Capítulo Cinco

 

Taylor se despertó en la habitación de invitados de Jackson el domingo por la mañana. Desde la cama oía la lluvia y la sensación de confort le impedía levantarse. Oyó que llamaban a la puerta y vio entrar a Jackson.

–Pasa –dijo.

–Tenemos que hablar –dijo él.

–Siéntate aquí –dijo ella señalando un lado de la cama.

Cara mia –dijo él atormentado–. No sé cuánto tiempo podré seguir aguantando. Yo soy un hombre... –dijo Jackson desesperado.

–Por favor, siéntate –insistió ella.

–¿Estás contenta? –dijo Jackson finalmente, sentándose a su lado en la cama.

–Más o menos –dijo Taylor en tono burlón–. ¿Dónde está mi anillo de compromiso, Jackson Santorini? –preguntó de una manera trivial. Paro, para su sorpresa, vio cómo Jackson sacaba de su bolsillo un anillo de oro con unos diamantes incrustados en él. A pesar de la sencillez del anillo, ella sabía que no era algo corriente. Su mano temblaba mientras deslizaba el aro por su dedo–. Jackson, es precioso.

–Este anillo era de mi abuela por parte de mi padre. Estuvo casada con mi abuelo más de cincuenta años –dijo Jackson con ternura. A Taylor se le llenaron los ojos de lágrimas–. ¿Por qué lloras? –dijo Jackson abrazándola.

–No estoy llorando.

Piccola–dijo él mientras la abrazaba–. ¿Por qué lloras así?

–Suenas tan italiano –dijo ella al oír la dulzura de su voz.

–Es que soy italiano –contestó él con una increíble ternura–. ¿Ya has dejado de llorar?

–Sí –respondió Taylor–. Gracias por el anillo –dijo secándose las lágrimas. Quería saber si Bonnie lo había llevado alguna vez, pero no encontró el valor. Después de todo, a pesar del daño que ella la había causado, él la había amado cuando se habían casado.

–El anillo llevaba diez años guardado. Tú lo harás relucir de nuevo.

Esas palabras la llenaron de emoción. Quizá estaba siendo egoísta, pero quería una parte de él que Bonnie nunca hubiera visto. No sabía los detalles de lo que se habían hecho el uno al otro, pero sí sabía que los resultados habían devastado al hombre que la estaba abrazando con tanto cariño. El tacto de su cuerpo duro la llenaba de deseo, pero el miedo la invadió de repente.

–Te veo abajo –dijo apartándose de él–. Voy a hacer el desayuno.

–¡Qué bien! –dijo él. Dijo él levantándose inmediatamente.

 

–¡Qué bueno! –dijo Jackson veinte minutos más tarde, mientras saboreaba el desayuno que había hecho Taylor. Ella lo observaba con satisfacción y con un deseo repentino de saborear también sus labios–. Nos casaremos en esta semana –dijo él con seguridad.

–¿No parecerá raro una boda tan repentina?

–No te preocupes. Diremos que nos hemos estado viendo en secreto durante seis meses, intentando evitar a los paparazzi.

–Muy inteligente.

–Creo que nos podremos casar el martes aproximadamente.

–¿En el registro civil? –preguntó ella. Sintió una repentina punzada de dolor. A pesar de la naturaleza del trato, no quería que ese matrimonio empezara de una manera tan práctica.

–Sólo si es eso lo que tu quieres.

–¿Qué quieres decir?

–Hay una granja a una hora en helicóptero de aquí más o menos que se utiliza para bodas. He llamado y me han dicho que la podemos tener para el martes si queremos.

–¡Pero hoy es domingo! No tenemos tiempo para organizarlo todo.

–Si quisiéramos, ¿te gustaría la idea de la granja? –preguntó Jackson con una ligera sonrisa.

–Desde luego. Me gustaría invitar a algunos amigos.

Unas horas más tarde, Taylor experimentó el poder del dinero. Las tiendas abrían sólo para ellos, los floristas pedían cargamentos de flores en envíos especiales y un modisto hizo un viaje de fin semana expresamente para enseñarle su colección de novias. Ese día había visto el lado posesivo de Jackson y, por su comportamiento, a nadie le habría cabido la duda de que ella era su mujer.

Ella estaba encantada, pero, por otro lado, otra parte de ella, la niña perdida, solitaria y abandonada, estaba aterrorizada. En su relación había un tiempo límite. Si no daba a Jackson lo que él quería, la abandonaría. La verdad era que esa boda no era nada más que un negocio.

–¿Qué se supone que tengo que hacer? –le preguntó Taylor a Jackson cuando estaban con el modisto.

–Tú eres una clienta de mucho valor. Llévate lo que te apetezca –dijo Jackson murmurando al oído de Taylor con suavidad.

–Pero él ha venido hasta aquí por nosotros.

–Él sabe que yo me acordaré de él cuando necesitemos un vestido de novia para una película. No te preocupes, cara, que él cobrará lo que es suyo.

Impulsada por la confianza que Jackson le había dado, Taylor empezó a mirar todos los vestidos que el modisto había llevado para ella. Jackson pasaba mucho tiempo hablando por su teléfono móvil, comprobando los detalles de seguridad para su boda. Mientras él estaba de pie al lado de la ventana, con el teléfono en su oído, ella encontró lo que quería.

–Este vestido es precioso –dijo Taylor con seguridad después de inspeccionar la colección–. Me gustaría probarme éste. Pero no quiero que él lo vea antes de la boda.

–No se preocupe –dijo el modisto con complicidad–. Utilice los probadores de atrás y, si le gusta, lo envolveré sin que él lo pueda ver.

El vestido le quedaba perfecto. Cuando salió del probador, Jackson se sorprendió de su secretismo, pero pagó la compra con su tarjeta de crédito.

–Te ha costado mucho dinero –dijo ella en el coche.

–Es mi boda –dijo él con una sonrisa.

–No te entiendo, Jackson, ¿qué ganas tú con todo esto? Hay tantas mujeres por ahí que estarían dispuestas a darte un hijo...

–Te gano a ti y gano a Nick., dos personas en las que sin duda encontraré fidelidad. En este negocio la fidelidad es algo que no tiene precio. Y quizá tenga un hijo, que estoy seguro de que tendrá una buena madre... No hay muchas mujeres en las que yo podría confiar.

 

 

Jackson se daba cuenta de que Taylor no estaba convencida, pero también sabía que no protestaría. Estaba en juego el futuro de Nick. Él apenas podía comprender sus propias razones para hacer lo que estaba haciendo. Sólo sabía que tenía una oportunidad para hacer a Taylor suya y no iba a desperdiciarla.

Ella se veía a sí misma como sin pasión, dañada. Él veía en ella la promesa de una mujer magnífica. Él no era ningún santo y la deseaba, pero tampoco era un hombre brutal que la obligara a cumplir. Eso no significaba que no fuera a intentar sacar a relucir a la mujer sensual que sabía que había en Taylor. Quería encontrar a la mujer que le había hecho sentir cosas que hacía mucho tiempo que no sentía y que pensaba que estaban muertas.

Le había dolido admitir que la añoranza de tener un hijo era tan grande que dejaría a Taylor si ella seguía evitando el sexo con él, pero lo que más quería en el mundo era tener a un niño en sus brazos. ¿Cómo podría alguien tan inocente como Taylor comprender su necesidad de redención al crear una vida que Bonnie había destruido?

 

 

Taylor pasó aquella noche en su casa. Se levantó a las siete para ir a buscar a Nick, que ya volvía del campamento. Jackson estaba en su puerta justo después de las ocho.

La visión de Jackson la perturbó. Había pasado horas soñando con él y ninguno de sus sueños había sido muy reconfortante. Era como si su propia mente la estuviera torturando con lo que podría pasar.

–No sé si deberías venir –le dijo Taylor confundida–. Ya sé que fui yo la que te invitó, pero quizá sea demasiado precipitado.

–Nick tiene que saberlo –respondió Jackson–. Y tenemos que ver cómo reacciona conmigo.

–No quiero que sepa por qué nos casamos –dijo ella.

–Estoy de acuerdo –dijo Jackson mientras se dirigían en coche hacia el colegio–. No te preocupes, ya me conoce.

Cuando llegaron al colegio, Nick estaba esperando en la puerta. Taylor salió del coche y sintió cómo Jackson la seguía. Después de un breve abrazo, Nick alzó la vista y miró al hombre que había a su lado.

–Hola, Jackson –dijo.

–Qué hay, Nick.

–¿Qué hace aquí...? –empezó a preguntar Nick confundido.

–¿Qué te parecería si te dijera... que Jackson y yo...? –dijo finalmente Taylor después de pensar que no tenía otra opción.

–¿Te vas a casar con mi hermana? –preguntó Nick.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Taylor sorprendida.

–No sé. Quizás, porque le gustas a Jackson.

–Es un chico listo –dijo Jackson–. Métete en el coche, hablaremos por el camino.

–¿Vamos a vivir contigo? –preguntó Nick cuando ya estaban en el coche.

–Sí –respondió Jackson.

–¿Me quedaré siempre contigo?

–Sí –contestó Jackson con seguridad– Yo fui a un internado y nunca mandaría a un hijo mío a uno.

–Pero yo no soy tuyo.

–Ahora sí lo eres –dijo Jackson con decisión.

–¿Tendré mi propia habitación como tengo ahora?

–Claro, no puedes dormir con nosotros. Te puedes quedar cualquiera de los dormitorios del piso de abajo. Nosotros estaremos arriba –contestó Jackson.

Taylor tembló al pensar que tendría que estar en la misma cama que él y que se tendría que enfrentar a sus demandas sexuales. Pero la idea de estar con él no era horrible, nunca lo había sido. Quizá, a pesar de todo, ella quería tener relaciones sexuales con él desde el principio. Pero la asustaba la idea de quedarse paralizada y de que él la odiara por ello.

Cuando llegaron a su apartamento, mandó a Nick a hacer su maleta para ir a casa de Jackson. Él se acercó a ella.

–Hay algo que te preocupa –le dijo Jackson.

–¿Vamos a estar en la misma habitación? –dijo ella sintiendo un nudo en la garganta.

–No te preocupes, Taylor, mi habitación está conectada con un dormitorio más pequeño. Puedes utilizarlo si quieres y Nick nunca lo sabrá. No quiero que te preocupes por nada. A partir de ahora yo te cuidaré.

–No me había parado a considerar en lo que pensaría Nick si nos viera en habitaciones separadas.

–No puedes pensar en todo. Tienes que aprender a depender de mí un poco. A los hombres les gusta que los necesiten.

–Yo ya estoy dependiendo de ti mucho.

–No dependas de mí como alguien poderoso, sino también como hombre. Como tu marido. Ahora estás bajo mi cuidado.

–¡Taylor! ¡No tengo traje para tu boda! –gritó Nick, que aparecía de repente con expresión preocupada.

–Ya te he encargado uno –dijo Jackson acercándose a él–. Si ya estás listo, vamos a casa.

Taylor sonrió con una confianza renovada. Haría lo que fuera para que su hermano fuera feliz y, aunque le parecía extraño, también haría lo que fuera por mantener la sonrisa en el rostro de Jackson. No quería herirlo, era el único hombre en el que ella podría confiar.

 

 

Aquel día estuvieron muy ocupados. Taylor, en compañía de Nick, fue al trabajo con Jackson y lo ayudó a organizar sus cosas para que los estudios pudieran funcionar sin él durante unos días. Después de almorzar, se fue a ver a una psicóloga que finalmente había accedido a visitar. Se sorprendió al sentirse cómoda con ella en cuanto entró en su despacho.

–¿Qué tal? –le preguntó Jackson cuando volvió a los estudios.

–Me gusta –respondió ella–. Puede que funcione.

Jackson sonrió y volvió al trabajo. Taylor fue a ver qué tal estaba Nick y siguió ayudando a Jackson. Habían acordado que se irían de la ciudad durante unos días con el pretexto de la luna de miel y así Lance no tendría la oportunidad de hacer preguntas sobre su matrimonio. Como Nick estaba de vacaciones, decidieron que se iría a una granja con un amigo suyo.

–Me gustaría que viniera con nosotros, pero sé que tenemos que dar la impresión de que estamos de luna de miel –dijo Taylor esa noche. Estaban todos en casa de Jackson y ella paseaba nerviosamente delante del sofá–. Lo he echado tanto de menos. Espero que lo cuiden bien en la granja.

–Lo proteges demasiado –dijo Jackson.

–¿Y tú qué sabes si nunca has educado a un niño? –dijo Taylor de repente furiosa.

–Yo fui un niño una vez –contestó Jackson dolido.

–¿Y tú crees que eso te da derecho a decirme cómo tengo que educar a Nick?

–No. Lo que me da derecho es que veo que él no es feliz y que nunca te lo diría porque te quiere demasiado.

–¿Qué no es feliz? –dijo Taylor sorprendida.

–No. Los chicos del campamento se han estado metiendo con él por estar demasiado protegido.

–¿Cómo lo sabes?

–Me lo contó mientras te estabas bañando. No lo pudo ocultar cuando vi que tenía un cardenal en la pierna.

–¿Qué? Los voy a matar –gritó Taylor.

–Ese es el problema. Siempre le solucionas todo, incluso en el colegio.

–Eso es lo que hacen los hermanos mayores, pero tú eso no lo sabes porque en tu familia no os habéis preocupado mucho los unos de los otros –dijo Taylor. Inmediatamente se dio cuenta de su crueldad. Sintió un dolor intenso al saber que había herido a Jackson–. Lo siento.

–No importa –dijo él.

–Sí, sí importa. Te he herido y siento desprecio por mí misma –dijo Taylor arrepentida. Pensó que Jackson Santorini estaba acostumbrado a que le hicieran daño. Su mujer le había herido profundamente su orgullo y el mundo entero se había recreado con su sufrimiento. Incluso su familia nunca se ponía en contacto con él salvo para pedirle algo o para quejarse de algo–. Te he hecho daño y me desprecio a mí misma por ello, por pagar mi frustración contigo.

–¿Sabes una cosa? –dijo Jackson rodeando la cintura de Taylor con sus brazos.

–¿Qué?

–Creo que eres la primera persona que conozco que de verdad lo siente cuando lo dice.

–De verdad lo siento –dijo ella–, así que no te enfades. Sé cómo es tu familia y no te culpo por mantenerte distante, pero me vuelve loca saber que le están haciendo daño a Nick.

–Ya lo sé, cara mia. Le he enseñado algunos movimientos.

–¿Movimientos?

–Sí, de autodefensa.

–¿Y?

–Se le da muy bien.

–Pero no está muy en forma.

–Eso es porque nunca ha tenido una oportunidad para estarlo. Confía en él, Taylor. Es un chico estupendo.

–¡Odio cuando sufre! ¡Lo odio!

–Lo sé. Pero déjame ayudar.

Sus instintos se rebelaban. Taylor estaba acostumbrada a cuidar de Nick sola. Pero, aunque era una concesión dolorosa, tenía que reconocer que durante el último año, sus necesidades habían cambiado de una manera que ella no podía satisfacer. Nick necesitaba un modelo masculino. Ella había considerado apuntarlo a un grupo de jóvenes de algún tipo, pero delante de ella tenía a un hombre fuerte e independiente que se ofrecía a cuidar de su pequeño.

Jackson sabía que estaba pidiendo mucho. Él no era lo que se podía llamar un premio. Él no sabía nada de niños. Sintió de repente como una puñalada y maldijo a Bonnie por privarlo de su oportunidad de aprender. El silencio de Taylor parecía significar que rechazaría la oferta de ayuda. Su orgullo le decía que retirara la oferta, pero el recuerdo de la felicidad en el rostro de Nicky cuando él le había prestado atención y le había enseñado autodefensa le hicieron resurgir su instinto paternal.

–Escucha.... –empezó Jackson.

–Espera –le dijo Taylor–. Esto es importante. Tengo que pensar –Jackson no sabía si tenía que sentirse halagado o insultado. La gente normalmente no rechazaba su ayuda–. Sí.

–¿Sí?

–Sí. Será bueno para él. Me duele saber que no puedo darle todo lo que necesita, pero lo superaré. Tenía que pensarlo, porque no quiero tomar una decisión equivocada. A Nick se le podría romper el corazón si luego lo rechazas.

–A veces yo puedo romper el corazón de la gente, pero sin tener la intención de hacerlo.

–No te preocupes. Si nos separamos después de un año, ¿me prometes que seguirás en contacto con él?

–Sí –afirmó Jackson. El chico ya era de la familia de Jackson. Por primera vez él se dio cuenta de que si no tenían hijos, quizá no fuera tampoco capaz de alejarse de esa mujer.

Su mujer.