AGRADECIMIENTOS

 
 
Los carcomidos es una novela con una larga historia. Primero, mis hermanos y mi sobrina Karla me contagiaron su afición a los temas de muertos ambulantes; luego, en una fecha ya tan remota como 1998, José Luis Trueba Lara, entonces director de la editorial Times, publicó mi primera historia de zombies. Pero lo que es ya Los carcomidos empecé a escribirla en 2004, cuando vivía en la ciudad de Cumaná, en el oriente de Venezuela. Allá, rodeado de exuberante vegetación, tuve la idea de escribir un libro de ambiente selvático. La atmósfera y uno de los personajes —Natalia— comenzaron a tomar forma. Fue un tiempo de aventura y autodescubrimiento gracias a los dos queridos amigos que me tuvieron viviendo en su casa y me llevaron incansablemente de un lugar a otro: María Celeste Mindler y Douglas Uzcátegui.

Después de ese periodo de gestación, Los carcomidos se mudaron a México. Logré concluir un primer borrador. Con la generosidad que siempre lo caracterizó, lo leyó mi entrañable maestro Colin White (q.e.p.d.). A lo largo de varias tardes en el violeta de las jacarandas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, mi alma mater, él y yo discutimos la suerte de Natalia y la grandeza y la pequeñez de Esteban. Tristemente, el maestro ya no alcanzaría a ver la obra terminada.

Con el exilio en Europa del Este, los colores se vieron matizados con tonos más sombríos. Cristina y Arturo tomaron forma. A las voces de los pájaros tropicales se sobrepuso el suspirar del viento en las montañas erizadas de pinos. Los carcomidos encontraron su forma definitiva, aunque no una solución satisfactoria a su infortunio. Aquí tengo todavía los archivos: diecinueve versiones y ninguna acabó de gustarme. Pasó el tiempo. Los carcomidos se echaron a dormir, despertaron, volvieron a dormir, volvieron a despertar… de vez en cuando, sus signos vitales me recordaban que no habían muerto. Y finalmente aquí están, gracias a que los sacó de su letargo Susana Figueroa, quien además de ser una amiga entrañable es mi lectora más exigente y una gran editora. Sus comentarios y los de Horacio de la Rosa hicieron posible que este libro llegara a puerto.

Por supuesto, al escribir este recuento se hace presente la compañera de mi vida, Viktória, que hace todo para que yo pueda escribir cómodamente.

A ellas, a ellos, les pertenece esta obra.