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Viaje por los mundos interiores

 

 

En cierto y singular viaje me fue permitido visitar los mundos interiores.

En el primero, todos sus moradores eran ciegos. Allí nadie meditaba.

En un segundo, opuesto al anterior, la oscuridad era total y permanente. Allí, paradójicamente, todos meditaban.

Descendí después a un tercer mundo y descubrí cómo sus habitantes vivían en un continuo tanteo, palpando cuanto les rodeaba. Era el lugar de la búsqueda por la experiencia.

En mi cuarta visita, todo fue vacío y desolación. Por más que busqué no pude descubrir a uno solo de sus habitantes. Era el mundo de la observación, donde todos viven ocultos, acechando.

Al ingresar en el siguiente planeta quedé sobrecogido. En él, cada día, los hombres morían tres, cuatro y hasta cinco veces. Era el mundo de los cobardes.

Cuando pisé el reino de los valientes comprobé todo lo contrario: allí, cada ser humano sólo moría una vez.

Más adelante apareció ante mí un inmenso océano. Se hallaba surcado por miles de embarcaciones. Algunas eran gigantescas. Otras, tan frágiles y reducidas como cáscaras de nuez. Pero todas tenían algo en común: todas hacían agua. Y sus tripulantes, en lugar de achicar las bodegas, se afanaban en desaguar el mar. Era el mundo de los necios.

Caí a continuación en un mundo sorprendentemente liso. No había en él ni un solo valle ni cordillera alguna.

Era un lugar diseñado a la medida de los que jamás han puesto en marcha una sola iniciativa.

Y visité igualmente el planeta del segundo diluvio. Aquellos humanos habían impuesto una única religión, y Dios, con el fin de preservar a tales criaturas de una completa destrucción espiritual, había enviado un segundo diluvio y una segunda arca de Noé.

En el planeta de la Verdad, todos sus moradores se hallaban maniatados.

En el siguiente, en cambio, en el de la Belleza, sus escasos habitantes eran realmente libres.

Conocí también el lugar de los «hombres perdidos».Allí nadie sabía de una palabra llamada rectitud.

Y supe de otro mundo —el de la «segunda muerte»— donde habitan los rezagados en el Amor.

En la siguiente visita descubrí otro curioso mundo. En él, los hombres dedicaban todo su esfuerzo e inteligencia a la compra del Tiempo. Las mujeres, en cambio, no hacían uso de ese Tiempo. Simplemente, lo llenaban.

Por último, en el más lejano y remoto de esos mundos, aparecieron ante mí los únicos seres felices: todos ellos, antes que yo, habían sido «viajeros» por los mundos interiores.

 

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