VAYA, pequeña –dijo Jenny acariciándose la tripa con ambas manos, y siguió meciéndose sobre el columpio del porche–. ¿Por qué no dejamos las clases de tae kwon do para cuando hayas nacido?
Había pasado casi toda la tarde sentada en el porche, meciéndose y hablando con Alexis sobre su problemático padre.
–¿Sabes, Lex? creo que nos las apañamos bien las dos solas. Tu padre ha sido muy amable con nosotras, no te diré que no ha sido divertido ir montada en esa limusina, pero, a decir verdad, estoy empezando a sentirme un poco agobiada.
Le había pedido a Matt espacio para pensar y, sin embargo, ¿qué hacía cuando se quedaba sola en casa?
Pensar en él.
Matt creía que podía tener todo lo que quisiera y, aparentemente, lo que deseaba en ese momento era ser un padre a jornada partida para Lexie.
A juzgar por la experiencia de Jenny, la familia era como un fantasma. Los padres se marchaban o la decepcionaban. Pero los que se quedaban vivían su decepción a diario.
Su prueba más evidente yacía junto a ella en el columpio. Había sacado el viejo álbum familiar y su convicción se fortalecía a cada página que pasaba. Allí estaban sus abuelas en sus bodas, sonriendo a los fotógrafos, con esperanza en los ojos. En los años siguientes, aparecían solas en las fotos, con amargura en los rostros donde la felicidad debería haber permanecido.
Luego venían las fotos de sus padres sonriendo ante la iglesia, más tarde en su luna de miel en alguna isla perdida. La que más le dolía era la foto de su madre embarazada, con la mano de su padre descansando sobre su tripa y con sonrisas forzadas en sus caras.
Las demás fotos del álbum eran de Jenny: en el colegio, en el instituto y hasta el día de su graduación en la universidad. Su bisabuela había muerto poco después de eso y Jenny había comenzado a hacer su propio álbum. En él se veía una familia de uno, excepto por una foto reciente que le había sacado Nancy en una fiesta, pocos días antes.
Lexie podría ver esas fotos algún día y sabría que era una niña deseada.
Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que la participación de Matt en su concepción había sido un accidente. Cierto que en ese momento estaba muy ilusionado con el bebé, ¿pero qué pasaría cuando pasase de ser un proyecto a ser una realidad?
Era fácil enviar chóferes y llamar a la tienda de la esquina para encargar sándwiches, ¿pero quién se encargaría de los lloros a las dos de la mañana?
Jenny.
Se sentía dividida. Por un lado sentía aprensión pero por otro el deseo tiraba con fuerza. Deseaba a Matt y la seguridad que él representaba, pero cada vez que decidía olvidarse de sus miedos y disfrutar de todo lo que él podía ofrecer, los malos recuerdos se apoderaban de su mente. El pasado siempre se aseguraba de recordarle que la soledad y la decepción estaban a la vuelta de la esquina.
Si le decía a Matt que se fuera, puede que él luchase por la custodia. Ese miedo era suficiente como para no romper la relación con él. Sin embargo, cuanto más dejaba que estuviese con ella, más en peligro ponía su corazón.
¿Cómo aprendían las personas a confiar?
Jenny echó la cabeza hacia atrás y suspiró. Una brisa otoñal se levantó y agitó las hojas del jardín. Una hoja voló por el aire y se posó sobre el álbum de fotos.
Siempre se trataba de lo mismo.
Matt reverenciaba a su padre. Quería ser como él, quería que su vida fuera un tributo a los pocos años de aquel hombre como padre. En todas sus conversaciones, él nunca había mencionado a su madre, pero Jenny apostaba a que sería una santa.
Jenny, por el contrario, odiaba a sus padres. Bueno, quizá ésa era una palabra demasiado fuerte, pero desde luego no sentía un especial amor hacia ellos y, por supuesto, ninguna admiración hacia sus habilidades como padres.
Estaba decidida a que nunca conocieran a Alexis. Ése sería su castigo. Era el peor que se le ocurría. El ser más maravilloso sobre la tierra sería su nieta y, si Jenny se salía con la suya, nunca la conocerían. Ni en un millón de años.
No cabía duda de que los psicólogos harían su agosto con ella pero, a veces, había que llamar a las cosas por su nombre y seguir con la vida.
Lo cual la llevó de vuelta a Matt Hanson.
Lo cual, casualmente, llevó a Matt a su casa, lo oyó antes de verlo, pues el motor de su coche rugió antes de verlo aparcar frente a la casa. Era tarde, y los últimos rayos de sol brillaban sobre la carrocería del Cadillac plateado.
Matt salió del coche vestido con unos vaqueros ajustados, un jersey de lana y una chaqueta de cuero. Jenny sintió una punzada de deseo en el ombligo, una punzada que se extendió por todo su cuerpo, haciendo que se le acelerara el corazón.
Alexis dio una pequeña patada como diciendo: «Eh, mamá, sólo es papá».
Y Alexis tenía razón. Sólo era Matt.
Se quedaría o se marcharía, y ella no podía hacer nada al respecto de ninguna de las dos cosas, a pesar de lo que su corazón le decía. Se admitió a sí misma que él no era ningún monstruo. Era generoso y amable.
¿Entonces por qué no disfrutarlo mientras duraba?
Jenny sonrió y lo saludó. Desde la distancia vio cómo Matt abría mucho los ojos sorprendido.
Matt llegó hasta el porche y se colocó junto a la barandilla, con los pies cruzados y las manos en los bolsillos. No la besó, no fue corriendo hacia ella para tomarla en sus brazos. No preguntó cómo estaban sus chicas.
No tenía ni idea de lo decepcionada que se sintió Jenny.
¿Cómo iba ella a disfrutarlo mientras durara si él ni siquiera iba a seguir adelante con el plan?
–Hola –dijo ella–. ¿Dónde está el señor Steadman?
–Le he dado la noche libre –respondió Matt–. ¿Qué tal? ¿Has descansado?
–No. Demasiada acción aquí dentro –dijo acariciándose la tripa.
–¿Más ballet?
–Más bien kickboxing. Al menos le darán una beca de deportes y me ahorraré algo de dinero.
–Yo me ocuparé de los gastos, Jenny.
–No es necesario. Le abrí una cuenta para su educación cuando me quedé embarazada.
Matt inclinó la cabeza hacia abajo y Jenny pudo intuir cierto rubor en sus mejillas. ¿Acaso había averiguado lo del dinero el mismo día en que se había enterado de su incidente en Australia?
–¿Hay algo que no sepas sobre mí? –preguntó ella.
Matt levantó la cabeza, aparentemente avergonzado por haber sido pillado.
–¿No podemos hablar de esto más tarde?
–No tenemos que hablar de esto en absoluto. No estoy enfadada.
–¿Ah, no? –dijo él sorprendido.
–Lo hecho, hecho está. Estabas protegiéndote a ti mismo. Yo probablemente habría hecho lo mismo si hubiera tenido dinero. Además, Nancy me contó cosas sobre ti y supuse que, si tenías algún defecto importante, ya lo habría leído en el Inquirir.
–¿En el de Cincinnati o en el nacional? –preguntó él riéndose.
–En ambos.
Él se apartó de la barandilla y cruzó el porche, observó el jardín, suspiró y luego miró a Jenny.
–¿Y cuál es el veredicto?
–¿Veredicto? –preguntó ella.
–Sobre las clases de preparación al parto.
–¿Qué crees? Como si pudiera evitar que hicieras lo que te diera la gana.
–Eso me suena a «sí».
–Supongo. Incluso aunque no seas mi acompañante, sigo necesitando la práctica. Pero te lo advierto, no se trata de la típica clase tradicional. Es algo más bien de la nueva era. Largas técnicas de relajación y pocos detalles escabrosos.
–Por mí está bien. Lo que a ti te parezca bien, a mí también. Vamos.
–La clase no empieza hasta dentro de dos horas.
–Pensé que podíamos comer algo antes.
–He comido en tu despacho.
–Han pasado tres horas y cuarenta y siete minutos desde que comiste –dijo él mirando su Rolex–. Necesitas combustible, ¿no?
–Si llevas en cuenta esas cosas, es que no tienes vida, Matt.
–Tengo vida, y me encanta, Jenny. Lo único que me falta es algo de conocimiento en esas clases de preparación al parto.
–He estado pensando… –dijo Jenny volviendo a balancearse.
–Yo también he estado pensando. Y no estoy loco con respecto a cómo han sucedido las cosas entre nosotros. Desde que nos conocimos, no he hecho nada más que discutir y herir tus sentimientos. Incluso te he hecho llorar. Pero nunca hemos hecho nada para divertirnos.
–Hoy me he divertido contigo en el ascensor –dijo ella con una sonrisa.
–No podemos pasar todo el tiempo besándonos.
–¿No?
–No es que no sea placentero –dijo él con una sonrisa–. Ahora que lo pienso, es una muy buena idea.
Mientras caminaba hacia ella, la observaba abiertamente, recorriendo todo su cuerpo con la mirada. Era como si la estuviera tocando lentamente y con ternura.
–Eres maravillosa –dijo Matt en voz baja–. Tu boca sabe a miel y en mis brazos eres dulce y tierna. Me has hecho sentir la necesidad en los rincones más perversos de mi cuerpo.
Matt se arrodilló frente a ella. Por un momento Jenny pensó que se iba a declarar. Él colocó las manos sobre sus muslos pero no hizo intento de tocarle la tripa. El columpio se detuvo y sus miradas se encontraron. El deseo recorrió su cuerpo y la hizo estremecerse.
–Me había propuesto no tocarte esta noche, pero estar contigo me hace perder el sentido. Esta tarde te he asustado, ¿verdad? –dijo él.
Ella comenzó a sacudir la cabeza para protestar, pero él la detuvo con un susurro.
–No –continuó Matt–. He visto el miedo en tus ojos. Tratas con todas tus fuerzas de esconder tus sentimientos hacia mí, pero esta noche tu cara está muy expresiva. Tus ojos revelan la verdad.
Ella rezaba para que se equivocara. Si el deseo que sentía en el alma era visible en sus ojos, el juego estaría perdido.
Matt le tomó las manos y se levantó, sonriendo, rompiendo la tensión que había entre ellos.
–¿Me haces un favor?
–Claro –contestó ella con la mayor de sus sonrisas.
–Sé que esta señorita va a tener un bebé. Como amigo suyo, me gustaría serle de toda la ayuda posible. Estaba pensando que, si yo supiera algo sobre preparación al parto, como respiraciones y relajación, podría ser útil.
–Podría –asintió ella.
–Bien, he oído por medio de unos cotilleos, unos cotilleos llamados Nancy, que tienes clase esta noche.
–Cierto.
Él la levantó y la colocó junto a él.
–Me preguntaba si me dejarías ir contigo y así poder aprender algo. Sin ataduras, por supuesto.
–Sin ataduras, Matt. Nada de ataduras en absoluto –contestó ella.
Cuando Jenny se despertó, todo estaba en silencio. No recordaba que su almohada jamás hubiera estado tan firme ni que su cama fuera tan dura. Se echó hacia atrás y trató de acurrucarse, pero la superficie sobre la que estaba era dura y se negaba a ceder.
–¿Cariño? –dijo su almohada, y comenzó a moverse bajo ella–. Vamos, cariño. Es hora de despertarse.
Jenny luchó por despertarse de aquel sueño en el que ella era un bebé en brazos de un hombre guapo que se parecía a Matt. Abrió los ojos de pronto y se encontró con la clase vacía. Giró la cabeza hacia un lado y vio a su profesora sentada junto a ella, sonriendo de oreja a oreja.
Tras Jenny, Matt estaba sentado, acunándola y tratando de despertarla. Sus brazos eran los brazos del sueño.
El ejercicio final de la noche había sido la relajación durante el parto. Como los demás acompañantes, Matt se había sentado tras ella, sujetándola a cada lado con las piernas. Ella había colocado las manos sobre sus antebrazos mientras él acariciaba su tripa suavemente con los dedos. Las luces estaban bajas, sonaba música de Mozart.
Y ella se había quedado dormida.
Había apoyado la cabeza sobre el hombro de Matt y había entrado en un sueño tan profundo que ni siquiera había despertado al acabar la clase.
Nunca en su vida se había sentido tan avergonzada, salvo cuando se había quedado dormida en el coche de Matt.
Matt la ayudó a levantarse mientras la profesora hablaba sobre las pequeñas mamás que se quedaban dormidas durante su clase. Matt parecía encontrarlo fascinante, pero Jenny no encontraba nada reconfortante la charla de la mujer.
Matt la condujo hasta el coche con las manos en su espalda. Ella era tan consciente de su presencia, que apenas podía mover los pies sin tropezar. Aunque él no parecía darse cuenta.
Mientras conducían de camino a casa, Matt señalaba de vez en cuando algún lugar concreto, contándole episodios de su niñez. Jenny se rió al descubrir que habían jugado al softball en el mismo parque de pequeños y se dio cuenta, contra su voluntad, de que Matt era un tipo normal que había pasado a ser alguien extraordinario. Eso era bueno para Alexis, que seguramente también sería una persona extraordinaria.
–Estás muy callada –dijo Matt.
–Normalmente estoy así cuando pienso.
–¿En qué piensas?
–En las cosas típicas.
–¿Qué cosas típicas?
–Cosas de trabajo, cosas del bebé, cosas de la casa.
–¿Hay alguna cosa en la que yo pueda ayudar? –preguntó él esperanzado.
–No, gracias.
–Piensas demasiado –dijo Matt–. Yo sé dónde ir para quitarte las preocupaciones.
–¿Qué? ¿Dónde? Mi casa está en la otra dirección.
–Espera y verás. Confías en mí, ¿no? Has confiado en mí lo suficiente esta noche como para quedarte dormida en mis brazos…
–Matt –dijo ella en tono de advertencia.
–Y no creas que no lo aprecio, tu muestra de confianza, quiero decir. Pero ahora creo que tengo una idea que te va a gustar.
–¿Qué?
–Espera y verás.
De todas las cosas que representaban Cincinnati, el helado de Greater era una de las favoritas de Matt. Estar sentado en aquel salón de estilo antiguo viendo cómo Jenny se comía un cucurucho de chocolate y frambuesas figuraba entre las primeras de su lista de prioridades. Todas las personas que había a su alrededor parecían darse cuenta también, y eso le hacía sonreír, porque ella estaba con él esa noche, era suya aunque sólo fuera por esa noche.
Jenny lamió las bolas de helado con la lengua y Matt se imaginó esa lengua recorriendo una parte concreta de su anatomía.
–Mira, Lexie –dijo Jenny casi para sí misma–. Aquí viene uno de los mayores placeres de la humanidad.
Matt se quedó con la boca abierta. Jenny no podía estar imaginando los mismos placeres que él. La idea de Jenny desnuda junto a él en una cama, con su pelo rubio extendido sobre la almohada y los labios ligeramente entreabiertos.
Cuando Matt fue capaz de recuperarse, se dio cuenta de que Jenny lo estaba observando con los ojos muy abiertos, como si le hubiera adivinado el pensamiento. Si alguna vez había habido una mujer lista para los besos, ésa era Jenny Ames.
Él le colocó la mano detrás de la cabeza y dijo:
–¿Sabes? Apuesto a que, si te besara ahora mismo, sabrías a frambuesas y chocolate.
–¿Quieres experimentar? –preguntó ella en un tono desafiante que él nunca antes había oído. Estaba jugando con él, y le gustaba–. Yo juego si tú juegas. No es el ascensor de tu oficina, pero podemos intentarlo.
Matt se inclinó hacia delante sin dejar de mirarla a los ojos y dijo:
–¿Eres tú la que está ahí dentro, Jenny? Estoy empezando a pensar que has sido abducida por un extraterrestre y reemplazada por una vampiresa.
Ella se rió con la misma risa inocente que siempre lo hacía estremecerse y Matt supo que volvía a ser ella de nuevo.
–¿Por qué no dejamos la experimentación para más tarde? Parece que aquí tenemos público –dijo él.
–Vaya –dijo ella mirando a la multitud que había en el mostrador–. Habrá sido una subida de azúcar.
–Creo que debemos mantenerte alejada de los dulces –dijo Matt mientras la conducía hacia el coche.
De camino a su casa, las expectativas de Jenny aumentaron. Él no había querido besarla en la heladería. No, realmente eso no era cierto. Habría apostado su último penique a que sí que lo deseaba, pero siendo el tipo de hombre al que no le gustaban las muestras públicas de afecto, sabía que preferiría esperar.
Cuando aparcaron frente a su casa, ella esperó a que la ayudara a salir del coche. La llevó hasta el porche, una vez más con las manos en su espalda. Le quitó el bolso de las manos, sacó la llave, abrió la puerta y luego le devolvió ambas cosas.
–¿Te lo has pasado bien esta noche?
–Claro. Con algo de helado, risas y una siesta, me considero siempre afortunada.
–Qué mona –dijo él mientras se abrochaba la chaqueta y se levantaba el cuello para no sentir el frío.
Jenny observó cada uno de sus movimientos, preguntándose si habría cambiado de opinión y simplemente le daría las buenas noches y se marcharía. La decepción se instaló en su corazón, pero enseguida volvió la esperanza, al ver que Matt daba un paso al frente para besarla.
Pensaba que conocía los besos de Matt, pero se equivocaba. En esa ocasión, además de ternura, había cierta desesperación en su tacto. La besó lentamente pero con decisión, recorriendo el contorno de sus labios con la lengua, saboreándola como si fuera un dulce maravilloso.
Ella seguía preguntándose qué significaría aquella urgencia, pero se dio cuenta de que no tenía sentido seguir pensando. Así que simplemente se dejó llevar por los sentimientos, dejando a un lado la cabeza.
–¿Puedo pasar? –preguntó él.
–No.
Entonces él volvió a besarla, pero la insistencia reemplazó a la ternura. Sus labios fueron más persuasivos de lo que ella quería admitir, pero eso no le hizo cambiar de opinión.
Si lo dejaba entrar, nunca podría sacar los recuerdos de su casa, ni de su corazón.
–Me das hambre. Mucha hambre. No creo que jamás pueda tener suficiente de ti.
Otro beso más suave en los labios. Luego más sobre sus ojos cerrados, y en su mejilla. Después en la mandíbula y hasta llegar al cuello.
–Ven a casa conmigo.
–¿Por qué?
–Porque te deseo.
–No, Matt. Es un paso muy importante para mí. No te negaré que me gusta besarte, pero mis sentimientos son demasiado confusos como para intentar algo más.
Él cerró los ojos y suspiró.
–No pensaba tocarte esta noche. Sólo iba a esperar a que vinieras a mí –dijo, y volvió a abrir los ojos, que brillaban con un fuego interno–. Supongo que no estás preparada. Supongo que la pregunta es si lo estarás algún día.
En vez de disculparse, Jenny se quedó callada. ¿Qué podría decir que no hubiese dicho ya?
Matt se echó hacia atrás, llevándose el calor con él.
–Olvidé decírtelo –dijo él con la voz vacía de cualquier emoción–. Tienes una cita con Daniel Wilson a las ocho de la mañana. ¿Irás a verlo? Te recogeremos a las siete y media.
–Estaré preparada.
Él volvió a acercarse, aunque no la tocó, salvo para darle un beso en la frente.
–Entra dentro –dijo él.
–Hasta mañana entonces –susurró ella, y entró en casa.
Matt se subió a su coche. En vez de poner en marcha el motor, apoyó la cabeza sobre el volante. Tenía el cuerpo tan rígido como un palo por segunda vez en el mismo día. ¿Qué pasaba con esa mujer que lo hacía sentir como un adolescente?
–Ojalá estuvieras aquí conmigo, papá –dijo él para sí mismo–. Así podría utilizar tus consejos.
«Merece la pena esperar por algo que deseas, Matt».
Oyó las palabras en su corazón al igual que en su cabeza. Sentía la presencia y el amor de la persona a la que más había admirado en toda su vida.
–Siento que el tiempo se está acabando. ¿Qué pasa si hago o digo la cosa equivocada y las pierdo?
«Sigue a tu corazón. Nunca te equivocarás si sigues a tu corazón».
Él había salido con mujeres más hermosas que Jenny, pero ninguna le había resultado tan atractiva como ella. Incluso Krystal aparecía en las más prestigiosas revistas de moda como una de las mujeres más exquisitas del mundo. Pero, mirando atrás, se daba cuenta de que, a pesar de haberla deseado sexualmente, nunca había buscado tener lazos emocionales. Se preguntaba por qué siempre habría deseado casarse y tener hijos con ella. Debían de haber sido sus hormonas.
O quizá simplemente habría madurado.
Con Jenny era diferente. Tenía una belleza que brillaba desde el interior, no era superficial. A ella le gustaban las personas y se preocupaba por ellas. Quería tener hijos y no le importaban los kilos de más ni las estrías.
Y besaba con una pasión capaz de incendiar una casa.
Con Krystal, él siempre había estado esperando a que llegaran las noches.
Con Jenny, pensaba en el futuro.