En el depósito no estaba el Wolseley, ni ningún otro medio de transporte a motor. Las exiguas existencias de vehículos motorizados de la Policía Imperial habían salido hacia los puntos conflictivos de la ciudad. Como las caballerizas no estaban del todo despobladas, le propuse que nos lleváramos dos caballos, pero Surrender-not me miró como si le acabara de pedir que se pelease con un oso.
—Es un caballo amaestrado de la policía —dije—, no un toro bravo.
—No pongo en duda las habilidades del animal, señor —contestó—, sino que los dioses hayan tenido alguna vez la intención de que los bengalíes montemos a caballo.
Podría haberle ordenado que subiese, pero no valía la pena. No quería que se rompiese la crisma o, aún peor, que intentara dimitir otra vez.
—¿Se le ocurre algo mejor? —pregunté.
Resultó que sí. Diez minutos más tarde nos dirigíamos a Cossipore como pasajeros de uno de los camiones militares que iban hacia el norte.
El camión nos dejó en el thana de Cossipore, desde donde seguimos caminando. Las calles estaban desiertas y todas las casas tenían los postigos y las puertas cerrados a cal y canto. En la entrada del número 47 de Maniktollah Lane había un policía de uniforme armado con un lathi, y a su lado, en el peldaño, estaba Ratan, el viejo criado. Iba vestido como siempre, con un dhoti y una camisa, y le estaba dirigiendo una arenga al policía. La retahíla de invectivas que brotaba de sus encías desnudas se interrumpió de golpe, como si el anciano hubiera perdido el hilo, cosa que no pareció afectar mucho al policía, el cual, en una imitación más que correcta de los centinelas del palacio de Buckingham, se mantenía más tieso que una escoba, empeñado en no hacerle el menor caso.
Del interior llegaba un estruendo de voces. Alguien daba órdenes a grito pelado en una habitación del fondo del pasillo. Al pie de la escalera estaba apostado un policía nativo, que se cuadró al vernos entrar. Pregunté por Digby.
—El sahib subinspector está arriba —contestó, señalando con un dedo.
Digby estaba en el rellano, hablando con un agente nativo.
—Ah, ya ha llegado, compañero —dijo—. Será mejor que pase.
Fuimos por un pasillo hasta la entrada de una habitación al fondo, donde montaba guardia otro policía. Digby hizo un gesto amplio con el brazo.
—Usted primero.
Era una habitación estrecha, de lo más anodina. Sólo había una cama; bueno, aparte del cadáver que colgaba del techo, que habría llamado la atención incluso en un cuarto con más muebles. Era el cuerpo de una chica suspendido de una soga fijada al techo con un gancho. En el suelo, a poco más de medio metro de sus pies, había una silla volcada. La inclinación de la cabeza era antinatural, como la de una muñeca a la que le hubieran roto el cuello. Una mata de pelo negro y despeinado le ocultaba el rostro, pero no me hizo falta verlo para saber quién era. Llevaba el mismo sari en distintos colores pastel que el día anterior.
Le toqué una mano. Tenía la piel pegajosa. Aún no se advertían indicios de rigor mortis.
—¿Qué sabemos? —le pregunté a Digby.
—Parece un suicidio. Cuando hemos llegado ya estaba muerta, aunque desconocemos desde cuándo.
—¿Quién la ha encontrado?
—La criada —contestó—. La señora de la casa le había mandado ir a buscar a la chica.
—¿A qué hora?
—Justo después de que llegásemos nosotros, hacia las once.
—¿Hasta las once nadie ha ido a ver lo que hacía?
—Bueno, las mujeres de la vida suelen levantarse más bien tarde —dijo Digby.
—¿Dónde está la señora Bose?
—Abajo. Le hemos dicho que no se mueva de la sala de estar.
Asentí y señalé el cadáver de Devi.
—Que venga alguien a descolgarla, y luego organice el traslado al depósito.
Digby saludó y se fue. Yo miré con más detenimiento el cadáver, que colgaba flácido de la soga, y la silla tirada en el suelo. Había algo raro. Me volví hacia Surrender-not, que también observaba el cadáver con mucha atención.
—¿Qué ve, sargento? —pregunté.
Me pareció afectado.
—No estoy seguro, señor —dijo—. Es el primer suicidio que me encuentro, y no es como me lo esperaba. Me recuerda una ejecución que presencié una vez en la cárcel central, aunque fue en una horca de verdad. Incluso lo pesaron. Al caerse casi se le separó la cabeza del cuerpo.
Tenía razón, se parecía a los ahorcamientos de las cárceles. El problema era que no debería haberse parecido.
—Quiero que le hagan la autopsia lo antes posible —dije—. Si es necesario, amenace al patólogo. Tengo que saber la causa exacta de la muerte.
—Sí, señor —contestó Surrender-not, que ya estaba dando media vuelta para irse.
—Otra cosa —dije—: tenemos que encontrar al confidente de Devi. Ahora que ella está muerta, podría ser nuestra última esperanza de llegar hasta el fondo del asunto. Registre todas las habitaciones. Asegúrese de que nadie se nos ha pasado por alto.
Volví a la planta baja. En la sala de estar hacía un calor sofocante. No se podía ni respirar. La señora Bose estaba sentada en el diván como una maharaní recibiendo a sus invitados. Tenía cerca a su criada, y a las otras tres chicas. Levantó la vista cuando entré.
—Capitán Wyndham, me gustaría poder decirle que es todo un placer volver a verlo, pero dadas las circunstancias...
Lo dijo con serenidad, sin delatar la pena que pudiera sentir por la muerte de una de sus chicas.
—Le pido disculpas por ser una anfitriona tan descortés —continuó—, pero cuando una está bajo arresto no es fácil mostrarse hospitalaria.
—No está bajo arresto, señora Bose —contesté—, al menos de momento. Sólo queremos que venga a Lal Bazar para responder a unas preguntas. Por desgracia, con la tragedia de hoy parece que las cosas se han complicado un poco.
Permaneció en silencio, y al ver que no me contestaba decidí continuar.
—¿Podría explicarme qué ha pasado exactamente? —añadí.
Sonrió.
—Esperaba que me lo explicase usted, capitán. Ya que, según tengo entendido, habló ayer con ella... ¿Qué le dijo a una chica joven e impresionable para que se quitase la vida al poco rato? ¿Y qué le diré a su familia?
—¿Le contó que hablamos ayer?
—¡Por supuesto! —contestó con énfasis, levantando una mano cargada de brazaletes para apartarse de la cara un mechón de pelo suelto—. Mis chicas no me esconden nada.
—Seguiremos hablando en Lal Bazar —dije, antes de ordenar a Digby que tomara a la señora Bose bajo su custodia.
Salí a la calle y encendí un cigarrillo. El viejo, Ratan, estaba ahora tranquilamente sentado en la sombra al otro lado. Puede que incluso estuviera durmiendo. Se había formado una pequeña multitud, atraída por la presencia policial como las moscas por la mierda, la típica mezcla de holgazanes, mirones y cotillas. Me sonaron una o dos caras, probablemente de haberlas visto entre el gentío la mañana que encontramos a MacAuley. Salió Surrender-not. Le ofrecí un cigarrillo.
—¿Ha habido suerte?
—No, señor. No hay nadie en toda la casa, aparte de los que están en el salón. Parece que hemos vuelto a la casilla de salida.
Encendió el cigarrillo y le dio una calada. Parecía muy desanimado.
—No del todo —contesté—. Como mínimo sabemos que MacAuley le proporcionaba prostitutas a Buchan y que éste que estuvo en el burdel la noche de su asesinato y que un rato antes había discutido con Buchan.
—También existe la posibilidad —dijo Banerjee— de que el asesino fuera blanco y MacAuley lo conociese.
Tuve que admitir que la muerte de Devi hacía que me preguntara si nos había dicho la verdad. Cualquier avance pasaba por la señora Bose, que sabía mucho más de lo que nos decía, aunque no me hacía ilusiones de que fuera a ser fácil sonsacarle la verdad. Me acabé el cigarrillo y tiré la colilla a la cloaca.