En una semana, el aspecto del lugar ha cambiado por completo. A un ritmo de cinco o seis idas y vueltas para descargar cada día, la casa ya está casi vacía. El viejo chatarrero del pueblo de al lado y su hijo han hecho maravillas en el exterior. Han pasado dos días amolando, desarmando y cargando los armazones oxidados que obstruían el lugar, e incluso nos han dejado algunos billetes a cambio de toda esa chatarra. A pesar de los siete años de inactividad total, Noé se revela como una verdadera fuerza de la naturaleza, capaz de acarrear montones de desechos, arrancar zarzas y segar cardos doce horas al día sin el menor signo de debilidad. Igual de diligente, Aziliz trabaja como una hormiga. Se ha puesto a limpiar metro a metro el suelo cubierto de restos, de pernos, tornillos, trozos de plástico, esquirlas de cristal, piedras… Perfeccionista, avanza lentamente, pero deja tras de sí espacios libres de cualquier desperdicio. Acompañando la obra del hada y del titán, yo me encargo de todo lo demás: cocina, conducción, compras, trámites administrativos… Reúno todo lo que podría resultarnos útil: mobiliario, colchones, mantas, además de todo lo que pueda arder, para calentarnos… Mi madre me dio permiso para volver a contratar el agua y la luz. De momento debemos lavarnos en un barreño con agua fría y tenemos electricidad gracias a un cable conectado directamente al contador (el panel eléctrico interior, totalmente oxidado, está fuera de servicio), pero ¡qué lujo! Hasta ahora, nos alumbrábamos con los faros de la furgoneta y las estrellas, y nos lavábamos en los arroyos… Si bien no es el paraíso esperado, mis compañeros de búsqueda han superado la decepción inicial y se han puesto manos a la obra en la misión de transformar las siniestras ruinas en un refugio decente.
Unos golpes sordos en la casa principal me indican que Noé está en plena acción. El muro se desploma justo en el momento en que me uno a él. De golpe y porrazo me veo cubierto de polvo de yeso. Cuando la nube de partículas se posa, aparece el espacio interior de la casa sin divisiones, salvo por las de un antiguo cuarto de baño que tenemos la esperanza de rehabilitar.
—He tirado la última pared —me anuncia mi primo con orgullo.
—Ya lo veo, es genial… Pero ¿no habíamos dicho que hoy nos tomábamos un día de descanso? ¿Sabes?, aquí hay trabajo para meses y meses, quizá incluso años. Si queremos mantenernos en pie, debemos cuidarnos un poco…
—Lo sé… Solo quería acabar esto, ya paro, ¡prometido!
Le sonrío.
—¡Vale! Bueno, te dejo con Aziliz. ¡Tengo que ir al pueblo a comprar algo para celebrar el final de nuestra primera semana de obras!
—¿Traerás pizzas?
Una oleada de culpabilidad me sobreviene al arrancar el Ávalon. Siento remordimientos por dejarles creer que podremos quedarnos aquí de manera indefinida. Dicho esto, si soy realmente sincero conmigo mismo, yo también me hago ilusiones. ¿Por qué, si no, nos enfrascaríamos hasta este punto? Los tres necesitamos este proyecto, este sueño. Nuestra frágil aventura solo se sostiene con esa condición. Sin ella, ya no tenemos nada, ya no somos nada… Aparto de mi mente estas perspectivas sombrías y recuerdo otra preocupación, que, de algún modo, no ha abandonado mis pensamientos desde nuestra llegada: volver a ver a la bella desconocida. Llevo días haciendo acopio de valor para tomar la iniciativa. Intento retomar el camino de Kernawen que seguí la otra vez, pero en sentido contrario y sumido en un estado de turbación. Todo mi cuerpo se pone a temblar a medida que me acerco al lugar hacia el que me llevó mi error… o el destino. Este nuevo elemento se suma a la gran puesta al día que se produce ahora mismo en mi vida: acabar con el autosabotaje con respecto a las mujeres. No necesito tener mucha lucidez para reconocer que mi mecánica amorosa está marcada por este comportamiento. En cuanto quedo prendado de verdad de una mujer, huyo. Siempre encontraba que mis razones eran nítidas; hoy me parecen tan confusas que no sabría ni enunciarlas. Lo único que me queda de esta triste historia es un montón de arrepentimientos. Si bien mis dudas en torno al gran amor siguen siendo tan sólidas, las palabras de Aziliz acerca de la vida han hecho tambalear algunas de mis certezas y han abierto una puerta a la esperanza un poco loca de que yo podría influir en el curso de las cosas y los acontecimientos y, por lo tanto, de mi existencia. Por más que me digo que es probable que ella tenga pareja y que, incluso si se da el milagro de que no sea el caso, no la merezco, debo probar suerte a pesar de todo. Para romper mi patrón de conducta, y no tener arrepentimientos después, sobre todo… me tranquilizo diciéndome que no pierdo nada. Solo voy a anunciarle que soy su nuevo vecino. Que solo he ido para presentarme.
Tras extraviarme un par de veces, por fin acabo encontrando el lugar. El corazón me palpita cuando llego a su casa. No hay ningún coche en el patio, no debe de estar… Aun así, bajo y llamo a la pesada puerta de madera bajo la madreselva. Ningún ruido, ninguna respuesta, como esperaba. Cuando me dispongo a volver a subir al Ávalon, me llama una voz masculina.
—Perdona, estaba en el huerto. ¿Puedo hacer algo por ti?
Me vuelvo de inmediato para descubrir a un hombre de edad respetable, en la setentena, que me sonríe. De estatura media, tiene los ojos risueños bajo una cabellera blanca tan espesa como la barba. Advierto que camina descalzo, como yo. Ese detalle, sumado al tuteo, la bondad manifiesta, hace que se disipe toda mi tensión. Ya de entrada este hombre me gusta.
—Buenos días, señor, soy su nuevo vecino, Gabriel Toussaint. Acabo de instalarme en Kernaël.
—Puedes tutearme, muchacho. ¿Kernaël, dices? ¿Has comprado las tierras del viejo Yann?
—Eh… no exactamente. Era el tío de mi madre, en realidad. La casa sigue en venta, pero entretanto vivo allí con mi sobrina y mi primo.
Se ha acercado a mí y me tiende una mano con franqueza.
—Bueno, pues ¡bienvenido, Gabriel! Yo soy Efflam. ¿Te apetece una infusión?
Sorprendido por la invitación, dudo de aceptarla antes de pensar que será una buena oportunidad para saber más de la bella desconocida…
—Me encantaría, Efflam, con mucho gusto.