VEINTINUEVE

Volvíamos a estar en Lal Bazar, en el mismo cuartucho donde habíamos interrogado a Sen. Esta vez, la persona que estaba sentada ante nosotros era la señora Bose. Hacía muchísimo calor, como de costumbre. Después de unos minutos girando despacio, el ventilador del techo se paró con un chisporroteo. A mi lado, Digby sudaba como un pollo. Y tampoco es que yo oliese a rosas. Me habría ido bien una dosis de opio, y aún mejor una pastilla de morfina, pero se me habían acabado hacía tiempo. Por alguna extraña razón llevaba el frasco vacío en el bolsillo, como si fuera un talismán. Surrender-not se abanicaba con la libreta en la que debería haber estado tomando notas. Tendría que haberlo reprendido, pero se agradecía la brisa. A la única que parecía no afectarle el calor era a la señora Bose, cuyo aspecto era el mismo que si acabara de tomar el té con el virrey.

—Explíqueme lo que pasó con Devi —le pedí.

—¿Le importa que antes le pida un vaso de agua, capitán? Es que tengo la garganta seca, y si tiene pensado hacerme muchas preguntas, podría acabar siendo un inconveniente.

Le hice una señal con la cabeza a Banerjee, que salió y volvió con una jarra y unos cuantos vasos. Llenó uno para la señora Bose, que tras darle las gracias se lo acercó a los labios delicadamente y bebió un sorbito.

Volví a preguntarle por Devi.

—¿Qué quiere que le diga? —Se encogió de hombros—. Ayer regresé bastante tarde. Devi y el resto de las chicas estaban ocupadas con clientes. Supongo que acabó hacia las tres o las cuatro de la madrugada. Después debió de lavarse, comer algo y acostarse.

—¿Es habitual que usted se acueste cuando ellas aún trabajan?

—De vez en cuando ocurre, sobre todo si he estado fuera hasta tarde. En esas ocasiones lo supervisa todo mi criada, Meena, que es quien me despierta cuando pasa algo que requiere mi atención.

—¿De dónde venía usted?

Sonrió, entrelazó las manos y las posó en la abollada mesa de metal.

—Entre mis clientes más antiguos, y de mayor edad, los hay de costumbres algo fijas, que a veces prefieren un servicio personal.

—O sea, que hace visitas a domicilio.

—A determinados clientes, pero ¿quién no hace alguna excepción por un buen precio, capitán?

No le respondí.

—¿Sabe si anoche alguien vio a Devi antes de que se fuera a la cama?

—Creo que Saraswati, antes de que se retirase a su cuarto.

—¿Todas sus chicas tienen dormitorio propio? ¿No le parece un lujo?

Sonrió.

—Como comprenderá, no puedo hablar del tipo de establecimientos al que está usted acostumbrado, capitán, pero yo dirijo un negocio exclusivo, y mi selecta clientela está formada por los mejores caballeros de Calcuta. Mis chicas son las mejores y reciben lo mejor. Digamos que en el aspecto económico nos apartamos un poco de la típica casa de putas de dos rupias. Me puedo permitir cierto margen de gastos.

—¿Sus chicas son las mejores y reciben lo mejor? —repetí—. Entonces ¿tiene alguna idea de por qué quiso ahorcarse Devi?

Hizo una mueca.

—Ya le he dicho que la última vez que la vi estaba perfectamente, aunque eso fue antes de que hablara con ustedes.

—¿Cree que su muerte puede tener alguna relación con el asesinato de MacAuley?

Volvió a encogerse de hombros.

—No se me ocurre ninguna.

—O sea, que para usted se trata de una simple coincidencia.

—No sé qué pensar, capitán. ¿No será que se colgó por algo que le dijo usted?

—Le aseguro que es mucho más interesante lo que me dijo ella que lo que pudiera haberle dicho yo —repliqué.

Esperaba despertar alguna reacción, pero se quedó impávida, como una diosa de piedra.

Continué.

—¿Quiere intentar adivinar qué nos contó?

La señora Bose cogió el vaso de agua y bebió otro sorbito.

—En estas circunstancias tan desdichadas, no me parece de muy buen gusto jugar a las adivinanzas, capitán. ¿Y si me lo dice usted?

—Nos contó que MacAuley estuvo en su pequeño burdel la noche que lo asesinaron. De hecho, murió casi inmediatamente después de salir. ¿Nos dijo la verdad o la pobre chica nos mintió?

—Es cierto que visitó nuestro establecimiento.

—¿Y no le pareció oportuno explicárnoslo?

Sonrió con timidez.

—No hace falta que le diga, capitán, que mis clientes valoran su intimidad. Puesto que a la persona de la que hablamos no la asesinaron ni en mi casa ni en mis propiedades, no me pareció necesario manchar su buen nombre.

—¿Ya sabe que es delito ocultar información a la policía?

La señora Bose suspiró.

—Últimamente ya no sé muy bien qué es legal o ilegal para los indios. Por lo que estamos oyendo del Punyab, parece que ahora incluso las reuniones pacíficas se castigan con la pena de muerte.

—¿Qué hacía exactamente MacAuley en su establecimiento el martes pasado por la noche? —pregunté.

—Ah, pues supongo que lo normal. Era un hombre de gustos bastante ortodoxos, sin pecadillos ni imaginación, aunque el tiempo me ha enseñado que en los escoceses eso es bastante normal. Al principio lo achacaba al clima de su tierra, que si no me equivoco es más bien desagradable durante diez meses al año, y francamente inhóspito los otros dos, pero con el paso de los años he llegado a la conclusión de que se debe a esa religión fundamentalista que profesan, y que, por lo que tengo entendido, considera pecado casi todos los placeres de la vida.

—Entonces ¿no fue en busca de chicas para una de las fiestas del señor Buchan?

Negó con la cabeza.

—Puedo asegurarle que no.

—¿Lo hizo alguna vez?

Contestó con una risa burlona.

—¡No pretenderá que divulgue información de ese tipo!

Noté que se me empezaba a agotar la paciencia. Tenía la sensación de estar dándome de cabezazos contra la pared, y el calor y la necesidad de un chute de opio empeoraban mi estado.

—¿Hace falta que le recuerde que estamos investigando un asesinato? Mataron a un sahib a pocos metros de su puerta, y ahora ha muerto una de sus chicas. Si no se muestra un poco más dispuesta a colaborar, puedo ponerle las cosas muy difíciles.

—Como bien dice, capitán, lo mataron fuera de mi establecimiento, no en su interior; y en lo que respecta a la pobre Devi, nadie tiene que recordarme la triste suerte que ha corrido, y menos usted.

Había que reconocer que era una mujer con nervio. En otras circunstancias podría haberme caído muy bien, pero en esos momentos estaba obstaculizando la investigación de un asesinato y amargándome la existencia. Había llegado el momento de que se diera cuenta de que yo también podía ser difícil. Quizá cambiara de actitud después de pasar una noche en el calabozo.

—Seguiremos mañana —dije—. Espero que entonces se muestre un poco más dispuesta a colaborar. De lo contrario, será acusada de poner trabas a una investigación policial, y quizá de algo más.

Digby se la llevó a una celda. De camino a mi despacho, Surrender-not me miró con cara de preocupación.

—¿Qué pasa, sargento? —pregunté.

—Hay una cosa que no entiendo, señor. La señora Bose sabía que ayer hablamos con Devi. En su casa ha dicho que se lo contó Devi en persona. En cambio ahora dice que cuando volvió de la visita a domicilio a su cliente no vio a Devi en ningún momento. Entonces no sé cómo pudo enterarse.

El sargento tenía razón. La señora Bose nos estaba mintiendo.

—¿Quiere que repitamos el interrogatorio? —preguntó.

Me lo pensé y lo descarté. Sólo serviría para que se cerrase en banda, y no nos quedaba mucho tiempo.

—No —respondí—, de momento nos guardaremos ese as en la manga.