Capítulo 4

 

LA OPERACIÓN del padre de Georgie transcurrió sin complicaciones y cuando éste volvió a la habitación, Nick la llevó de vuelta a su casa. La abrazó mientras ella lloraba. Después fueron al complejo con Archie y dieron un paseo hasta la cafetería favorita de Georgie, donde tomaron un café mientras que el perro esperaba paciente afuera.

Una vez terminaron, volvieron a dar otro paseo por la playa ya que la marea había bajado. Anduvieron entre las rocas.

–¿Puedes andar de punta a punta por esta playa?

–Algunas veces, si la marea está muy baja. Pero normalmente no. Es muy resbaladizo y arriesgado… pero no es que eso me detenga. Cuando era pequeña, solía escalar todo el acantilado y saltaba las olas, pero por aquel entonces no había rocas y no era tan peligroso.

Nick miró el acantilado y silbó levemente.

–No hay ningún sitio donde agarrarse o apoyar los pies.

–Oh, sí que lo hay –aclaró ella–. Si lo haces descalza está bien.

En ese momento, se quitó los zapatos y los calcetines y comenzó a subir por el acantilado con facilidad, dejando a Nick perplejo y con la boca abierta. Georgie se dio la vuelta y le sonrió, victoriosa.

–Soy el amo y señor –gritó ella desde arriba.

Nick se quedó mirándola desde abajo, agitando la cabeza y sonriendo, mientras que Archie trataba de seguir a su ama.

–Estás loca. ¡Por el amor de Dios, baja antes de que te caigas!

–No me caeré –dijo ella con seguridad–. No está tan alto, Nick.

–No… ¡simplemente no hay dónde agarrarse! ¿Cómo demonios puedes mantenerte ahí arriba?

–Es fácil –se rió Georgie–. Cuando estaba en el colegio y colgaba mi sujetador en lo alto de la torre de éste era mucho más difícil.

–Debes ser una araña. Sabía que había algo raro en ti –Nick se estremeció.

–Sí, tengo líquido adhesivo en las manos y en los pies como ellas –explicó Georgie, esbozando una sonrisa–. Hazme un favor y no le cuentes a mi padre nada de esto… le daría un ataque.

–Estoy seguro –dijo secamente él–. Imagino que debiste ser una niña muy traviesa.

–En realidad no –contestó ella, bajando de las rocas y poniéndose de nuevo los calcetines y los zapatos–. Simplemente me aseguraba de que no se enteraran de lo que estaba haciendo. Así era mucho más fácil.

–Umm. Yo no utilicé esa táctica hasta que fui mucho mayor.

–Y seguro que eras mucho peor que yo.

–Era diferente.

–¿Qué? ¿Coches deportivos? ¿Mujeres? ¿Drogas?

–Nunca tomé drogas.

Pero no negó las otras cosas. Georgie se lo pudo imaginar cuando era un jovencito; un temerario con chicas revoloteando a su alrededor, suplicándole que eligiera. Estaba absurdamente celosa de todas ellas.

Volvieron a caminar y Nick le ofreció su mano para ayudarla a andar por las rocas. Pero cuando llegaron a la arena no la soltó. Se acercaron a la orilla del mar y jugaron a tirar piedras al agua. Él ganó.

–Bueno, yo tenía que ser bueno en algo –dijo él, esbozando una sonrisa. Georgie recordó el beso que le había dado el miércoles por la noche al lado del jacuzzi y pensó que no sólo era bueno tirando piedras.

–A mi madre se le solía dar bien esto –dijo ella, sujetando una piedrecita en la mano–. Siempre solía ganar.

Al pensar en aquello, Georgie se entristeció. Él la tomó de la mano y comenzaron a andar de nuevo por la playa.

–Nunca antes la habías mencionado –dijo él, con suavidad–. ¿Qué le ocurrió?

–Murió hace cinco años –Georgie pensó que todavía, después de tanto tiempo, dolía muchísimo–. Tenía cáncer. Sólo lo supimos unas semanas antes de que muriera, pero fue horrible.

–Lo siento. Sé cómo es eso. Mi padre murió de esclerosis múltiple cuando yo tenía diez años. Fue bastante espantoso. Pero crecí sabiendo de la enfermedad que él sufría y supongo que como fue tan gradual me acostumbré a ello. Mis amigos lo llevaban peor que yo. Fue horrible verlo sufrir y cuando murió fue casi un alivio.

Nick esbozó una irónica sonrisa y ella lo abrazó.

–Lo siento –murmuró Georgie. Él suspiró y se abrazó más a ella.

–Yo también lo siento. La vida es muy dura –Nick dejó a abrazar a Georgie para tomarla de la mano de nuevo–. Así que… ¿tienes hermanos?

–Un hermano, David. Vive en Australia. Le gusta el mundo del surf y decidió marcharse donde se pudiese practicar mucho. Papá esperaba que se metiera en el negocio familiar, pero a mi hermano nunca le ha interesado. ¿Y tú?

–Tengo una hermana… un poco impredecible. Tiene dos hijos de padres distintos y ninguno tiene relación con su padre. Lo último que he oído sobre ella es que ha roto con su acaudalado novio brasileño y que está embarazada otra vez. Va a venir a vivir con mi madre, cerca de aquí… justo al otro lado de Framlingham. Lo que no sé es cómo van a caber todos en la pequeña casita de mi madre. Es una artista y la idea de los dos pequeños gamberros de Lucie arrasando todo a su paso hace que me estremezca.

–Parece horrible. Pobre mujer –se rió Georgie.

–Oh. Ella los adora a todos ellos, pero después de un tiempo la volverán loca. Siempre ocurre. No durará mucho tiempo. ¡Cuando lleven tres semanas juntos tendré que ir allí y hacer de mediador!

Riéndose ambos, se dirigieron de nuevo al coche. Archie estaba muy mojado y lleno de arena. Nick lo miró y levantó una ceja.

–Me alegro de que sea tu coche –bromeó.

–Tenía buenas razones para traerlo –dijo Georgie, riéndose.

Colocó a Archie en su arnés en el asiento trasero y arrancó el coche para volver a su casa.

–Debería volver a ir a ver a mi padre –dijo, ante lo cuál Nick miró su reloj.

–Son casi las cinco. Necesito llamar por teléfono a Tory y después… ¿quieres que te lleve yo?

Sí que quería, pero no quería parecer necesitada y patética. Pero imaginarse a su padre allí tumbado lleno de tubos y cables…

–Georgie, no pasa nada. Aunque no te lleve en mi coche voy a ir contigo igualmente. A no ser que prefieras que no lo haga, caso en el que te seguiría. Pero no te voy a dejar sola. No en este momento. Siempre y cuando tú no me lo pidas.

–Lo siento, no te lo voy a pedir. Me encantaría que me llevaras. Y cuando volvamos, deberíamos estudiar de nuevo los planos.

Pero no lo hicieron. Eran más de las diez cuando volvieron a casa. Mientras que él realizó un par de llamadas telefónicas, Georgie sacó a Archie a dar un corto paseo por la zona. Cuando volvió, Nick le ofreció un vaso de vino y se sentaron en el salón. Había encendido la chimenea, que era de gas, pero que producía llamas de verdad.

–Ven aquí –le dijo Nick, dando golpecitos a un cojín que estaba a su lado una vez que se hubo sentado en el sofá. Ella se acurrucó en él y observó las llamas.

–Mi padre tenía muy mal aspecto, ¿verdad?

–Estará bien, Georgie. Los médicos han dicho que está evolucionando favorablemente. Los primeros días son muy duros.

–Él siempre ha sido tan fuerte y ha estado muy en forma. Impresiona mucho verlo así.

–Pronto estará más fuerte. Espera y verás.

–Mmm –Georgie se bebió su vino. Se acurrucó aún más en él y se preguntó cómo habría transcurrido aquella semana sin Nick. Era viernes. Lo había conocido el lunes y allí estaba en ese momento con él frente a la chimenea de su casa, la operación de su padre aparentemente había salido bien y ya no se podía imaginar la vida sin él.

Su vida había sufrido un giro de ciento ochenta grados. Sin él, el banco habría ejecutado la hipoteca y su padre se habría estado recuperando de la operación con un proceso de bancarrota a las espaldas y no se quería ni imaginar el efecto que aquello hubiese tenido sobre él.

Se dio la vuelta y miró a Nick, que a su vez la miró a ella y sonrió.

–Gracias –dijo, con la voz tan entrecortada que apenas podía hablar–. Gracias por todo lo que has hecho.

–Oh, Georgie –dijo él, suavemente. Le apartó el vaso de vino y lo dejó en la mesa. Se tumbó a su lado y le acarició tiernamente los labios con los suyos.

–No sé lo que hubiéramos hecho…

–Shh. Hubierais estado bien.

–No. No, Nick, no lo hubiéramos estado. Sin ti…

–Pero no estás sin mí, así que no lo pienses.

–No puedo evitarlo…

–Entonces no estoy haciéndolo bien –murmuró él, besándola de tal manera que ella ya no pudo pensar en otra cosa que no fuese él.

 

 

Las siguientes semanas pasaron volando.

Los planos fueron aceptados por un comité, al que dejó aliviado ver los cambios y admitió haber tenido sus reservas con el anterior plan. La horrible extensión de la parte trasera de la casa desapareció. Así como también desaparecieron las esperanzas de Georgie de quedarse con la casa de la torre. Pero su padre estaba en casa, fortaleciéndose día tras día, y también estaba encantado con el nuevo escenario. Las cosas parecían marchar muy bien.

Y cada vez que quería alguna respuesta, llamaba por teléfono a Nick o se lo preguntaba cuando lo veía, lo que ocurría casi todos los fines de semana.

Al principio se quedaba en la habitación de invitados entreteniendo a George. Cuando éste se fue poniendo más fuerte, Georgie pudo ir a Londres ha pasar el fin de semana. Sólo estaba fuera la noche del sábado, ya que no le gustaba dejar solo a su padre por más tiempo. Nick y ella estaban cada día más unidos y ella dejó de preguntarse qué sería lo que él veía en ella y comenzó a creerse que él estaba realmente interesado.

Se preguntaba qué harían. Si irían a salir a cenar fuera o si cenarían en su apartamento.

Se preguntaba si se convertirían en amantes.

Sí. Si él lo sugería, sabía que lo harían. Había pensado que después de la relación que tuvo con Martin no volvería a tener otra relación sentimental en toda su vida, pero Nick era muy diferente. Era tan abierto, tan sincero y gracioso. Era tremendamente franco. Confiaba en él. Aquélla era la diferencia… y hacía todo muy distinto.

–Espero que tengas algo para ponerte en una fiesta en esa maleta –dijo Nick cuando la fue a buscar–. Vamos a ir esta noche a la fiesta de un amigo… me había olvidado de ello. Pero hace mucho tiempo que está preparada y está muy cerca de mi casa. Sólo tenemos que dejarnos ver.

¡Oh! Así que no tendrían una tranquila noche en casa, relajándose en el jacuzzi. Georgie se sintió un poco decepcionada, pero al final fue divertido e hicieron mucho más que dejarse ver.

La fiesta se celebró en un bloque de apartamentos cercano al de Nick. Cuando llegaron, sobre las diez, tras haber cenado sin prisas, ya estaba la casa llena. Nick le puso el brazo por encima, un gesto posesivo que la emocionó. Saludó a un par de personas y se acercó a Tory, su asistente personal.

–Tory, cuida de Georgie mientras que yo voy por algo de beber y no le cuentes nada malo de mí –amenazó Nick, bromeando, antes de marcharse y dejarlas a solas.

–Así que tú eres Georgie –dijo Tory, sonriendo y abrazándola–. Te tengo que dar las gracias… has hecho que Nick vuelva a ser un ser humano razonable. Se estaba volviendo muy cascarrabias. Así que bien por ti. Bien hecho. ¡Ah! y me encantan los nuevos planos. ¡Muuuuucho mejor! Y hablando de mejorías, ¿cómo está tu padre?

Georgie se rió, contagiada por el buen humor de Tory.

–Mucho mejor, gracias. Mejora cada día. Siento haberte robado a Nick sin que te pudiese haber avisado con más tiempo cuando le operaron.

–Me las pude arreglar, él lo sabe. Me quejo un poco si lo hace demasiado, pero para serte sincera, ahora es mucho más fácil tratar con él y cuando se va es un pequeño precio a pagar. Espero que te quedes con él.

Georgie estaba alucinada. No sabía cómo iba a ser Tory, pero desde luego que no se esperaba a aquella joven guapa y dinámica. Por un momento se preguntó si debía sentirse celosa, pero entonces Tory le presentó al anfitrión de la fiesta, un tipo llamado Simon Darcy y le bastó sólo ver cómo se miraban para darse cuenta de que no tenía nada que temer. Y de todas maneras, parecía que Tory quería que ella se quedara con Nick… ¡algo que a ella le encantaría!

–¿Estás bien?

Georgie se dio la vuelta y sonrió a Nick.

–Sí. Tory me acaba de poner al tanto de ti.

–No lo dudo –dijo él, secamente. Le dio la mano a Simon–. Hola, bonita fiesta.

–Me alegra que hayas podido venir. Y me encanta haber conocido a la mujer que te ha domado. Ya era hora –dijo Simon, riéndose entre dientes. Georgie parpadeó.

–¿Domado? ¿Ella?

Nick la abrazó y sonrió.

–Di lo que quieras. Pero dejemos una cosa clara: no me importa lo que tú y Tory hagáis fuera de las horas de trabajo… ¡pero ella es mi asistente personal y no te puedes quedar con ella!

–Quizá le haga una oferta que no pueda rechazar –dijo Simon. Tory se rió y Nick gruñó.

–Oh, no, Tory, no te dejes engañar. Está fingiendo que le gustas para así quedarse contigo. Todo es mentira.

–Pero son unas mentiras tan encantadoras –dijo Tory–. Y por lo menos él me aprecia.

–¡Yo también te aprecio!

–Pero no como lo hace Simon –dijo ella, divertida.

Nick agitó la cabeza y se dirigió a Georgie.

–Da mucha rabia. Vamos a bailar.

Georgie se pasó el resto de la noche en los brazos de Nick. Si no estaban bailando, él seguía abrazándola por los hombros mientras hablaban con sus amigos. Ella se hubiese quedado así para siempre. Pero justo después de medianoche empezaron a poner baladas y él, suspirando, la acercó aún más hacia sí, apoyando su cabeza en el hombro de ella para que sus mejillas se tocaran. Le acarició el pelo con los labios, lo que hizo que ella sintiera escalofríos por todo el cuerpo.

Casi ni se movían. Estaban tan cerca que se les podía confundir con una sola persona.

Cuando Nick levantó la cabeza y se quedó mirando a los ojos de Georgie, ésta se estremeció, se quedó sin oxígeno y no podía hablar. Todo lo que podía hacer era asentir con la cabeza.

Se marcharon de la fiesta sin despedirse de nadie. Iban de la mano y cuando llegaron al ascensor él la abrazó estrechamente.

No la besó, no la tocó más que para abrazarla, pero Georgie pudo sentir lo tenso que estaba, pudo sentir lo rápido que le latía el corazón y su sexo erecto. Le empezaron a temblar las rodillas. ¡Lo necesitaba tanto! Había estado esperando aquel momento durante semanas, pero en ese instante empezó a inquietarse.

¿Qué pasaría si lo decepcionaba? ¿Y si sólo estaba interesado porque todavía no se había acostado con ella y tras hacerlo ya no lo estaría? Salieron del ascensor y se dirigieron al apartamento de él. Mientras se dirigían hacia allí volvió a abrazarla.

Y entonces, para sorpresa de Georgie, cuando llegaron al apartamento, la soltó y abrió las puertas de la terraza, salió afuera y se quedó mirando las negras aguas de Támesis.

Ella le siguió y le puso una temblorosa mano sobre el hombro. Pudo sentir que estaba muy tenso.

–¿Nick?

–¿Estás segura de esto? –preguntó él, dándose la vuelta bruscamente y mirándola con dureza–. Porque ahora puedo parar, pero una vez que te haya tocado otra vez…

–Estoy segura.

Él se quedó allí parado durante un momento, para de repente tomarla entre sus brazos, conteniéndose.

–Gracias a Dios –susurró él antes de besarla. Georgie perdió la noción del tiempo. Perdió todo salvo la necesidad de estar con él, de tocarlo, de sentirlo…

 

 

–¿Estás bien?

Georgie giró su cabeza para mirarlo y logró esbozar una sonrisa con las pocas fuerzas que le quedaban.

–Me encuentro estupendamente –murmuró–. ¿Y tú?

–Alucinante –Nick la acercó a él–. Eres alucinante.

No. Ella no era alucinante. Estaba alucinada. Alucinada por la fortaleza de Nick, por su resistencia, por lo masculino que era, por la delicadeza con que la acariciaba. Nunca antes se había sentido tan especial, ni tan importante ni tan querida.

¡Tan apreciada!

Se arrimó más a él y sus cuerpos estaban rozándose desde la cabeza hasta los pies y con un suspiro de satisfacción se quedó dormida.

Más tarde la despertó el teléfono. Nick estaba sentado en el borde de la cama, dándole la espalda. Ella se acercó para intentar oír quién lo llamaba a aquellas horas de la madrugada.

–Intentaré llegar allí tan pronto como pueda. Mantenme informado… y buena suerte. Espero que salga bien. Te quiero.

Cuando colgó el teléfono se dio la vuelta y le sonrió.

–Lo siento. Era Lucie, mi hermana. Se ha puesto de parto. Mi madre va a llevarla al hospital, pero no puede quedarse allí porque tiene que cuidar de los niños.

–¿Y quieres ir para quedarte tú cuidando de los niños y que ella pueda estar con Lucie?

–No. Yo me quiero quedar aquí contigo y hacerte de nuevo el amor, pero no puedo –dijo él, esbozando una irónica sonrisa. Georgie se rió y acercó una mano para acariciarlo.

–Eres tan bueno –dijo ella, que de repente se puso seria.

–No, no lo soy –contestó él–. Si fuese un buen hombre tendría ganas de ayudarlas, no lo haría por un sentido del deber y no estaría deseando que ella tuviese más sentido común y no se hubiese quedado embarazada; otro niño al cual no puede mantener.

Le acarició todo el cuerpo a Georgie y se entretuvo tocándole un pecho de una manera posesiva.

–Eres tan hermosa –murmuró–. Quiero hacerte el amor… quiero abrazarte y sentirte, quiero oír los pequeños ruiditos que haces cuando estás a punto de…

Le volvió a hacer el amor y cuando ambos alcanzaron el éxtasis de placer él se derrumbó sobre ella.

–No pretendía hacer esto –dijo Nick, una vez hubo recuperado el aliento.

–No te preocupes, no se lo diré a nadie –dijo ella, bromeando y riéndose–. Ve a ducharte y a afeitarte. Haré café y después haré mis maletas. Como pasas por allí, me puedes llevar a la estación, en Ipswich, y allí tomaré mi coche.

–Buena idea. Dame cinco minutos.

Cuando Nick se marchó al cuarto de baño, ella arregló sus cosas y preparó café. Tomó su taza y salió a la terraza para ver amanecer. Eran las cinco, hacía sólo cuatro horas que habían dejado la fiesta y no habrían dormido más de tres horas, probablemente menos. Debería estar destrozada, pero no lo estaba. Se sentía muy bien, muy viva.

–Eres maravillosa –murmuró él detrás de ella. Ella se dio la vuelta y vio que sólo llevaba unos vaqueros desabrochados. Tenía la taza de café en una mano. Ella quería, estaba deseando, que la volviera a abrazar, pero al observar el vello que asomaba por su bragueta desabrochada se dio cuenta de que no se podría resistir, así que simplemente sonrió.

–Lo sé –dijo ella, alegremente–. Estoy estupenda. Voy a darme una ducha rápida y a vestirme. ¿Por qué no comes algo? Te he preparado una tostada.

Se dirigió hacia el cuarto de baño, controlándose para no echarse en sus brazos cuando pasó al lado de Nick. Una vez se hubo duchado y vestido estaba más o menos serena.

A las siete y media ya estaba en su casa. A las diez Nick le telefoneó para decirle que su hermana había tenido una niña y que ambas estaban bien.

–¿Y cómo estás tú? –preguntó Georgie. Él se rió entrecortadamente.

–¡Oh, por lo menos estoy vivo! Los niños son un poco traviesos, pero en realidad son agradables. Sólo necesitan un poco de autoridad y, francamente, Lucie les deja hacer lo que quieren, así que han estado un poco alborotados, pero bien. Gracias por haberme hecho comer algo, ¡porque no creo que hubiese tenido la oportunidad aquí con ellos! Según parece, Lucie va a volver a casa esta tarde y me tengo que quedar aquí todo el día. Quizá me pase a verte más tarde si vas a estar en casa.

–Llámame al móvil. Estoy segura de que si no estoy en casa no estaré lejos. Me encantaría verte.

Pero Nick no llamó. No lo hizo hasta mucho más tarde, porque la niña de Lucie tenía un problema con su respiración y se tuvo que quedar en el hospital, ante lo cual Lucie también se quedó y Nick tuvo que llevar a su madre y a los niños a verlas. Y no fue hasta que los niños no estuvieron acostados que pudo ir a visitarla.

Salieron a tomar algo a un bar que había en el paseo marítimo. Hacía una noche sorprendentemente cálida para ser principios de mayo. Nick le contó qué había pasado con la niña y lo que los niños y él habían estado haciendo.

–Parece agotador –dijo ella, riéndose. Él asintió con la cabeza.

–Lo ha sido. Pero la niña está ya bien y esperan poder volver a casa en un par de días.

–¿Y qué vas a hacer tú? ¿Te vas a quedar aquí con ellos?

–No. Mañana tengo el día lleno de reuniones y el martes va a ser una pesadilla. Se supone que me tengo que marchar a Dublín. Mi madre se las puede arreglar; está en muy buena forma. Sólo tiene cincuenta y siete años y está muy acostumbrada a ellos.

–No como tú.

–No como yo –dijo él, esbozando una pícara sonrisa.

–¿Te vas a Londres ahora o te quieres quedar esta noche? ¿O te vas de nuevo a casa de tu madre?

–No puedo ir a casa de mi madre; no tiene suficientes habitaciones y debo estar preparado para mañana. Tengo una reunión a las seis de la mañana.

–¡Madre mía! Bueno, será mejor que no te entretenga.

–Me encantaría que lo hicieras. No hay nada que me apetezca más que quedarme contigo, pero no puedo levantarme a las tres y media y conducir hasta Londres; estoy demasiado cansado. Necesito dormir… y si estoy contigo no voy a poder, lo mismo que si estoy en la habitación de al lado de la tuya, ¡así que no me queda otra cosa que marcharme!

Tras suspirar, la llevó a su casa y la besó durante un rato.

–Te veré entre la semana. Volveré para verlos y me pasaré por aquí. Quizá entonces me quede.

–Tengo muchas ganas de que lo hagas –dijo Georgie. Pero nunca pasó.

Nick no llamó por teléfono al día siguiente. Ni al siguiente a éste. El miércoles, cuando ella ya no pudo más y le telefoneó, su teléfono estaba apagado. Le devolvían los mensajes que mandaba y cuando llamaba a su casa saltaba directamente el contestador. Cuando, desesperada, llamó a su oficina, alguien le dijo que Nick no estaba y que Tory había salido. Preguntó que dónde estaban, pero la persona que contestó al teléfono no se lo podía decir y tampoco sabía cuándo volverían. Sólo le preguntó si quería dejar algún mensaje.

–Sí… soy Georgie Cauldwell, la arquitecta del proyecto de Yoxburgh. ¿Puede decirle que me llame en cuando contacte con él, por favor?

–Claro. Se lo haré saber.

Cuando colgó el teléfono, se preguntó dónde estarían Nick y Tory. Se preguntó si quizá se habría equivocado sobre la relación que mantenían Tory y Simon.

No. Aquello era ridículo. Estaba muy claro que estaban enamorados. Los había visto juntos y había visto cómo lo miraba ella a él, con la misma mirada con que ella había mirado a Nick aquella mañana después de que hicieran el amor.

Pero si no estaba con Tory, ¿entonces dónde estaba y por qué no se había puesto en contacto con ella?

Volvió a llamarlo más tarde y por la noche, cuando no podía dormir, y al día siguiente. Volvió a telefonear a la oficina y una secretaria distinta respondió al teléfono, pero le dijo lo mismo; Nick no estaba y no sabía cuándo volvería.

Georgie tenía razón. Él no estaba realmente interesado en ella, salvo por la novedad y tras haberse acostado con ella ya se había aburrido.

Se planteó buscar el número de teléfono de la madre de Nick en la guía telefónica… incluso la tomó en sus manos. Pero la dejó en su sitio, indignada consigo misma por estar tan necesitada de él y ser tan patética. El domingo por la tarde, tras volver en vano a intentar hablar con él, se sentó suspirando en el salón de su casa, frente a su padre.

–¿Todavía no has podido contactar con él?

–No sé dónde está –dijo ella, a punto de llorar.

–¿Has llamado al hospital? Quizá la niña de su hermana esté enferma.

Tontamente no había pensado en eso. Llamó, pero al hacerlo, le dijeron que no había nadie ingresado que se llamara Lucie Barron.

–Tuvo un bebé el domingo pasado por la mañana –le dijo Georgie a la recepcionista, por lo que le pasaron con maternidad.

–No, aquí no ha habido nadie ingresado con ese nombre recientemente.

Ya no podía hacer nada más.

–Debería estar casada o tener un apellido diferente por alguna razón –le dijo Georgie a su padre cuando volvió al salón.

–Él se pondrá en contacto contigo. Habrá pasado algo… sabes lo ocupado que está. Quizá haya tenido que marcharse con Tory a Nueva York o a Japón o algo así.

–Probablemente –se dijo a sí misma, pero no lo creía.

Al día siguiente, tuvo un problema con la especificación de cuántas habitaciones tenía que haber en la torre e intentó hablar con él de nuevo.

–Lo siento. No puedo contactar hoy con él. Le pasaré su mensaje –le dijo otra recepcionista.

Bueno, si Nick iba a comportarse de una manera tan mezquina, tendría que escribirle y exigir respuestas, no iba a permitir que le diese evasivas.

Escribió una carta, la tiró y volvió a intentarlo de nuevo. Finalmente le envió un correo electrónico diciéndole que se pusiese en contacto con ella por los problemas que había con la torre.

No le suplico ni se humilló. No hizo ningún comentario desagradable ni dejó caer ninguna indirecta. Finalizó el correo de una forma muy seca.

Al día siguiente por la mañana, cuando habían pasado nueve días desde la última vez que lo vio, estando ella en la torre, llegó un coche que no le era familiar y aparcó frente a la oficina del complejo. Se quedó mirándolo y, tras apartar el polvo de la ventana para ver bien, parpadeó.

–¿Nick?

No. Se estaba imaginando cosas.

No. No lo estaba. Salió corriendo hacia el coche. Nick estaba allí, hablando con alguien. Al ver que Georgie se acercaba, se enderezó y se dio la vuelta hacia ella.

Llevaba un traje negro, conjuntado con una camisa blanca y una corbata negra. Ella pensó que parecía como si fuese a un funeral. Pero entonces le vio la cara.

–¿Nick? Nick, ¿qué ha pasado? –preguntó, en un tono muy bajito. Nick no podía hablar, sólo tragó saliva, tenía un nudo en la garganta.

Entonces la miró y ella pudo observar la congoja que reflejaban sus ojos.

–Cuando volvían a casa del hospital… tuvieron un accidente. Mi madre está herida y Lucie… –tuvo que dejar de hablar durante un momento por la emoción–. Lucie…