Capítulo 2

 

QUÉ QUERÍA Matt Hanson de ti?

Jenny trató de levantar la cabeza para mirar a Nancy. Lo hizo y vio la cara de pánico de su ayudante.

–¿Jenny, estás bien? Madre mía, estás blanca como la leche.

Nancy entró corriendo en la sala de conferencias y se arrodilló frente a la silla de Jenny.

–Estás temblando. Toma mi chaqueta. Por favor, dime algo. Me estás asustando.

–Estoy bien –dijo Jenny con labios temblorosos–. Un poco sorprendida, quizá.

–¿Qué quería Matt?

–¿Lo conoces?

Nancy asintió y dijo:

–Crecimos en el mismo vecindario.

Jenny había olvidado la razón por la que había contratado a Nancy Patterson como su ayudante. En principio la había contratado para utilizar sus contactos y conseguir colaboradores para los programas que la fundación tenía para ayudar a mujeres y niños, pero finalmente se habían hecho amigas. En ese momento Jenny deseaba que su amiga pudiera ayudarla a aclarar lo que parecía ser un lío monumental.

–¿Quién es? Cuando me dijo su nombre, pensé que me era familiar, pero en este momento no caigo. Dijo que no nos conocíamos.

–Me sorprende. Es dueño de Hanson Associates. Ya sabes, la compañía que posee prácticamente todo el centro.

–¿Por qué iba alguien a querer poseer el centro? Está bien como está.

–Porque eso es lo que hacen los multimillonarios.

–¿Multi?

–Súper multi. Dicen que no hay nada que Matt Hanson quiera y que no consiga.

Jenny sintió cómo la sangre se le iba de la cara y se cubrió el rostro con las manos.

–Esto va a acabar mal. Muy mal.

–¿Por qué? ¿Qué quería?

–Mi bebé –dijo Jenny.

–¿Tu qué?

Jenny levantó la cabeza y sonrió al comprobar que Nancy compartía su sorpresa.

–Dice que Alexis es suya.

Nancy se sentó de pronto. Abrió la boca para hablar pero volvió a cerrarla.

–¿Y lo es? –preguntó.

–No –dijo Jenny–. No lo sé. El doctor que hizo la inseminación dice que sí. Matt Hanson está convencido de ello.

–¿Qué vas a hacer?

–Nada.

–¿Qué quieres decir con nada? No puedes despreciar a un hombre como Matt Hanson.

–Mira cómo lo hago.

–Jenny, eso no es sensato. Alguien le ha dicho a ese tipo que va a ser padre. No puedes subestimar algo así.

–Probablemente tengas razón. Hablaré con un abogado –dijo Jenny vacilante.

Nancy pareció escéptica.

–Lo haré –insistió Jenny–. Te lo prometo.

Jenny se puso en pie y se acercó a la pequeña cocina que había en la sala. Se sirvió un vaso de agua y se lo bebió lentamente.

–¿Nancy, por qué iba a querer un mega multimillonario hacer una donación de esperma?

–Vas al grano, ¿verdad? Es un cotilleo. Un cotilleo jugoso, lo admito, pero Matt estuvo prometido con Krystal McDonnough durante más de un año.

–¿La modelo?

–La misma, pero rompieron hace cosa de un mes. Los rumores dicen que el motivo fue que ella no quería tener hijos –Nancy, extrañamente nerviosa, se retorció las manos–. Dios, no puedo creer que esté hablando de esto. Nunca he repetido nada tan personal sobre alguien en toda mi vida.

–¡Dime!

–De acuerdo, pero necesito empezar diciendo que yo no me hago responsable de esto. Matt Hanson es una persona que valora mucho su privacidad, Jenny. Si supiera que conoces sus asuntos, creo que no le haría ninguna gracia.

–Pues su amor por la privacidad no le impidió husmear en mi historial médico y encontrarme –dijo Jenny furiosa.

–Supongo que tienes razón. Ojo por ojo, ¿no? –dijo Nancy colocando las manos sobre el escritorio y suspirando, obviamente vacilante ante el hecho de tener que revelar lo que sabía–. La mejor amiga de Krystal es una arpía llamada Cherie. Va a la misma peluquería que mi hermana.

–¿No se tratará de una de esas historias en las que el primo de la cuñada del hermano de tu madre vio un platillo volante?

–¿Quieres oírlo o no?

–Adelante –dijo Jenny, y se sentó con un lápiz, dispuesta a tomar múltiples notas.

–Cherie y Krystal engañaron a Matt con el compromiso diciéndole que ella quería tener una familia. Entonces, cuando consiguió el anillo, fingió tener miedo de quedarse embarazada porque dañaría su carrera. Decidieron posponer el tema de los bebés. Matt fue a la clínica de planificación familiar y Krystal iba a congelar sus óvulos, por si acaso esperaban demasiado. Entonces rompieron. Supongo que el resto es historia.

A Jenny le daba vueltas la cabeza. No hacía falta ser un genio para sumar dos más dos y obtener un cuatro. El esperma de Matt Hanson y los óvulos de Jenny Ames eran igual a un bebé.

–No –dijo Jenny poniéndose en pie.

–¿No?

–No hubo ningún error. Alexis no es hija de Matt Hanson.

–Yo no lo rechazaría tan pronto si fuera tú, tiene reputación de ser un despiadado hombre de negocios. Si cree que el bebé es suyo, podría causarte muchos problemas.

–¿Qué puede hacer? ¿Quitarme a mi bebé? No creo. En ese caso, la ley se encargaría de él.

–No sé, Jenny. Recuerdo cuando el padre de Matt murió. Él sólo tenía once o doce años por entonces. Quedó devastado. Sabiendo lo que fue para él crecer sin padre, no creo que quiera lo mismo para su hija.

–No es su hija.

–¿Cómo vas a demostrar eso?

–No tengo que demostrar nada. Voy a ocuparme del tema ignorándolo por completo.

–¿Crees que eso funcionará? La cara que llevaba cuando ha salido de aquí era la de un hombre dispuesto a pelear.

Jenny pensó en su propio padre, al que no había visto en años.

–Lo superará –dijo amargamente–. Siempre lo hacen.

 

 

Matt regresó furioso a la oficina en la que compraba sus apreciadas empresas, las ponía patas arriba y luego las vendía sacando beneficios. La oficina donde nadie nunca le decía que no.

Le llevó una hora poner sus emociones bajo control. Luego convocó a Greg McBride, el director de su equipo de abogados, y le describió su reunión con la muy independiente señorita Ames.

Por una vez, el Daniel Webster de la sala de juntas se quedó sin palabras.

–¿Has ido a verla sin un abogado? ¿En qué estabas pensando?

–No te preocupes. No ocurrió nada. Al menos nada importante. La mujer en cuestión no quiere tener nada que ver conmigo.

–¡Pero tú eres el padre del bebé!

–Eso díselo a ella. Quizá entonces se dé cuenta de que no pienso dejar que mi hijo crezca sin padre.

–¿No te dijo la señorita Ames que el bebé era una niña?

–Me dijo que tenía una ecografía borrosa. Ésa no es prueba suficiente para mí. Podría ser un niño.

–¿Eso significa que no estás interesado a no ser que sea niño?

–No seas ridículo –parecía como si todo el mundo fuese detrás de él y ya estaba empezando a cansarse–. Tú, de todas las personas, deberías conocerme mejor.

Matt se puso en pie y se acercó a la ventana, contemplando la maravillosa vista de las hojas caídas y el río Ohio. En días como ése, le apetecía tomar su barco e irse lejos. Se quedó pensativo, recordando su niñez como un tiempo solitario y melancólico sin su padre.

–Es una señal.

Greg comenzó a carcajearse.

–¿Desde cuándo crees en las señales?

–Desde que el trato con Cole fracasó.

–¿Cole? ¿El hombre cuyo edificio se quemó?

–El mismo. El día que vino a cerrar el trato, percibí una pequeña quemadura en su corbata. Probablemente sería de un cigarrillo. Fumaba como un carretero. En cualquier caso, tuve un presentimiento. Cuando comenzó a presionar para conseguir concesiones, yo me eché atrás. Se marchó, y tres días después, su fábrica quedó destruida. Si yo hubiera puesto mi nombre en ese contrato, habría sido mi edificio.

–¿Crees que él quemó el lugar?

–No. El departamento de incendios lo declaró como accidental. Pero, aun así…

–Una señal.

–Claramente.

–¿Y Jenny Ames?

–Claramente una señal. No podría estar más seguro de que el bebé es mío, ni aunque hubiera estado presente en la concepción. De ninguna manera va a quitarme de en medio.

–¿Y cómo vas a impedírselo?

–Estrategia, amigo mío. Primero, quiero saber todo lo que haya que saber de la señorita Genevieve Marie Ames.

–Describe «todo».

–Quiero saber quién es y con quién ha estado. Quiero saber quiénes son sus padres, o eran. Quiero saber cómo llegó a ser la directora ejecutiva de una fundación de la que yo nunca había oído hablar, y cómo es que no había reparado en ella hasta ahora. Y quiero saber por qué una mujer tan guapa como ella usaría métodos artificiales para quedarse embarazada en vez de esperar que un marido hiciera los honores.

–¿Tan guapa es?

–Más que guapa. Es delicada, Greg, pero con un corazón de acero. Valiente, descarada. Y, cuando se puso la mano en la tripa mientras discutíamos, vi un instinto maternal y protector que me impresionó. También me asustó un poco. Tiene un halo a su alrededor que jamás había visto en otra mujer.

–¿Ni en Krystal?

–Sobre todo en Krystal. Krystal no es anda comparada con Jenny.

–Te sientes atraído hacia esa chica, ¿no?

–Atraído, intrigado, totalmente confuso. Aún estoy tratando de recuperarme.

–Estoy deseando conocerla. Mientras tanto…

–Otra cosa más –dijo Matt interrumpiéndolo–. Quiero que abras una cuenta para el bebé. Que ella sea la administradora.

–Más despacio, amigo. Acabas de conocerla. Ni siquiera tenemos pruebas certeras de que seas el padre. ¿Cómo sabes que ella y el incompetente de la clínica no tienen algún tipo de plan? ¿Te ha dicho ella algo sobre el dinero?

–Que me lo podía meter por él… –se rió amargamente–. Vaya, por lo que sé, puede que me investigue.

–También me ocuparé de eso –dijo Greg.

–Hagas lo que hagas, hazlo rápido –ordenó Matt–. Mientras tanto, yo soy su nuevo mejor amigo. No hará nada sin que yo lo sepa. Cuanto antes sepa en qué lugar me encuentro, legalmente hablando, mejor.

 

 

–Tome las flores, señorita, por favor.

El repartidor se colocó la carpeta bajo el brazo y se metió las manos en los bolsillos. Jenny supuso que sería una señal de que el hombre estaría cansado de discutir.

Conocía esa sensación.

Si Jenny pensaba que haber echado a Matt Hanson de su oficina había sido el final de todo, estaba terriblemente equivocada. Había recibido llamadas y flores cada día en las últimas dos semanas. Era como si ella fuera su nuevo pasatiempo.

El repartidor que había entregado el primer ramo había mirado a su alrededor como considerando que la oficina necesitaba algo de decoración. Tras depositar un enorme jarrón con margaritas, se había marchado.

Jenny había considerado la idea de escribirle una pequeña nota de agradecimiento a Matt pero, según habían ido pasando las horas, se había ido sintiendo más insegura sobre lo que poner. Suponía que «olvídame» no sería la mejor opción. Más tarde, aquel primer día, cuando Matt había llamado para saber si le gustaban las flores, Jenny se había sentido atrapada.

Aparentemente alentado, él le había mandado más flores al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Jenny cada vez se sentía más frustrada. Al ver que diciéndole que parara no funcionaba, había decidido ignorarlo enfrascándose en su trabajo.

Aquella mañana, apenas había abierto la puerta de la oficina cuando había aparecido el florista.

–Pero si es que no las quiero –insistió ella–. Este lugar ya parece un velatorio. Las que me llevo a casa se están muriendo por falta de atención.

–Yo sólo hago mi trabajo, señorita. Si no las quiere, dígaselo al emisor.

–No me escucha. Es incluso más cabezón que usted.

–Entonces supongo que la veré mañana. Tengan un buen día, señoritas.

Y, dándose un toquecito en la gorra, y señalando a Jenny y a su ayudante, se marchó.

–¡Ahhh! –gritó Jenny fingiendo que se tiraba de los pelos.

–Quizá no estés llevando la situación correctamente –dijo Nancy con una sonrisa–. Te he oído por teléfono. «Las flores son preciosas pero…». «Los colores son hermosos pero…» y al final cedes. Si no quieres más flores, díselo. Dile que eres alérgica. Dile que te marean. Usa la imaginación. Te he visto conseguir dinero para niños enfermos de gente con corazones de piedra sin ni siquiera despeinarte. Lo único que tienes que hacer es hacerlo, amiga.

Jenny se echó hacia atrás la melena y se dirigió hacia el teléfono. Marcó el número de Matt de memoria e ignoró las burlas de Nancy. Había llamado a su oficina muchas veces para pedirle que dejase de enviarle flores. ¿Cómo no iba a saberse el número?

–Jenny –dijo él cuando contestó–. ¿Va todo bien?

–Bueno, señor Hanson, ya que lo pregunta, se trata de las flores –dijo adoptando un tono de voz tembloroso.

–Llámame Matt –dijo él rápidamente–. ¿Qué tienen de malo las flores?

–Bueno –comenzó Jenny, sonando tan inocente como pudo–. Son preciosas, de verdad…

Nancy comenzó a fruncir el ceño.

–Pero hay tantas que el olor está empezando a molestarme. Me dan… náuseas. Ya sabes, como las náuseas de por la mañana pero durante todo el día.

–Oh, eso no está bien. Pensé que te gustaban. Eso es lo que dijiste la última vez que hablamos.

–Son preciosas, de verdad. Me he llevado algunas a casa para mis vecinos, y la gente del autobús me decía que debías de ser el hombre más considerado del mundo.

–¿Qué autobús?

–¿Perdón?

–Has dicho «la gente del autobús». ¿Qué autobús?

–El metropolitano –¿Es que no sabía nada? No podía creerse que estuviera justificándose de esa manera–. El que tomo todos los días para ir al trabajo y volver.

–¿No sabes conducir?

–Claro que sé conducir. Pero no tengo coche.

–¿Cómo puedes no tener coche en una ciudad del tamaño de Cincinnati? ¿Cómo te mueves?

–Con el autobús. O voy andando. Puedo llamar a un taxi o alquilar un coche. Pero, la verdad, éste es un lugar apropiado para moverse a pie.

–Oh, no. No me lo digas. Has escalado los peldaños –dijo él, refiriéndose a la extensa red de escaleras de piedra que atravesaban la ciudad.

–Sí –admitió ella–. Más de una vez, y tengo las camisetas para demostrarlo.

–Pero no recientemente –dijo él con escepticismo.

–Sí, recientemente, Matt.

–¿Te das cuenta de que me has llamado Matt? –dijo él–. Ése es un cumplido que merece recompensa.

–No es necesario, señor… Matt. ¿No lo comprendes? No quiero nada de ti.

Jenny miró desesperada a Nancy y pidió ayuda en voz baja.

«A mí no me mires», contestó Nancy también sin hablar.

–Voy a enviarte un chófer, Jenny. Se llama John Steadman, y no te atrevas a mandarlo de vuelta. Habrá un coche a tu disposición para cuando lo necesites. No quiero enterarme de que vuelves a subirte a un autobús.

–Matt, no necesito coche ni chófer. Puedo ir en autobús. Llevo así toda mi vida. Es mi ciudad. Es lo que hago.

–Ya no –dijo él con firmeza.

–Muy bien –murmuró Jenny, derrotada. Colgó el teléfono y miró con ira a su ayudante.

–¿Qué ha ocurrido? –se preguntó Jenny–. Lo tenía todo bajo control. En serio. Lo tenía comiendo de mi mano. Entonces, ¡zas! Me proporciona un chófer. Estábamos hablando de flores, la victoria era mía y, de repente, tengo un chófer.

–Es bueno –dijo Nancy finalmente–. He conocido a tipos que eran buenos, pero Matt Hanson es bueno con mayúsculas.