Capítulo Doce

 

Isa sabía que tendría que impedir lo que estaba ocurriendo. Pero cuando sintió el contacto de sus labios y las lentas y suaves caricias de su lengua, a dejó de importarle. Lo único importante era sentir a Marc besándola y electrizando todo su cuerpo.

Sus brazos se movieron solos, rodeando su cuello y tirando de él para acercarlo más, hasta que estuvieron boca contra boca, pecho contra pecho, sexo contra sexo. Era una sensación maravillosa.

–Isa, nena –murmuró él –. Quiero…

–Sí –liberó su boca para besarle el cuello, la mandíbula, la oreja–. Quieras lo que quieras, sí.

Marc, si pensarlo más, colocó las manos en sus nalgas y la levantó hacia él.

Isa gimió con desesperación, pidiendo más, al tiempo que rodeaba su cintura con la piernas. Él volvió a capturar su boca con labios ardientes y firmes. Giró un poco el cuerpo y, sin soltarla, fue hasta la parte trasera del avión y cruzó una puerta. Tras ella había una cama doble, cubierta con una colcha negra y sabanas de seda gris.

A pesar de llevarla en brazos, no falló un paso ni dejó de besar cada centímetro de piel que había al alcance de sus labios hasta que, con una sonrisa traviesa, la dejó caer en el centro de la cama.

Isa alzó las manos hacia su pecho y tiró de él. Cuando lo tuvo encima, rodó sobre la cama para cambiar de posición y sentarse sobre sus caderas.

–Es mi turno –le dijo, con voz anhelante.

–Lo dices como si fuera a quejarme –sonrió y enarcó la maldita ceja que había enamorado a Isa.

–¿No vas a hacerlo?

–Te tengo encima de mí, caliente, deseosa y… –metió la mano entre sus piernas y le acarició el sexo– húmeda. ¿De qué diablos iba a quejarme?

Ella se inclinó y le hizo callar con un beso apasionado. Después, empezó a tironear de su camisa, desesperada por sentir la calidez de su piel y las curvas de sus músculos. Marc, riéndose, se incorporó un poco para facilitarle la tarea.

Isa asaltó sus hombros, su musculoso pecho y su perfecto abdomen con manos y lengua. Cuando introdujo los dedos y la lengua bajo la cintura de sus vaqueros, Marc tragó aire y se arqueó hacia ella.

–Isa, cielo…

–Te tengo sujeto –dijo ella, burlona, mientras le desabrochaba el cinturón y los vaqueros.

Después, tiró de sus zapatos, pantalones y calzoncillos hasta que Marc estuvo gloriosamente desnudo.

Él farfulló una maldición e intentó agarrarla, pero ella, de rodillas ante él, apartó sus manos.

–Es mi turno –repitió, antes poner los labios en su erección.

Él emitió un gruñido ronco y profundo y enredó los dedos en su pelo mientras ella lo besaba de arriba abajo. Marc arqueó las caderas y se removió, desesperado. Isa sabía lo que estaba pidiendo, pero no estaba lista para dárselo aún. La última noche que habían pasado juntos, él la había atormentado durante horas.

Cuando Marc le agarró la barbilla y ladeó su cabeza para mirarla con ojos oscuros y nublados de deseo, capturó su miembro con la boca.

Él se estremeció y gritó su nombre. Isa no había olvidado lo que le gustaba a Marc. Recordaba su sabor cuando se dejaba ir sobre su lengua y quería paladearlo de nuevo.

Sabía que estaba muy cerca de conseguirlo. Pero Marc no se lo permitió. Agarró una de sus manos y con la otra la obligó a levantar la cabeza para besar su boca.

–Quiero saborearte –protestó ella.

Pero Marc empezó a pellizcar y frotar uno de sus pezones, provocándole un gemido de placer, que bastó para que se arrodillara junto a ella y la besara profunda y apasionadamente.

Isa no podía pensar, ni moverse, ni respirar. Quería que ese momento fuera eterno.

Poco después, Marc la levantó del suelo y la extendió en la cama, como un festín para sus ojos.

–Marc –suplicó ella, tirando de sus hombros para que se pusiera encima. Darle placer había alimentado su propio deseo y necesitaba sentirlo dentro. Pero Marc tenía otras intenciones. Cuando empezó a depositar besos ardientes y húmedos en su sexo, Isa perdió el control y se alzó contra su deliciosa boca. Él puso las manos bajo las nalgas y le alzó las caderas.

Una y otra vez, la llevó al borde del éxtasis, sin dejarla culminar, hasta convertirla en un ser balbuceante que suplicaba, prometía y se derretía bajo su boca.

Se apartó un instante para ponerse un preservativo y luego se deslizó en su interior, mientras besaba su boca y seguía acariciando su sexo. No hizo falta más.

Ella estalló como un cohete, entregándose a un clímax interminable, gimiendo su nombre y apretándolo contra sí. Marc siguió su ritmo mientras se perdía en una vorágine de placer. Tras una última embestida, lenta y profunda, besó su boca con pasión abrasadora, llevándola al orgasmo de nuevo. Esa vez la acompañó en el viaje, posiblemente el mejor de su vida.