Capítulo 5

 

TENGO el informe del investigador sobre Jenny Ames, jefe.

Matt levantó la cabeza para recibir a su abogado.

–¿Qué dice?

–No te va a gustar.

–Entonces suéltalo ya. Mi padre siempre decía que no te puedes hacer cargo de algo hasta que no lo veas a la luz del día.

–Aquí va. Genevieve Marie Ames nació aquí, en Cincinnati. Tiene treinta años y nunca ha estado casada. Sus padres, Richard y Margaret Blanding Ames. Viven en Australia en algún tipo de colonia de artistas con otra docena de escritores y directores en ciernes. El detective dice que además hacen intercambio de parejas.

–¿Estás de broma?

–Lo dice aquí, en el informe –dijo Greg, señalando con el dedo los papeles que sostenía.

–Vaya –dijo Matt sacudiendo la cabeza sorprendido–. ¿Qué más?

–Cuando Jenny tenía cinco años, la dejaron aquí, en Cincinnati, con su abuela materna, Abigail March Blanding. Cuando murió inesperadamente, Jenny se fue a vivir con su bisabuela, Virginia Prescott March.

–¿No crees que podríamos saltarnos todo eso e ir al grano?

–Es que ése es el grano, Matt. Jenny nunca ha vivido con sus padres.

–Haces que suene como si hubiera ido de persona en persona como un par de zapatos viejos.

–Quizá, pero eso sería bastante acertado.

Matt se retorció de rabia. ¿Quién diablos se pensaba esa gente que era para tratar a Jenny de ese modo?

–¿Cuándo fue la última vez que vio a sus padres?

–Ahí es cuando la historia se vuelve difusa. Se fue a Australia a visitarlos cuando tenía dieciséis años. Dos semanas después regresó a la ciudad en compañía de un trabajador social australiano. La razón que aparecía en los documentos de la agencia era un contacto inapropiado con un menor. No sé exactamente lo que significa, pero había otra persona, un hombre implicado.

–¿Estás diciendo que fue violada?

–Eso no queda claro. No utilizaron los términos «violación» ni «abuso», y el informe parece muy completo. No hay informes médicos, lo cual es buena señal, aunque supongo que cabe la posibilidad de que fuera acosada. Eso es lo que significaba entonces un contacto inapropiado.

–Bastardos –dijo Matt–. ¿Alguien fue a la cárcel?

–Aparentemente no. El hecho de que la sacaran del país y la declararan incapacitada para testificar en el juicio puede que tuviera algo que ver con ello. Su bisabuela consiguió una orden de protección para menores que estipulaba que sus padres no podrían verla sin supervisión, pero eso fue hace catorce años. No he encontrado ningún informe que diga que hayan regresado a este país desde entonces.

–Así que, abuelos muertos, padres distantes, hija única. Eso la deja sin familia.

–Eso es. A no ser que cuentes al bebé.

–¿Y qué pasa con su vida personal? Dijo que no quería casarse conmigo, pero seguramente no se metió en todo el lío de la inseminación sin haber pasado antes por alguna relación. ¿Alguna vez ha estado prometida? ¿Salía con alguien?

–La búsqueda en los periódicos no ha revelado ningún compromiso pero, claro, no todo el mundo lo anuncia. El detective no pudo hallar nada personal. Ningún problema con los vecinos. Su nombre no aparece en ningún informe policial. Nada de pleitos. Nada.

–Supongo que eso es bueno –murmuró Matt–. ¿Y qué hay de la fundación? ¿Cómo consiguió el trabajo allí?

–La fundación Prescott fue fundada por una de sus abuelas, la tatarabuela, si no me equivoco. Su primer proyecto fue plantar algunas flores alrededor de una farola en el viejo barrio de Avondale.

Matt se rió.

–Bueno –añadió Greg con una sonrisa–. Eso fue antes del cambio de siglo. El siglo veinte. Hoy en día, sus objetivos son millonarios y destinan el setenta y cinco por ciento de los beneficios a la comunidad mediante subvenciones cada año.

–¿Cómo se consigue una subvención?

–Primero, tienes que ser una organización sin aspiraciones financieras. Viendo tus ingresos del año pasado, yo diría que no das el perfil. Después, tienes que haber sido rechazado por otra agencia de becas. La mayoría de los grupos buscan financiación para proyectos demasiado pequeños como para llamar la atención de grandes fundaciones. Trabajan con albergues, bibliotecas, asociaciones de vecinos, iglesias. La fundación valora mucho el voluntariado. Incluso los miembros de la plantilla sirven como voluntarios.

–Eso no es tan raro. La mayoría de la gente en plantilla trabaja sin remuneración.

–No lo has entendido. Los miembros de la plantilla de Jenny hacen de voluntarios con las agencias a las que financian. Su bisabuela blandió una pala en la plantación de las flores y Jenny hace de voluntaria una vez por semana en algún tipo de hogar –dijo Greg, y le entregó un recorte de periódico amarillento, mostrando la foto de una mujer con vestido negro sosteniendo una cesta con flores. Aunque la foto estaba borrosa, había algo en aquella mujer, una suavidad en sus ojos quizá, que le recordaba a Jenny.

–Una tradición muy familiar –dijo Matt con cierto sarcasmo–. ¿Tiene alguna otra aptitud para su trabajo como directora? Quiero decir, aparte de las familiares.

–Tiene el título de trabajadora social y una mención en psicología por la universidad de Cincinnati. Parece que sabe lo que hace. La fundación está muy bien considerada. La mayoría de los ingresos y subvenciones que reciben van a parar a sus clientes en vez de a gastos empresariales.

–¿Como sueldos astronómicos para la directora?

–Por ejemplo.

–¿Tiene dinero suficiente para vivir? –preguntó Matt. Lo volvía loco el hecho de que Jenny no se hubiera comprado un abrigo de premamá pero, como ella había dicho, sería por cuestión de practicidad. No había podido ver bien su casa, pero estaba situada en un buen barrio. Se imaginó un gran jardín trasero con un columpio y un cajón de arena. Y un niño de pelo castaño jugando alrededor.

Greg dijo en voz alta un salario.

–Estoy seguro de que eso no deja mucho para extras, pero parece que le va bien. Compró la casa después de vender la de su abuela en Walnut Hill, y abrió una cuenta para la universidad de su bebé más o menos un mes después de quedarse embarazada.

–¿Por qué tenía yo la impresión de que se trataba de una familia adinerada?

–Probablemente por la conexión con Walnut Hill. Pero lo único que consiguió Jenny fue la casa y el trabajo. El dinero se fue a la fundación.

–¿Cómo averiguas todas estas cosas?

–No hago preguntas y el detective no dice nada. Sin embargo él me asegura que es legal.

Matt consideró la nueva información. Casi contra su voluntad, comenzó a admirar a Jenny incluso más que antes. Era obvio que era una mujer inteligente que tenía la habilidad de pensar las cosas antes de actuar. Quizá tuviera razón cuando decía que no necesitaba que nadie cuidase de ella. La autosuficiencia era un rasgo claramente heredado en la familia Ames Blanding March etcétera.

–¿Greg? ¿Qué ocurrió con los hombres? El abuelo, el bisabuelo. ¿Dónde encajan en todo este asunto?

–Bueno, no sé nada de ellos. He podido deducir que se marcharon.

–¿Se marcharon? ¿Así, sin más?

–Tanto la abuela como la bisabuela de Jenny estaban separadas.

–Ah. El puzzle comienza a encajar –dijo Matt poniéndose en pie y comenzó a dar vueltas por su despacho–. Piensa que me voy a marchar, ¿verdad? Ayer la acusé de meterme en el mismo saco que el resto de los hombres pero no tenía ni idea de lo cerca que estaba de la verdad. Incluso aunque se casara conmigo, ella esperaría que la historia se repitiese. Piensa que yo también voy a traicionarla.

–¿No es eso lo que planeas? –preguntó Greg.

Matt no sabía qué pensar. Odiaba el hecho de que a Jenny le hubieran hecho daño, físico o emocional, pero la otra parte de él, el hombre de negocios acostumbrado a salirse con la suya, se preguntaba cómo afectaría todo aquello a la materialización de sus deseos.

–No puedo obligarla a que nos dé una muestra de sangre del bebé. Si no permite que se realice una prueba de ADN, ¿cómo sabremos si yo soy el padre?

–En realidad, los tribunales pueden obligarla a hacer la prueba. La prioridad de un juez es el bienestar del niño. En este estado, si un hombre da un paso al frente y asume la paternidad, prometiendo apoyar económicamente al niño, aparte de en todo lo demás, el juez tiene la responsabilidad de averiguar la verdad.

–¿Y qué pasa ahora? ¿Puedo exigir una amniocentesis?

–Probablemente no. Es un riesgo que podría dañar la salud de la madre y del bebé. Tendrás que esperar.

–Pero quiero saberlo ahora.

–No falta mucho para que nazca el bebé. ¿Por qué no aprovechas el tiempo para conocer mejor a Jenny? Si no os lleváis bien, eso dificultará las cosas.

–¿Y qué pasa si no podemos llevarnos bien? ¿Crees que podría conseguir la custodia?

–No, no creo.

–¿Por qué no? ¿Porque soy un hombre?

–Porque ella es la madre. Está viva y es perfectamente capaz de educar a un hijo ella sola.

–Pero aun así yo podría intentarlo.

–Podrías, pero tendrías que buscarte otro abogado. Yo no te ayudaré a quitarle a Jenny su bebé. No sería correcto.

–Si ni siquiera la conoces.

Greg levantó el informe del detective y dijo:

–No, pero sé cosas sobre ella. A mí me parece evidente la razón por la que decidió tener ese hijo sin hombres de por medio. Ya lo ha pasado bastante mal. No pienso colaborar en eso.

–¿En qué punto te hiciste tan humanitario?

–Siempre he tenido especial sensibilidad con los desfavorecidos. Además, mi padre me odiaría si le hiciera daño a una mujer embarazada.

–Hablando de padres –dijo Matt.

–¿Aún no se lo has dicho a tu madre?

–No, hasta que no sepa algo concreto.

–Puede que no falte mucho.

–Estoy harto de esperar. Odio cuando las cosas no salen como yo quiero.

–Matt, no sé cómo decirte que te detengas y recapacites sobre lo que estás haciendo. Hace un momento parecías furioso porque la familia de Jenny la había traicionado. Y ahora estás hablando de hacerle lo mismo. Si vas a juicio y la obligas a hacer la prueba de paternidad, si sigues presionándola con la amniocentesis, a pesar de que te haya dicho que no es seguro, parecerá que no piensas en nadie que no seas tú mismo. Ella siempre será la madre del niño, sin importar quien gane o quien pierda.

Hizo que sonara como un partido con el bebé como balón. Claro que, no era que Matt no estuviese dispuesto a tirarse al barro y luchar por la posesión.

Greg murmuró algo mientras recogía sus papeles y se preparaba para marcharse.

–Greg –dijo Matt–, deja el informe.

–Piensa en lo que te he dicho, jefe.

–Siempre escucho tus consejos, aunque luego no los siga.

–Una cosa más –dijo Greg.

–Deja que lo adivine.

–Se trata de Krystal. Lo sabe.

–Ah, maldita… –Matt se detuvo a tiempo, pero sabía que no pararía de insultarla una vez que estuviera a solas–. ¿Cómo lo ha averiguado?

–Estuvisteis juntos mucho tiempo. Hizo amigos en la oficina. Además, no fuisteis excesivamente discretos cuando empezaron los problemas.

–Me pilló por sorpresa.

Greg se rió.

–Siempre se te han dado bien los eufemismos. ¿Qué vas a hacer?

–Esperar que se mantenga alejada y con la boca cerrada.

–Ésa es una esperanza inútil.

–Cierto. Supongo que le permitiré hacer el primer movimiento. Estoy demasiado ocupado tratando de hacerme amigo de Jenny como para pensar en lo que se propone mi ex. Quizá se vaya a una isla desierta y decida quedarse.

–Sí –dijo Greg mientras salía por la puerta–. Y quizá los cerdos vuelen.

Matt pasó el resto de la tarde ojeando el informe del detective y lo que significaría ganar o perder el derecho de conocer a su hijo, porque estaba seguro de que el bebé era suyo.

Desde que la había conocido, Jenny había tenido la habilidad de atontar sus pensamientos, haciendo que olvidara sus propias habilidades en el mundo empresarial. Él siempre había sido un tipo que disfrutaba con la competición, asegurándose ganar siempre.

¿Qué diablos ocurría en el mundo cuando un hombre que lo planeaba todo de antemano ni siquiera sabía lo que iba a hacer a continuación?

Sus amigos pensaban que se le había ido la cabeza cuando había accedido a los deseos de Krystal de congelar su esperma y hacerse una vasectomía. A decir verdad, no lo había pensado con el cerebro, sino con algo que se encontraba más abajo.

Bueno, quizá podría haber habido una operación reversible.

Quizá no.

Y entonces había descubierto que Krystal no lo amaba y que no quería formar una familia con él.

Y luego, milagrosamente, Jenny Ames se había quedado embarazada con su esperma.

Se rió con amargura.

–Quizá debiéramos olvidarnos del nombre de Alexis y llamar al bebé Destino.

 

 

El destino estaba contra ella. Excepto por el primer mes de embarazo, Jenny no había sufrido de náuseas matutinas. Y, sin embargo, allí estaba, a las seis menos cuarto, echándolo todo en el baño y con Matt a punto de llegar para llevarla a la fiesta.

Otra señal de que no iba a ser una buena noche.

Llevaba dos días temiendo que Matt no fuese a relacionarse bien con sus clientes. Era cierto que se trataba de un hombre presentable y seguro que no sería grosero, pero dudaba que estuviera familiarizado con el concepto de un albergue para madres adolescentes o con el dinero que la fundación daba para subvencionar el programa de poesía de la biblioteca.

Definitivamente, no encajaría con sus clientes.

Una vez más, se le revolvió el estómago y se inclinó sobre le váter.

En ese momento llamaron a la puerta.

–No es justo –dijo ella–. No es justo en absoluto.

 

 

–Estás pálida –dijo Matt en cuanto Jenny abrió la puerta.

–Estoy bien –contestó ella–. Sólo unas cuantas náuseas vespertinas.

–¿Te ocurre con frecuencia?

«Sólo cuando sé que vienes», pensó ella.

No quería admitir que, además de las náuseas, sentía cómo se le aceleraba el corazón cada vez que sabía que él llegaba.

¿Qué chica no sentiría eso?

Había visto antes hombres guapos, encantadores, generosos, pero ninguno de ellos con tanto poder personal. Y, vestido como estaba esa noche, con un esmoquin hecho a medida, lo único que tenía que hacer era mirarla con esos ojos marrones para derretirla por dentro. Todo a su alrededor parecía desaparecer.

–¿Estás bien?

–¿Eh? –dijo ella parpadeando.

–Estabas ahí mirándome y se te ha puesto la cara roja. Luego te has puesto blanca como la leche y pensé que ibas a desmayarte. Déjame entrar. Deberías echarte un minuto.

–No –no le dejaría pasar a casa, su santuario. No cuando él había invadido el resto de su vida–. Estoy bien. Será mejor que nos vayamos o llegaremos tarde.

–Al diablo con la fiesta –dijo él dando un paso al frente y colocándole las manos bajo los codos–. No vas a ninguna parte hasta que me asegure de que no te vas a desmayar. ¿Cuándo fue la última vez que comiste?

–Como si no lo supieras –dijo ella apartándose–. La mujer del cátering ha estado en la oficina toda esta semana preparando comida para todo el mundo que entraba por la puerta. Ha venido esta mañana, como una especie de comida sobre ruedas para mujeres embarazadas.

–¿Estás diciendo que no te gusta su comida?

–Si es así, ¿harás que se valla?

–Por supuesto. Pero seguiré mandando a alguien nuevo cada día hasta que encontremos el estilo que te gusta.

–Eres imposible –dijo ella riéndose.

–Y tú ya no estás pálida. No me gusta cuando no puedo ver el fuego dentro de ti. ¿Lista para irnos?

–Deja que me ponga el abrigo.

–Espera un minuto –dijo él agarrándole la mano–. Tengo algo para ti. No te enfades hasta que no sepas lo que es.

Matt dio un paso atrás para agarrar una caja larga y fina que había dejado en el porche. Estaba decorada con un enorme lazo rojo. Era el tipo de caja que contenía rosas de tallo largo, docenas de rosas, el tipo de caja que alguien le regalaba a su pareja el día de san Valentín.

Las manos de Jenny se estiraron hacia la caja incluso antes de que su cerebro hubiera decidido aceptar el regalo.

Él sostuvo el paquete mientras Jenny lo desenvolvía con manos temblorosas. Levantó la tapa pero no vio ninguna rosa, sino una tela de color marfil, suave y brillante.

Miró a Matt confusa.

–Dijiste que no más flores –dijo él.

–Y tú me escuchaste –contestó ella, sin saber si se sentía decepcionada o no.

–¿No te gusta?

–Lo siento, Matt –dijo ella, odiando ser tan ignorante–. No sé lo que es.

–Permíteme –dijo él colocándole la caja en los brazos. Cuando, finalmente, colocó la prenda frente a ella, Jenny vio que se trataba de una capa. La capa más bonita, suave y probablemente cara que hubiera visto jamás. Larga y lo suficientemente amplia para cubrirla a ella y a su bebé.

«Se preocupa por ti», dijo una voz en su interior–. «no lo estropees poniendo pegas».

–Gracias, Matt. Es preciosa.

Él sonrió y Jenny sintió un vuelco en el corazón. Fue una sonrisa que podría hacer que una mujer menos decidida hubiera perdido la cabeza.

Matt le colocó la capa alrededor de los hombros y se la ató al cuello.

–Estás preciosa –murmuró mientras acercaba la boca a la suya. Sus labios eran firmes y cálidos. Utilizó la lengua para abrirle la boca y luego le mordisqueó el labio hasta que ella se rindió a su maestría.

Era un beso muy diferente al de la oficina, y no había nadie que pudiera interrumpirlos. Si sus temblores y suspiros delataban su inexperiencia, no le importaba en absoluto. Se habría quedado allí para siempre disfrutando de sus labios si no hubiera sido por la fiesta.

Él debió de acordarse también, porque se apartó y le dirigió una sonrisa.

–Francamente preciosa –repitió él–. Y ahora también estarás caliente.