Capítulo 9

 

NICK SE la quedó mirando, confundido.

–¿Cuándo te iba a decir qué?

–Que vas a adoptar a los niños.

Nick cerró los ojos y se sentó en el borde de la mesa de su escritorio, suspirando.

–Era sólo una idea…

–Por la manera con la que me lo ha dicho mi padre, parecía mucho más que una idea… parecía un hecho consumado.

–Tonterías. Pero mi madre no se las puede arreglar ella sola con los niños y… ¿qué otra opción queda? ¡Por el amor de Dios, yo voy a abandonar mi negocio! Voy a dejar todo por lo que he trabajado y me voy a venir a vivir aquí porque tengo que hacerlo. Georgie, yo no quería que nada de esto pasase. No necesitaba que me pusieran en medio de mi vida a un par de gamberros y a una pequeña llorona, pero me las voy a tener que apañar ya que los niños necesitan un adulto capaz y responsable que se haga cargo de ellos. Y ése soy yo. ¡Por el amor de Dios, sé razonable…!

–¿Qué? De repente has introducido a tres personas más en el equipo… ¿y me pides que sea razonable? ¿No se te ocurrió que debías consultarlo conmigo?

–Lo iba a hacer…

–¿Cuándo? ¿Una vez estuviéramos casados? Muy conveniente, ¿no es así? Me acabas de conocer, sabes que estoy soltera, nos llevamos bien y de repente, ¡pum! heredas unos niños y éstos necesitan una madre. Oh, ¡qué conveniente! Aquí está Georgie, pero será mejor que no se lo digamos, la camelaremos con unas cuantas mentiras…

Se quitó el anillo y se lo tiró a Nick. Fue a quitarse también la gargantilla, pero no pudo ya que tenía un estupendo mecanismo de seguridad y le estaba incluso haciendo daño en el cuello al intentar quitársela. Sintió cómo las lágrimas escaldaban sus ojos.

–Eres un bastardo, ¿lo sabías? Eres como Martin. No me querías a mí para nada. Simplemente querías una niñera permanente para los niños y allí estaba yo. ¿Qué fue lo que le dijiste a Tory? Que no escuchara a Simon, que eran todo mentiras. ¿Estabas hablando por ti, Nick? ¿Le estabas juzgando a él porque se cree el ladrón que todos son de su condición? ¡Tantas mentiras! Todas esas estupideces sobre que me amabas, sobre que yo era como el diamante…

Volvió a tirar de la gargantilla y la rompió; el diamante salió despedido contra la ventana para caer después en la moqueta.

Nick se quedó mirándola; no tenía palabras. Se agachó, tomó el anillo y se lo metió en el bolsillo de su camisa. Estaba totalmente inexpresivo.

–Si eso es lo que piensas de mí, creo que no hay nada más que hablar, ¿no es así? –dijo Nick, muy seriamente–. Pensé que me amabas. Pensé que querías a los niños, pero estaba equivocado; no quieres implicarte con ellos para nada. Has hecho todo lo que has podido para mantenerte alejada; para evitarlos. Como todo el mundo, sólo querías ver lo que podías conseguir de mí. Sin ir más lejos el otro día estabas hablando de lo que yo tenía…

–¡Eso es mentira! Pregunté si tenías que trabajar, si podías permitirte el lujo de dejar tu negocio y venirte a vivir aquí. ¡No quiero tu maldito dinero! No te ha hecho muy feliz, ¿no es así?

–Aparentemente no –contestó él–. Pero de una cosa estoy seguro… tú no vas a tocarlo. Voy a ahorrarlo para la gente que se lo merezca. Ahora, si no tienes nada más que decir, quizá sea mejor que te vayas.

Georgie fue a decir algo, pero se lo pensó mejor antes de hablar y se dio la vuelta. Cuando lo hizo, oyó cómo alguien daba un portazo y vio a Harry corriendo por el camino de entrada a la casa con Dickon tratando de seguirle. Se les quedó mirando y vio que corrían hacia la playa.

–¿Dónde van? –preguntó ella, con horror. Nick miró por la ventana y la apartó para bajar corriendo tras ellos.

Georgie pensó horrorizada que los pequeños debían haberlo escuchado todo. Habrían oído a Nick diciendo que ella no los quería. Sollozando, siguió a Nick.

–Seguramente vayan hacia la otra punta –le gritó a Nick, corriendo por la arena.

Éste llamó a los niños, gritó sus nombres, pero nada. Éstos lo ignoraban. Entre las rocas, ella se resbaló. Entonces, al levantarse, una ola le dio de lleno en los pies y miró abajo consternada.

La marea estaba subiendo y si seguían avanzando no tendrían escapatoria.

–¡Nick, la marea! –gritó ella. Él asintió con la cabeza, tristemente.

–Lo sé. ¿Cuánto tiempo tenemos?

–Más o menos cinco minutos.

Nick maldijo y siguió tras los pequeños. Iba un poco más adelantado que ella. Los niños no se detenían. Dickon iba tapándose las orejas con las manos y se dio la vuelta ante ellos.

–¡Marchaos! ¡No nos queréis! ¡Dejadnos en paz! –les gritó el pequeño.

Georgie se aguantó las ganas de llorar y se quitó los zapatos. Iría más rápido sin ellos y se agarraría mejor a las rocas. Adelantó a Nick y alcanzó a los pequeños justo cuando la marea estaba llegando a ellos.

–Vamos, chicos –dijo, desesperada, ofreciéndoles sus manos–. Por favor, volved. Os queremos. Ambos os queremos. Os queremos muchísimo.

–¿Entonces por qué estabais diciendo todas esas cosas? –preguntó Harry, de una manera acusadora–. Tú has dicho que Nick no te amaba y él ha dicho que por qué iba a querer a dos gamberros y a una pequeña llorona…

–Ambos hemos dicho muchas tonterías –dijo Nick, acercándose, roto por el dolor–. Hemos dicho estupideces, cosas sobre las que necesitamos hablar un poco más. Pero no es el momento. Chicos, la marea está subiendo. Nos tenemos que marchar, de verdad. Podemos hablar sobre esto en la casa.

Se acercó a tomar a Harry de la mano, pero éste se apartó y colocó el brazo tras la espalda en una actitud desafiante.

–Tú no me quieres –dijo el pequeño, en tono acusador. Entonces se dirigió a Georgie–. Dijiste que podía dormir en tu cama si quería, pero ni siquiera estás en nuestra casa. Me prometiste…

–Pero todavía no estamos casados.

–Mami no estaba casada con Dom y solían dormir en la misma cama. Él decía que la gente lo hace si se ama, pero vosotros no lo hacéis, así que no os podéis amar y no nos queréis a nosotros. Queremos que vuelva nuestra mami.

Harry hizo un puchero y Dickon comenzó a llorar. Georgie se mordió el labio inferior con tanta fuerza que hasta se hizo sangre.

–Oh, Harry –dijo Nick, con la voz entrecortada–. Si pudiera devolverte a tu madre lo haría… pero no porque no te quiera. Te quiero… siempre te he querido, lo sabes. Lo siento. Dije esas cosas… no era justo. Por favor… ven –acercó su mano al niño. Harry se quedó allí parado durante largo rato. Pero entonces, llorando, acercó también su mano y se la dio a Nick.

–Gracias a Dios –dijo, acercando el niño hacia sí y abrazándolo con firmeza–. Georgie, trae a Dickon –dijo, bruscamente. Ésta tomó al niño en brazos y le secó las lágrimas.

–Lo siento tanto –le dijo a Dickon, abrazándolo. El pequeño la abrazó a su vez por el cuello y se acurrucó en ella. Ésta se dio la vuelta para regresar y gritó cuando una ola le empapó las piernas.

Estaba de pie sobre las rocas, pero al haber subido la marea, no podían regresar ni seguir adelante.

Trató de recordar a qué hora solía subir más la marea y se dio cuenta horrorizada de que todavía faltaba una hora para que ésta subiera por completo. Y en una hora, la marea les llegaría por la cintura y la corriente les arrastraría de las rocas para llevárselos mar adentro.

Miró hacia el acantilado. Nick se dio cuenta de lo que estaba pensando y negó con la cabeza.

–De ninguna manera. No podemos hacerlo. Vamos a tener que volver por donde hemos venido.

–No podemos. Ya está muy profundo. Nick, puedo hacerlo. Puedo subir yo y después subir a los niños. Si no fuese por la valla, podría ir al complejo y tomar una cuerda, pero por lo menos puedo hacer que subamos todos.

–A mí no, Georgie. A mí no me puedes subir.

–Puedo intentarlo…

–No puedo hacerlo. Ya lo he intentado otras veces. Te acercaré a los niños y te quedas con ellos mientras yo lo hago dando la vuelta. Soy lo suficientemente fuerte como para conseguirlo si nos damos prisa, pero no tenemos mucho tiempo.

Efectivamente. Georgie se dio cuenta de que tenían muy poco tiempo cuando el agua chocó contra el acantilado. Dickon sollozó y se acurrucó aún más en su pecho. Pero ella tuvo que apartar al pequeño y dárselo a Nick para que éste lo tomara en brazos.

–Subiré lo más rápido que pueda. Cuando llegue arriba me pasas primero a Dickon –explicó ella. Miró el acantilado y decidió por dónde era mejor subir. No estaban en el lugar más fácil, pero lo logró. Una vez estuvo en un lugar seguro miró hacia abajo.

–Bien, pásame a Dickon –pudo subir al pequeño y apretarlo con fuerza contra su pecho, besándolo mientras lo sujetaba con seguridad.

–¿Estás bien?

–Sí –dijo el niño, tembloroso.

–Buen chico. Ahora te tienes que quedar aquí sentado muy, muy quieto. Yo voy a subir a Harry.

Georgie volvió a repetir el proceso para subir a Harry, pero aunque esta vez Nick le pudo alzar al pequeño con ambas manos, éste pesaba más que su hermano y a ella le estaban empezando a doler los dedos.

–Necesito agarrarme mejor –dijo ella, sujetando al pequeño con todas sus fuerzas, el cual se acurrucó en ella. Georgie tuvo que apoyarse en el acantilado para reponer fuerzas.

–Bien, Harry, sube por encima de mí –le dijo, pero el niño no se soltaba. Entonces oyó a Nick llamándola y cuando miró hacia abajo vio que la marea le llegaba a las rodillas.

–Me tengo que ir –dijo él–. Tardaré lo menos posible. Quédate ahí donde estás. Harry pesa demasiado para ti y no podemos perder tiempo.

Georgie observó cómo Nick se movía a duras penas entre las rocas.

–Dios, por favor –susurró, pero dejó de hablar. No quería expresar sus temores delante de los niños o tal vez ni siquiera ante sí misma. Si las olas lo alcanzaban…

Alzó su mirada y sonrió a Dickon para tranquilizarlo. Miró a Nick y pudo ver que por lo menos ya había pasado la zona más peligrosa. Pero cuando dobló un recodo y casi no se le podía ver, una ola, más alta que todas las anteriores, chocó contra el acantilado. Entonces lo volvió a ver claramente, perdiendo el control y desapareciendo bajo el agua. A Georgie se le hizo un nudo en la garganta. Pensó que no debía haberle dejado marchar. Debía haberle hecho intentar subir el acantilado.

–¿Dónde está el tío Nick? –preguntó Dickon, aterrorizado–. No puedo verlo.

–Está detrás de aquella roca –respondió ella, tratando de parecer calmada–. Volverá con ayuda en unos minutos.

–Tengo miedo –dijo entre dientes Harry. Estaba temblando y ella lo abrazó con más fuerza y le besó la cabeza.

–Estaremos bien –dijo ella, simulando alegría–. Volverá en cualquier momento.

Pero pasó mucho tiempo y Nick no volvía. La marea le llegaba a Georgie a la altura de las piernas y amenazaba con arrastrarla. Hubo un momento en que se resbaló.

–Agárrate con fuerza –le dijo a Harry, para poder encontrar un nuevo sitio donde sujetarse.

Tras agarrarse con fuerza al acantilado, apoyó su cabeza contra las rocas y cerró los ojos, rogándole a Dios que no dejara morir a Nick, no así, con todas las cosas horribles que se habían dicho. Era domingo y su padre sabía que había ido a hablar con Nick, por lo tanto no se preocuparía. Liz estaba en el hospital y no había nadie que les echara de menos y diera la voz de alarma. Si Nick no volvía pronto, si el mar se lo había tragado, lo mismo les ocurriría a Harry y a ella. Dickon se quedaría allí solo, aterrorizado y Maya sola a su vez en la casa, sin nadie que fuese a buscarla…

–¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

–¡Ayuda! –gritó Georgie y pudo ver a los guardacostas subiendo a Dickon. Tras hacerlo, tomaron a Harry en brazos y después a ella…

–¿Dónde está Nick? –preguntó, aterrorizada. Pero entonces oyó su voz…

–Estoy aquí –dijo él, que tenía a Dickon tomado de la mano y a Harry agarrado a sus piernas. Estaba herido en un brazo y sangraba por la frente, pero estaba vivo, así como los niños.

–¿Por qué has tardado tanto? –preguntó ella, sonriendo y tratando de aparentar calma delante de los niños, pero no pudo aguantar el llanto. Se abrazó a él.

Nick estaba temblando, empapado y helado. Estaba lleno de sangre, pero aun así Georgie no podía dejar de mirarlo.

–Pensé…

–Lo sé. Yo también –dijo él, tras lo cual la besó como si su vida dependiera de ello.

–Vamos, compañeros. Vamos a llevaros a todos al hospital y que os revisen –dijo uno de los guardacostas.

Nick abrazó a Georgie mientras se dirigían hacia la ambulancia.

–¿Y Maya? –preguntó ella.

–¿Quién es Maya? –preguntó el conductor de la ambulancia.

–Mi sobrina, pero es un bebé. Está en aquella casa –explicó Nick, señalando la casa.

–Yo iré por ella –dijo Georgie, pero la enfermera la detuvo.

–Tienes los pies y los dedos de las manos destrozados. No vas a ninguna parte. Explícales cómo entrar en la casa y dónde está la niña.

Así que mientras que le inmovilizaban el brazo a Nick y a Georgie le cubrían con gasas pies y manos, ésta les explicó dónde estaba Maya. El conductor y uno de los guardacostas fueron a buscarla.

–Vamos a tener que llamar a otra ambulancia –dijo la enfermera, pero los niños se abrazaron a Georgie, que negó con la cabeza.

–O vamos todos juntos o no vamos –dijo Nick, rotundamente. La enfermera se encogió de hombros y sonrió.

–No se lo digáis al jefe –dijo. Todos se subieron en la misma ambulancia una vez que regresaron con Maya. Nick acarició con su mano los dedos de Georgie.

–Te amo –le dijo. Ella rompió a llorar ya que no pensaba que fuese a oír aquello de nuevo.

–Yo también te amo… y siento tanto haberte tirado el anillo. Lo hice porque estaba muy enfadada porque no me lo habías dicho, pero cuando pensé que te perdía…

–Shh. Ahora ya no importa. Luego hablamos –dijo Nick, que cerró los ojos. Su cara reflejaba el dolor que sentía, pero no soltó la mano de Georgie hasta que no llegaron al hospital.

Georgie tuvo que registrarlos a todos ya que se llevaron a Nick.

–¿Es usted su esposa? –preguntó una de las enfermeras.

–No… pero pronto lo seré –contestó ella, con firmeza, cruzando sus destrozados dedos.

–¿Y éstos son sus hijos o hijos de él?

–Son nuestros.

–Nuestra mami se murió –explicó Dickon–. Creo que el tío Nick y Georgie van a cuidar de nosotros –añadió. Georgie le abrazó y se odió a sí misma por haberles hecho dudar de su amor.

–El tío Nick y Georgie van a ocuparse de vosotros –prometió ella–. Vamos a adoptarlos –le dijo a la enfermera–. Su abuela está aquí ingresada, resultó herida en el accidente donde murió la madre de los niños.

–Oh, Dios mío, ¡qué situación! –dijo la enfermera, que les pasó con un doctor y telefoneó a George para informarle de lo que había pasado y decirle que se acercara al hospital.

–Los niños están bien, sólo un poco impresionados –explicó el doctor. Después miró los pies y dedos de Georgie–. Esto simplemente hay que lavarlo y cubrirlo.

–Su padre está de camino –le dijo la enfermera–. Aunque le he explicado que no pasa nada, se ha quedado un poco preocupado y creo que no se quedará tranquilo hasta que no les vea.

–Me lo imagino. ¿Se sabe algo de Nick? –preguntó Georgie, preocupada.

–Iré a ver qué pasa. Quédese aquí –dijo la enfermera.

Volvió un poco más tarde para informarles.

–Se ha dislocado el hombro. Se lo van a volver a colocar en su sitio sedándole, tras lo cual, una vez se lo venden, podrá volver a casa.

Todos respiraron aliviados y la enfermera fue a ver si podían verlo. Al volver, sonriendo, les guió hasta la habitación de Nick. Éste estaba allí, tumbado, y al verlos llegar sonrió cansado.

–Hola –dijo, un poco aturdido–. ¿Estáis todos bien?

–Estamos bien –dijo ella. Los niños se acercaron.

–¿Te vas a morir? –preguntó Harry. Su tío le dio un beso en la cabeza.

–No, Harry, no me voy a morir. Tengo demasiadas cosas que hacer… empezando por convencer a Georgie de que me quiero casar con ella.

–Eso está hecho –dijo ella, con la emoción reflejada en los ojos–. No te vas a librar de mí tan fácilmente.

–Gracias a Dios –dijo Nick, echándose para atrás y cerrando los ojos.

–Bien. Tenemos que vendarle y después os lo podéis llevar a casa –dijo el doctor, alegremente.

Cuando Georgie y los niños salieron al pasillo, se encontraron con el padre de ella, profundamente emocionado, que se acercó a ellos y los abrazó.

–¿Cómo está Nick?

–Va a ponerse bien –contesto Georgie, rompiendo a llorar.

 

 

–¿Estás bien?

Nick abrió los ojos y le tendió una mano a Georgie. La abrazó contra su pecho.

–Estoy bien. ¿Cómo están los niños?

–Están bien. Durmiendo, los dos en la cama de Harry y tienen a Maya en la habitación con ellos. ¿De verdad que estás bien?

–Un poco dolorido, pero mucho mejor que antes. Georgie, tengo algo que decirte.

Ella se puso de pie y se quedó mirándolo. Le invadió el miedo.

–Parece serio.

–He perdido al anillo… me lo metí en el bolsillo cuando me lo tiraste y ahora ya no lo tengo. Lo he perdido. Lo siento mucho.

–¿Eso es todo? Oh, Dios, Nick, pensé que ibas a decirme que no me amabas…

–De ninguna manera –dijo él, abrazándola–. Cuando me alcanzó aquella ola y me hundió, todo lo que podía pensar era en que iba a morir y nadie iría a ayudarte. El mar os arrastraría y Dickon se quedaría allí sentado en el acantilado, solo…

–Y Maya estaba en la casa, también sola… –dijo ella–. Yo también pensé en eso. En todo lo que podía pensar era en que te ibas a morir creyendo que yo no te amaba. El anillo no importa. Es sólo un anillo, pero si te perdiera…

–Ven a la cama –dijo Nick, con la voz quebrada–. Necesito abrazarte… hablarte sobre los niños.

Georgie se quitó la ropa y se metió en la cama, llevando sólo su ropa interior. Él la abrazó.

–Siento tanto que te enteraras así de lo de la adopción. Pero te prometo que no quería ocultártelo, estaba esperando el momento adecuado para hablarlo. Era sólo una idea. Mi madre estaba muy preocupada, su pierna va a tardar mucho en mejorarse ya que tiene una infección y yo no veía mejor manera de resolver el asunto. Se lo dije para que se quedara tranquila. ¡Pero en cuanto lo dije pareció tan buena idea! Era tan simple y tan obvio que no me podía creer que no hubiese pensado en ello antes. No me hubiese imaginado que tú fueras a pensar que yo quería estar contigo para tenderte una trampa. Todavía no puedo creer que hayas pensado eso de mí.

–No pienso eso. Sinceramente no lo pensaba, por eso fue que me quedé tan impresionada. Pero cuando la esposa de Martin se puso enferma y él se quedó solo con los niños, de repente decidió que se había enamorado de mí y que se quería casar conmigo. Y las niñas eran tan dulces, tenían la misma edad que Harry y Dickon. Pero cuando su esposa mejoró nos dijo que quería que las niñas volviesen con ella. Y así lo hicieron. Ellas estaban encantadas, desde luego, porque la habían echado de menos, pero él dijo que yo ya no las podría ver nunca más. Oh, Nick, nunca me olvidaré de la expresión que tenían en la mirada aquellas niñas. Pensaron que yo las había traicionado. Me quedé destrozada. Y entonces, justo cuando nuestra relación parecía que estaba avanzado, Lucie murió y tú te quedaste con los niños. Entonces fue cuando me dijiste que me amabas. Luego me pediste que me casara contigo cuando Una te dijo que no se podía quedar más cuidando a los niños. Y luego mi padre me dijo que querías adoptarlos…

–Y todo parecía encajar. Pero sabes que las cosas no son así. Acércame mi cartera.

–¿Qué?

–Mi cartera… está en la cómoda.

Georgie se levantó de la cama y tomó la cartera, acercándosela a Nick, que no la tomó.

–Ábrela… mira en la parte de atrás. Hay un recibo.

–¿Éste? –preguntó, un poco desconcertada.

–Ése es. Ábrelo.

Georgie abrió el papel y se quedó mirando su contenido.

–¡El anillo y la gargantilla… Dios mío! ¡Nick… te costaron muchísimo!

–Olvídate del precio. Mira la fecha del recibo, Georgie.

–Abril –Georgie miró a Nick–. Lo compraste en abril.

–Antes de que Lucie muriera. Te iba a pedir que te casaras conmigo el fin de semana que Simon celebró su fiesta. Pero me olvidé de que aquel fin de semana se celebraba la fiesta y entonces decidí que te lo pediría el domingo mientras desayunábamos.

–Cuando Lucie se puso de parto.

–Y todo se desmoronó.

Georgie dejó caer el recibo y cerró los ojos.

–Oh, Nick, podía haberte perdido. Casi lo hago y todo porque no me atrevía a creer que realmente pudieras amarme.

–Oh, te amo. Te amo desde el primer momento en que te vi. Te amo desde que te enfureciste tanto conmigo cuando entré en las obras del complejo. Te amo desde que sollozaste porque había pagado tus deudas y me invitaste a desayunar. Y no pretendo dejar de amarte.

–Gracias al cielo –dijo ella, echándose de nuevo en la cama junto a él–. Porque no te vas a librar de mí en lo que te queda de vida y será mucho más divertido si tú también me amas.

Nick se rió y la abrazó para tenerla aún más cerca de sí.

–Me gusta cómo suena eso –dijo él, quién, acercando sus labios al pelo de Georgie, suspiró y se quedó dormido…