hombre. Era de constitución muy fuerte, y apestaba a sudor como sólo un trabajador puede hacerlo. Me di cuenta de que lo había visto en otra ocasión: fuera de la casa, cuando nos habíamos llevado el cadáver de Devi.

—¿Habla inglés?

Asintió con recelo.

—¿Cómo se llama?

—Das.

—Pues bueno, Das, no se ha metido en ningún lío. Sólo quiero hacerle unas preguntas. ¿Me entiende?

No dijo nada.

—La chica, Devi, ¿era amiga suya?

—No llama «Devi», sahib. Sólo nombre de trabajo. Nombre de verdad «Anjali».

—Antes de morir me dijo que usted podía ayudarme. Necesito información sobre MacAuley, el burra sahib a quien asesinaron la semana pasada en el callejón. ¿Usted lo conocía?

—Conozco MacAuley sahib. Viene muchas veces.

—¿La última vez por qué vino? Devi... Anjali dijo que no fue para acostarse con las chicas.

Das asintió con la cabeza.

Sahib viene para pagar dinero. Viene cada mes para pagar dinero.

—¿Para pagar a la señora Bose por las chicas?

Sonrió, negando con la cabeza.

—No, sahib. Eso paga por días que usa. Ese dinero paga para familia de chica diferente. Chica que murió. Murió en... —Le costó encontrar la palabra—. Operación. Operación para sacar bebé.

Entrecortadamente, y en un inglés precario, Das empezó a esbozar un cuadro. En algún momento del año anterior, una de las chicas se había quedado embarazada. El padre de la criatura era un sahib de alto copete, un caballero de lo más pukka, uno de los clientes más eminentes de la señora Bose. Das nunca lo había visto. Era demasiado importante para ir a la casa. Eran las chicas quienes iban siempre a visitarlo. MacAuley era el intermediario que lo organizaba todo. El embarazo cayó como una bomba. En principio no tendría que pasar. La señora Bose prestaba gran atención a que ninguna chica trabajase en ese momento del ciclo, pero a veces los clientes se ponen muy exigentes y los accidentes pasan. La chica —Parvati, se llamaba— era especial, la favorita del cliente. La señora Bose le había dado la noticia a MacAuley, que en su siguiente visita había exigido que la joven abortase. Das la había llevado a ver a un cirujano de tres al cuarto que trabajaba cerca de las vías férreas de Chitpore, como había hecho en anteriores ocasiones con otras chicas de la señora Bose, pero esta vez la operación salió mal, y Parvati y el bebé murieron. Fue MacAuley, siempre dispuesto a encargarse de todo, quien se deshizo de los cadáveres. Das no sabía qué había hecho con ellos. Desde entonces, MacAuley iba una vez al mes con dinero para la familia de la chica.

De pronto encajó todo. El cliente era Buchan. Durante veinte años, MacAuley había sido su hombre de confianza, pero la muerte de la chica embarazada le hizo revivir la que había llorado muchos años antes. Seguramente se le habían despertado problemas de conciencia, que el reencuentro con su viejo amigo el reverendo Gunn sin duda había agravado. Con el paso del tiempo, algo se rompió en su interior. No podía seguir haciendo lo que hacía. Supuse que esa noche, en el Bengal Club, se enfrentó a Buchan y le dijo que quería dejarlo y que estaba resuelto a confesar. Imaginé que en una ciudad tan obsesionada por la raza como Calcuta no era lo mismo alternar con prostitutas que engendrar un bastardo mestizo; y si eso ya bastaba para destruir la reputación de Buchan, ¿cómo de malo sería que el mundo se enterase de que había participado en la muerte de la madre y el niño? En resumidas cuentas, había que silenciar a MacAuley. Sin embargo, Buchan tenía coartada. A la hora del asesinato estaba en el Bengal Club.

—¿Viste al hombre que mató a MacAuley sahib?

Das negó con la cabeza.

—Sólo verlo Anjali. Me lo dijo.

Daba igual. Mis sospechas sobre Buchan iban bien encaminadas. Por fin tenía un móvil. En cuanto al ejecutor... bueno, sobre eso también tenía mis sospechas.

Di las gracias a Das y salí volando de la casa para regresar al coche. Eran las cinco de la tarde y empezaba a oscurecer. Mandé al chófer que me llevara hasta el thana de Cossipore, desde donde llamé a Surrender-not, en Lal Bazar. Esperé una eternidad a que el sargento que estaba de guardia lo localizase, oyendo las crepitaciones de la línea. Finalmente, el sargento se puso al teléfono.

—¿Qué novedades hay? —pregunté.

—Ya han llegado los resultados de la autopsia, señor. Confirman que la muerte fue causada por la fractura del cuello, que seccionó la columna vertebral.

—¿Dónde está Digby?

—Aquí no, señor, pero le ha dejado un mensaje. Necesita verlo con urgencia en el punto de encuentro de Bagbazar. Asegura que ha recibido información que demuestra la inocencia de Sen. Ha dicho que vaya en cuanto oscurezca.

—Perfecto, pues ahora mismo voy —dije—. Usted venga lo antes posible. Ah, Surrender-not, y traiga una pistola.

—Una cosa más, señor —dijo el sargento.

—A ver si lo adivino —contesté—: la señora Bose ha sido transferida a la Sección H.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó—. Los papeles han llegado hace unas horas de Government House.