Conocí a una mujer que, enamorada del sol, le preguntó su secreto.
Y el sol, mostrándole un estercolero, le dijo:
«Aprende de mí, que brillo sobre la inmundicia sin corromperme».
Después, llevándola a la orilla del mar, repuso:
«Aprende de mí, que sobrevuelo su oscuridad sin oscurecerme».
Y señalando las flores, prosiguió:
«Aprende de mí, que las ilumino sin robarles su color».
La enamorada fue conducida entonces hasta un ondulante campo de trigo y el sol exclamó:
«Aprende de mí, que ayudo a madurar la mies sin gritos ni vanidad.
»Aprende de mí —le explicó más tarde, mostrándole a un pobre vagabundo dormido en el camino—, que sustituyo el calor de los hombres.
»Aprende de mí —concluyó señalando a los gallos—, que guardo silencio ante los necios que creen que salgo cada mañana para oírlos cantar...».