«Viaje» al fondo de una llama

 

 

Al escapar de mí mismo quedé flotando en la penumbra de la habitación, rota sin querer por la lengua amarilla de la vela.

Y en la paz de aquel «sueño» —mientras mi cuerpo yacía en el olvido— deseé volar a lo más profundo de aquella llama, mitad ciprés y mitad espada.

Bastó la fuerza de mi deseo para caer como un dardo en aquel nuevo mundo.

En su interior todo fue desconcertante...

Del mismo pie de la llama vi ascender, como desde el fondo de un océano de gas, millones de pequeñas esferas rojas y azules. Flotaban y flotaban hasta perderse, e incluso estallaban en lo más alto de aquel universo vertical.

Aquellas explosiones eran como mil truenos.

Pero yo no sentía calor.

Allí conocí a los habitantes del fuego. Tenían forma humana, aunque, ante mi sorpresa, me parecieron totalmente planos. Aquel «mundo» lo formaban seres de dos dimensiones.

Y los habitantes del fuego se sintieron tan espantados como yo...

«¿Cómo es posible —comentaban entre sí— que existan otros hombres de tres dimensiones? ¡Es absurdo y anticientífico!»

Allí supe que el mundo de los hombres planos es inmenso. Y que los confines de la llama no son conocidos todavía por ellos.

Aquellos «hombres» sostienen guerras constantes. Y a pesar de la buena voluntad de unos pocos, el odio y el egoísmo lo dominan todo.

Aprendí igualmente que su tiempo no es como el nuestro. Aquellos seres tienen también «libros sagrados» y en ellos se habla de «otra vida», de otras dimensiones o niveles en los que se ingresa una vez muertos.

Pero cuando los hombres planos relataron a sus semejantes que habían conocido a otro «humano» de tres dimensiones, no fueron creídos.

Y fueron objeto de duras críticas.