La vida del periodista ha cambiado mucho desde que en 2004 apareció la anterior revisión del Libro de estilo de EL PAÍS. Los redactores conviven ahora con tecnología que les capacita para acelerar la comunicación y que se ha convertido en herramienta clave de su trabajo en un universo de información instantánea. Los redactores ya no son sólo personas dedicadas a elaborar una información para un formato de papel. Son profesionales enfocados sobre todo a conseguir y editar información de calidad que adoptará después distintas salidas: en la ciberpágina, en aplicaciones móviles, en redes sociales y también en papel. Pueden considerar en un instante si una información requiere texto, o vídeo, o foto, o audio; y, por si fuera poco, se han modificado multitud de palabras y de normas ortográficas: gentilicios, topónimos, trasliteraciones, acentuaciones, mayúsculas y minúsculas, femeninos y masculinos, abreviaturas, denominaciones científicas, lenguajes informáticos...
Por tanto, se hacía necesaria una actualización profunda de estas normas que EL PAÍS se da a sí mismo y que ofrece a los lectores como contrato ético y estético. Ahora bien, los pilares deontológicos se mantienen edición tras edición: el rigor informativo, la verificación de los datos, el contraste de las noticias, la consulta a la persona perjudicada, la exposición de posturas divergentes, el respeto al honor, la intimidad y la propia imagen, la pluralidad de opiniones, el uso correcto del idioma, la coherencia en el léxico.
Las principales novedades de fondo en esta nueva edición quizá se hallen en la detallada exposición de los géneros periodísticos que se usarán en el diario impreso y en el diario digital. Esa división formal se presenta como una garantía para el lector. Sí, una garantía porque los códigos tipográficos, el estilo del titular y el formato de la firma del autor, además del epígrafe orientativo, le permitirán saber qué grado de presencia del periodista se encontrará en cada uno de ellos, para que tenga la oportunidad de filtrar el tipo de subjetividad que pueda encontrarse en cada caso. La presencia del periodista debe ser ínfima en la noticia, pero va aumentando en la crónica, el reportaje, el análisis, la crítica... hasta llegar al grado máximo de subjetividad en el artículo de opinión o el editorial. En cada uno de esos pasos se establecen unos límites que el lector puede conocer gracias a esta pequeña Constitución que se promulga con este libro.
En cualquier caso, conviene recordar que estamos ante un libro de estilo, y que de estilo se habla; no de una norma general para todos los hablantes, sino del criterio que un periódico decide darse a sí mismo de entre varios posibles. Sabemos que incluir es excluir, y viceversa. Pero aquí no se incluyen unas palabras para reprobar otras, sino que simplemente se eligen para determinar un estilo. Lo cual no significa que aquellas formas o posibilidades desechadas se consideren inaceptables para el uso general del idioma español o para otros medios informativos. También, a veces, se escogen algunas palabras por razones tan arbitrarias como la brevedad de su escritura, con el objetivo de hacer más fácil la cuadratura del titular y de que en un mismo texto no se empleen, por ejemplo, dos gentilicios o dos topónimos igualmente válidos pero que pueden desconcertar al lector.
Asimismo, hemos de recordar que la obra está concebida como un manual, encaminado a que el periodista y el público interesado encuentren rápidamente lo que busquen. Por tanto, algunas normas y definiciones aparecen repetidas. Eso sucede porque se han situado en los dos o tres lugares en que podrían suponerse, a fin de que no se produzcan intentos infructuosos.
Conviene advertir también de que en los ejemplos se han empleado las comillas simples (‘ ’) para enmarcarlos, con la intención de que quede claro dentro de ellos, cuando proceda, el uso de las comillas dobles (“ ”).
El presente Libro de estilo hereda de las versiones anteriores el trabajo de la filóloga Clara Lázaro, aumentado ahora con muy numerosas propuestas y correcciones suyas en la parte de léxico, así como la colaboración de los expertos en nuevas tecnologías y lenguaje José Antonio Millán y Xosé Castro. Esta edición final (y nunca definitiva) es deudora también de personas como los periodistas Julio Alonso (el primer responsable del Libro de estilo, cuya edición original data de 1977), Jesús de la Serna, Miguel Ángel Bastenier, Soledad Gallego-Díaz y Camilo Valdecantos. Todos ellos, junto con el equipo directivo del periódico y el Comité Profesional, han contribuido a este trabajo en grupo, para el que también hemos consultado (entre otros) los diccionarios y normas de la Real Academia, de María Moliner, Julio Casares, Manuel Seco, Manuel Alvar Ezquerra, diversas obras de Leonardo Gómez Torrego, el diccionario Collins (inglés-español), la enciclopedia Larousse, el Diccionario geográfico universal, del académico mexicano Guido Gómez de Silva, el Diccionario LID empresa y economía, dirigido por Marcelino Elosua; el Manual de español urgente y el Libro del estilo urgente, de la agencia Efe, y numerosas guías profesionales de periódicos españoles y de América. Hemos de reseñar también la minuciosa y erudita labor de los correctores de pruebas, Miryam Galaz, Carlos García, Javier Olmos y Ángeles San Román. A la editorial Aguilar, a su director, Pablo Álvarez, y al resto del equipo.
A todos ellos nuestra gratitud.
ÁLEX GRIJELMO