Tenemos un problema.
–¿Qué ocurre? –preguntó Marc. Nic había entrado al despacho como una tromba, sin llamar.
Su hermano golpeó el escritorio con la mano y todo se movió, incluyendo el ordenador portátil y la taza de café. Por precaución, Marc puso la taza en el aparador que había a su espalda.
Después miró a Nic con serenidad. Su hermano no era de los que perdía los nervios por cualquier cosa. En ese momento, Marc veía pánico en sus ojos, y eso lo inquietó bastante.
–Cuéntame.
–Acabo de hablar con una reportera del LA Times. Quería que hiciera una declaración antes de enviar a imprenta su reportaje sobre Bijoux, supuestamente revelador.
–¿Revelador? ¿Qué diablos va a revelar? –Marc se puso en pie y rodeó el escritorio–. Entre tú yo controlamos todos los aspectos de la empresa. No ocurre nada sin que lo sepamos.
–Eso es exactamente lo que le dije.
–¿Y? –gruñó–. ¿Qué va a revelar?
–Según ella, que estamos sacando diamantes de zonas de conflicto y certificándolos como sin conflicto, para elevar su cotización y maximizar nuestros beneficios.
–Eso es ridículo.
–¡Ya sé que es ridículo! Y se lo dije. Dice que la información procede de una fuente fidedigna.
–¿Cuál es su fuente?
–No quiso decírmelo –Nic se mesó el cabello con frustración.
–Claro que no te lo dijo, porque la fuente no existe. La historia es falsa. Conozco la procedencia exacta de cada cargamento de diamantes. Inspecciono las minas en persona y con regularidad. Yo soy quien recibe los números de certificación y los únicos que tienen acceso a ellos son nuestros expertos en diamantes, en los que confío plenamente.
–Se lo dije. La invité a venir y a hacer una visita guiada de las nuevas instalaciones y ver cómo funcionan las cosas en Bijoux.
–¿Y qué contestó?
–Que había solicitado una visita y Relaciones Públicas se la había denegado. En cualquier caso, ya es demasiado tarde. El artículo se publicará el viernes y le gustaría incluir nuestras declaraciones.
–Eso es dentro de seis días.
–Ya lo sé. Por eso estoy como loco.
Marc agarró el teléfono y pulsó una tecla de llamada directa. Esperó impaciente la respuesta.
–Hollister Banks al habla.
–Soy Marc. Te necesito en mi despacho ahora.
–Dame cinco minutos.
Sin despedirse, Marc colgó y marcó el número de su mejor inspectora de diamantes.
–Lisa Brown, ¿en qué puedo ayudarle?
Le dijo lo mismo que le había dicho al director de su equipo legal.
–Pero, Marc, acabo de recibir un cargamento…
–Pues mételo en la cámara y ven.
Debió de sonar tan impaciente como se sentía, porque ella no discutió más.
Tres minutos después, Lisa y Hollister llegaron al despacho. Se sentaron en la zona de asientos que había a la izquierda y Nic volvió a contar su conversación con la reportera.
–¿Cuál es la fuente? –le exigió Marc a Lisa, en cuanto Nic acabó de hablar.
–¿Por qué me lo preguntas a mí? No tengo ni idea de quién podría inventarse algo así y vendérselo al LA Times. Estoy segura de que no es nadie de nuestro equipo.
–La reportera ha insinuado que es alguien de dentro. Alguien en situación de poder demostrar la veracidad de la información –apuntó Nic.
–Eso es imposible, porque lo que dice esa persona no es verdad. Es ridículo –afirmó Lisa–. Marc y yo somos los primeros y últimos en la línea de mando a la hora de aceptar y certificar los diamantes sin conflicto. Ninguno de los dos iba a cometer un error como ese, y desde luego no mentiríamos respecto a las gemas para ganar más dinero. Incluso si alguien manipulara los diamantes desde que yo los veo hasta que los ve Marc, él se daría cuenta.
–Además, hay cámaras de vigilancia en todas partes, controladas minuto a minuto por guardas de seguridad muy bien pagados, para garantizar que nadie manipula las gemas –añadió Nic.
Es imposible –siguió Lisa–. Marc siempre ha insistido en ser el último en ver las piedras. Verifica su geología y los números de identificación.
–Podría funcionar de una manera –Marc tenía el estómago revuelto–. Que yo estuviera involucrado en la duplicidad lo explicaría todo.
–¡Pero no lo estás! –exclamaron Lisa y Nic al unísono–. Eso es absurdo.
Su fe en él fue lo único bueno de un día que estaba yendo de mal en peor para Marc.
–Es lo que alegarán ellos –dijo Hollister. Su tono dejó claro que él no lo creía.
Bijoux era mucho más que un negocio para Marc, más que frías piedras y dinero. Su bisabuelo había fundado la compañía hacía casi cien años, y desde entonces siempre había sido dirigida por un Durand. Él había dedicado su vida a mantener la tradición y a convertir Bijoux en la segunda distribuidora de diamantes del mundo. La había modernizado y creado un modelo de negocio que no explotaba a la gente que más protección necesitaba. No comerciar con diamantes de sangre ni diamantes de conflicto era una cuestión de honor para él. Ser acusado de lo que más aborrecía lo ponía furioso.
–Me da igual lo que tengas que hacer –le dijo a Hollister–. Quiero que pares esa historia. Hemos trabajado demasiado para convertir esta empresa en lo que es; no podemos sufrir otro revés, y menos de ese tipo. El robo de joyas de hace seis años dañó nuestra reputación y estuvo a punto de arruinarnos. Esto nos perjudicaría tanto que acabaría con nosotros. Incluso si demostramos la falsedad de las acusaciones ante un tribunal y el LA Times se retracta públicamente, el daño ya estaría hecho. No estoy dispuesto a permitirlo.
Tuvo que hacer acopio de todo su control para no estrellar un puño contra la pared.
–Llama al editor del LA Times. Dile que la historia es pura basura y que si la publica los demandaré y pasaremos años enfrentándonos en los tribunales. Para cuando acabe con ellos no les quedará ni un ordenador a su nombre.
–Haré cuanto esté en mi mano, pero…
–Haz más que eso. Lo que haga falta. Recuérdales que no pueden permitirse pleitear con Bijoux en la actual situación de precariedad de la prensa escrita. Si creen que pueden causarnos pérdidas de billones de dólares con una historia falsa, de fuente anónima, y no pagar las consecuencias, son más estúpidos de lo que puedo imaginar. Puedes asegurarles que si no me dan una prueba fehaciente de la verdad de sus acusaciones, dedicaré mi vida a destruir a cualquier cosa o persona relacionada con el artículo. De paso, deja muy claro que nunca amenazo en vano.
–Lo haré –Hollister hizo una pausa–. Pero si pones en tu contra al periódico de mayor tirada de la Costa Oeste y resulta que estás equivocado…
–No lo estoy. No comerciamos con diamantes de conflicto y nunca lo haremos. Quien diga lo contrario es un maldito mentiroso.
–Tenemos que hacer algo más que amenazarlos –intervino Nic–. Necesitamos demostrar que los que se equivocan son ellos.
–¿Y cómo vamos a hacer eso? –preguntó Lisa–. Sin conocer la información y sin saber quién se la proporciona, ¿cómo vamos a contradecirles?
–Contratando a un experto en diamantes de conflicto –sugirió Hollister–. Lo llevaremos a Canadá y dejaremos que examine las minas que nos abastecen. Después lo traeremos aquí y le daremos acceso a todo lo que quiera. No tenemos secretos, al menos en cuanto a los diamantes se refiere. Eso podemos demostrarlo.
–Podríamos tardar semanas en conseguir un experto de ese calibre –protestó Lisa–. Apenas hay una docena de personas en el mundo cualificadas para certificar nuestros diamantes. Incluso si ofrecemos pagar el doble de la cuota habitual, podría no haber ninguna disponible.
–Sí que la hay –dijo Nic, mirando a Marc de reojo–. Vive aquí, en San Diego, y es profesora en el GIA. Ella podría hacerlo.
Marc maldijo para sí. Desde el momento en que Hollister había sugerido contratar a un experto, había sabido cómo iba acabar la cosa.
–Hermano, se diría que acabas de tragarte un bicho –bromeó Nic.
Marc se sentía peor que si lo hubiera hecho. No iba a llamarla. No podía hacerlo, teniendo en cuenta el pasado distante y lo ocurrido entre ellos la noche anterior. Ella se reiría en su cara. Y si no lo hacía, los sabotearía deliberadamente. No podía dejar el futuro de la empresa en sus manos. Así que rechazó la propuesta de Nic.
–¿No eras tú quién decía que no podemos andarnos con tonterías? –Nic lo miró exasperado–. Isa está aquí, tiene la experiencia necesaria y, si pagas bien y buscas a alguien que dé sus clases, es posible que acepte. Es perfecto.
–Tendrías que llamarla –le urgió Hollister.
–Sí, desde luego –afirmó Lisa–. Había olvidado que Isabella Moreno está aquí. Nos hemos visto unas cuantas veces y es encantadora. Hay que contratarla. Si quieres, puedo hablar yo con ella.
Marc estuvo a punto de aceptar el ofrecimiento. Pero a Isa le parecería un desprecio peor aún que el de esa mañana. No podía permitirse contrariarla cuando podía ser su única opción para salvar a Bijoux de la ruina.
No se le escapó la ironía de la situación.
–No –le dijo a Lisa–. Yo me encargaré de convencerla –lo dijo con más confianza de la que sentía, pero era consciente de que no podía fallar. El negocio familiar dependía de ello.
Haría lo que hiciera falta para convencer a Isa.