HABÍA UN silencio sepulcral en el complejo.
Georgie pensó filosóficamente que no podía ser de otra manera. Hacía varios días que les había dicho a los obreros que se marcharan y si no fuera por el hecho de que no podía dormir por las noches debido a la preocupación que tenía, tampoco hubiese ido allí. Pero no tenía nada más que hacer. Desde que su padre había ingresado en el hospital, había vuelto a analizar los datos y las cifras para ver si encontraba alguna trampa o engaño que se le hubiese pasado por alto.
Pero no había nada de eso.
Apoyó la cabeza entre sus manos y suspiró. Se quedó mirando el mar. No había ninguna trampa mágica, no había manera de escapar a aquello. El banco estaba a punto de ejecutar la hipoteca y la salud de su padre estaba deteriorada.
Se levantó y se puso el abrigo. No conseguiría nada quedándose allí sentada. Podía ir a comprobar cómo estaban las instalaciones, para asegurarse de que no habían sufrido ningún acto de vandalismo. Se acercó para tomar el casco que había que llevar obligatoriamente e hizo una mueca de disgusto con la nariz. Odiaba aquel casco. Pero las reglas eran las reglas.
Archie estaba detrás de ella, moviendo la cola con entusiasmo y con la alegría reflejada en la cara, lo que hizo que Georgie sonriera.
–Vamos, pequeñín. Vamos a comprobar cómo está todo.
Cerró la puerta de la oficina tras ella y anduvo por el solar hasta que llegó a la vivienda principal y abrió la puerta… una puerta que, sin un golpe de suerte sin precedentes, ya no sería su puerta.
Subieron juntos las escaleras y llegaron a la habitación que había en lo alto de aquella torre cuadrada. No era muy grande, pero era la habitación que ella había deseado que hubiese sido su dormitorio. Tenía unas enormes ventanas con preciosas vistas a la bahía y al mar.
También era el mejor sitio desde el que ver el complejo. Observó las casas a medio terminar, el sanatorio, la capilla…
Había tanto que hacer allí, tanto potencial… había sido un desperdicio. Incluso si Broomfield llegaba con el dinero, el diseño estaba lleno de imperfecciones y sobre procesado.
–Ésa es tu opinión –se recordó a sí misma, severamente–. No eres la única persona sobre la faz de la tierra. Hay otra gente que tiene su propia opinión.
Incluso si no tenían ninguna visión, ni imaginación, ni… ni alma. Se dio la vuelta disgustada y vio una figura de pie en el césped de debajo de la casa, mirando hacia el mar.
–¿Quién es ése, Arch? –murmuró. El perro bajó las escaleras corriendo, como un loco.
¡Caray! La última cosa… realmente la última cosa que Georgie necesitaba aquella mañana era un visitante. Todavía tenía que realizar algunas llamadas telefónicas, porque a no ser que pudiese ver alguna otra solución que no fuese la que le daba Andrew Broomfield antes de finalizar el día, el banco les iba a dejar sin dinero.
Salió corriendo tras el perro, pensando en quién sería el extraño que allí había.
–¡Archie! ¡Ven aquí! –gritó. Pero el pequeño terrier tenía mejores cosas que hacer que obedecer a su ama; estaba tumbado patas arriba y aquel extraño le estaba acariciando la barriga.
–¡Perdone!
El hombre se puso de pie, para decepción de Archie, y se dio la vuelta para mirar a Georgie. No podía verle la expresión ya que llevaba gafas de sol. Pero lo que éstas no podían ocultar era su sonrisa. A Georgie se le aceleró el corazón.
–Buenos días.
¡Oh, Dios! La voz de aquel hombre era tremendamente masculina.
–Buenas.
Aquello fue todo lo que pudo decir Georgie. Él era más alto que ella y cuando se quitó las gafas de sol, ella se quedó mirando sus ojos, de un precioso color azul, embelesada. Había algo en aquel hombre que hacía que a ella se le secara la boca con sólo mirarlo.
Si era un representante del banco estaba perdida. Al último hombre que habían mandado se lo había quitado de encima fácilmente, pero aquél… estaba segura de que sería de armas tomar.
Pero no podía ser tan malo ya que Archie estaba muy contento jugueteando con él.
Desde luego que también cabía la posibilidad de que fuese un curioso.
–¿Puedo ayudarlo? ¡Archie, ven aquí!
–No lo sé. Sólo estaba mirando… viendo si el sitio me dice algo.
La tensión que había en el ambiente disminuyó y fue reemplazada por irritación. Los curiosos eran su pesadilla y aquél no iba a ser una excepción. ¡Incluso teniendo esos preciosos ojos!
–Lo siento. No puede entrar y dar una vuelta sin haber antes informado de ello a la oficina central –le dijo Georgie, firmemente–. ¡Archie, ven aquí! ¡Ahora mismo! Hay una señal ahí fuera que prohíbe que la gente entre y se dé una vuelta por el complejo sin autorización. No puede entrar y pasearse como si nada; es peligroso.
–No me lo diga… es la encargada de la seguridad del complejo –dijo el hombre, con aquella preciosa boca conteniendo la risa, ante lo que Georgie se enfureció.
–¡No… yo soy la agente del complejo y estoy realmente harta de la gente que se pasea por mi solar como si fuese suyo! ¿Por qué se cree la gente que los solares con edificios son públicos? Esto es una propiedad privada y si se niega a seguir los trámites establecidos, no me va a quedar más remedio que pedirle que se marche…
–Eso quizá sería un poco precipitado –dijo el hombre, suavemente.
–¿De verdad lo cree? –Georgie lo miró de arriba abajo para luego detenerse en sus azules ojos, que tenían una mirada fría–. Bueno, lo siento, pero no necesitamos que nos demande por daños y perjuicios, así que si no acata las normas del complejo no me va a dejar otra opción que pedirle que se marche antes de que se haga daño.
–¿Su solar? –se intuía un tono de burla en la voz del hombre.
–Así es –contestó ella, tratando con dificultad de mantener bajo control su enfado–. Es mío. ¿Va a hacer esto fácil o voy a tener que llamar a la policía?
El hombre agitó la cabeza despacio y la sonrisa que tenía se borró, para ser sustituida por enfado.
–Oh, yo no me voy a ningún sitio. Pero tal vez usted sí que lo tenga que hacer y con suerte se lleve a su perro consigo antes de que me arranque la piel a lametazos. Ahora voy a echar un vistazo y mientras yo lo hago quizá pueda ser usted tan amable de decirle a George Cauldwell que lo estoy buscando. Aunque estoy empezando a pensar que quizá no tenga mucho que decirle. Soy Barron, Nick Barron.
Aquel nombre no le decía nada a Georgie, pero obviamente se suponía que debería decírselo. Empezó a tener un mal presentimiento de aquel hombre. Si estaba buscando a su padre, podría ser alguien del banco, aunque iba en pantalones vaqueros y con una cazadora de cuero, lo que lo hacía un poco improbable. Pero si no venía del banco, ¿de dónde…?
–Él no está aquí –dijo ella–. ¿Viene de parte del banco?
–No precisamente. ¿Volverá hoy?
¿No precisamente? ¿Qué querría decir?
–No. Yo soy su hija, Georgia –contestó ella con recelo–. Yo soy la encargada de todo mientras que él está… fuera.
–En tal caso, si está encargada de todo, quizá sea de ayuda y me pueda enseñar todo el complejo. Si voy a ser tan tonto como para comprar esto, quiero ver cada milímetro, por triplicado.
Aquel proyecto había sido el más grande que su padre había realizado y frente a ella tenía al hombre que poseía el poder de hacer que siguiera adelante o que se destruyera por completo. ¡Y acababa de amenazarlo con llamar a la policía!
Durante los últimos dos meses habían estado arrojando dinero en el proyecto, empezando a construir nuevas casas, todo el tiempo habían estado esperando instrucciones y… lo más importante… fondos. Aunque la compañía de Broomfield parecía tener muy buenas ideas, no daban muchos detalles. Y en aquel caso, los detalles eran primordiales.
En aquel momento, el hombre que podía ser la respuesta a sus oraciones estaba frente a ella. Pero lo primero que tenía que hacer era disculparse… de una buena manera. Se obligó a mirarlo a los ojos y se le aceleró el corazón. Estaba claro que a Nick se le estaba acabando la paciencia. Su mirada reflejaba las dudas que le invadían… dudas con las que ella tenía que acabar a toda costa.
–Lo siento. No me habían informado sobre que la compañía iba a ser comprada –confesó Georgie–. Mi padre ha estado en el hospital durante dos semanas y yo he estado tratando con Andrew Broomfield… al menos intentándolo. Él me ha estado evitando.
–Me pregunto por qué –murmuró él.
Georgie se tuvo que tragar su orgullo. Estaba claro que aquella disculpa no había funcionado. Tendría que intentarlo con más ganas. Se obligó a mantener la mirada de él.
–Mire, de verdad lo siento. Me he portado de una forma muy grosera. Me disculpo por ello. Normalmente no soy así, pero pensé que simplemente estaba cotilleando. Hemos sufrido actos de vandalismo y robos en el complejo, así que cuando me quedo aquí sola estoy un poco nerviosa…
–¿Tengo yo aspecto de ser un vándalo?
Georgie pensó que no, que de lo que tenía aspecto era de un ángel vengador. Aquello iba de mal en peor.
–No, claro que no. Pero he tenido un día duro y no estaba pensando con claridad. ¿Podemos empezar de nuevo?
Durante unos segundos Nick se quedó observándola y la expresión de su cara se dulcificó.
–Parece que haya tenido un mes duro.
–Podíamos decir eso. Mire, de verdad que lo siento mucho. No sabía que usted iba a comprar el complejo. Andrew ha estado muy reservado últimamente. Desde luego que puede ver el complejo. Estaré encantada de enseñárselo, pero necesito que se ponga un casco y tiene que firmar. Mientras hacemos eso puedo contestar a sus preguntas.
–Parece que usted tiene más preguntas que hacer que yo.
–Sólo una que importe y supongo que tendré que esperar para hacerla. Nos deben dinero y el banco se está empezando a poner tenso con nosotros. Andrew no nos dice nada.
–Quizá eso sea culpa mía. He estado en el extranjero y todavía no le he dado una respuesta.
–Y encima yo he hecho todo lo posible para que usted no quiera comprarlo –dijo Georgie, jadeando–. ¡Dios, vaya lío! Les dije a los obreros que se marcharan a sus casas porque no había nada que hacer e iba a tener que despedirlos al final de la semana…
–Lo siento.
–¿Perdón? –preguntó ella, impresionada.
–He dicho que lo siento… siento que todo esto esté siendo tan difícil para usted. Hubiera venido antes, pero he estado en Nueva York. No sabía que el solar era tan grande, hasta esta mañana no había visto los planos. Si tiene tiempo, quizá ahora le pueda dar algunas respuestas.
–Desde luego –Georgie se quedó mirando a Nick, preguntándose cómo éste estaba siendo tan amable cuando ella había sido tan grosera. En realidad no tenía tiempo ya que tenía muchas cosas que hacer–. Dispongo de media hora libre, pero después tengo que realizar una serie de llamadas telefónicas y regularizar algunas cuentas.
–No haga ninguna regularización… y si quiere este contrato, me va a tener que dar todo el tiempo que necesito. Puede telefonear, pero eso es todo. Necesito pasar el resto del día con usted para que me enseñe todo… y si me gusta lo que veo y oigo, se queda con el contrato. Si no, el contrato no será para usted. Sea cual sea el caso, van a haber cambios.
Georgie fue a decir algo, pero lo pensó mejor y se calló. ¡Aquello estaba yendo de mal en peor!
–Me encargaré de que esté contento, pero debo decir que tenemos una cláusula que establece una multa si no se cumplen los plazos…
–Pero si soy yo el que hago que deje de trabajar no se aplica la cláusula. Eso sería injusto. De todas maneras, no creo en establecer ese tipo de cláusulas, no si confías en tu personal. No deberían ser necesarias.
–¿Puede poner todo eso por escrito?
Para sorpresa de Georgie, Nick se rió. Al hacerlo, le cambió la cara por completo, le dulcificó la expresión.
–Claro que sí. ¿Tal vez deberíamos comenzar de nuevo? –Nick le ofreció su mano–. Nick Barron. Encantado de conocerla, señorita Cauldwell.
–Por favor, llámame Georgie –dijo ella, tomándole la mano y sintiendo la calidez que ésta desprendía.
–Bien. Supongo que quieres que me ponga uno de esos estúpidos cascos y me coloque una insignia que indique que soy un visitante o algo parecido.
–Algo así –contestó ella, con el corazón revolucionado al verlo sonreír.
Tenía una nueva oportunidad con aquel hombre, una oportunidad para tratar de arreglar todo aquel embrollo que se había creado tan sólo hacía unos minutos. Tenía que salvar la dignidad y el negocio de su padre.
Se enderezó y le dirigió a Nick una deslumbrante sonrisa, dirigiéndole hacia la oficina.
–Bien, vamos a equiparte y después podemos empezar.
Era alucinante.
Nick se puso de pie en lo que antes había tenido que ser una gran extensión de césped muy cuidado y miró el mar. Se quedó allí oyendo cómo las olas llegaban a la playa que había justo debajo. Chocaban contra las rocas que había en el acantilado y creaban mucha espuma. El viento cargado de sal que le estaba revolviendo el pelo hacía que se sintiera vivo.
Se rió y se dio la vuelta para mirar a Georgie, la cual estaba mirándolo pensativa.
–¿Qué pasa?
–A ti también te encanta… el mar –dijo ella, despacio, como si realmente significara algo para ella. Él asintió con la cabeza.
–Sobre todo en esta época del año, cuando está salvaje, indómito y hace mucho viento.
Georgie dirigió su mirada hacia las olas y un pequeño escalofrío le recorrió el cuerpo.
–Me da miedo, pero no puedo vivir sin él. Es peligroso, traidor, pero es realmente maravilloso y poderoso y ni aunque me pagaran viviría en otra parte que no fuera junto a él.
–¿Dónde vives?
–Por el momento en la casa de mi padre, aquí, en Yoxburgh, pero es sólo una cosa temporal. Voy a comprar una de las casas que se van a hacer aquí cuando estén terminadas. Ésa es una de las razones por las que accedí a ayudar.
Nick dirigió entonces su atención al complejo. Dándole la espalda al mar, lo estudió y trató de sacar una impresión de él. Comenzó a pensar que quizá Tory tenía razón al estar tan emocionada. Una encantadora casa victoriana se alzaba majestuosa en lo alto de la pendiente. Sus ventanas y puertas de estilo francés daban al mar. Las vistas desde las habitaciones debían ser espectaculares. Había una torre cuadrada con una habitación en lo alto.
El sitio era privilegiado y Nick se podía imaginar lo encantador que podía llegar a ser en verano cuando la playa estuviera llena de niños jugando.
–¿Podemos entrar en la casa?
–Claro. Está hecha un lío… hemos empezado a desmantelarla, así que tienes que tener cuidado dónde pisas…
–No te preocupes, no te voy a demandar por daños y perjuicios. Creo que la gente es responsable de sus propios errores. La cultura de litigar contra todo en la que estamos metidos hoy en día me pone furioso. ¿Qué ha pasado con el sentido común?
–Díselo a la compañía de seguros de mi padre. Se pondrían histéricos si te oyeran hablar.
–No, seguramente que estarían de acuerdo conmigo… o sus aseguradores lo estarían.
–Quizá. Vamos, sígueme –dijo Georgie, riéndose.
Entraron por una puerta que estaba en la parte baja de la torre. Sus pisadas hacían eco ya que las habitaciones estaban vacías. Nick trató de concentrarse en el edificio, pero no podía ya que la muchacha llena de energía que iba a su lado estaba acaparando toda su atención.
Al principio había creído que era una niña, pero dentro de la torre, sin el sol dándole en los ojos, pudo comprobar que era toda una mujer. No era sofisticada como lo eran las mujeres en la ciudad. No tenía glamour ni llevaba ropa de marca. Pero aquella mujer bajita, tenía tanta energía y era tan vital que haría sombra a cualquier refinada mujer de la ciudad.
–¿Cuáles son los planes para este edificio? –preguntó él, tratando de apartar la vista de ella.
–Hacer dos apartamentos en la casa principal y una pequeña casa de campo en esta parte junto con la torre. La extensión de la casa está diseñada para hacer cuatro apartamentos más. Ven, te voy a enseñar la torre; es maravillosa.
Lo era. Como se había imaginado, las vistas desde la habitación en lo alto de la torre eran espectaculares. Desde las otras ventanas de la casa también había unas vistas maravillosas. Pero cuando entraron en la extensión que se había hecho al edificio, Nick se dio cuenta de que aquella parte ya no era lo mismo. Era mucho peor.
Se había construido mucho a partir de la casa original. Las habitaciones eran pequeñas y no tenían mucho interés. No daban al mar. Nick estaba mucho más interesado en observar cómo se movían las caderas de Georgie o en cómo se apartaba el pelo de los ojos. Se notaba que ella tampoco estaba interesada en aquella parte de la casa.
–¿Quién es el arquitecto? –preguntó él.
–Oh. Um… un hombre con el que mi padre no había trabajado nunca antes. Creo que es amigo de Andrew Broomfield.
Nick asintió con la cabeza. Aquello tenía sentido. Otra mala decisión; poner a un amigo a trabajar en el proyecto para así ahorrar dinero y acabar con un diseño sin sentido.
–¿Me puedes enseñar los planos?
–Desde luego. Y si te portas muy bien incluso puede que haga té.
–¡Oh! Yo me porto muy bien –murmuró sin pensarlo. Ella apartó la mirada de él, pero éste pudo ver cómo se ruborizaba.
–No lo dudo –contestó. Se dio la vuelta y salió del edificio para dirigirse a la pequeña cabaña que ella llamaba su oficina. Nick la siguió, sintiéndose tan vivo como hacía mucho tiempo que no se sentía…
–Dijiste algo de que tenías que telefonear –dijo él. Georgie se preguntó si le debería decir que el plazo para que el banco les hiciera pagar estaba muy próximo o si debería esperar un poco para ganárselo un poco más y ver si podía engatusar a los del banco para que les dieran un día más de plazo. Pero no. El tiempo ya se había acabado.
–El banco –dijo, ante lo cuál Nick asintió con la cabeza.
–¿Están ejerciendo mucha presión?
–Hemos tenido que pagar facturas y nuestros salarios. Andrew decía que el dinero estaba por llegar… –dijo ella, asintiendo con la cabeza.
–Pero no ha sido así y estás en la ruina.
–Podrías decirlo así. Me han dado de plazo hasta que cierren el banco. Hoy.
–¿Cuánto tienes que pagar?
–¿Perdón?
–¿Cuánto dinero necesitas para quitártelos de encima y para pagar las deudas que tengas?
Georgie se sentó en su escritorio de una manera un poco brusca. ¿Realmente le iba a entregar un cheque para poder pagar sus deudas?
–Mucho –dijo sin rodeos. Tomó su calculadora y comenzó a hacer cálculos. En un momento dado, se dio cuenta de que él estaba mirando la pantalla de la calculadora.
–¿Es eso lo que debes?
–Aproximadamente. Por ahora –contestó Georgie. Nick asintió con la cabeza.
–Te voy a dar un poco más de dinero para que así no estés asfixiada.
–Pero pensaba que tenías que decidir si seguíamos edificando… –dijo ella, nerviosa.
–Ya lo he hecho –Nick telefoneó a Tory, habló durante un momento y le pasó el teléfono a Georgie–. Mi asistente personal. Dale tu número de cuenta bancaria. Ella hará que tengas el dinero antes de que cierren los bancos.
Georgie casi no podía hablar de lo aliviada que estaba. Su padre estaba en el hospital esperando a que le operaran a corazón abierto. La plantilla que habían contratado para trabajar en el complejo era estupenda, pero se les estaba acabando la paciencia. El banco ya había hecho todo lo que se podía hacer por ellos y ella no había podido pagar ningún salario durante semanas.
A punto de llorar, le dio a Tory todos los detalles que necesitaba, le devolvió el teléfono a Nick y se dirigió a mirar por la ventana.
–Gracias –dijo. Respiró profundamente. Lo hizo para tratar de calmarse, pero en vez de eso sollozó. Tras un momento de silencio, él se acercó y la abrazó con cuidado.
–Eh, no pasa nada –murmuró Nick.
Ella trató de contenerse, pero la tensión que había estado soportando durante las últimas semanas explotó en aquel momento y lloró como no lo hacía desde la muerte de su madre.
Pero tras un rato, avergonzada de repente al darse cuenta de la situación, se apartó de él y salió afuera. Se quedó mirando el mar y respiró profundamente aquel aire cargado de sal que le reconfortó el alma.
Todo iba a salir bien. Seguro. Con Nick Barron involucrado en el proyecto, éste quizá saldría adelante después de todo y la carrera de su padre no se echaría a perder…
–¿Estaría bien si ahora tomamos ese té del que hablaste antes? –murmuró Nick.
–Tengo una idea mejor –dijo ella, volviéndose para mirarlo con una sonrisa entusiasta–. Hay una cafetería a la vuelta de la esquina… no es nada especial, pero hacen un buen café así como las mejores baguettes del mundo. Creo que por lo menos te debo eso… y además yo no he desayunado todavía.
–Son las doce menos diez.
–Lo sé. ¡Mi estómago se está dando cuenta!
Nick sonrió.
–En ese caso, ¿a qué estamos esperando?