Capítulo 6

 

ASÍ QUE es usted.

Jenny levantó la cabeza y se encontró de frente con aquella hermosa mujer. Gracias a la exposición de Nancy, supo que se trataba de la famosa o, a ojos de Matt, infame Krystal McDonnough. Había sorprendido a todo el mundo presentándose con uno de los miembros de la fundación, un hombre que resultó ser amigo de Matt.

–¿Perdón?

–La mamaíta. La pequeña sorpresita de Matthew.

–¿La conozco?

–No se haga la tonta conmigo, querida. Sabe quién soy y yo sé quién, y qué, es usted.

–¿Y qué soy yo?

–Una oportunista muy lista, una maquinadora magistral. Lo que no sé es cómo consiguió que el médico hiciera eso.

–¿Hacer qué, señorita McDonnough?

–Eso –dijo Krystal señalando su tripa.

–Es un bebé, señorita McDonnough, no un mutante del espacio exterior.

–Es el bebé de Matthew Hanson.

–No hay pruebas de eso.

–Quizá, pero no porque Matthew no se las haya ingeniado para conseguirlas. Pero lo hará. Puede contar con ello.

–No me preocupa. No es que sea de su incumbencia, pero Matt Hanson no está en mi vida.

–¿Y entonces por qué está aquí esta noche?

–Porque no ha aprendido el significado de la palabra «no» –dijo Jenny–. O quizá es que oyó que usted iba a estar aquí.

–Es posible –dijo Krystal echando su melena rubia hacia atrás–. Siempre se sintió atraído por mí. Como una polilla hacia la luz. Ya sabe usted que debería estarme agradecida. Yo fui la que convenció a Matt para que congelara su esperma. Si juega sus cartas correctamente, podría quedar acomodada de por vida.

–¿No cree que si yo pensara que el bebé es de Matt, me casaría con él enseguida? –preguntó Jenny–. ¿No cree que estaría encantada de atrapar a alguien como él, alguien guapo y elegante que, evidentemente, quiere ser padre?

Krystal pareció perpleja un instante, como si jamás se le hubiera ocurrido que alguien pudiera casarse por algo que no fuese el dinero.

–Realmente eso no importa, ¿verdad? –dijo la horrible mujer–. Lo que usted quiere, me refiero. Matthew cree que el bebé es suyo. Lo quiere y no le importa lo que tenga que hacer para conseguirlo.

Krystal se alejó, al parecer, convencida de que le había dado algún tipo de golpe de gracia a Jenny. Fue un alivio que se marchara cuando lo hizo. Si hubiera seguido hablando de Alexis como una cosa, habría saltado sobre ella.

 

 

Cuando Matt miraba a Krystal con los ojos y no con las hormonas, se daba cuenta de que había confundido la apariencia con la esencia, y el sexo, por muy salvaje que fuera, no era amor.

Pensaba en abrazar a Jenny y masajearle la espalda y se dio cuenta de que no cambiaría ese momento, ni los besos que habían intercambiado, por pasar un buen rato con ninguna otra mujer.

Sacudió la cabeza con incredulidad. No se estaba enamorando de Jenny Ames. Ella era dulce, aunque exasperante, pero nada más. Llevaba dentro el bebé que él deseaba. Era el medio para conseguir el fin. Llegarían a un acuerdo, sellarían un trato y quedarían como amigos. Lo harían por el bien del bebé.

Pero, si ésa era una idea tan buena, ¿por qué le molestaba tanto?

Buscó a Jenny con la mirada alrededor de la sala pero entonces vio a Krystal aproximarse.

–Hola, Krystal –dijo secamente–. ¿Qué te trae por aquí esta noche?

–Sólo quería ver cómo vive la otra mitad. No es tu estilo, Matthew.

–Oh, no sé. Quizá esté empezando a ver el mundo con otros ojos.

–¿Y puede que la señorita Jenny Ames sea la responsable?

–Mi relación con Jenny no es asunto tuyo.

–Ella dice que no hay ninguna relación. Dice que no estás en su vida. ¿Significa eso que tampoco estás en su cama?

–Eso tampoco es asunto tuyo.

–¿Por eso estás tan tenso? –preguntó ella deslizándole una mano por la abertura de la chaqueta–. Yo podría ocuparme de eso, Matthew.

Se inclinó hacia delante y presionó su cuerpo delgado contra él. Matt se quedó de piedra.

No sintió nada.

–Siempre estuvimos bien juntos, ¿recuerdas? –prosiguió ella.

–¿Qué pretendes?

–Podríamos volver a intentarlo, si tú quisieras –dijo mirándolo con cara de inocencia–. Subestimé lo mucho que deseabas tener un bebé. Siento mucho el malentendido. Estaría dispuesta a quedarme embarazada si tú realmente quisieras.

–Krystal –dijo él con calma–. Es un paso importante para ti y veo que lo has pensado mucho –la miró a los ojos y vio en ellos el brillo del triunfo–. Aprecio la oferta, pero no podría vivir con el hecho de ser el responsable de tu gordura.

Krystal se enderezó con toda la dignidad que pudo.

–El rencor no es un atributo muy apreciable, Matthew.

–Quizá no, pero creo que tendremos que vivir con eso. Mientras tanto, mantente apartada de mí y deja a Jenny en paz.

Krystal se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, dejando sorprendido a su acompañante a sólo unos metros de distancia.

–Siento que hayas tenido que ver esto, Trev –se disculpó Matt.

–No pasa nada. Ha sido entretenido. Y educativo. Debí haberme dado cuenta de que algo ocurría cuando me llamó para acompañarme esta noche. Ahora entiendo por qué le diste la patada.

–Nada de patadas. Ella y yo no estábamos de acuerdo en cuanto a planificación familiar. Eso es todo.

Trev debió de ver el brillo en los ojos de Matt cuando divisó a Jenny al otro lado de la sala, porque comenzó a sonreír.

–¿Eres el padre del hijo de Jenny?

–Parece que en eso tampoco hay acuerdo –contestó él–. No lo sabremos hasta que no nazca el bebé y le hagan pruebas en el hospital. Hasta entonces, me preocupo de su bienestar.

–Jenny tiene muchos amigos entre los miembros de la plantilla y en la comunidad. Yo tendría cuidado si fuera tú.

–¿Es una advertencia, viejo amigo?

–A mí me lo ha parecido –dijo Trev, y se alejó.

 

 

Matt Hanson era una bestia, un ser humano caprichoso y egoísta al que Jenny nunca perdonaría por haberle estropeado su noche especial.

Se había quedado de pie en un rincón, observándola, criticando en silencio cada uno de sus movimientos y haciéndole sentir que nada de lo que hacía estaba bien.

–Estoy impresionado –dijo él más tarde mientras la acompañaba hacia la puerta–. Has estado magnífica, con tu bonito vestido, jugando a la señorita dadivosa.

–No estaba jugando –dijo ella parándose en seco–. La fundación hace un gran trabajo y no me importa lo que pienses. La gente a la que homenajeábamos hoy aporta muchas cosas a la comunidad y se merecían una noche especial. Lo que hemos hecho aquí es importante. Pero tú no quieres admitirlo.

–Sí, claro –dijo él–. Enviar a una madre soltera al médico en una limusina con chófer es un trabajo realmente importante.

–No estaba… –comenzó Jenny tratando de contener su rabia–. No lo entiendes, ¿verdad? ¿Sabes, Matt? Más allá de tu lujosa oficina y de tu mansión está el mundo real. Un mundo donde la gente ayuda a otra gente sin pensar en lo que consigan a cambio.

–Eh, cariño, yo hablo de lo que veo. Y, por ahora, lo que he visto es a mucha gente dándose palmaditas en la espalda.

Jenny se quedó con la boca abierta por la indignación, debatiéndose sobre si darle o no un puñetazo en la nariz allí mismo, en medio de la sala abarrotada de gente. Finalmente abrió su bolso, sacó una libreta y un lápiz, escribió algo y le entregó la hoja a Matt.

–Reúnete conmigo en esta dirección mañana a las nueve de la mañana. Y no te atrevas a llegar tarde.

–¿Qué es esto?

–Soy yo, Matt. Es lo que yo represento. Y de una vez por todas, si no te gusta, te –apretó los labios con fuerza–… aguantas.

Matt se quedó mirándola sorprendido. Jenny tomó aliento, estiró los hombros y se dio la vuelta para marcharse.

–El doctor Barnes se marcha. Tengo que darle las gracias por venir. Dile al señor Steadman que te lleve a casa. Tengo amigos aquí. Alguno de ellos me llevará.

Matt la agarró del brazo.

–Espera un momento, gatita. Soy tu acompañante esta noche y no pienso irme sin ti –dijo, y le colocó la mano en su brazo.

Ella se apartó y dijo:

–Ya no te quiero como acompañante. Estás excusado… permanentemente.

Por un momento ambos pelearon por la posesión de su mano. Finalmente él le agarró la barbilla y le giró la cara para que lo mirara.

–He hablado sin pensar, Jenny. No me estaba burlando.

Su disculpa golpeó su cerebro al tiempo que los latidos de su corazón, y las lágrimas se le agolparon en los ojos. Odiaba el hecho de que Matt pudiera herirla con sus palabras. Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.

–No llores. No pretendía criticarte –dijo él.

–¿Y por qué lo has hecho? Ésa es la razón por la que no me gusta estar cerca de ti. Eres duro y prejuicioso. Pasas de ser el señor simpático a ser un cerdo en un segundo y yo nunca sé qué es lo que te irrita.

–Quizá tengas razón. Normalmente tengo la cabeza en su sitio, pero a veces me pones de los nervios. No es tu culpa.

–Sé que no es mi culpa. Si tienes algún tipo de defecto en tu personalidad, no quiero saberlo. Nunca dejas de sorprenderme. Te ríes de la gente y de cosas que no comprendes.

–Pues ayúdame a comprenderlas. Quiero saber más sobre las organizaciones benéficas y por qué son tan importantes para ti.

–Pensaré en ello. Pero no te hagas esperanzas. No me gustas. Ni tú ni los de tu clase.

–¿Qué te dijo exactamente Krystal?

–Nada.

–Lo dudo. Es incapaz de guardarse las opiniones.

–Pues entonces, nada importante.

–Si dijo algo que te disgustara, me lo dirías, ¿verdad?

–Te he dicho todo lo que necesitas saber.

–¿De verdad? –preguntó él con voz tan penetrante que le llegó al corazón. Tenía secretos. ¿Qué mujer no los tenía? Pero los suyos eran pecados por omisión.

–Creo que es hora de que te marches.

–No pienso dejarte aquí sola.

–Mira a tu alrededor, Hanson. No estaré sola.

–Quiero decir sin mí, Jenny. No me marcho de aquí sin ti –dijo él con una mirada de advertencia–. Preséntame al doctor Barnes, ¿de acuerdo?

Jenny accedió, no queriendo montar una escena, pero no había terminado. Matt tenía que aprender de una vez por todas que ella no era una mujer a la que pudiera manipular, que era más lista que Krystal McDonnough y tan cabezona como Matt a la hora de conseguir lo que quería.

 

 

La vuelta a casa de Jenny fue un poco tensa. Matt hablaba y ella contestaba con monosílabos, todavía furiosa y nada dispuesta a admitir que sus bromas sobre su trabajo le habían hecho mucho daño.

Y además estaba Krystal. Sus amenazas y acusaciones habían dejado a Jenny inquieta, no realmente asustada, pero tampoco se sentía segura de que Matt acabara cansándose y dejándola en paz.

Cuando llegaron, la acompañó hasta la puerta. Ella agarró el bolso y escondió las manos bajo la capa que él le había regalado. Se preguntaba cómo un hombre podía ser tan cariñoso y al rato ser un estúpido.

Había sido una velada cansada. Estaba deseando tirarse en la cama y él estaba… estaba mirándola como si se tratara de un delicioso postre.

Había un brillo de apreciación en sus ojos. Jenny se estremeció. No quería que la mirara de ese modo. Lo había visto mirar a Krystal de igual manera.

–Estás muy guapa esta noche, muy sexy. No he podido apartar la vista de ti un solo momento.

De pronto Jenny se dio cuenta de que sus palabras no eran más que un medio para asegurarse que conseguiría lo que quería.

–Necesitas gafas si crees que una mujer que se mueve como un pato parece sexy –contestó ella.

–No aceptas los cumplidos fácilmente, ¿verdad? La mayoría de las mujeres que he conocido actúan como si los elogios fueran su derecho por ley.

–¿Krystal es así?

Él le acarició el pelo con los dedos y se inclinó hacia delante para darle un beso en la mejilla.

–No quiero hablar de ella en este momento.

–Debe de haberte querido mucho para estar tan disgustada por haberte perdido –insistió Jenny.

–Krystal McDonnough nunca ha querido a nadie más que a sí misma. Nunca ha querido algo que no fuera el dinero.

–Eres un cínico. Piensas en todo en términos de si se puede comprar o vender.

–Esta noche no.

Con un pequeño suspiro, Jenny dejó reposar la cabeza sobre su mano, sabiendo que no era la mejor idea que había tenido aquel día, pero incapaz de rechazar el bienestar que su cercanía le suponía. Como había ocurrido en el despacho, las necesidades de su alma tomaron el control y las advertencias de su cabeza desaparecieron.

No había contado con aquello, con la soledad y la necesidad, cuando había diseñado su plan de vida. Ni hombres en su cama ni padre para su hija.

–¿Puedo darte un beso de buenas noches?

La pregunta la sobresaltó y, para su tranquilidad, le proporcionó la oportunidad de salir del estupor en el que Matt la había sumido.

–No creo que sea una buena idea.

–¿Por qué no? Somos amigos, ¿no? Quiero besarte.

–¿Siempre haces lo que quieres?

La sonrisa de Matt lo dijo todo. No le costó trabajo traducir la frase. «Sí. Siempre hago lo que quiero y consigo lo que me propongo».

Jenny dio un paso atrás y él uno hacia delante. Cuando ella abrió la boca para protestar, Matt se inclinó para conseguir su beso.

El tacto de su boca sobre la suya fue suave y tierno. Tanto que pensó que el corazón se le iba a salir por la boca. Él levantó la cabeza y le dirigió la misma mirada de posesión que recordaba del día en que se habían conocido.

–Cuando te estabas comiendo el postre, tenías un poco de nata montada en el labio, justo aquí –dijo él, y le tocó el labio superior con la punta de la lengua–. Estuve a punto de saltar por encima de la mesa para lamértelo.

La acercó más a él y la colocó entre sus brazos para susurrarle al oído. Ella se echó hacia atrás y se estremeció al sentir el aire frío entre ellos. Matt sonrió, como si supiera que la tenía donde quería. Pero lo que ella quería era salir corriendo. Tan lejos y tan deprisa como su cuerpo torpe le permitiera.

–¿Puedo pasar?

Ella negó con la cabeza y dijo:

–No creo que sea buena idea.

–¿Por qué no?

–No estoy segura de que quiera tener algo contigo.

Por primera vez, Matt le puso las manos sobre la tripa. Alexis se movió en ese momento y Jenny supo que él había notado el movimiento. Matt sonrió y presionó ligeramente sobre su piel.

–¿No crees que ya es un poco tarde para eso? Ya hay algo entre nosotros, aquello que puede haber entre un hombre y una mujer.

El modo en que lo dijo fue tan sexual y tan íntimo, que casi hizo que Jenny se rindiera y lo dejara pasar, a su casa y a su corazón. Casi.

Ella negó con la cabeza y Matt esperó tranquilamente mientras Jenny se debatía en su interior.

–Sabes que llevo razón, Jenny. Dime una cosa. ¿Cuántas veces te inseminaron antes de que te quedaras embarazada?

Sorprendida por la pregunta, Jenny levantó la cabeza y lo miró. Sabía que Matt habría visto su rubor, incluso bajo la tenue luz del porche.

–Sabes que sólo fue una vez.

–¿Lo ves? Tenemos tanta potencia juntos que incluso la madre naturaleza lo sabe. Mis pequeños espermatozoides llegaron hasta tu óvulo y ¡zas! Un bebé al instante. Incluso me sorprende que no vayas a tener gemelos.

Jenny no podía contradecirlo en eso. Había ido a la clínica y había sido inseminada una vez. Tan sólo dos semanas después, había dejado de tener la regla y su sueño de tener un hijo propio había comenzado a materializarse.

¿Pero podría el esperma ser tan agresivo y cabezón como el donante?

No quería pensar en ello. Su mente estaba ocupada con las imágenes de Krystal y Matt en la fiesta. La hermosa modelo presionando su cuerpo contra Matt y él mirándola con la boca abierta.

Era una prueba evidente de que Matt seguía sintiéndose atraído por ella, a pesar de que lo negara.

Jenny sabía que no podía competir y ni siquiera quería. Reconocía una causa perdida cuando veía una. Y sabía que la única razón por la que Matt estaba con ella en ese momento era el bebé. Si Krystal hubiera deseado tener un hijo, Jenny nunca habría conocido a Matt y no estaría embarazada de él.

Estaba con ella por el bebé.

Los besos no eran reales. La preocupación no era real. Sólo se trataba del bebé.

Sintió una leve punzada en el corazón al recordar otras decepciones pasadas. Entonces sintió la rabia.

No dejaría que le hiciese daño. No lo haría.

–Hace frío –dijo ella utilizando la mano para apartarlo–, y estoy cansada. Los zapatos me están matando y no estoy de humor para discutir sobre el milagro de la procreación.

–Si me dejaras entrar, podría darte un masaje en los pies.

–El señor Steadman está esperando.

–No le importará. Piensa que eres la mujer más distinguida que conoce. Palabras textuales.

–Dejémoslo así –dijo ella tajantemente mientras metía la llave en la cerradura.

–¿Mañana por la mañana? –preguntó él.

Ella miró hacia atrás por encima del hombro y lo vio de pie con las manos en los bolsillos. La bufanda blanca de seda que llevaba puesta al cuello brillaba por la luz que salía de la ventana del salón.

Era increíblemente guapo, seguro de sí mismo y más intimidante que cualquier monstruo que pudiera imaginar bajo su cama. Y allí estaba ella, dándole una oportunidad para acceder a una de las partes más importantes de su vida.

–No –dijo ella–. He cambiado de opinión. Te has librado.

–¿De verdad? Ahora sí que siento curiosidad. ¿Qué puede estar escondiendo Jenny en la calle Crandall que no quiere que Matt sepa?

Comenzó a caminar hacia atrás y se dio la vuelta justo al llegar al borde del porche. Entonces bajó las escaleras y se dirigió hacia el coche.

–Te veo por la mañana, Genevieve.