La tormenta arreció hasta convertirse en un huracán en miniatura. Las nubes con forma de embudo serpenteaban en dirección a la plataforma como los tentáculos de una medusa monstruosa.
Los chicos empezaron a gritar y echaron a correr hacia el edificio. El viento les arrebataba las libretas, las chaquetas, los gorros y las mochilas. Jason se deslizó a través del suelo resbaladizo.
Leo perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse por encima de la barandilla, pero Jason lo agarró por la chaqueta y tiró de él.
—¡Gracias, tío! —gritó Leo.
—¡Vamos, vamos, vamos! —dijo el entrenador Hedge.
Piper y Dylan mantenían las puertas abiertas, reuniendo a los otros chicos en el interior. El forro polar de Piper se agitaba violentamente, y tenía todo el pelo revuelto en la cara. Jason pensó que debía de estar helándose, pero parecía tranquila y segura, diciéndoles a los demás que todo iba a ir bien, y animándolos a que no se pararan.
Jason, Leo y el entrenador Hedge corrían hacia ellos, pero era como correr entre arenas movedizas. Parecía que el viento luchara contra ellos, haciéndoles retroceder.
Dylan y Piper metieron a otro chico, pero se les escaparon las puertas, que se cerraron de golpe y dejaron aislada la plataforma.
Piper se puso a tirar de los pomos. En el interior, los chicos aporreaban el cristal, pero parecía que las puertas estaban bloqueadas.
—¡Ayúdame, Dylan! —gritó Piper.
Dylan permaneció inmóvil con una sonrisa estúpida en la cara y su camiseta de los Cowboys ondeando al viento, como si de repente estuviera disfrutando de la tormenta.
—Lo siento, Piper —dijo—. Ya he terminado de ayudar.
Movió rápidamente la muñeca, y Piper salió volando hacia atrás, se estampó contra las puertas y se deslizó hacia la plataforma.
—¡Piper!
Jason intentó avanzar, pero el viento le soplaba en contra, y el entrenador Hedge lo empujó hacia atrás.
—¡Suélteme, entrenador! —dijo Jason.
—Jason, Leo, quedaos detrás de mí —ordenó el entrenador—. Esta pelea es mía. Debería haberme imaginado que él era el monstruo.
—¿Qué? —preguntó Leo. Una hoja de ejercicios extraviada le dio en la cara, pero la apartó de un manotazo—. ¿Qué monstruo?
La gorra del entrenador salió volando, y del pelo rizado le asomaron dos bultos, como los chichones que le salen en la cabeza a los personajes de los dibujos animados cuando les pegan en la cabeza. El entrenador Hedge levantó el bate de béisbol, pero ya no era un bate normal. Se había convertido en una porra tallada toscamente a partir de la rama de un árbol, con ramitas y hojas todavía pegadas.
Dylan le dedicó su sonrisa alegre de psicópata.
—Venga ya, entrenador. ¡Deje que el chico me ataque! Después de todo, usted se está haciendo demasiado viejo para esto. ¿No se retiró por eso a este estúpido colegio? He estado en su equipo toda la temporada, y ni siquiera se había enterado. Está perdiendo el olfato, abuelo.
El entrenador emitió un sonido de enfado como el balido de un animal.
—Se acabó, yogurín. Ha llegado tu hora.
—¿Cree que puede proteger a tres mestizos al mismo tiempo, viejo? —Dylan se echó a reír—. Buena suerte.
Señaló a Leo, y alrededor de él apareció una nube con forma de embudo. El chico salió volando de la plataforma como si lo hubieran aspirado. De alguna forma consiguió girarse en el aire y chocó de lado contra la pared del cañón. Se iba deslizando, arañando furiosamente en busca de un asidero. Finalmente, agarró un fino saliente situado un metro y medio por debajo de la plataforma y se quedó colgado con las puntas de los dedos.
—¡Socorro! —gritó—. Una cuerda, por favor. Una correa. Algo.
El entrenador Hedge lanzó un juramento y arrojó la porra a Jason.
—No sé quién eres, muchacho, pero espero que seas bueno. Mantén a esa cosa ocupada —señaló con el pulgar a Dylan— mientras yo voy a buscar a Leo.
—¿Cómo va a ir a buscarlo? —preguntó Jason—. ¿Volando?
—Volando, no. Trepando.
Hedge se quitó las zapatillas, y a Jason por poco le dio un infarto. El entrenador no tenía pies. Tenía pezuñas: pezuñas de cabra. Eso significaba que las cosas de su cabeza no eran bultos. Eran cuernos.
—Es usted un fauno —dijo Jason.
—¡Un sátiro! —le espetó Hedge—. Los faunos son romanos. Pero ya hablaremos de eso más tarde.
Hedge saltó por encima de la barandilla. Surcó el aire en dirección a la pared del cañón y dio primero con las pezuñas. Descendió por el precipicio dando brincos con una agilidad increíble, encontrando puntos de apoyo del tamaño de sellos de correos y esquivando torbellinos que intentaban atacarlo mientras avanzaba con cuidado hacia Leo.
—¿No te parece bonito? —Dylan se volvió hacia Jason—. Ahora te toca a ti, chico.
Jason arrojó la porra. Parecía inútil con un viento tan fuerte, pero la porra fue volando directa hacia Dylan, trazó una curva cuando él intentó esquivarla y le golpeó tan fuerte en la cabeza que se cayó de rodillas.
Piper no estaba tan aturdida como parecía. Sus dedos se cerraron en torno a la porra cuando pasó rodando junto a ella, pero, antes de que pudiera usarla, Dylan se levantó. Sangre —sangre dorada— le goteaba de la frente.
—Buen intento, chico. —Lanzó una mirada asesina a Jason—. Pero tendrás que hacerlo mejor.
La plataforma tembló. En el cristal aparecieron finísimas grietas. Dentro del museo, los chicos dejaron de aporrear las puertas. Retrocedieron mientras observaban aterrados.
El cuerpo de Dylan se hizo humo, como si sus moléculas se estuvieran despegando. Tenía la misma cara, la misma radiante sonrisa blanca, pero de repente su figura entera pasó a estar compuesta de un vapor negro que se arremolinaba, y sus ojos parecían chispas eléctricas en un nubarrón vivo. Le brotaron unas alas de humo negras y se elevó por encima de la plataforma. Si los ángeles pudieran ser malos, concluyó Jason, serían exactamente así.
—Eres un ventus —dijo Jason, pero no tenía ni idea de cómo conocía la palabra—. Un espíritu de la tormenta.
La risa de Dylan sonaba como un tornado arrancando un tejado.
—Me alegro de haber esperado, semidiós. Sé lo de Leo y Piper desde hace semanas. Podría haberlos matado en cualquier momento, pero mi señora dijo que venía un tercero: uno especial. ¡Ella me recompensará generosamente por tu muerte!
Dos nubes más con forma de embudo se posaron a cada lado de Dylan y se convirtieron en venti: jóvenes fantasmales con alas de humo y ojos que relampagueaban.
Piper permaneció tumbada, fingiendo que estaba aturdida, sin soltar la porra. Tenía la cara pálida, pero lanzó una mirada llena de determinación a Jason, y él captó el mensaje: «Llámales la atención. Yo les romperé la crisma por detrás».
Guapa, lista y violenta. Jason deseó acordarse de cómo era tenerla por novia.
Apretó los puños y se preparó para atacar, pero no tuvo ocasión.
Dylan levantó la mano, mientras unos arcos eléctricos se deslizaban entre sus dedos, y disparó a Jason en el pecho.
¡Bang! Jason se vio tumbado boca arriba. La boca le sabía a papel de aluminio quemado. Levantó la cabeza y vio que le salía humo de la ropa. El relámpago le había recorrido el cuerpo y había salido por su pie izquierdo. Tenía los dedos del pie negros de hollín.
Los espíritus de la tormenta se estaban riendo. El viento bramaba. Piper estaba gritando en actitud desafiante, pero su voz sonaba débil y lejana.
Jason vio con el rabillo del ojo al entrenador Hedge, que trepaba por el precipicio con Leo a la espalda. Piper estaba ya de pie, blandiendo la porra desesperadamente para repeler a los dos nuevos espíritus de la tormenta, pero ellos solo estaban jugando con ella. La porra atravesaba sus cuerpos como si no estuvieran allí. Y Dylan, un oscuro y alado tornado con ojos, se cernió sobre Jason.
—Basta —dijo Jason con voz ronca.
Se levantó con pie vacilante y no supo quién se sorprendió más, si él o los espíritus de la tormenta.
—¿Cómo es posible que estés vivo? —La figura de Dylan parpadeó—. ¡El relámpago tenía suficiente potencia para fulminar a veinte hombres!
—Me toca —dijo Jason.
Se metió la mano en el bolsillo y sacó la moneda de oro. Dejó que su instinto tomara el mando y la lanzó al aire como había hecho miles de veces. Atrapó la moneda con la palma de la mano y de repente se vio sujetando una espada: un arma de doble filo terriblemente afilada. Sus dedos se ajustaban a la perfección a la empuñadura estriada, que era toda de oro: puño, mango y hoja.
Dylan lanzó un gruñido y retrocedió. Miró a sus dos compañeros y gritó:
—¿A qué esperáis? ¡Matadlo!
A los otros dos espíritus de la tormenta no les hizo gracia que les diera esa orden, pero arremetieron contra Jason con los dedos crepitando por la electricidad.
Jason se movió hacia el primer espíritu. La hoja de la espada lo atravesó, y la figura humeante de la criatura se desintegró. El segundo espíritu soltó un relámpago, pero la hoja de la espada de Jason absorbió la descarga, y este actuó: una rápida estocada, y el segundo espíritu de la tormenta se deshizo en polvo de oro.
Dylan gemía indignado. Miraba hacia abajo como si esperara que sus compañeros fueran a regenerarse, pero sus restos dorados se dispersaron en el viento.
—¡Imposible! ¿Quién eres, mestizo?
Piper estaba tan pasmada que dejó caer la porra.
—Jason, ¿cómo…?
Entonces el entrenador Hedge regresó de un salto a la plataforma y descargó a Leo como si fuera un saco de harina.
—¡Espíritus, temedme! —rugió Hedge, flexionando sus cortos brazos.
Entonces miró a su alrededor y se dio cuenta de que solo estaba Dylan.
—¡Maldita sea, muchacho! —espetó a Jason—. ¿No me has dejado nada? ¡Me gustan los desafíos!
Leo se puso de pie respirando con dificultad. Parecía totalmente humillado, con las manos sangrando de agarrarse a las rocas.
—Oiga, entrenador Supercabra, sea quién sea… ¡Me acabo de caer por el Gran Cañón! ¡No pida más desafíos!
Dylan les siseó, pero Jason veía el miedo en sus ojos.
—No tenéis ni idea de a cuántos enemigos habéis despertado, mestizos. Mi señora destruirá a todos los semidioses. Esta guerra no la podéis ganar.
Encima de ellos, la tormenta estalló en un fuerte vendaval. Las grietas se extendieron por la plataforma. Empezaron a caer cortinas de lluvia, y Jason tuvo que agacharse para mantener el equilibrio.
Se abrió un agujero en las nubes: un vórtice negro y plateado.
—¡Mi señora me llama! —gritó Dylan con regocijo—. Y tú, semidiós, vendrás conmigo!
Se abalanzó sobre Jason, pero Piper placó al monstruo por detrás. Pese a estar hecho de humo, Piper logró golpearlo. Los dos cayeron rodando por el suelo. Leo, Jason y el entrenador avanzaron en tropel para ayudarla, pero el espíritu gritó de ira. Soltó un torrente y los lanzó a todos hacia atrás. Jason y el entrenador Hedge cayeron de culo. La espada de Jason se deslizó por el cristal. Leo se golpeó la nuca y se acurrucó de lado, aturdido y gimoteando. Piper recibió la peor parte. Se vio despedida por detrás de Dylan, chocó contra la barandilla y se cayó por un lado hasta quedar colgada con una mano sobre el abismo.
Jason echó a correr hacia ella, pero Dylan gritó:
—¡Me conformaré con este!
Agarró a Leo del brazo y empezó a elevarse, arrastrando al muchacho semiinconsciente por debajo. El tornado empezó a girar más deprisa, tirando de ellos como un aspirador.
—¡Socorro! —chilló Piper—. ¡Que alguien me ayude!
Entonces se soltó y gritó al caer.
—¡Ve, Jason! —gritó Hedge—. ¡Sálvala!
El entrenador se abalanzó sobre el espíritu dando muestra de su dominio del cabra-fu: se puso a propinar patadas con las pezuñas y liberó a Leo del espíritu a fuerza de golpes. Leo cayó al suelo sano y salvo, pero Dylan agarró al entrenador por los brazos. Hedge intentó golpearle con la cabeza y, acto seguido, comenzó a darle patadas y a llamarlo «yogurín». Los dos se elevaron en el aire, ganando velocidad.
El entrenador Hedge gritó una vez más:
—¡Sálvala! ¡Yo tengo a este!
Entonces el sátiro y el espíritu de la tormenta subieron a las nubes girando en espiral y desaparecieron.
«¿Salvarla? —pensó Jason—. ¡Si ha desaparecido!»
Pero una vez más su instinto se impuso. Corrió hacia la barandilla pensando: «Estoy loco» y saltó al vacío.
A Jason no le daban miedo las alturas. Le daba miedo estamparse contra el suelo del cañón un kilómetro y medio más abajo. Pensó que lo único que iba a conseguir era morir junto a Piper, pero pegó los brazos al cuerpo y cayó de cabeza. Los flancos del cañón pasaban a toda velocidad, como una película en avance rápido. Notaba la cara como si se le estuviera despegando.
En un abrir y cerrar de ojos alcanzó a Piper, que se agitaba como loca. La agarró de la cintura y cerró los ojos, esperando la muerte. Piper gritaba. A Jason le silbaba el viento en los oídos. Se preguntaba cómo sería la muerte. Probablemente no tan mala, estaba pensando. Deseó que no alcanzaran nunca el fondo.
De repente el viento cesó. El chillido de Piper se convirtió en un grito estrangulado. Jason pensó que debían de estar muertos, pero no había notado ningún impacto.
—J… J… Jason —logró decir Piper.
Él abrió los ojos. No estaban cayendo. Estaban flotando en el aire, a treinta metros por encima del río.
Abrazó fuerte a Piper, y ella cambió de posición de forma que también pudiera abrazarlo. Tenían las narices pegadas. A ella le latía tan fuerte el corazón que Jason lo notaba a través de su ropa.
A Piper le olía el aliento a canela.
—¿Cómo has…? —preguntó.
—Yo no he sido —contestó él—. Si supiera volar lo sabría…
Pero entonces pensó: «Ni siquiera sé quién soy».
Se imaginó que subían. Piper lanzó un grito cuando se elevaron rápidamente unos centímetros. No estaban flotando exactamente, concluyó Jason. Notaba una presión bajo los pies, como si estuvieran manteniéndose en equilibrio en lo alto de un géiser.
—El aire nos está sosteniendo —dijo.
—¡Pues dile que nos sostenga más! ¡Sácanos de aquí!
Jason miró abajo. Lo más fácil sería caer suavemente al fondo del cañón. Entonces miró arriba. La lluvia había cesado. Los nubarrones no parecían tan feos, pero todavía retumbaban y emitían destellos. No tenía ninguna garantía de que el espíritu se hubiera marchado. No tenía ni idea de lo que le había pasado al entrenador Hedge. Y había dejado a Leo allí arriba, apenas consciente.
—Tenemos que ayudarles —dijo Piper, como si le hubiera leído el pensamiento—. ¿Puedes…?
—Veamos.
Jason pensó «Arriba», e inmediatamente salieron disparados hacia el cielo.
El hecho de que estuviera cabalgando a lomos del viento podría haber resultado increíble en otras circunstancias, pero estaba demasiado conmocionado. Tan pronto como aterrizaron en la plataforma, corrieron hacia Leo.
Piper le dio la vuelta, y el muchacho gimió. Su chaqueta militar estaba empapada de agua de lluvia. Su cabello rizado emitía un brillo dorado después de haberse revolcado en el polvo del monstruo. Pero al menos no estaba muerto.
—Cabra… fea… y estúpida —murmuró.
—¿Adónde ha ido? —preguntó Piper.
Leo señaló hacia arriba.
—No ha bajado. Por favor, dime que no me ha salvado la vida.
—Dos veces —dijo Jason.
Leo gimió todavía más alto.
—¿Qué ha pasado? El tío del tornado, la espada de oro… Me golpeé la cabeza. Es eso, ¿verdad? ¿Estoy alucinando?
Jason se había olvidado de la espada. Se acercó a donde estaba tirada y la cogió. La hoja estaba bien equilibrada. Tuvo un presentimiento y la lanzó al aire. En pleno giro, la espada se convirtió en una moneda y cayó en su mano.
—Sí —dijo Leo—. Decididamente estoy alucinando.
Piper se estremeció bajo su ropa empapada por la lluvia.
—Jason, esas cosas…
—Venti —dijo—. Espíritus de la tormenta.
—Vale. Pero te has comportado como… como si los hubieras visto antes. ¿Quién eres?
Él negó con la cabeza.
—Es lo que he intentado decirte. No lo sé.
La tormenta desapareció. Los demás chicos de la Escuela del Monte estaban mirando por las puertas de cristal, horrorizados. Había vigilantes de seguridad intentando abrir las cerraduras, pero no parecía que estuvieran teniendo suerte.
—El entrenador Hedge dijo que tenía que proteger a tres personas —recordó Jason—. Creo que se refería a nosotros.
—Y Dylan se convirtió en… —Piper se estremeció—. Madre mía, no me puedo creer que estuviera intentando tirarme los tejos. Nos llamó… ¿semidioses?
Leo permaneció tumbado boca arriba, contemplando el cielo. No parecía tener prisa por levantarse.
—No sé lo que significa «semi» —dijo—. Pero yo no me siento muy divino que digamos. ¿Vosotros os sentís divinos, chicos?
Se oyó un sonido brusco, como de ramas secas partiéndose, y las grietas de la plataforma empezaron a extenderse.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Jason—. Tal vez podamos…
—Vaaale —lo interrumpió Leo—. Mirad allí arriba y decidme si eso son caballos voladores.
Al principio Jason pensó que Leo se había golpeado en la cabeza demasiado fuerte, pero entonces vio una forma oscura que descendía por el este: demasiado lenta para ser un avión y demasiado grande para tratarse de un pájaro. A medida que se acercaba, vio un par de animales alados —grises, con cuatro patas, iguales que unos caballos—, solo que cada uno tenía unas alas de unos seis metros de envergadura. Y tiraban de una caja pintada de llamativos colores con dos ruedas: un carro.
—Refuerzos —dijo—. Hedge me dijo que vendría una brigada de extracción a por nosotros.
—¿Una brigada de extracción? —Leo se levantó con dificultad—. Suena fatal.
—¿Y adónde nos van a llevar después de habernos extraído? —preguntó Piper.
Jason observó como el carro aterrizaba en el otro extremo de la plataforma. Los caballos voladores plegaron las alas y se pusieron a trotar nerviosos por el cristal, como si percibieran que se estaba rompiendo. En el carro había dos adolescentes: una chica rubia y alta que parecía un poco mayor que Jason y un chico corpulento con la cabeza afeitada y una cara que parecía un montón de ladrillos. Los dos llevaban vaqueros y camisetas de manga corta naranja con unos escudos a la espalda. La chica se bajó de un salto antes de que el carro se hubiera parado. Sacó un cuchillo y se dirigió corriendo al grupo de Jason mientras el chico refrenaba a los caballos.
—¿Dónde está? —inquirió la chica.
Sus ojos grises eran feroces y un poco llamativos.
—¿Dónde está quién? —preguntó Jason.
Ella frunció el entrecejo como si su respuesta fuera inaceptable. A continuación se volvió hacia Leo y Piper.
—¿Y Gleeson? ¿Dónde está vuestro protector, Gleeson Hedge?
¿El entrenador se llamaba Gleeson? Jason se habría echado a reír si aquella mañana no hubiera sido tan rara y espantosa. Gleeson Hedge: entrenador de fútbol americano, hombre cabra, protector de semidioses. Claro. ¿Por qué no?
Leo se aclaró la garganta.
—Se lo llevaron unos… tornados.
—Venti —dijo Jason—. Espíritus de la tormenta.
La chica rubia arqueó una ceja.
—¿Te refieres a los anemoi thuellai? Este es el término griego. ¿Quién eres y qué ha pasado?
Jason se explicó lo mejor que pudo, pero era difícil mirar aquellos intensos ojos grises. Hacia la mitad de la historia, el chico del carro se acercó. Se quedó mirándolos coléricamente con los brazos cruzados. Tenía un arcoíris tatuado en el bíceps, lo cual parecía un poco raro.
Jason acabó de contar la historia, pero la chica rubia no parecía satisfecha.
—¡No, no, no! Ella me dijo que él estaría aquí. Me dijo que si venía, encontraría la respuesta.
—Annabeth —gruñó el chico calvo—. Mira.
Señaló los pies de Jason.
Jason no había pensado mucho en ello, pero todavía le faltaba la zapatilla izquierda, que había salido volando por obra del relámpago. El pie descalzo estaba perfectamente, pero parecía un pedazo de carbón.
—El chico con un zapato —dijo el calvo—. Él es la respuesta.
—No, Butch —insistió la chica—. No puede serlo. Me han engañado. —Contempló el cielo furiosamente como si este hubiera hecho algo malo—. ¿Qué quieres de mí? —gritó—. ¿Qué has hecho con él?
La plataforma tembló, y los caballos relincharon con insistencia.
—Annabeth —dijo el calvo, Butch—, tenemos que marcharnos. Llevemos a estos tres al campamento y ya lo pensaremos allí. Los espíritus de la tormenta podrían volver.
Ella permaneció furiosa un momento.
—De acuerdo. —Clavó una mirada rencorosa a Jason—. Resolveremos esto más tarde.
Se dio media vuelta y se marchó hacia el carro.
Piper sacudió la cabeza.
—¿Qué mosca le ha picado? ¿Qué pasa?
—Eso digo yo —convino Leo.
—Tenemos que sacaros de aquí —dijo Butch—. Os lo explicaré por el camino.
—No pienso ir a ninguna parte con ella. —Jason señaló a la rubia—. Parece que quiera matarme.
Butch vaciló.
—Annabeth es de fiar. No seas duro con ella. Tuvo una visión en la que le dijeron que tenía que venir aquí a buscar a un chico con un zapato. Se suponía que era la respuesta a su problema.
—¿Qué problema? —preguntó Piper.
—Ha estado buscando a un campista que lleva tres días desaparecido —contestó Butch—. Se está volviendo loca de la preocupación. Esperaba encontrarlo aquí.
—¿A quién? —preguntó Jason.
—A su novio —respondió Butch—. Un chico llamado Percy Jackson.