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La Verdad

 

 

Una vez más salí al mundo. Y al llegar al cruce de todos los caminos pregunté cuál era la Verdad.

«Busca en la Filosofía», respondieron los filósofos.

«No —argumentaron los políticos—. La Verdad está en el servicio.»

«Entra en las catedrales», aseguraron los clérigos.

«Sin duda, la Verdad es la Sabiduría», terciaron los sabios.

«Renuncia a todo», esgrimieron los ascetas.

«Contempla y ensalza las maravillas del Señor», anunciaron los místicos.

«Acata y cumple las Leyes», señalaron los gobernantes.

«Conócete a ti mismo», cantaron los guardianes del Esoterismo.

«La Verdad está en los números sagrados», dedujeron los cabalistas.

«Vive los placeres», me aconsejaron los epicúreos.

«Únete a nosotros», clamaron los revolucionarios.

«Vive y deja vivir», gritaron los existencialistas.

«La Verdad es un mito», respondieron los escépticos.

«La Verdad es el pasado», se lamentaron los nostálgicos.

Derrotado y confundido, me dejé caer, mientras aquella muchedumbre interminable se alejaba, clamando y reivindicando «su» Verdad.

Sumido en múltiples reflexiones, no me percaté de la súbita llegada de un anciano que portaba entre sus manos un refulgente diamante.

«¿Quién eres?», le pregunté.

Y el anciano, extendiendo sus manos, respondió:

«Soy el guardián de la Verdad».

«¿La Verdad? Pero ¿es que existe?»

El anciano sonrió y, acercando el diamante a mi rostro, afirmó:

«La Verdad, como este tesoro, tiene mil caras. Y a cada uno le corresponde averiguar cuál es la que le toca».

 

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