Capítulo 2

 

GEORGIE tenía razón. En aquella cafetería hacían buen café y había unas vistas sobre el mar maravillosas… y estaba ella.

Había cambiando de ropa y se había puesto una chaqueta; era una preciosa jovencita con unos fabulosos ojos verdes.

Pidieron dos baguettes y mientras las preparaban la camarera les trajo el café.

–Está estupendo –dijo ella, tras probarlo.

–Cuéntame que planes hay –pidió él, esperando que la confianza que había puesto en la empresa del padre de Georgie no estuviera equivocada.

–¿Qué quieres saber?

–¿Qué piensas tú sobre ellos?

Georgie miró pensativa a los ojos de Nick y se encogió de hombros.

–Es demasiado abigarrado. Demasiado pedestre. El arquitecto no tiene entusiasmo.

–¿Qué hubieras hecho tú?

–Contratar a un arquitecto que fuera mejor.

–¿Como quién?

–Como yo –contestó ella, riéndose.

Nick se quedó helado.

–¿Eres arquitecto?

–Uh… antes de que lo preguntes, tengo edad suficiente.

Nick se sintió un poco culpable e hizo una mueca de dolor disculpándose.

–Lo siento. Pero entonces, ¿qué haces llevando el negocio de tu padre?

–No me quedó otra opción. Mi padre se puso enfermo y yo estaba… ¿cómo es como lo llaman en el mundo del teatro? … Tomándome un descanso. Entre papel y papel. En realidad, estaba tomándome un tiempo libre para pensar en mi futuro y por eso estaba disponible cuando ocurrió todo. Necesita que le hagan un bypass triple. Está ingresado en el hospital Ipswich esperando a que le trasladen a Papworth para operarle. Estoy segura de que la preocupación ha sido una de las causas de que haya acabado así, por el estrés. Este proyecto no ha hecho más que dar problemas desde que comenzó. Una pésima especificación, nadie era responsable de nada y nadie controlaba nada. Pero pusieron aquella cláusula estableciendo la multa por incumplimiento de plazo para nosotros porque pensaron que así las cosas irían mejor.

–Porque necesitaban resultados para así salir de apuros.

–No hubiese funcionado. El diseño es horroroso… los planificadores lo dejaron pasar, pero no creo que les hiciera ninguna gracia. Es como una serie de cajas. No creo que ni las viviendas individuales se fueran a vender bien.

–¿Qué es lo que tú cambiarías? Seguro que has pensado en ello.

Ella se rió de nuevo, haciendo que a Nick se le alterara el pulso.

–He pensado mucho en ello, pero no he formulado nada.

–Eso está bien –dijo él, tratando de concentrarse en la conversación–. Simplemente cuéntame qué tienes en mente.

–¿Ahora? ¿De verdad quieres escucharlo?

–Ahora. Sí, de verdad.

Georgie sonrió. Los ojos le brillaban con entusiasmo.

–Reduciría el proyecto a la mitad –dijo–. Para empezar, haría menos casas, con más calidad y quitaría esa horrible extensión que han hecho. Necesita ser demolida. Mira… no te lo puedo describir. Te lo tengo que enseñar.

Agarró una servilleta y sacó un bolígrafo de su bolsillo. Le dirigió a Nick una sonrisa tan contagiosa como su entusiasmo. Empezó a garabatear al mismo tiempo que hablaba. De repente, Nick se dio cuenta de que él también estaba sonriendo. Georgie era alucinante. Era una diminuta fuente de ideas interesantes. Era muy lista.

Y preciosa. Absolutamente preciosa.

Nick se acercó para ver los bocetos que había hecho ella y se distrajo con el tentador olor a champú del brillante pelo de Georgie. Tenía un pelo precioso, castaño claro con leves mechas rubias, que le llegaba a los hombros.

Nick estuvo muy tentado de acercarse a tocarlo, para comprobar si era tan suave como parecía. Le costó mucho esfuerzo contenerse y concentrarse en lo que ella estaba explicando.

Pero cuando lo logró, cuando visualizó lo que ella proponía, se quedó fascinado.

 

 

–Papá, todo va a salir bien.

–Pero no entiendo… ¿de dónde ha salido ese hombre? –preguntó su padre, frunciendo el ceño.

–No lo sé… quizá del cielo. No quería preguntarle muchas cosas. Ha puesto dinero en la cuenta bancaria, lo he comprobado con el banco. Estábamos en números rojos.

–¿Cuál es la trampa? –su padre frunció aún más el ceño.

–No hay ninguna trampa. Va a comprar la empresa de Andrew. No sé por qué, pero ahora nosotros tenemos que tratar con él. Odia los planes para el complejo y quiere que yo le dé nuevas ideas…

–Pero la cláusula estableciendo la multa en caso de que…

–La ha derogado. La ha borrado… no cree en esas cosas. Papá, no te preocupes. De verdad, confía en mí.

Su padre analizó la cara de Georgie para tratar de ver si mentía, pero no vio ninguna señal de que lo hiciera. Suspirando, volvió a acurrucarse en las almohadas, cerró los ojos y agitó la cabeza. Una inesperada lágrima le cayó por la mejilla.

–Realmente no pensaba que nos fuéramos a librar de ésta. Todavía no estoy seguro de creérmelo.

Georgie lo entendía. A ella misma todavía le costaba creerlo.

–Créetelo –le dijo a su padre, firmemente, acercándose para besarle la lágrima. Tenía un nudo en la garganta–. Tú simplemente concéntrate en ponerte mejor y déjame esto a mí. Mañana te vengo a ver.

–¿Ya te vas? –preguntó su padre, abriendo los ojos y parpadeando.

–Tengo que trabajar… tengo que dibujar algunos planos.

Su padre se quedó mirándola durante unos segundos, le sonrió y le dio unas palmaditas en la mano.

–¡Buena chica! Estabas que te morías por hacerlo desde hace semanas. Ve y hazlo lo mejor que puedas.

–Lo haré. No te preocupes, papá. Haré que estés orgulloso de mí.

–Siempre lo haces –contestó él, tras lo cual cerró los ojos de nuevo.

Georgie dejó que su padre descansara y se marchó a su casa. Al llegar, vio que había mensajes en el contestador. Al escuchar el primero de ellos, se le revolucionó el corazón. ¡Era Nick!

–Georgie, te he llamado al móvil, pero lo tenías apagado. Probablemente estabas en el hospital… espero que todo esté bien. Me estaba preguntando cuándo podíamos vernos de nuevo para hablar sobre tus ideas. Voy a tener que estar en mi oficina durante los próximos días, pero si puedes venir a Londres, podíamos vernos una tarde. Tengo una habitación de sobra en mi casa, así que si te es más fácil, puedes quedarte a pasar la noche en mi casa o, si lo prefieres, te puedo reservar una habitación de hotel. Dime más o menos cuándo podrías venir… cuanto antes mejor. Me gustaría resolver este asunto lo más pronto posible.

¿Pasar la noche en su casa? A Georgie se le revolucionó de nuevo el corazón sólo de pensar en eso. Se puso una taza de té y se sentó en su mesa de dibujo con la cabeza llena de sueños…

 

 

–¿Nick?

–Georgie, ¿cómo estás?

Ella estaba mucho mejor tras oír su voz de nuevo, tras veinticuatro largas y duras horas.

–Bien. Mira, he recopilado algunas ideas. Pero creo que no merece la pena que te cuente los detalles hasta que no veas lo que estoy planeando y yo me haga una idea precisa de lo que esperas.

–Estoy de acuerdo. ¿Te va a ser posible venir? Yo no me puedo escapar de la oficina por el momento.

–Claro. ¿Cuándo?

–Cuando sea. Tengo todas las tardes libres. Hoy ya es un poco tarde, ya son más de las seis… ¿qué te parece mañana?

–¿Mañana? –gritó Georgie. Le dio un vuelco el corazón. Habría deseado tener más tiempo para poner en claro sus ideas, ¡pero el día siguiente era mejor que ese mismo día!–. Um… yo puedo, si tú no estás muy ocupado.

–¿Sobre qué hora?

–Tengo que ir a ver a mi padre… podría tomar el tren sobre las cinco y media y sólo se tarda un poco más de una hora en llegar a la calle Liverpool. Y lo que tarde en llegar desde allí hasta donde estés tú. ¿Sobre las siete?

–Estupendo. Me encontraré contigo en el metro –le dijo la estación–. Llámame por teléfono cuando llegues. Sólo tardaré cinco minutos en llegar.

Tardó seis y cada minuto se le hizo a Georgie interminable. Había estado corriendo todo el día, repasando los planos una y otra vez, visitando a su padre, tras lo cual volvió a su casa y se dio una ducha rápida. Pero no le dio tiempo a secarse el pelo y cuando llegó a la estación de metro y salió a la calle, sintió que el frío le penetraba hasta la médula.

Mientras estaba allí esperando, imaginándose qué tipo de coche tendría Nick, vio un elegante deportivo que se paró en la acera. La puerta del acompañante se abrió.

–Súbete –dijo Nick, sonriéndole.

–Bonito coche –dijo ella. Él sonrió aún más.

–Es el único lujo que me permito –le dijo, pero por alguna razón Georgie no lo creyó. Aquel hombre tenía la pinta de ser de esa clase de personas que se dan todos los lujos que les apetece. Y le dio la impresión de que le apetecían muchos.

–Abróchate el cinturón de seguridad –le indicó Nick, antes de arrancar el coche.

–Me encantaría tener un coche como éste –dijo ella, suspirando–. Pero lo destrozaría allí en el complejo y de todas maneras, no soy ningún casanova multimillonario.

–¿Y crees que yo lo soy?

–¿No lo eres?

–Me has pillado –dijo él, riéndose entre dientes

–Ahí lo tienes. De todas maneras, haría el ridículo conduciendo un coche así.

–Yo creo que estarías fantástica conduciéndolo, pero no sería una buena idea que lo intentaras con todo este tráfico.

Cuando llegaron al aparcamiento del edificio donde vivía él y aparcó el coche, Georgie se dio cuenta de que él estaba a otro nivel que ella. Su estilo de vida y aspiraciones eran totalmente distintos; hasta aquel momento sólo tenían en común el amor por el mar… ¡y que a ambos les gustaba el coche de él!

¡Ah! Y que a ambos no les gustaban los planos originales para el complejo.

Georgie comenzó a sentirse más alegre, pero sólo duró hasta que entraron en el ascensor que les llevaba a su piso. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, ella salió y se detuvo en seco.

–¡Oh, guau! –exclamó.

Todo lo que Georgie podía ver eran luces… podía ver casi todos los edificios singulares de Londres allí delante de ellos; el puente de Londres, el Big Ben, la torre de Londres, el City Hall…

Maravilloso. Mágico. Sensacional.

Por un momento pensó que estaban en la azotea del edificio, pero cuando él encendió la luz se dio cuenta de que estaban en una habitación. Una espaciosa habitación. Era enorme. Pudo ver una cocina al fondo y justo al otro lado dos enormes sofás. Entre ellos había una zona adecuada como comedor que daba a las enormes paredes de cristal que permitían ver toda la ciudad.

–¡Oh, guau! –exclamó de nuevo Georgie. Nick sonrió. Esbozó una forzada sonrisa, casi incómoda.

–Me había estado preguntando si te gustaría.

–Me encanta –contestó ella, acariciando uno de los sofás, de cuero marrón, y preguntándose qué demonios estaría ella haciendo en un sitio tan increíble como aquél–. Estoy sorprendida. Normalmente no me suelen gustar este tipo de cosas, siempre he pensado que los sitios así son un poco fríos. Pero este apartamento es estupendo. ¡Y las vistas!

–Lo compré por las vistas. Tiene un balcón que da la vuelta a todo el piso. Todas las habitaciones dan a él.

–¿Es eso un jacuzzi?

–Un capricho.

–¿No dijiste que el coche había sido tu único capricho? –bromeó ella, ante lo que él se rió.

–Oh, el jacuzzi no es un capricho, es medicinal. No podría seguir adelante sin él. Es estupendo tras un estresante día en la oficina o un viaje en avión. De todas maneras, no hay mucha gente que vea mi apartamento, así que es un vicio secreto y por ello no cuenta –añadió él, sonriendo.

A Georgie oír aquello le hizo sentirse bien. No porque fuera de su incumbencia con cuánta gente se relacionaba él. Para nada. Pero de alguna manera…

–¿Quieres algo de beber?

–Un té sería estupendo.

Nick asintió con la cabeza y preparó dos tazas de té.

–¿Para cenar qué te apetece? ¿Quieres salir a cenar fuera o prefieres que pida algo? Hay un restaurante justo aquí abajo que reparte a domicilio.

Georgie ni lo dudó.

–Aquí sería estupendo –dijo, incapaz de apartar su mirada de las vistas–. Y nos dará más tiempo para mirar los planos.

–Está bien… mira, aquí tienes el menú. Elige lo que quieras.

Georgie miró el menú, parpadeó y se lo devolvió a Nick.

–Lo que sea. Todo. Sólo de mirar el menú se me hace la boca agua. Desayuné sólo una galleta y para comer sólo tomé una taza de té. Me conformaría con una bolsa de patatas fritas.

–Creo que podemos pedir algo mejor –dijo él. Tomó el teléfono y pidió la cena mientras que ella observaba por la ventana cómo un pequeño barco atravesaba el Támesis.

Cuando hubo terminado de pedir la cena, Nick se acercó a ella y le ofreció la taza de té.

–Vamos fuera y echas un vistazo –sugirió él. Abrió las puertas de cristal y le indicó que saliera.

Aquello era precioso. Enorme, para ser la terraza de un bloque de apartamentos de Londres. Se dio cuenta de que Nick debía tener mucho dinero.

No podía dejar de mirar de vez en cuando al jacuzzi. Pudo ver que era de madera maciza. Se apoyó en él para volver a deleitarse con las vistas y sintió la calidez que desprendía.

–¡Está encendido! –exclamó, sorprendida.

–Desde luego. Ésta es la mejor época del año para los jacuzzis. Podemos meternos en él si quieres… podemos sentarnos dentro y hablar de los planos.

Georgie quería. Estaba deseando, pero no se fiaba de sí misma. Y no estaba segura de lo que había que ponerse para meterse dentro. De todas maneras, se recordó a sí misma firmemente, estaba allí para trabajar.

–¿No quieres primero ver las ideas que tengo sobre el papel? –preguntó, un poco desesperada. Él se encogió de hombros y le indicó que volvieran dentro, ante la decepción y alivio de Georgie. No, sólo alivio…

–Mientras cenamos los miraremos y hablaremos sobre ellos. Siempre podemos meternos en el jacuzzi después –añadió Nick y el alivio que sentía ella dio paso a un tremendo nerviosismo.

–Tal vez –dijo Georgie, sacando sus planos del cilindro donde los llevaba–. Son sólo ideas básicas –advirtió. Pero él simplemente se encogió de hombros de nuevo y la ayudó a estirarlos sobre la enorme mesa para el café que tenía. Los sujetó con una escultura para que no se movieran.

Ella parpadeó. Reconoció la escultura; sabía de qué escultor era. ¡Oh, Dios! Habría costado más de lo que ella ganó durante todo el año pasado. Se preguntó por qué habría dejado que él la convenciera de hacer todo aquello. De ninguna manera él iba a estar interesado en lo que ella tenía que decir; disfrutaba de una vida muy distinta a la suya.

–Bien. Háblame de tus ideas. ¿Qué es esto?

Georgie miró los planos, respiró profundamente, y se armó de fuerzas.

 

 

–¡Estaba exquisito!

Nick se rió levemente mientras que ella apartaba su plato y suspiraba satisfecha.

–Te dije que hacían buena comida.

–Mentiste. Estaba perfecto. Bueno es poco para referirse a esta comida.

–¿Quieres café?

–Sí, por favor… si no es mucha molestia.

–No lo es. Lo quieres cargado y caliente, ¿no es así?

A Nick le brillaron los ojos durante un segundo y Georgie sintió cómo se ruborizaba. ¡Por el amor de Dios! ¡Él sólo estaba hablando sobre el café!

–Por favor. Y con mucha crema, si tienes.

–Claro –dijo Nick. Cuando se dio la vuelta para dirigirse hacia la cocina, Georgie se abanicó la cara y tomó aire. En realidad…

–¿Te importa si salgo un rato a dar un paseo por la terraza? Me encantan las vistas.

–Claro que no. Como si estuvieras en tu casa.

Ella salió y se apoyó en la barandilla, fascinada al ver todas las luces reflejadas en el río. Podía oír el tráfico, las sirenas, los ladridos de los perros… Pero todo parecía muy lejano. Sintió como si estuvieran flotando, alejados de la realidad de la ciudad.

Sería estupendo meterse en el jacuzzi y quedarse allí tumbada, suspendida sobre Londres, como en un mundo mágico…

–Tu café está listo. ¿Quieres tomarlo dentro o fuera?

–Me gustaría tomarlo fuera. Pero hace frío. Será mejor que lo tomemos dentro –contestó Georgie, dándose la vuelta para sonreírle suavemente.

–Podríamos meternos en el jacuzzi… y hablar sobre tus ideas.

La tensión se apoderó del ambiente mientras que ella pensaba algo que decir.

–No tengo traje de baño –contestó finalmente, buscando ser práctica.

–No miraré y no tenemos por qué encender las luces del interior del jacuzzi. Puedes meterte con tu ropa interior si te da vergüenza.

–¿Y tú?

–Voy a preservar tu pudor, Georgie. Incluso te voy a prestar un albornoz –dijo él, sonriendo.

Ella ya no pudo resistirse más. Volvieron adentro y él le dio un albornoz y unas cuantas toallas, la guió hacia un dormitorio tan grande como una casa y desapareció.

Cuando ella volvió a salir a la terraza, la cubierta del jacuzzi estaba quitada y las tazas de café estaban colocadas en un lado. Pero no había rastro de Nick. Georgie se quitó el albornoz y se introdujo en el agua, que estaba burbujeante.

El calor que sintió hizo que tuviera que aguantar la respiración para después suspirar de placer al tumbarse dentro del jacuzzi. No se le veía nada ya que las burbujas lo impedían. Incluso desde allí podía divisar la ciudad, pero el vapor y el sonido del agua burbujeando le impedía oír su bullicio y la envolvía en un escenario mágico.

Entendió que Nick utilizase el jacuzzi para relajarse. ¡Si fuese suyo nunca saldría de él!

–¿Has entrado en calor?

–¡Oh! Me has asustado –dijo ella, riéndose. Se dio la vuelta para mirarlo, pero deseó no haberlo hecho. Él estaba allí, de pie frente a ella. Se quitó el albornoz y se introdujo en el agua, emitiendo un gemido de placer. Tenía un cuerpo hermosísimo.

–¡Oh, qué gusto!

Desde luego. ¡Y pensar que ella había pensado que las vistas eran perfectas antes de que apareciera él!

Nick era más alto que ella, por ello el agua no le cubría los hombros y le permitía ver, tentadoramente, un poco de su pecho. Éste se echó para atrás y cerró los ojos.

–Precioso –dijo, tratando de no quejarse en voz alta cuando tuvo que contenerse para no acercarse a él. Trató de pensar en algo que decir, pero era difícil pensar en otra cosa que no fuera su cuerpo.

–¿Café? –preguntó él, abriendo los ojos e incorporándose para tomar las tazas de café. Una vez le hubo dado la suya a Georgie, se apoyó contra la pared del jacuzzi para beberse el suyo y se quedó mirándola por encima de su taza–. Háblame de ti.

Ella se rió, un poco sorprendida.

–No hay mucho que decir…

–Tonterías. Empieza por lo más fácil. ¿Dónde naciste?

–En Ipswich. Mi padre trabajaba en Yoxburgh cuando yo nací. Crecí en una casa con vistas al mar… si subías a la azotea y estirabas el cuello.

–De ahí viene tu amor por el mar.

–En realidad no. Eso vino después, cuando fui de vacaciones a Cornwall y vi las olas chocando contra las rocas.

–Ésa es la belleza del mar –murmuró él–. Es magnifico en todas partes. El olor, cómo suena… no cambia, da igual donde estés –hizo una pausa antes de continuar hablando–. Cuéntame, ¿por qué estudiaste Arquitectura?

–Oh –aquello era un cambio de tema–. Um, bueno, mi padre era constructor y supongo que eso me influyó. Él perdió muchas clases cuando era pequeño por su enfermedad y por lo tanto no fue a la universidad. Pero siempre le encantaron las casas, así como trabajar al aire libre. Y los olores y sonidos de la construcción me han estado acompañando desde que nací tanto como los del mar. Conceptualmente no era un gran paso pasar de construir casas a diseñarlas y conseguí la nota para estudiar arquitectura.

–¿Y entonces te diste cuenta de que no te gustaba?

–No. Me encanta –le aclaró Georgie–. La arquitectura en sí. Lo que no me gusta, y era lo que en realidad hacía día tras día, es rellenar informes de un urbanista. No era lo que yo quería. No me interesaba. Pero me pagaban bien y pensé que sería bueno trabajar en ello durante un tiempo hasta que encontrara el trabajo que me gusta.

–Pero no funcionó.

–Podría haber funcionado, durante un tiempo, pero también había asuntos personales involucrados –explicó Georgie, que al recordar a Martin suspiró.

–¿Tu jefe?

Se preguntó cómo lo habría adivinado. Asintió con la cabeza.

–Tenía problemas matrimoniales y me involucró en ellos. Dos problemas. De tres y seis años. Unas encantadoras niñas pequeñas que necesitaban a su madre, que estaba enferma, y que se aferraron a mí como lapas. Como también hizo Martin… hasta que su mujer se recuperó de su enfermedad y los recuperó a ellos también. Momento en el que él me abandonó.

–Parece complicado.

–¡Desde luego!

Así que de ninguna manera Georgie se iba a quedar a rellenar los informes por él. Pero todo estaba demasiado reciente todavía como para hablar sobre ello. Todavía recordaba lo impresionadas que se quedaron las niñas cuando su padre les dijo que Georgie se marchaba.

–Así que pensaste en tomarte un descanso para pensar qué querías hacer, ¿no es así?

–Mi padre me había estado dando la lata desde hacía mucho tiempo para que trabajara con él. Durante los últimos diez años ha estado construyendo unas casas excepcionales. Tiene una fantástica reputación… por eso fue por lo que Andrew quería que fuese él el que hiciera la urbanización en el colegio. Pensó que si aparecía el apellido Cauldwell relacionado con el proyecto le daría prestigio. Pero ese proyecto no es de los que suele hacer mi padre… es demasiado grande y no es lo suficientemente exclusivo…

–Pero eso va a cambiar. Este proyecto tuyo tiene muchas menos unidades y muchos espacios abiertos. Y has eliminado esa horrible extensión de la parte trasera de la casa. Eso es lo más importante.

–Primero tienen que aceptarlo los planificadores y para lograrlo tengo que fijar muchos más detalles… si te parece bien.

–Creo que sí. Hay un par de cosas de las que me gustaría hablar, pero en principio me gusta lo que has planeado. Me gusta mucho. Y me gustaría quedarme con una parte de la casa para hacer un refugio para poderme escapar los fines de semana. Para mí y para más gente de la empresa.

A Georgie le dio un vuelco el corazón.

–¿Qué parte?

–La parte de abajo y la torre.

Se puso enferma al oír aquello, pero no podía hacer nada al respecto. Quizá él no se diera cuenta…

–¿Qué te pasa?

–¿El qué?

–Me parece que no te hace gracia.

–Yo iba a comprar la torre –dijo, dándose por vencida y confesando.

–¡Ah! –dijo él. Sus ojos reflejaban lo pensativo que estaba–. ¿Y qué te parece el apartamento de la planta superior?

–No es lo mismo –contestó ella, forzándose a sonreír.

–No. Puedo entenderlo. De hecho, he estado contemplando la idea de mantener la casa intacta, dejar sólo una unidad. Pero es una locura. Sería maravilloso, ¡pero es tan grande! No creo que muchas familias quisieran una casa tan grande.

–Tampoco sería rentable, desde luego que no lo sería si lo comparamos con dividirla en tres unidades –dijo ella, pero en el tono de voz que utilizó debió haber algo raro ya que él se la quedó mirando con curiosidad.

–Estás de acuerdo conmigo, ¿no es así?

Georgie sonrió con añoranza.

–Oh, claro que sí –dijo, suavemente–. Creo que sería una estupenda casa familiar. Incluso puedo oír el eco que harían en ella las risas de los niños… puedo verlos corriendo por el césped y me puedo imaginar que por las tardes se hagan fiestas en el jardín, música, risa…

–¡Eres una romántica! –bromeó Nick, riéndose. Pero su mirada reflejaba una cierta nostalgia. Georgie se preguntó si aquel estilo de vida solitario y ajetreado que llevaba era en realidad lo que él deseaba.

¡Realmente había perdido la cabeza! ¿Por qué iba a estar solo? Quizá se entretenía con una mujer distinta todos los días. Su vida era ajetreada, eso estaba claro. ¿Pero solitaria? Desde luego que no lo sería si las londinenses tenían algo que decir al respecto, ¡estaba segura!

–¿Estás casado? –preguntó ella, de repente. Él se rió entre dientes.

–¿Yo? No. Y es muy poco probable que lo haga. No creo que muchas mujeres aguanten mi estilo de vida durante más de unos segundos.

Aquello mismo no había impedido que la mujer de Martin se casara con él, pero seguramente habría sido lo que la llevó al límite y a ser ingresada en una clínica psiquiátrica durante meses. Eso y los constantes desaires de éste.

–¿Qué he dicho para disgustarte?

–Nada. Estaba pensando en otra persona –contestó ella.

–Tu antiguo jefe –dijo él, con una asombrosa precisión.

Georgie no quería hablar de ello, así que simplemente sonrió, ante lo cual Nick agitó la cabeza.

–Debió ser un auténtico bastardo.

–Lo fue.

Nick se levantó y Georgie pudo observar cómo el agua le caía por todo su precioso cuerpo. Sintió que se le desbocaba el corazón.

–Vamos. Ya es hora de que salgamos o te vas a convertir en una pasa. Podemos mirar los planos otra vez antes de irnos a la cama. ¿Te parece bien quedarte en mi habitación de invitados o prefieres que llame al hotel que está aquí al lado?

–No. Tu habitación de invitados está bien. Estoy segura de que el hotel no sería tan agradable y que las vistas no serán ni parecidas. Esto es encantador –contestó, con el corazón revolucionado de nuevo.

–A mí también me encanta. Aquí tienes… tu albornoz.

A Georgie no le quedó más remedio que levantarse delante de él. Su ropa interior estaba empapada y por lo tanto totalmente transparente. Salió del jacuzzi y le permitió a Nick que la tapara con el albornoz. Estaba totalmente ruborizada.

Pero él no se detuvo. La arropó y le trató de secar el pelo, como si fuera su madre… o su amante.

Ella se estaba volviendo loca. Se tapó bien y se anudó el cinturón del albornoz. Cuando miró a Nick, éste tenía una extraña expresión en sus ojos.

No. Estaba soñando. Él no estaba para nada interesado en ella y, aunque lo estuviera, a ella no le interesaba.

¿O sí? Al darse la vuelta sintió cómo se mareaba.

–Oh… estoy mareada –dijo, justo cuando él la tomó en brazos.

–No te preocupes, se te pasará. Has estado en el jacuzzi demasiado tiempo… no estás acostumbrada. Puede alterarte la tensión arterial. ¿Estás ya bien?

No. No estaba bien. Él la tenía en brazos, sujetándola firmemente. Lo último que quería era bajarse de ahí.

–Estoy bien. Lo siento –masculló, empujándolo levemente para que la dejara en el suelo.

Todo habría estado bien si no hubiese levantado la cabeza y no le hubiese mirado a los ojos. Pero lo hizo. Lo hizo y volvió a sus brazos justo cuando éste bajó su cabeza para besarla.

La boca de Nick era cálida, firme y persuasiva. Ella respondió al beso. Nick la acercó más a él, haciendo que a Georgie le temblara todo el cuerpo de placer debido a la manera con la que la estaba besando.

Ella se dejó llevar, él la besó con más pasión, introdujo su mano entre el albornoz de ella y le acarició los pechos, haciendo que ella lo necesitara. Se abrazó a él y pudo sentir su sexo erecto.

–Nick –dijo ella, entrecortadamente, tras lo cual sintió que algo cambió. Él se apartó y apoyó su cabeza sobre la de ella.

–¿Qué demonios estamos haciendo? –dijo entre dientes él. Entonces le cerró el albornoz y la acompañó a su dormitorio–. Vístete, Georgie –dijo, bruscamente–. Antes de que hagamos algo de lo que los dos nos arrepintamos.

Oh, demasiado tarde, Nick. Realmente demasiado tarde.

Georgie se introdujo en la habitación colocándose bien el albornoz.