Isa miró a Marc con incredulidad. Le costaba creer que hubiera hecho esa pregunta en serio, como si fueran dos niños lanzándose retos. Ella había renunciado a los juegos infantiles la misma noche en que recorrió cuarenta manzanas bajo la lluvia helada sin siquiera un abrigo que la protegiera del temporal. Después, se había creado una vida nueva y mejor, usando un nombre que nadie en la industria del diamante relacionaría con el de su padre. No iba a permitir que él diera al traste con todo eso.
–No tengo tiempo para esto –rezongó, irritada–. Me gustaría decir que ha sido agradable verte de nuevo, pero ambos sabemos que estaría mintiendo. Así que… –movió la mano– que te vaya bien.
Giró sobre los talones y empezó a andar. Había dado solo dos pasos cuando una mano grande y callosa le agarró de la muñeca y la detuvo.
–No pensarás que va a ser tan fácil, ¿verdad? –los dedos ásperos acariciaron la delicada piel del interior de su muñeca.
Esa caricia había sido tan habitual durante el tiempo que habían pasado juntos que Isabella había seguido sintiéndola años después de su ruptura. A pesar de cuanto había ocurrido entre ellos, aun sabiendo que tenía el poder de volver a arruinarle la vida, su traicionero corazón se aceleró con el leve contacto.
Furiosa consigo misma por ser tan fácil, y con él por ser tan endiabladamente atractivo, liberó el brazo de un tirón.
–No sé a qué te refieres –dijo con voz gélida, obligándose a mirarlo a los ojos.
–Sigues siendo buena mentirosa –estiró la mano y tocó su trenza–. Me alegra ver que algunas cosas no han cambiado.
–Yo nunca te mentí.
–Pero tampoco me dijiste la verdad. A pesar de que eso nos habría ahorrado a mi empresa y a mí mucho tiempo, dinero y vergüenza.
Ella no pudo evitar sentirse embargada por una oleada de remordimiento, su constante compañero. Aun así, se negaba a asumir toda la culpabilidad, sobre todo cuando el hombre tierno que había conocido se había desvanecido como humo.
–Bueno, parece que aterrizaste de pie –dijo.
–Igual que tú –volvió la vista hacia el aula–. Profesora del GIA, y una de las mejores expertas del mundo en diamantes sin conflicto. Admito que tu desaparición me hizo pensar que habías decidido seguir los pasos de tu padre.
Isa tragó aire; la horrorizó comprobar que sus palabras aún tenían la capacidad de herirla.
–No soy una ladrona –no pudo evitar que se le cascara la voz a media frase.
Los ojos de él se oscurecieron un segundo y ella pensó que se había ablandado. Que la tocaría como en el pasado, con esa ternura que hacía que se sintiera adorada. Un cosquilleo recorrió su cuerpo y, a pesar de sus palabras hirientes y de lo que había ocurrido entre ellos, estuvo a punto de rendirse. Tuvo que afirmar las piernas para no apoyarse en él como había hecho tantas veces antes.
Él carraspeó, rompiendo el hechizo. Los malos recuerdos la asaltaron y las lágrimas le quemaron los ojos, sin llegar a derramarse. Ya había llorado cuanto iba a llorar por él. Su relación era agua pasada y pretendía que siguiera siéndolo.
Dio un paso atrás. Esa vez él no la detuvo, se limitó a esbozar una mueca burlona.
Isa tomó aire, lo miró a los ojos e hizo lo único que sabía hacer a esas alturas: abrirse y decir la verdad.
–Mira, sé que quieres venganza, y te la mereces. Siento mucho, muchísimo, lo que te hizo pasar mi padre. Pero él ya no está y no puedo hacer nada para cambiar las cosas. ¿Puedes aceptar mis más sinceras disculpas y dejar que sigamos nuestros caminos? Tú da tu clase y yo daré la mía. El pasado, pasado está.
Él no se movió, ni parpadeó siquiera, pero Isa habría jurado que daba un respingo. Esperó a que dijera algo, lo que fuera, pero según transcurrían los segundos fue poniéndose más y más nerviosa. Ser observada por Marc Durand era como estar ante un depredador hambriento que, gracias a sus dientes, garras, agilidad e inteligencia, aventajara a todas las demás especies de la sabana.
Se estremeció bajo su escrutinio, consciente de que la última vez que la había mirado durante tanto tiempo, había estado desnuda y suplicándole que le hiciera el amor. Aunque no había nada más lejos de su mente que acostarse con él, su traicionero cuerpo aún recordaba el placer que le había proporcionado. Un placer que nadie había conseguido igualar, ni antes ni después.
Se sonrojó de vergüenza al notar que el recuerdo le endurecía los pezones. Él la odiaba, su sola presencia lo disgustaba. Ella llevaba seis años viviendo una nueva vida, intentando olvidarlo, pero seguía sin poder evitar fantasear con la sensación de estar en sus brazos. Marc era un amante increíble –apasionado, generoso y divertido–, y los meses que había pasado con él habían sido los mejores de su vida.
Se recordó que habían sido seguidos por los peores meses, los más amargos, y no debía olvidarlo. Que su cuerpo siguiera en sintonía con él, que lo deseara, no implicaba que lo hiciera el resto de ella. En el pasado, la química sexual no los había llevado demasiado lejos.
Marc seguía sin hablar, y el silencio cargado de sensualidad era cada vez más incómodo. Isa cuadró los hombros y carraspeó.
–Voy muy retrasada. Tengo que irme.
Odió sonar como si le estuviera pidiendo permiso, pero no se creía capaz de andar si no la ayudaba a romper la conexión surgida entre ellos.
–Esta noche hay un cóctel –dijo él con brusquedad–. En la galería de gemas.
–Sí –dijo ella, sorprendida por el brusco cambio de tema–. Es la fiesta social de primavera.
–Ve conmigo.
Isa movió la cabeza, creyendo haber oído mal. Marc no podía haberle pedido que fuera al cóctel de la facultad con él. ¿Por qué iba a hacerlo? La única razón posible era que pretendiese humillarla ante todos sus colegas.
El Marc que había conocido, de quien había estado locamente enamorada, nunca habría hecho algo así. Pero habían pasado seis largos años, y el hombre duro, enfadado e inflexible que tenía delante parecía capaz de todo. No quería saber nada de él, dijera lo que dijera su cuerpo.
–No puedo.
–¿Por qué no? –preguntó él, molesto.
–Ya tengo compromiso –dijo ella, sin pensarlo. No era mentira, pero tampoco estrictamente verdad. Hacía semanas que ella y Gideon, un profesor, habían quedado en ir juntos. Solo eran amigos y sabía que a Gideon no le habría importado que cancelara la cita.
Pero no quería hacerlo. A duras penas estaba soportando los quince minutos de conversación con Marc. No podía ni imaginar lo que ocurriría con ella, y con la nueva identidad por la que tanto había trabajado, si pasaba toda la velada con él; si se rendía a la atracción que seguía habiendo entre ellos. Aunque estuviera lo bastante loca para seguir deseándolo, no volvería a ser su chivo expiatorio, esos días habían quedado atrás.
–¿Quién es él? –Marc casi rechinó los dientes.
–Gideon, no lo conoces. Pero tal vez nos veamos allí –forzó una sonrisa e incluso agitó la mano antes de empezar a andar por tercera vez en veinte minutos. Esa vez Marc la dejó marchar.
Isa casi había logrado convencerse de que se alegraba de ello cuando abrió la puerta lateral y sintió la caricia del sol primaveral.
–¿Quién se meó en tu desayuno? –exigió Nic.
Marc alzó la vista del ordenador y frunció el ceño. Como era habitual, su hermano menor había entrado al despacho sin llamar. No solía molestarlo, pero en ese momento, horas después de su conversación con Isa, lo que menos le apetecía era lidiar con Nic. Su hermano, además de ser muy perspicaz, tenía un sentido del humor bastante retorcido. Era una combinación peligrosa, que obligaba a Marc a estar en alerta si quería mantenerse a salvo de sus pullas. Ese día no tenía fuerzas para intentarlo.
–No sé de qué estás hablando.
–Claro que sí. Mírate la cara.
–Eso es imposible, teniendo en cuenta que no hay ningún espejo.
–¿Por qué me habrá tocado tener un hermano sin la menor imaginación? –clamó Nic, mirando al techo.
–Para que tú parecieras el hermano gracioso –contestó Marc.
–Era una pregunta retórica. Además, no tengo que parecer el hermano gracioso, lo soy –Nic puso los ojos en blanco–. De acuerdo, no puedes ver tu cara. Yo sí. Y te diré que tienes aspecto de… –hizo una pausa, como si buscara un símil.
–¿De que alguien se meó en mi desayuno?
–Exactamente. ¿Qué ocurre? ¿Hay problemas con De Beers?
–No más de los habituales.
–¿Con la nueva mina?
–No. Acabo de hablar con Heath y las cosas van bien. Empezaremos a dar beneficios en otoño.
–¿Lo ves? ¿Quién dice que no es posible ganar dinero con diamantes sin conflicto?
–¿Unos bastardos avaros carentes de corazón y conciencia social?
–También era una pregunta retórica –rezongó Nic–. Pero es una buena respuesta.
Marc intentó concentrarse en la hoja de cálculo que mostraba la pantalla del ordenador. Los datos de producción de las minas solían ser como una droga para él, pero ese día le parecían un incordio. No podía dejar de pensar en Isa y en el hombre que iba a escoltarla al cóctel. Se preguntaba si sería amigo, novio o amante. La última posibilidad lo llevó a cerrar los puños y apretar los dientes.
–¡Ahí está! –exclamó Nic–. A esa expresión me refería.
–Insisto en que yo no la veo.
–Insisto en que yo sí, así que dime a qué se debe. Si no estamos perdiendo dinero, ni inmersos en la lucha de poder con De Beers, ¿qué te tiene tan flipado?
–Yo no flipo –refutó Marc, ofendido.
–Pero tranquilo no estás. Seguiré incordiando hasta que me digas qué va mal, así que escúpelo cuanto antes, o ya puedes olvidarte de volver a esa hoja de cálculo.
–¿Qué te hace creer que estoy con una hoja de cálculo?
–Asúmelo, te pasas la vida mirando hojas de cálculo –Nic se sentó y puso los pies sobre el escritorio–. Habla.
Marc simuló que volvía al trabajo, pero Nic no se dio por aludido. El silencio se alargó. Por fin, Marc hizo lo que su hermano le pedía.
–Hoy me he encontrado con Isa.
–¿Isa Varin? –los pies de Nic volvieron el suelo de golpe y se enderezó en la silla.
–Ahora es Isabella Moreno.
–¿Está casada? –soltó un largo silbido–. No me extraña que estés de mal humor.
–¡No está casada! –rezongó Marc–. Y aunque lo estuviera, no es asunto mío.
–No, claro que no –se burló Nic–. Llevas seis años saliendo con todas las pelirrojas que te has encontrado con la ridícula intención de sustituirla. Pero su estado civil no es asunto tuyo.
–Yo nunca… –calló de repente. Habría querido decirle a su hermano que se equivocaba, pero al repasar mentalmente la lista de mujeres con las que había salido, comprendió que Nic podría tener parte de razón.
No se había dado cuenta antes, pero todas eran pelirrojas, altas, delgadas, de aspecto delicado y sonrisa amplia. Maldijo para sí. Tal vez, inconscientemente, llevaba años buscando una sustituta de Isa. Nunca lo había pensado, pero no podía ignorar la evidencia.
–Si no se ha casado, ¿por qué el cambio de nombre?
–Me dijo que quería volver a empezar.
–Normal –dijo Nic, comprensivo.
–¿Qué se supone que significa eso? –a Marc no le había gustado nada el tono de Nic.
–¿Tú que crees? Las cosas no acabaron bien entre vosotros. Aunque sé que cuando la echaste pensabas que era lo correcto.
–¡Era lo que tenía que hacer! ¿En serio crees que había otra opción? –Marc agitó la mano para evitar que respondiera, habían hablado del tema cientos de veces–. Aun así, he gastado un montón de dinero en investigadores privados estos años. Alguno tendría que haber descubierto ese cambio de nombre.
–No si no lo hizo legalmente.
–Tiene que ser legal. Tiene un contrato de trabajo con ese nombre.
–¿Has olvidado quién era su padre? Con esa clase de contactos, se puede conseguir una identidad nueva sin siquiera parpadear.
–Isa no haría eso –Marc no estaba demasiado seguro de sus palabras. Lo que decía su hermano tenía sentido. Al fin y al cabo, no sería la primera vez que Isa mentía, o robaba.
¿Cómo podía haber acabado la hija de un ladrón de joyas de fama mundial trabajando en la sede internacional del Instituto Gemológico Americano, por mucho que fuera una de las mejores en su campo? Trabajando allí tenía acceso a algunas de las mejores gemas del mundo, que gracias a un sistema de préstamo rotativo, pasaban por el instituto con bastante frecuencia.
Cabía la posibilidad de que ella no fuera una ladrona, pero la reputación de su padre habría bastado para cerrarle las puertas del GIA, a no ser que hubiera hecho lo que suponía su hermano. Además, si el cambio de nombre fuera oficial, los detectives que había contratado para buscarla lo habrían descubierto.
–Dime, ¿cómo le va? –Nic interrumpió el pensamiento de Marc–. ¿Está bien?
–Sí, está bien –a Marc le había parecido que tenía un aspecto saludable, feliz y resplandeciente, al menos hasta que lo vio él. Entonces su luz interior se había apagado.
–Me alegro. A pesar de la debacle con su padre, y de lo que ocurrió entre vosotros, siempre me gustó.
A Marc también le había gustado. Tanto que le había pedido que fuera su esposa, a pesar de que antes de conocerla se había jurado no casarse nunca. El matrimonio de sus padres había distado mucho de ser un buen ejemplo para él y para Nic.
–Entonces, ¿le has pedido que salga contigo?
–¿Qué? ¿Bromeas? ¿No acabas de recordarme lo mal que acabaron las cosas entre nosotros?
–Fuiste un poco idiota, eso es innegable. Pero Isa tiene buen corazón. Seguro que te perdonaría…
–No soy yo quien necesita perdón. ¡Estuvo a punto de arruinar nuestros planes para Bijoux!
–Fue su padre quien lo hizo, no ella.
–Ella lo sabía todo.
–Sí, pero ¿qué iba a decir? «Por cierto, cielo, ese robo de diamantes que tanto te preocupa, el que está llevando a tu empresa a la ruina, creo que fue cosa de mi papi».
–Eso habría estado bien. Así no habría tenido que oírlo de boca del jefe de seguridad.
–Dale un respiro. Tenía veintiún años y seguramente estaba muerta de miedo.
–Te has vuelto muy comprensivo de repente –Marc frunció el ceño–. Si no recuerdo mal, también pediste su cabeza cuando ocurrió todo.
–La cabeza de su padre –corrigió Nic–. Creía que debía pagar por lo que hizo, fuiste tú quien se negó a demandarlo. Y quien tiró de muchos hilos para evitarle problemas. Diablos, aún sigues devolviendo los favores que debes por esa debacle.
Nic tenía razón. Marc se había preguntado más de una vez en qué demonios había estado pensando para esforzarse tanto por mantener al padre de Isa fuera de prisión. Pero cuando había visto el rostro de Isa, pálido y aterrorizado, había sabido que no tenía otra opción.
Marc se puso en pie y fue hacia uno de los ventanales que conformaban la esquina de su despacho. Estudió la fantástica vista del océano Pacífico estrellándose contra la orilla rocosa con la esperanza de que templara el enfado y la confusión que bullían en su interior. Había sido buena idea trasladar la sede de Bijoux a San Diego, seis meses antes. Lo había hecho por la proximidad de la sede internacional del GIA, pero tener acceso al océano era un plus.
–Salvatore era un hombre viejo y enfermo, y falleció ese mismo año. No tenía sentido que pasara sus dos últimos meses de vida en una celda.
–Lo hiciste por Isa, y porque bajo esa coraza gruñona hay un corazón bastante blando –sonó la alarma de su móvil y Nic se levantó de un salto–. Tengo que irme. Hay una reunión de marketing dentro de cinco minutos.
–¿Va bien la nueva campaña?
Marc hacía las funciones de director ejecutivo de Bijoux, ocupándose de asuntos de negocios y finanzas: contratos gubernamentales, minería, personal y distribución. Su hermano, el genio creativo de la familia, tenía a su cargo marketing, relaciones públicas, ventas y cualquier cosa que afectara a la imagen pública de Bijoux. Lo hacía de maravilla, lo que permitía a Marc concentrarse en lo que más le gustaba: ampliar el negocio familiar hasta convertirlo en la mayor empresa con responsabilidad social y medioambiental de la industria del diamante.
–Va de maravilla –dijo Nic–. Pero me gusta asistir a las reuniones para escuchar las ideas y ver de qué se habla, así estoy al tanto de todo.
–Y luego dicen que yo soy el controlador de la familia.
–Es que lo eres. Yo solo soy concienzudo. Ya ves, siempre hago canasta –fue hacia la puerta–. En serio, hermano –dijo, antes de salir–. El destino te ha dado otra oportunidad con Isa. Deberías aprovecharla.
–No creo en el destino. Y no quiero otra oportunidad con ella.
–¿Estás seguro de eso?
–Por completo.
Después de lo que había ocurrido entre ellos, lo último que quería era darle a Isa otra oportunidad de destrozar su empresa o su corazón.
Volver a acostarse con ella, sí, claro que quería. Isa estaba bellísima cuando se excitaba, y era increíblemente sexy, sobre todo cuando gritaba su nombre al tener un orgasmo. El sexo con ella había sido fantástico, el mejor de su vida.
–Pues entonces, olvídala –aconsejó Nic–. Ambos habéis seguido vuestro camino. Lo pasado, pasado está.
–Eso pretendo hacer.
Sin embargo, Marc no podía dejar de pensar en Isa y en su acompañante a la fiesta de esa noche. Se preguntaba quién era el tal Gideon y qué quería de ella.
La imagen de Isa dando su clase destelló en su mente. Los ojos brillantes de entusiasmo al hablar de su tema favorito, la piel sonrosada y resplandeciente; el largo pelo rojo atrapado en una ridícula trenza; el delicioso cuerpo oculto, pero dibujado, bajo unos pantalones de vestir y un jersey de cuello alto.
Seis años antes, Isa había sido pura calidez y pasión por la vida, por las gemas y por él. Pero se había transformado en una mujer distinta, mezcla de frío y calor, a la que, a pesar de su traición, no podía evitar seguir deseando.
Esa tarde Isa no había mostrado ningún interés por retomar su relación, pero había visto cómo lo miraba, cómo se inclinaba hacia él cuando la tocó. Sonrió al pensar que tal vez no supusiera demasiado reto llevársela a la cama y hacerla suya una y otra vez, de todas las maneras en que un hombre puede hacer suya a una mujer.
Así se la sacaría de la cabeza y cerraría de una vez para siempre ese capítulo de su vida.