A Rafael Vite, un hombre bueno
Pregunté en cierta ocasión al Anciano de los Días cómo podría distinguir al hombre bueno del necio y a ambos del malvado.
Y el Anciano tomó en sus manos una desdentada serpiente, tan vieja como inofensiva.
Me llevó hasta un camino y, depositando al animal en el centro del sendero, me invitó a sentarme y esperar. Al poco apareció un hombre. Caminaba con la cabeza baja y sumido en Dios sabe qué reflexiones. Y, distraídamente, tropezó con la serpiente. De inmediato, aquel caminante se disculpó con el ofidio, prosiguiendo después su marcha.
Minutos más tarde vimos llegar a un segundo hombre. Éste, a diferencia del primero, llevaba la cabeza alta. Y al descubrir al reptil se aproximó a él con vivas muestras de alborozo, al tiempo que empezaba a hablarle de las muchas cualidades y excelencias que, según él, adornaban a dicha serpiente.
Por espacio de una hora permaneció sentado frente al ofidio, tratando de adularlo.
Al final, malhumorado, se levantó, regresando por donde había llegado.
Por último acertó a pasar un tercer hombre. Éste, nada más divisar al animal, dio un gran rodeo y, situándose a espaldas de la serpiente, le cortó la cabeza.
Y el Anciano de los Días sentenció:
«Aprende a confiar en los hombres distraídos. Los necios y los malvados, como has visto, siempre tienen presencia de ánimo para la adulación y la crueldad».