Hicieron falta los tres para retener al sátiro.
—¡Quieto, entrenador! —dijo Jason—. Baje un poco la porra.
Un hombre más joven irrumpió en la sala. Jason se imaginó que debía de ser Lit, el hijo del viejo. Iba vestido con unos pantalones de pijama y una camiseta sin mangas en la que ponía CORNHUSKERS, los Deshojadores de Maíz que daban nombre a un equipo de fútbol americano de Nebraska, y llevaba una espada que parecía capaz de deshojar muchas cosas además de maíz. Sus brazos musculosos estaban llenos de cicatrices, y su cara, enmarcada por un pelo moreno rizado, habría sido atractiva de no haber estado también llena de cortes.
Lit se centró inmediatamente en Jason como si fuera la mayor amenaza y se dirigió hacia él con paso airado, blandiendo su espada en alto.
—¡Espera! —Piper se adelantó, tratando de adoptar su tono de voz más tranquilizador—. ¡Es un malentendido! Todo va bien.
Lit se paró en seco, pero seguía teniendo cara de recelo.
No resultaba de ayuda que Hedge estuviera gritando:
—¡Yo los cogeré! ¡No os preocupéis!
—Entrenador —le rogó Jason—, puede que sean amistosos. Además, nos hemos colado en su casa.
—¡Gracias! —dijo el anciano del albornoz—. ¿Quiénes sois y por qué estáis aquí?
—Bajemos todos las armas —dijo Piper—. Entrenador, usted primero.
Hedge apretó la mandíbula.
—¿Solo un porrazo?
—No —contestó Piper.
—¿Y si llegamos a un arreglo? Puedo matarlos primero, y si luego resulta que eran amistosos, me disculpo.
—¡No! —insistió Piper.
—Bah.
El entrenador Hedge bajó la porra.
Piper dedicó a Lit una sonrisa amistosa de disculpa. Incluso con el pelo revuelto y ropa de dos días, estaba muy guapa, y a Jason le dio un poco de celos que sonriera a Lit de esa forma.
Lit resopló y envainó su espada.
—Hablas bien, chica… por suerte para tus amigos, porque si no, los habría atravesado con mi espada.
—Te lo agradezco —dijo Leo—. Procuro que no me atraviesen antes de la hora de comer.
El anciano del albornoz suspiró y dio una patada a la tetera que el entrenador Hedge había hecho pedazos.
—Bueno, ya que estáis aquí, sentaos.
Lit enarcó las cejas.
—Su Majestad…
—No pasa nada, Lit —dijo el anciano—. Nueva tierra, nuevas costumbres. Pueden sentarse en mi presencia. Después de todo, me han visto con la ropa de dormir. Es absurdo observar las formalidades. —Hizo todo lo posible por sonreír, aunque le salió un poco forzado—. Bienvenidos a mi humilde hogar. Soy el rey Midas.
—¿Midas? Imposible —dijo el entrenador Hedge—. Murió.
Estaban sentados en los sofás, mientras que el rey se reclinaba en su trono. Era complicado hacerlo con un albornoz, y Jason temía que el anciano se olvidara y descruzara las piernas. Con suerte, llevaría unos calzoncillos dorados debajo.
Lit estaba detrás del trono, con ambas manos sobre la espada, mirando a Piper y flexionando sus musculosos brazos para fastidiar. Jason se preguntó si él parecía tan fuerte sujetando una espada. Lamentablemente, lo dudaba.
Piper se inclinó hacia delante.
—Lo que nuestro sátiro quiere decir, Su Majestad, es que sois el segundo mortal que conocemos que debería estar…, perdón…, muerto. El rey Midas vivió hace miles de años.
—Interesante.
El rey contempló el radiante cielo azul y el sol invernal a través de la ventana. A lo lejos, el centro de Omaha parecía un grupo de bloques de construcción de juguete: demasiado ordenada y pequeña para ser una ciudad normal.
—Creo que estuve un poco muerto durante un tiempo —dijo el rey—. Es raro. Parece un sueño, ¿verdad, Lit?
—Un sueño muy largo, Su Majestad.
—Y sin embargo, ahora estamos aquí. Me lo estoy pasando en grande. Me gusta más estar vivo.
—Pero ¿cómo es posible? —preguntó Piper—. ¿Por casualidad no tendréis una… patrona?
Midas vaciló, pero sus ojos tenían un brillo malicioso.
—¿Acaso importa, querida?
—Podríamos volver a matarlos —propuso Hedge.
—Entrenador, no está siendo de ayuda —dijo Jason—. ¿Por qué no sale y monta guardia?
Leo tosió.
—¿No es peligroso? Tienen muchas medidas de seguridad.
—Oh, sí —dijo el rey—. Lo siento, pero son bonitas, ¿verdad? Es increíble lo que se puede comprar todavía con oro. ¡Qué juguetes más extraordinarios tenéis en este país!
Sacó un mando a distancia del bolsillo del albornoz y pulsó unos cuantos botones: una contraseña, supuso Jason.
—Ya está —dijo Midas—. Ahora se puede salir sin peligro.
El entrenador Hedge gruñó.
—Bien. Pero si me necesitáis…
Guiñó el ojo a Jason de forma significativa. A continuación se señaló a sí mismo, señaló a sus anfitriones con dos dedos y se pasó un dedo a través de la garganta. Un mensaje en lenguaje de signos muy sutil.
—Sí, gracias —dijo Jason.
Una vez que el sátiro se hubo marchado, Piper intentó esbozar otra sonrisa diplomática.
—Entonces…, ¿no sabéis cómo llegasteis aquí?
—Oh, sí. Más o menos —respondió el rey. Miró a Lit entrecerrando los ojos, como recordando—. ¿Por qué elegimos Omaha? Sé que no fue por el clima.
—El oráculo —dijo Lit.
—¡Sí! Me dijeron que había un oráculo en Omaha. —El rey se encogió de hombros—. Por lo visto, me equivoqué. Pero esta casa es bastante bonita, ¿verdad? Por cierto, Lit es la forma abreviada de Litierses (un nombre horrible, lo sé, pero su madre insistió). Lit tiene mucho espacio para practicar el manejo de la espada. Es muy famoso por ello. En los viejos tiempos lo llamaban el Segador de Hombres.
—Ah. —Piper intentó mostrarse entusiasmada—. Qué bien.
La sonrisa de Lit parecía más bien una mueca cruel. Jason ya estaba completamente seguro de que aquel tipo no le caía nada bien y estaba empezando a arrepentirse de haber mandado a Hedge fuera.
—Bueno —dijo Jason—. Todo este oro…
Los ojos del rey se iluminaron.
—¿Habéis venido por el oro, muchacho? ¡Por favor, coge un folleto!
Jason miró los folletos de la mesita de café. El título rezaba «ORO: Invierta para la eternidad».
—¿Vendéis oro?
—No, no —contestó el rey—. Lo hago. En épocas inciertas como esta, el oro es la inversión más sabia, ¿no crees? Los gobiernos caen. Los muertos resucitan. Los gigantes atacan el Olimpo. ¡Pero el oro conserva su valor!
Leo frunció el entrecejo.
—Ya he visto antes ese anuncio.
—¡Oh, no te dejes engañar por imitadores baratos! —dijo el rey—. Os lo aseguro, puedo mejorar cualquier precio para un inversor serio. Puedo crear un amplio surtido de artículos de oro en un momento.
—Pero… —Piper movió despacio la cabeza, confundida—. Su Majestad, renunciasteis al don de convertir en oro todo lo que tocáis, ¿verdad?
El rey se quedó asombrado.
—¿Que renuncié a él?
—Os lo ofreció un dios…
—Dioniso —convino el rey—. Yo había rescatado a uno de sus sátiros, y a cambio, el dios me concedió un deseo. Elegí el don de convertir en oro todo lo que tocara.
—Pero entonces convertisteis a vuestra hija en oro —recordó Piper—. Y os disteis cuenta de lo codicioso que habíais sido, así que os arrepentisteis.
—¡Me arrepentí! —El rey Midas miró a Lit con incredulidad—. ¿Lo ves, hijo? Te ausentas unos cuantos miles de años y toda la historia se tergiversa. Querida muchacha, ¿en algún momento dicen esas historias que perdí mi don?
—Supongo que no. Solo dicen que aprendió a invertirlo con agua corriente y que resucitó a su hija.
—Todo eso es verdad. A veces todavía tengo que invertirlo. En esta casa no hay agua corriente porque no quiero accidentes —señaló sus estatuas—, pero decidimos vivir al lado de un río por si acaso. De vez en cuando, me olvido y le doy a Lit una palmada en la espalda…
Lit retrocedió unos pasos.
—No lo soporto.
—Te dije que lo sentía, hijo. En todo caso, el oro es maravilloso. ¿Por qué iba a renunciar a él?
—Bueno… —Piper parecía verdaderamente perdida—. ¿No es ese el propósito de la historia? ¿Que aprendisteis la lección?
Midas se echó a reír.
—¿Puedo ver tu mochila un momento, querida? Lánzamela.
Piper vaciló, pero no deseaba ofender al rey. Vació la mochila y se la arrojó a Midas. En cuanto él la cogió, la bolsa se volvió de oro, como escarcha esparciéndose sobre la tela. Seguía pareciendo flexible y blanda, pero decididamente era de oro. El rey se la lanzó de nuevo.
—Como ves, todavía puedo convertir cualquier cosa en oro —dijo Midas—. Ahora esa mochila también es mágica. Adelante, mete dentro a tus enemigos, los espíritus de la tormenta.
—¿En serio?
Leo se interesó de repente. Le quitó a Piper la mochila y la acercó a la jaula. Tan pronto como abrió la cremallera, los vientos se agitaron y protestaron aullando. Los barrotes de la jaula empezaron a vibrar. La puerta de su prisión se abrió y los vientos fueron aspirados directamente por la mochila. Leo cerró la cremallera y sonrió.
—Lo reconozco. Mola.
—¿Has visto? —dijo Midas—. Mi don, ¿una maldición? Por favor. No aprendí ninguna lección, y la vida no es ningún cuento, muchacha. Sinceramente, mi hija Zoe era mucho más simpática convertida en estatua de oro.
—Hablaba mucho —comentó Lit.
—¡Exacto! Así que volví a convertirla en oro.
Midas señaló con el dedo. En el rincón había una estatua dorada de una chica con expresión de sorpresa, como si estuviera pensando: «¡Papá!».
—¡Es terrible! —exclamó Piper.
—Bobadas. A ella le da igual. Además, si hubiera aprendido la lección, ¿habría acabado con esto?
Midas se quitó su enorme gorro de dormir, y Jason no supo si echarse a reír o vomitar. Midas tenía unas largas orejas peludas que le sobresalían entre el pelo blanco, como las de Bugs Bunny, pero no eran orejas de conejo. Eran de burro.
—Vaya —dijo Leo—. No tenía necesidad de ver eso.
—Terrible, ¿verdad? —prosiguió Midas suspirando—. Unos años después del incidente del oro, hice de juez en una competición de música entre Apolo y Pan, y declaré vencedor a Pan. Apolo, que tenía mal perder, dijo que yo debía tener orejas de burro, y voilà. Esta fue la recompensa que obtuve por ser sincero. Intenté mantenerlas en secreto. Solo mi barbero lo sabía, pero no pudo evitar chismorrear. —Midas señaló otra estatua: un hombre calvo con una toga sujetando unas tijeras—. Es él. Ya no volverá a contar los secretos de nadie.
El rey sonrió. De repente, a Jason dejó de parecerle un hombre inofensivo con un albornoz. Sus ojos tenían un brillo alegre: la mirada de un loco que sabía que estaba loco, que aceptaba su locura y que disfrutaba de ella.
—Sí, el oro tiene muchos usos. Creo que por eso me trajeron de vuelta, ¿verdad Lit? Para financiar a nuestra patrona.
Lit asintió con la cabeza.
—Eso y mi mano con la espada.
Jason lanzó una mirada a sus amigos. De repente, el aire de la sala parecía mucho más frío.
—Así que tenéis una patrona —dijo Jason—. Trabajáis para los gigantes.
El rey Midas agitó la mano despectivamente.
—Bueno, los gigantes no me resultan simpáticos, por supuesto. Pero incluso los ejércitos sobrenaturales necesitan ser remunerados. Tengo una gran deuda con mi patrona. Intenté explicárselo al último grupo que vino, pero no eran nada amistosos. Se negaron en redondo a colaborar.
Jason se metió la mano en el bolsillo y cogió la moneda de oro.
—¿El último grupo?
—Cazadoras —gruñó Lit—. Las condenadas hijas de Artemisa.
Jason notó una chispa de electricidad —una chispa real— que le recorrió la columna. Percibió un olor a fuego eléctrico, como si acabara de derretir unos muelles del sofá.
Su hermana había estado allí.
—¿Cuándo? —preguntó—. ¿Qué pasó?
Lit se encogió de hombros.
—¿Hace unos días? Por desgracia, no llegué a matarlas. Estaban buscando a unos lobos malvados o algo por el estilo. Dijeron que estaban siguiendo un rastro en dirección al sur. Un semidiós que había desaparecido… No me acuerdo.
Percy Jackson, pensó Jason. Annabeth había dicho que las cazadoras lo estaban buscando. Y en el sueño de la casa incendiada entre las secuoyas, Jason había oído aullar a unos lobos enemigos. Hera los había llamado los guardianes. Tenía que guardar alguna relación.
Midas se rascó las orejas de burro.
—Unas jovencitas muy desagradables, esas cazadoras —recordó—. Se negaron en redondo a que las convirtiera en oro. Gran parte de las medidas de seguridad de fuera las instalé para evitar que volviera a pasar algo así. No tengo tiempo para los que no son inversores serios.
Jason se levantó con recelo y lanzó una mirada a sus amigos. Ellos captaron el mensaje.
—Bueno —dijo Piper, esbozando una sonrisa—. Ha sido una visita estupenda. Bienvenido a la vida. Gracias por la mochila de oro.
—¡Oh, pero no podéis marcharos! —dijo Midas—. ¡Ya sé que no sois inversores serios, pero no hay ningún problema! Tengo que reconstruir mi colección.
Lit estaba sonriendo cruelmente. El rey se levantó, y Leo y Piper se apartaron de él.
—No os preocupéis —les aseguró el rey—. No tenéis por qué convertiros en oro. Siempre doy a mis invitados a elegir entre dos opciones: formar parte de mi colección o morir a manos de Litierses. De las dos maneras está bien.
Piper intentó usar la embrujahabla.
—Su Majestad, no podéis…
Midas arremetió contra ella y la agarró de la muñeca más deprisa de lo que debería haber podido moverse cualquier anciano.
—¡No! —gritó Jason.
Pero una capa de oro se esparció sobre Piper, y en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en una estatua reluciente. Leo intentó invocar el fuego, pero se había olvidado de que su poder no funcionaba. Midas le tocó la mano, y Leo se transformó en metal sólido.
Jason se quedó tan horrorizado que apenas pudo moverse. Sus amigos… acababan de morir. Y él no había podido impedirlo.
Midas sonrió como pidiendo disculpas.
—Me temo que el oro supera al fuego. —Señaló con la mano las cortinas y los muebles de oro—. En esta sala, mi poder anula al resto: el fuego… incluso la embrujahabla. Lo que me deja un solo trofeo más por conseguir.
—¡Hedge! —gritó Jason—. ¡Necesito ayuda aquí dentro!
Por una vez, el sátiro no irrumpió en la sala. Jason se preguntó si le habían alcanzado los láseres o si estaba en el fondo de un foso.
Midas se rió entre dientes.
—¿La cabra no viene al rescate? Qué pena. Pero no te preocupes, muchacho. No es nada doloroso. Lit te lo puede contar.
Jason se decidió por una opción.
—Elijo pelear. Habéis dicho que podía elegir luchar contra Lit.
Midas se quedó un poco decepcionado, pero se encogió de hombros.
—He dicho que podíais morir luchando. Pero, cómo no, si lo deseas…
El rey retrocedió, y Lit alzó la espada.
—Voy a disfrutar con esto —dijo Lit—. ¡Soy el Segador de Hombres!
—Vamos, Deshojador de Maíz.
Jason invocó su arma. Esta vez apareció como una jabalina, y Jason se alegró de contar con la longitud adicional.
—¡Oh, un arma de oro! —dijo Midas—. Muy bonita.
Lit atacó.
Era rápido. Comenzó a dar sablazos, y Jason a duras penas esquivaba los golpes, pero su mente estaba analizando pautas y aprendiendo el estilo de lucha de Lit, que consistía exclusivamente en atacar sin defenderse.
Jason contratacó, sin dejar de fintar y parar estocadas. Lit parecía sorprendido de que siguiera con vida.
—¿Qué estilo es ese? —gruñó Lit—. No estás luchando como un griego.
—Entrenamiento de la legión —dijo Jason, aunque no estaba seguro de dónde había sacado la respuesta—. Es romano.
—¿Romano? —Lit atacó de nuevo, y Jason desvió su espada—. ¿Qué es «romano»?
—Noticia de última hora —dijo Jason—. Mientras estabais muertos, Roma venció a Grecia. Creó el imperio más grande de todos los tiempos.
—Imposible —repuso Lit—. Nunca había oído hablar de ellos.
Jason se dio media vuelta, golpeó a Lit en el pecho con la empuñadura de la jabalina y lo lanzó al trono de Midas.
—Vaya —dijo Midas—. ¿Lit?
—Estoy bien —gruñó Lit.
—Más vale que lo ayudéis a levantarse —dijo Jason.
—¡No, papá! —gritó Lit.
Demasiado tarde. Midas posó la mano en el hombro de su hijo y, de repente, una estatua de oro con expresión muy airada apareció en el trono del rey.
—¡Maldición! —protestó Midas—. Eso ha estado muy feo, semidiós. —Dio una palmada a Lit en el hombro—. No te preocupes, hijo. Te llevaré al río después de cobrar mi premio.
Midas echó a correr hacia delante. Jason se hizo a un lado, pero el anciano también era rápido. Jason lanzó la mesita del café contra las piernas del rey de una patada y lo derribó, pero Midas no duró mucho en el suelo.
A continuación, Jason echó un vistazo a la estatua dorada de Piper. La ira se apoderó de él. Era el hijo de Zeus. No podía fallar a sus amigos.
Experimentó una sacudida en las entrañas, y la presión atmosférica descendió tan deprisa que se le taponaron los oídos. Midas también debió de notarlo, porque se levantó tambaleándose y se llevó las manos a sus orejas de burro.
—¡Eh! ¿Qué estás haciendo? —preguntó—. ¡Mi poder es supremo en esta sala!
Un trueno retumbó. En el exterior, el cielo se oscureció.
—¿Sabéis otro buen uso del oro? —dijo Jason.
Midas arqueó las cejas, súbitamente entusiasmado.
—¿Sí?
—Es un excelente conductor de electricidad.
Jason levantó la jabalina, y el techo estalló súbitamente. Un relámpago atravesó el tejado como si fuera una cáscara de huevo, alcanzó la punta de la lanza de Jason y lanzó unos arcos de energía que hicieron añicos los sofás. Del techo cayeron pedazos de yeso. La araña de luces chirrió y su cadena se partió, y Midas gritó al verse inmovilizado por ella contra el suelo. El cristal se convirtió en oro al instante.
Cuando el estruendo cesó, una lluvia helada cayó dentro del edificio. Midas maldijo en griego antiguo, totalmente inmovilizado debajo de la araña. La lluvia lo empapó todo y convirtió de nuevo la araña de luces en cristal. Piper y Leo también estaban transformándose poco a poco, junto con las otras estatuas de la sala.
Entonces la puerta principal se abrió de golpe, y el entrenador Hedge irrumpió en la estancia con la porra en ristre. Tenía la boca cubierta de tierra, nieve y hierba.
—¿Me he perdido algo? —preguntó.
—¿Dónde estaba? —inquirió Jason. La cabeza le daba vueltas después de haber invocado el relámpago, y evitó desmayarse a duras penas—. Le estaba pidiendo ayuda.
Hedge eructó.
—Tomando un tentempié. Lo siento. ¿A quién hay que matar?
—¡A nadie! —dijo Jason—. Coja a Leo. Yo iré a por Piper.
—¡No me dejéis así! —protestó Midas.
Alrededor del rey, las estatuas de sus víctimas estaban volviéndose de carne y hueso: su hija, su barbero y un montón de tipos enfadados con espadas.
Jason cogió la mochila dorada de Piper y sus provisiones. A continuación, lanzó una alfombra sobre la estatua dorada de Lit sentada en el trono. Con suerte, eso impediría que el Segador de Hombres volviera a ser humano… al menos hasta después de que lo hicieran las víctimas de Midas.
—Larguémonos de aquí —le dijo Jason a Hedge—. Creo que estos tipos querrán estar a solas con Midas.