Capítulo Tres

 

Marc estaba allí. No se habían encontrado aún, pero Isa había percibido que la observaba desde el momento en que Gideon y ella habían entrado a la fiesta. Siempre había sido así, si Marc estaba cerca, intuía su presencia.

–¿Quieres beber algo? –preguntó Gideon.

Isa sabía que había acercado la boca a su oído para que lo oyera por encima de la música y el runrún de las conversaciones, pero la incomodó sentir su aliento tan cerca de la mejilla y el cuello.

Gideon era su amigo y acompañante ocasional para ir al cine y a fiestas. Se conocían desde hacía tres años, y él nunca había dado indicios de querer más que eso. Eran amigos y colegas, refugio mutuo en caso de tormenta. Se preguntó por qué, de repente, se sentía incómoda con él.

Sintió un escalofrío al contestarse a sí misma. Era porque Marc estaba allí, observándola. Sabía que no le gustaría que Gideon estuviera tan cerca de ella con la mano en su espalda.

Rechazó el pensamiento de inmediato. Marc y ella habían roto hacía seis largos años. Seguramente, no le importaba ni lo más mínimo que estuviera allí con Gideon, era solo un recuerdo reflejo del pasado. Marc había sido muy posesivo entonces y, a decir verdad, ella también.

–¿Isabel? –la voz de Gideon bajó de tono una octava y la preocupación oscureció sus ojos verdes–, ¿estás bien? Te he notado rara desde que te recogí.

Gideon tenía razón. Isa se sentía rara desde su encuentro con Marc. Saber que estaba allí, en la fiesta, había hecho que se sintiera mil veces peor.

–Lo siento. Estoy algo abstraída, pero te prometo dar de lado a mis pensamientos –le sonrió con calidez para compensarlo.

–Cuidado con esa sonrisa, mujer. Es un arma letal –bromeó él–. Ya sabes que si me necesitas para algo, puedes contar conmigo –añadió.

–Lo sé. Estoy bien, de verdad –se inclinó hacia él y besó su mejilla–. Pero tengo sed.

–¿Quieres lo de siempre? –preguntó, mientras la conducía hasta un grupo de colegas.

–Sí, perfecto.

Gideon la dejó con los amigos y puso rumbo al bar. Isa intentó relajarse y disfrutar, pero le resultaba imposible. Sentía los ojos de Marc en su espalda.

–¿Qué tal el ballet al que fuiste la semana pasada –preguntó Maribel, otra de las profesoras del GIA–. Sentí mucho tener que perdérmelo.

–Tu cita con el obstetra era más importante –dijo Isa–. El ballet estuvo genial. Nadie habría dicho que estaba escrito e interpretado por estudiantes de la academia de ballet de San Diego.

–La próxima vez que actúen, iré. Aunque tenga que contratar a una niñera –Maribel se frotó el vientre abultado.

–¿Cómo está el bebé? ¿Cómo te sientes tú?

–El bebé está bien y yo me siento enorme. No sé cómo voy a aguantar dos meses más así.

–Seguro que pasan rápido –dijo Michael, su marido, acariciándole la espalda.

–¿Ah, sí? –rezongó ella–. ¿Eso lo sabes porque tienes experiencia en parecer un balón de playa?

Todos se rieron e Isa empezó a relajarse un poco. Se dijo que si Marc estaba allí, bastaría con que se saludaran educadamente, si acaso.

Gideon regresó y le dio su bebida, una copa de pinot grigio. Iba a darle las gracias cuando oyó la voz del decano a su espalda.

–Buenas noches a todos. Me gustaría presentaros a nuestro nuevo profesor invitado.

A Isa se le encogió el estómago. El decano no se encargaría personalmente de presentar a un profesor cualquiera, pero sí a Marc, propietario y director ejecutivo de la segunda empresa de diamantes en el ranking mundial.

Sus amigos y colegas dieron una cálida bienvenida a Marc. Eran gente amigable y curiosa, que acogían con gusto a cualquier profesor.

Él encajó de maravilla. Memorizó todos sus nombres, contó una anécdota que les hizo reír e hizo las preguntas apropiadas para que cada uno de ellos pudiera lucirse un poco.

En otras palabras, Marc hizo gala de la faceta más social de su personalidad, que dominaba a la perfección. Cuando habían estado juntos, Isa se había esforzado por ser tan encantadora como él y sentirse cómoda en situaciones sociales, pero su timidez le había impedido lograrlo.

Le encantaba hablar con sus alumnos y amigos, pero no se le daba nada bien charlar con desconocidos y esforzarse por decir algo que captara la atención de la gente. Se sentía tan incómoda en esas situaciones que a veces había tenido ataques de ansiedad horas antes de asistir con Marc a algún evento.

Por supuesto, nunca se lo había confesado a Marc, porque no quería que se avergonzara de ella. Lo había amado tanto, había estado tan desesperada por convertirse en su esposa, que habría hecho cualquier cosa que él le pidiera. Cualquier cosa, excepto traicionar a su padre. Y esa decisión, su único enfrentamiento a Marc, le había costado todo.

La ira, el vino y los nervios se unieron en su estómago para provocarle un ataque de náuseas. Gideon notó de inmediato que algo iba mal. Rodeó su cintura con un brazo y la atrajo hacia sí.

–¿Estás bien? –le preguntó al oído, para evitar que los demás lo oyeran.

Gideon era una de las pocas personas a las que había confesado la ansiedad que la atenazaba en situaciones sociales. Por eso insistía en escoltarla a las fiestas y, si tenía que ausentarse siquiera un momento, se aseguraba de que estuviera rodeada de amigos.

–Necesito aire fresco –susurró ella.

–La terraza está abierta. Te acompaño.

–No, tranquilo –rechazó ella. Sabía que Gideon estaba disfrutando de la conversación–. Quédate. Volveré en unos minutos.

–¿Estás segura?

–Sí –le dio un abrazo rápido y, tras excusarse ante los demás, fue hacia la puerta doble que se abría a la terraza, con vistas al océano.

La brisa del mar, salada y fresca, era justo lo que necesitaba para despejar la cabeza. Para olvidarse de Marc y del doloroso pasado que no podía cambiar.

Fue a la parte más oscura de la terraza y apoyó las manos en la barandilla. Cerró los ojos e inspiró profunda y lentamente. No tardó en sentirse más tranquila y controlada. Se preguntó cuánto tiempo podría quedarse allí antes de que Gideon fuera a buscarla.

 

 

Isa deslumbraba. Con una sencilla túnica morada, que destacaba como un faro en un mar de vestidos negros, estaba tan sexy y sensual como él la recordaba. Incluso más; la madurez había otorgado exuberancia a su rostro y a su figura.

Ese payaso de Gideon era consciente de ello, porque aprovechaba cada oportunidad que tenía para acercarse o acariciarla. A Marc le había resultado muy difícil ver a ese bastardo tocar a Isa y no correr a estrellarle un puño en la cara.

Se había controlado porque a Isa parecía gustarle el tipo, aunque eso había ido acrecentado su ira hasta un nivel letal. Los seis años de separación se habían derretido y desaparecido, como la nieve el primer día cálido de primavera.

Observó a Isa sortear a la gente, salir a la terraza y refugiarse en el rincón más oscuro. Vio cómo inspiraba profundamente varias veces y cómo sus bellos pechos se alzaban bajo el profundo escote en uve. Los dedos de Marc cosquillearon con el deseo de tocarlos y moldearlos mientras besaba, lamía y succionaba sus pezones hasta llevarla al orgasmo. Le había encantado hacer eso cuando aún era suya.

Mientras la observaba, la imagen de Gideon arrodillado ante ella, dándole placer como lo había hecho él, irrumpió en su mente. La ira explotó en su interior, atenazando su garganta y haciéndole ver todo de color rojo. Unos segundos después estaba al lado de Isa.

–¿Qué es ese Gideon para ti? –la pregunta se le escapó sin pensar.

Isa abrió los ojos, sobresaltada, y giró hacia él, con una mano temblorosa sobre el corazón.

–Perdona, no quería asustarte.

–¿Qué haces aquí fuera?

–Te he seguido –se acercó y pasó los dedos por la curva de su mejilla.

–¿Por qué?

Él ignoró la pregunta al notar que a ella se le aceleraba la respiración. Estaba nerviosa y excitada. Se habría alegrado si no hubiera pensado, de repente, que esa reacción podía deberse a Gideon en vez de a él.

–¿Qué es ese tipo para ti? –insistió.

–¿Gideon?

No le gustó como ella decía el nombre, con voz suave y cálida. Lo irritó e incrementó su deseo de volver a tenerla en su cama.

–Sí.

–Es mi acompañante. Y mi amigo –se le cascó la voz cuando él deslizó la mano desde su mejilla hasta la base de su cuello. Se mojó los labios con la punta de la lengua.

–¿Nada más? –Marc había necesitado de todo su control para no inclinarse y besar su boca.

–¿Nada más, qué? –Isa respiraba con dificultad.

Marc sintió un destello de lujuria al comprender que ella también lo deseaba. Se acercó más, hasta que sus cuerpos se rozaron, y rodeó su cuello con los dedos. Fue una manera de dar rienda suelta al afán de posesión que rugía en su interior.

Su deseo por Isa era como fuego en sus venas. Se acercó hasta casi rozar sus labios.

–Gideon. ¿Es solo un amigo, o algo más?

–¿Gideon? –tartamudeó ella.

A él le gustó su tono confuso, el que no supiera ni de quién estaban hablando.

–El tipo que te ha traído –dijo, junto a la esquina de su boca–. ¿Estás con él?

–No –Isa se estremeció.

Fue solo un susurro, pero a Marc le bastó. Ella estaba arrebolada y sus pezones se habían endurecido contra su pecho.

–Bien –dijo antes de atrapar su boca.