A Isabel
Hoy quiero llorar contigo, guitarra.
La tristeza, la angustia, mi presente, la soledad y la melancolía se han hecho cuerdas y sensaciones.
Canta. Llora conmigo, guitarra...
La soleá —madre de los cantes— es un vuelo a tu corazón de madera y el tambor del galope de un caballo de bronce.
He sentido, con tu susurro, la luz redonda de Andalucía, matando sombras imposibles en los muros encalados de «Bajoguía».
Es como sentarse a la puerta de la casa y ver pasar el río de la vida: siempre lleno. Siempre azul.
Canta, llora ahora por seguiriyas, capote negro y oro de la parca.
Tu llanto, guitarra, rocío de la música, está abriendo el portón de los suspiros.
Eres horizonte. Escalofrío. Panteón. Lamento de guijarros bajo las aguas turbulentas de mi corazón.
«Bulerías.» Llora también por «bulerías».
¡Viva Jerez! Entre los relámpagos negros de tus cuerdas, magia, vino, palmas y las calles verdes y sagradas de las viñas. Y allá, sobre las agujas de los campanarios, el pintor redondo de las estaciones: el «rubio».
Sólo el sol de Andalucía puede dormir en la caja de madera de los sueños de una guitarra.
Rasgueo que flota en la superficie del alma, como la «madre» en la cara y cuna del vino.
Llora conmigo, guitarra.
«Rondeña.» Guiño de una reja negra.
Asciende, vuela conmigo por las térmicas de calambre y marfil de los espacios de Ronda.
Tu rasgueo es ahora mano que baila. Pedernal de serranía. Farolillo a media tarde. Siega. Canción desde ningún sitio. Alcatraz de cristal sobre las ensenadas de Cádiz.
«Guajira.»
Guitarra: mata conmigo al lamento y al vuelo del pájaro de la noche.
Guitarra: déjame volar en la espiral eléctrica de tu llanto.
«Zapateado» y «caireles» están soleando mi soledad. Gime conmigo, guitarra.
Eres arena tibia y breña al anochecer y muerte. Eres procesión de chicharras, enloquecidas ante el robo de un nuevo atardecer. Eres navío que parte hacia sí mismo. Hoja muerta que se despide de la galaxia del árbol.
«Alfarero.»
Llora conmigo, guitarra. Y haz barro invisible de mis miserias. Toda mi vida gira ahora en el torno de tus cinco manos.
Suspira conmigo. Eres penumbra y sombra redonda de un corazón desterrado lejos de la mar.
«Puerto Lucero»: música prisionera en un vaso de cazalla. Olas casi niñas jugando a océano.
Llora conmigo, guitarra.
Llora mi atormentada búsqueda.