Capítulo 5

 

NO PUDO terminar la frase. Pero no había necesidad de que lo hiciera. La ropa que llevaba lo decía todo. Georgie miró a los asientos traseros del coche y vio dos pares de ojos precavidos y asustados. Le dio un vuelco el corazón.

Entre ellos había un asiento de bebé. La única evidencia de su ocupante era un diminuto puño agitándose.

Georgie se tapó la boca con la mano, no se lo quería creer. Pero no había duda. Nick lo tenía reflejado en los ojos; el dolor, la desesperación, la incredulidad.

–Oh, Nick… ¿por qué no me llamaste por teléfono?

–Lo intenté. Pero no podía ni siquiera terminar de marcar tu número. No sabía qué decir.

–Me podías haber mandado un mensaje al teléfono móvil. Hubiese ido contigo, te habría ayudado. No tenías que pasar por esto tú solo.

–No he estado solo. Tengo a Tory, pero necesito un favor, Georgie. Necesito que me ayudes. Tengo que ir al funeral, pero los niños odian a la niñera y ella se ha marchado. ¿Podrías…? Lo siento, pero no puedo llevarlos allí. Son demasiado pequeños y mi madre…

–Está bien –dijo ella, acercándose para abrazarlo, pero él se apartó y se metió las manos en los bolsillos.

–No me toques, Georgie. No seas agradable conmigo, ¡por el amor de Dios! Estoy a punto de derrumbarme.

Georgie asintió con la cabeza, mordiéndose el labio inferior para contenerse y no decir lo que seguramente llevaría al abismo a Nick.

–Entonces –dijo ella, tras unos segundos–. ¿Qué quieres que haga?

–¿Puedo seguirte hasta tu casa y dejar a los niños allí contigo? No será mucho tiempo… cuatro horas más o menos. Cierra el complejo si tienes que hacerlo. Yo pagaré sus salarios. No te pediría esto si pudiese evitarlo, pero mi madre está consternada y tengo que ir a buscarla al hospital para llevarla al funeral y después volver a llevarla a él. No puedo hacer que los niños pasen por eso y no sé a quién más pedírselo.

–No, claro que no puedes hacerlo. Está bien. Dame diez segundos para que le dé instrucciones a Andy y estaré contigo.

Georgie se dirigió corriendo hacia la caseta donde Andy estaba trabajando, le dio instrucciones y corrió hacia su coche, dando un destello de luces a Nick cuando arrancó y salió del complejo delante de él. Cuando llegaron a su casa, Georgie se bajó del coche y avisó a su padre. Luego salió para ayudar a Nick con los niños.

–Niños, ésta es Georgie –dijo él–. Va a cuidar de vosotros hoy. Georgie, éste es Dickon y su hermano mayor, Harry. La niña se llama Maya.

Harry estaba de pie apartado de ellos, aislado por la pérdida que había sufrido y con la precaución reflejada en los ojos. A Georgie le dieron ganas de llorar.

Pensó que aquellos niños eran demasiado jóvenes para haber perdido a su madre. Sobre todo la niña, que era un bebé. Nunca la conocería… nunca tendría recuerdos de ella…

¡Basta! Respiró profundamente y sonrió a los pequeños.

–Hola, chicos. Venid dentro y os presento a mi padre. Veremos si encontramos algo para comer y beber, ¿vale?

–¿Tienes galletas? –preguntó Dickon, pero Harry dirigió su mirada hacia Nick, comprendiendo lo que estaba pasando.

–Yo quiero quedarme contigo. No seré una lata.

Nick se emocionó y abrazó a su sobrino estrechamente.

–Lo siento, Harry. No puede ser. Tengo que ir a buscar a la abuela y llevarla al funeral. Después tengo que volver a llevarla al hospital, pero tú podrías cuidar de Dickon y de Maya por mí mientras tanto… échale una mano a Georgie.

Ésta observó cómo el niño asentía con la cabeza y cómo se apartaba a regañadientes de su tío, que le pasó a Georgie la sillita de la pequeña, tras lo cual, con la mirada sombría, se dirigió hacia el coche para tomar una bolsita y dársela también a ella.

–Con esto tendrás bastante para la niña. Hay pañales, biberones, un par de mudas de ropa, una mantita y un barreño para la cocina por si hay que bañarla. No sé. Espero no haberme olvidado de algo importante. Si lo he hecho, compra lo que sea y luego te doy el dinero. Y aquí está el cochecito, por si quieres salir a dar un paseo. La sillita se encaja en él. Si se te resiste…

–Estaremos bien –le dijo Georgie, mirando a la pequeña, que estaba dormida, y preguntándose cómo el destino podía ser tan cruel. Tomó aire y se dio la vuelta. Al hacerlo, vio a su padre en la puerta de la casa, su amable cara reflejaba lo preocupado que estaba.

–Hola, chicos –dijo, cuidadosamente–. Venid dentro y vemos si podemos encontrar esas galletas. Georgie puede traer el bebé. Nick.

Simplemente le dirigió una palabra a Nick. Sólo una palabra, pero que transmitía su apoyo y preocupación. Nick asintió con la cabeza, consciente de ello, y se quedó mirando al suelo durante un momento. Los chicos entraron en la casa, Harry miró por encima del hombro y Nick le guiñó un ojo para apoyarle.

–Um… creo que me debo marchar. No quiero llegar tarde –le dijo Nick a Georgie.

–No. Vete, nos las arreglaremos. Te veremos cuando sea.

–Gracias.

–De nada. Márchate.

Él dudó un segundo, pero después se subió al coche y se marchó. Georgie tomó la sillita de la pequeña y se dirigió a su casa. Vio que Harry estaba apoyado en la puerta, mirando a su tío con la mirada perdida.

–Vamos –dijo suavemente ella, poniéndole una mano sobre el hombro y dirigiéndolo hacia el interior de la casa. Cuando entraron, pudo oír a Dickon hablando con su padre en la cocina. Llevó a Harry con ellos y le presentó a Archie, que estaba muy ocupado lamiéndole la cara a Dickon.

Georgie pensó que no era el momento de decir que aquello no estaba bien y además, probablemente era lo que el niño necesitaba. Se dio cuenta de que la niña se estaba despertando.

–Harry, ¿sabes a qué hora hay que darle de comer a Maya? –preguntó Georgie, pero el niño negó con la cabeza.

–Dale de comer. Si no tiene hambre, no se lo comerá –contestó el niño, lógicamente. Teniendo en cuenta la difícil situación en la que se encontraban, a Georgie le impresionó el sentido común que tenía el pequeño.

–¿Quieres echarme una mano? No se me dan muy bien los bebés.

Harry se encogió de hombros y comenzó a mirar en la bolsita de la pequeña.

–Toma… lo tienes que calentar en el microondas durante un minuto y agitarlo. Luego tienes que comprobar que no esté muy caliente echándote un poco de leche en la muñeca. No tiene que estar muy caliente o le quemará la boca.

¡Sabía tanto! Y sólo tendría seis años. Le acercó el biberón, que era muy pequeño, a Georgie, que hizo lo que el niño le había indicado. Su padre y Dickon estaban preparando algo de beber y estaban colocando un montón de galletas en un plato, haciendo un dibujo con ellas.

Bueno, Dickon era el que estaba haciendo el dibujo. Su padre estaba mirando, con una expresión dura, como si estuviese pasándolo mal. Georgie lo entendía. Ella también lo estaba pasando mal. Tenía a la pequeñina apoyada contra el pecho, dándole el biberón mientras que la niña lo sujetaba.

Georgie pensó con tristeza que debería haber sido el pecho de su madre lo que estuviese chupando y no el biberón. Pensó en la tremenda pérdida que habían sufrido aquellos pequeños y en lo que les esperaría.

Levantó la mirada y vio que Harry y Dickon estaban sentados a la mesa con su padre, hablando sobre escavadoras. Bueno, eran su padre y Dickon los que hablaban. Harry sólo escuchaba.

–Tienes que hacerla eructar –dijo Harry. Georgie se dio cuenta de que no tenía ni idea de cómo hacer que un bebé eructara. Había visto a gente haciéndolo, pero no había prestado la menor atención.

–Trae, deja que lo haga yo –dijo su padre, tomando a Maya de los brazos de Georgie. Se sentó de nuevo y colocó a la pequeña en sus rodillas. Tomó la barbilla de la pequeñina y le presionó la espalda suavemente hasta que la niña eructó sonoramente e hizo que todos rieran, incluyendo a Harry.

Tras aquello, Harry encontró un pañal y le enseñó a Georgie cómo cambiárselo. Ésta estaba maravillada con aquel niño, ¡estaba tan sereno! ¿Cómo estaría llevando la muerte de su madre? Prefería no pensar en ello.

–Eres maravilloso –le dijo Georgie. Abrazó al pequeño y por un momento él se abrazó también a ella, tras lo cual se soltó y se dirigió a mirar por la ventana.

–¿Crees que Nick tardará mucho? –preguntó, con la mirada fija en la carretera.

–Creo que va a tardar un poco –contestó ella, prudentemente, mirando a su padre.

–Yo quería haber ido al funeral. Vimos un funeral en la India… ponen flores en el río para que se las lleve el agua. Era muy bonito.

–¿Van a hacer eso con mami? –preguntó Dickon–. Harán que se la lleve el río.

–No. Van a hacer un agujero y la van a colocar en él. Van a plantar un árbol encima. La abuela ha dicho que ella se merecía más que una caja de madera y se puso a llorar. Oí cómo el tío Nick se lo decía a Tory –añadió Harry, respondiendo así a la pregunta que quería hacer Georgie–. Él dijo que mami quería eso y por eso lo harán. ¿Nos vamos a quedar a comer aquí?

–Oh, creo que sí –dijo Georgie, suspirando aliviada al ver que hablaban de otros temas–. ¿Qué os gustaría?

–Bocadillos de beicon. Mami es vegetariana, pero a nosotros nos gustan los bocadillos de beicon, ¿a que sí?

–El tío Nick nos los hace siempre. Y también nos da galletas de chocolate. Están riquísimas.

Georgie observó que no había fruta ni verdura, pero pensó que el día del funeral de su madre no era el momento para preocuparse por esas cosas. Y de todas maneras, sólo los cuidaría por poco tiempo.

–No tenemos beicon –dijo su padre, frunciendo el ceño.

–No, pero podemos ir a dar un paseo. Hace un día estupendo y sé dónde podemos comprar bocadillos de beicon. También venden helados y podéis jugar en la playa un rato si queréis –Georgie miró a su padre–. ¿Te apetece?

–Claro. De todas maneras tengo que salir a andar y bajar a la playa será divertido. Si me canso me puedo apoyar en el cochecito del bebé.

–¿Y qué pasa si vuelve el tío Nick? –preguntó Harry, mostrando de nuevo lo inseguro que estaba, entonces Georgie señaló su teléfono móvil, que llevaba en el bolsillo.

–Puede contactar conmigo cuando sea. Sabe mi número de teléfono. ¿Os apetece?

Los niños asintieron con la cabeza.

–¿Podemos bañarnos? –preguntó Dickon, pero George negó firmemente con la cabeza.

–No. Todavía el agua está fría. Pero podéis jugar en la arena. Georgie, ¿puedes buscar aquella vieja pala y su cubo?

Minutos después, equipados con la pala, el cubo y la sombrilla, se marcharon a la playa. Ella iba empujando el carrito de la niña y su padre llevaba a un niño de cada mano.

Harry llevaba a Archie con su correa y por primera vez el perro se estaba comportando como si hubiese sido adiestrado e iba andando al lado del niño sin tirar.

–¿Comemos primero? –sugirió Georgie cuando llegaron a la cafetería que había en la explanada. Dejaron a Archie atado en la puerta y entraron. Los niños empezaron a pelearse para mirar el menú y Georgie tuvo que quitárselo.

–¿Pensaba que queríais bocadillos de beicon?

–Pero necesitamos algo de beber –dijo Dickon, cuyos ojos eran muy cándidos. Georgie miró a su padre y sonrió.

–¿Qué os parece un batido? Creo que tienen de fresa y chocolate.

–De chocolate –dijo inmediatamente Dickon, ante lo que Harry le frunció el ceño.

–Yo quería de chocolate.

–Pero yo lo he dicho primero…

–Los dos lo podéis pedir de chocolate, no pasa nada –dijo Georgie, haciendo que dejasen de pelear–. ¿Queréis crema por encima?

¡Desde luego que quisieron! No se estuvieron quietos hasta que no llegaron los batidos. Cuando les trajeron los bocadillos, la pequeñina empezó a llorar y Georgie tuvo que pedir que le calentaran el biberón. Pero entonces la leche estuvo muy caliente y Maya necesitaba que le cambiasen los pañales. Cuando volvió a la mesa tras haberlo hecho, su café se había quedado helado, su bocadillo se estaba empezando a enfriar, los chicos estaban muy inquietos y ella se preguntó cuánto tiempo tardaría Nick en volver a llevárselos.

Mientras se comía su bocadillo, ya que no había desayunado nada y estaba hambrienta, pensó que Nick tardaría demasiado. No podía soportar aquello. No. Eso era una tontería. Claro que podía soportarlo. Simplemente no quería tener que hacerlo.

–¿Nos podemos marchar ya? –preguntó Dickon, justo cuando Georgie se estaba metiendo en la boca el último bocado. Se rió ante la impaciencia del pequeño.

–Vamos a la playa.

Su padre se sentó en la arena, con el bebé en su regazo, tratando de que soltara el aire mientras que Georgie hacía castillos en la arena con los chicos y les enseñaba cómo tirar piedrecitas, preguntándose cómo le estaría yendo a Nick.

 

 

–Es agradable estar con niños de nuevo –le dijo más tarde su padre a Georgie, cuando ésta se sentó a su lado en la arena mientras los niños construían un fuerte y Archie cavaba un enorme agujero a su lado.

–No lo hagas. No me voy a involucrar con estos niños, papá. No puedo hacerlo de nuevo.

–Me pregunto qué demonios irá a hacer Nick con ellos.

Ella también se había estado preguntando eso mismo. Pero no había llegado a ninguna conclusión. Después de todo, Nick era un hombre, soltero, sin ataduras y no se podía imaginar niños en su apartamento.

La pequeñina eligió ese momento para levantar su pequeña carita y hacer un gesto de dolor. El corazón de Georgie se encogió. Otro pañal. Sólo les quedaba uno y no sabía cuándo volvería Nick.

–Deberíamos volver a casa por la ciudad y comprar algunas cosas para la niña –le dijo a su padre–. Se está quedando sin pañales y sólo le queda un biberón más. Si se queda sin ellos…

Así que les dijeron a los niños que se tenían que marchar. Éstos, aunque estaban cansados, no querían irse. Ataron al perro y se dirigieron hacia el complejo que estaba justo al otro lado de la calle.

–Parece que va bien –dijo su padre, mirando hacia la casa que estaba siendo reformada–. Has hecho un buen trabajo.

–Yo quería quedarme con esa torre –dijo ella, con nostalgia.

–Quizá todavía te puedas quedar con ella.

–No lo creo. Sobre todo ahora que la familia ha aumentado.

George sonrió y miró a los niños.

–Nunca se sabe, quizá te acostumbres a ello…

–No, papá. Por favor, no empieces. Sé que echas de menos a Jessica y a Emily, pero no puedo hacerlo de nuevo. De todas maneras, tal vez ni siquiera ocurra. Es demasiado pronto en todos los aspectos. No te anticipes.

–Ya veremos –fue todo lo que dijo su padre, que llamó a los chicos para tomarlos de la mano. Estuvo hablando con ellos todo el tiempo. Fueron al supermercado y compraron algunas cosas para la pequeña. Cuando volvieron a la casa estaban todos muy cansados, sobre todo George.

–¿Por qué no os sentáis y buscáis algo para ver en la televisión mientras yo voy a preparar algo para comer? –sugirió Georgie. Para su sorpresa, los chicos no protestaron y se acurrucaron a ambos lados de George en el sillón para ver la televisión.

Ella se marchó con la niña a la cocina, le dio de comer de nuevo y, un poco nerviosa, la bañó en el barreño. La vistió con ropa fresca y la colocó en la sillita para que durmiera.

Eran las cuatro y media. Había pensado que Nick pasaría por los niños mucho antes, pero no habían tenido ninguna señal de él. Miró a la niña, ¡era tan pequeña, tan indefensa! Sintió cómo le invadía una ola de inmensa tristeza.

¿Cómo estaría llevando todo aquello su abuela? Nick no había dicho gran cosa sobre las heridas que ésta había sufrido en el accidente, pero obviamente eran lo suficientemente importantes como para que tuviese que estar ingresada en el hospital más de una semana. Y además de eso, tenía que soportar el dolor por la muerte de su hija y la preocupación de qué les iría a ocurrir a sus nietos. Por lo que había dicho Nick, parecía que no había nadie más que se pudiese ocupar de ellos. No había rastro de los padres de las criaturas y sin su madre… ¿Quién se iría a ocupar de ellos?

Nick.

Georgie pensó que tal vez aquello sería hasta que la madre de éste se recuperara. Necesitaba estar ocupada y buscó en la nevera para ver qué les podía preparar a los niños de comer. Tenía pollo, pero no sabía si dárselo ya que su madre era vegetariana, pero ya les había dejado comer beicon. Era tarde para preocuparse por los principios de Lucie. Decidió que les preguntaría a ellos. Asomó la cabeza por la puerta y descubrió que todos se habían quedado dormidos.

Entonces pensó que no pasaba nada si comían pollo. Necesitaban cariño y comida y, por lo menos, aquel día lo tendrían. Lo que ocurriese después ya sería otra cosa y ella no iba a ser parte de ello.

Oyó un coche aparcar en su calle y se dirigió a abrir la puerta justo cuando Nick estaba apagando el motor. Se quedó allí, mirándola a través de la ventanilla.

Cuando salió del coche, Georgie pensó que tenía un aspecto horrible.

–¿Cómo están? –preguntó él.

–Bien. Están durmiendo. Hemos estado en la playa.

–Estaba preocupado por todos vosotros –dijo, un poco más relajado.

–No tenías por qué estarlo. Hemos estado bien. ¿Tú qué tal?

–Muy mal. No pensé que mi madre fuese a ser capaz de soportarlo…

No pudo terminar de hablar. Ella lo miró y se dio cuenta de que él estaba tratando de aguantar, estaba pensando en todos menos en él mismo.

–Entra un segundo –dijo ella. Cuando Nick hubo entrado, le indicó que no hablara y le mostró a los niños dormidos junto con su padre, que se había despertado y sonrió a Nick.

–Un día muy ajetreado –susurró George, mirando a los niños.

–¿Está bien la niña?

–Acabo de darle de comer y echarla a dormir.

Nick asintió con la cabeza y Georgie, dejando la puerta abierta para que su padre pudiese oír a Maya, guió a Nick hacia fuera. Le indicó que se montara en su coche y le llevó hasta el complejo, que en aquel momento estaba desierto.

–¿Qué estamos haciendo? –preguntó él, una vez que hubieron llegado al complejo.

–Lo que no ha hecho nadie todavía… hacer que te relajes un poco. Vamos –dijo ella, indicándole que saliera del coche.

Lo tomó de la mano e hizo que saliese del coche. Una vez estuvo fuera lo abrazó.

–Georgie, no… –protestó él, pero ella pudo sentir la tensión que éste tenía acumulada.

–Sí. Necesitas un abrazo. Tienes un aspecto horrible –murmuró ella, acariciándole las mejillas–. Hoy ha sido un día terrible, ¿no es así?

Él asintió con la cabeza y tragó saliva.

–Hacía un día tan bonito, pero todo parecía malo…

Nick se desmoronó y ella lo abrazó con dulzura.

–Lo siento tanto.

Él se apartó de ella y miró hacia el horizonte con la mirada perdida.

–Era una muchacha tan loca. Era excepcional. Era mi pequeñina, Georgie. No me puedo creer que se haya ido…

No pudo más y rompió a llorar. Georgie lo abrazó de nuevo hasta que él, una vez se hubo desahogado, levantó la cabeza.

–Lo siento.

–No lo sientas. Por esto mismo es por lo que te he traído aquí, para que te pudieses desahogar sin que te oyeran los niños.

Nick sacó un pañuelo de su bolsillo, que estaba sin utilizar a pesar del día tan horroroso que había tenido, y mientras se secaba las lágrimas ella entró en la oficina y preparó té.

–Cuéntame –pidió ella. Él se sentó en una silla y miró al suelo.

–Había mucha gente –dijo él, sorprendido–. Había amigos de mi madre y de Lucie, viejos amigos del colegio… le di a Tory la agenda de Lucie para que llamara. Se llamaron unos a otros y todos vinieron. Ha sido un funeral hippy… a mi madre no le ha gustado, pero era lo que Lucie siempre dijo que querría y la verdad que ha sido precioso. Creo que a mi madre le hubiese disgustado cualquier cosa, simplemente porque no debería estar pasando.

–Los niños han estado hablando de eso… sobre cómo sería el funeral. Te oyeron hablar con Tory sobre el ataúd y la reacción de tu madre.

–¿De verdad? ¡Maldita sea! ¿Qué han dicho?

–Simplemente que tu madre pensaba que Lucie se merecía más que una caja de madera. Han estado hablando sobre los funerales en la India y sobre que iban a plantar un árbol sobre ella y esas cosas. Hablaban de ello como si tal cosa… creo que no lo entendían mucho.

–No lo sé. Quizá Harry sí que entienda. Dickon acepta mucho más las cosas, pero me ha preguntado que cuándo va a volver su mami a casa y yo no sé cómo decírselo…

Nick se emocionó de nuevo y apartó la vista. Se aclaró la garganta y se disculpó.

–No seas tonto. Conmigo no tienes que disimular o aguantarte. Yo sé lo que se siente cuando pierdes a un familiar. ¿Té o café?

–¿Brandy? –preguntó él, irónicamente. Ella sonrió.

–Tenemos en casa. ¿Quieres quedarte esta noche?

–¿Te importaría? Estoy destrozado. Tory ha vuelto a Londres para intentar arreglar el caos que hay en la oficina… la recepcionista está de baja porque está enferma y hemos tenido sustitutas.

–Lo sé. He dejado mensajes a tres personas diferentes los últimos días.

–Oh, Georgie, lo siento. No me llegaron. Debería haberte llamado, pero tenía miedo de que si te veía o hablaba contigo no fuera a ser capaz de contenerme y tenía tanto que hacer…

–Está bien. Lo entiendo. Me acuerdo por lo que uno pasa.

Tras decir eso, tomó aire y formuló la pregunta que le había estado rondando la cabeza desde que lo había visto aparecer aquella mañana con los niños y la dejó a su cargo.

–Entonces… ¿qué va a pasar ahora? ¿Vas a llevarte los niños contigo a Londres?

–No puedo. Mi apartamento no está precisamente diseñado para niños. Puedo imaginarme a los chicos cayéndose por el balcón y a Maya ahogándose en el jacuzzi.

–Pasará algún tiempo antes de que se pueda subir a él –señaló Georgie.

–Lo sé, pero ya sabes lo que quiero decir. No pueden vivir allí; no es el mejor lugar para que crezcan unos niños y la casita de mi madre es demasiado pequeña. Necesitaremos una casa que sea lo suficientemente grande para que mi madre viva con los niños y una niñera, para que pueda montar su estudio y yo pueda ir los fines de semana.

Georgie se dio cuenta de que tendría que ser en Londres, en una bonita zona residencial, que estuviese cerca de su oficina y con él a años luz de ser el soltero seductor del que ella se había enamorado. Pero en ese momento, él la dejó helada.

–De hecho, creo que ya tengo una casa así, si de nuevo podemos cambiar las cosas.

A Georgie se le encogió el corazón al darse cuenta de que Nick estaba dirigiendo su mirada a la enorme casa que tenían enfrente.

–¿Aquí? –preguntó ella, incrédula.

–¿Por qué no? Es una casa fabulosa, está en un lugar encantador, cerca de los amigos de mi madre… ¿dónde mejor?

Ella pensó que sería mejor que él estuviese muy lejos de allí, no allí delante de sus narices, ablandándole el corazón con aquellos preciosos niños hasta que se aburriera de ella y se marchara…

–En ningún sitio –contestó Georgie, admitiendo la verdad–. Es perfecto.