Esta mañana le he dicho a Efflam que cada vez descubría más rápido mis creencias limitantes. Ya advierto los beneficios de este trabajo en mi vida cotidiana. En lo que respecta a la ley de la atracción, está claro que me cuesta más. Cuando cede el entusiasmo generado por nuestro plan de acción para engañar a la ayudante del juez tutelar, la duda vuelve a echárseme encima con la fuerza de un piano lanzado desde una séptima planta. Además, la idea de que mis pensamientos creen mi realidad me aterra, porque tiendo a imaginar siempre lo peor. «Cuanto más importante es la prueba, más se interponen los miedos en las visiones del éxito», me ha dicho Efflam. Luego me ha animado a practicar con algo más fácil. Siguiendo su consejo, estoy buscando un objeto adecuado que me permita probar la ley de la atracción de manera más tranquila. La imagen de la bella desconocida se me aparece de inmediato. Sopeso los pros y los contras. Lo veo enseguida: esta relación me afecta profundamente, pese a que no es una fuente de ansiedad. La prueba ideal. Decido volver al claro donde está el gran roble que tanto me ayudó en mi primer ritual de conexión con la energía de la naturaleza. Repetir este ejercicio con el árbol me resulta mucho más fácil desde que conecto de forma casi cotidiana con mi verdadera naturaleza. Cuando estoy bien anclado y centrado, anuncio en voz alta:
—Agradezco infinitamente al universo y a la vida el encuentro cercano con esa mujer joven.
Visualizo durante un momento prolongado el rostro y el cuerpo de mi bella desconocida.
—Gracias infinitas, universo —concluyo.
A continuación, regreso a nuestra cabaña, esperando encontrármela en cada curva del camino…
Aún no he traspasado el umbral de nuestra casita cuando Aziliz salta en mis brazos.
—¡Mi queridísimo Gabriel, al que tanto adoro! ¡Por fin has vuelto!
—Eh… No hace ni tres horas que me he ido… ¿Ha pasado algo espe…? ¡Ah, ya lo sé! Tienes algo que pedirme, ¿no?
Aziliz pone los ojos como platos con gesto inocente durante menos de un segundo.
—¡Hay una superfest-noz esta noche! ¡Actuará War-Sav!
—¿War-Sav?
—Es el grupo preferido de Maïwen. ¡Parece que son geniales! Ella irá, y Émeline también. Por favor, ¿podemos ir? Es en Paimpol…
—¡En Paimpol! ¡Oye, eso no está aquí al lado!
—¡Venga! Es por el día de Todos los Santos, de donde viene Toussaint. ¡Es para celebrar tu apellido!
—Aaah, bueno, si es para celebrar mi apellido… —digo dejando que crea que me ha convencido.
Cedo con facilidad a su petición, porque la fest-noz de Paimpol es quizá el inicio de una respuesta del universo, que organiza ya el encuentro con mi desconocida…
—Está bien, ángel mío, pero con una condición.
—Lo que tú quieras, mi queridísimo Gabriel.
—Necesito un repaso serio del scottish, del círculo circasiano y de todos los bailes de pareja que conozcas.
Con un grito de alegría, me coge de las manos y se vuelve hacia Noé, quien, detrás de la pantalla del ordenador, ha seguido los manejos de la princesa desde el principio.
—¿Maestro? ¿Nos pones la lista de reproducción «festnoz», por favor?
Cruzo la enorme sala de fiestas de Paimpol conteniendo la respiración. Mi estado de tensión es tal que todo parece desarrollarse a cámara lenta a mi alrededor. Algo en mi cabeza me grita que es un error monumental, pero decido que, esta noche, ese miedo no tiene ni voz ni voto. Bajo la apariencia de prudencia, de buena educación o de mil excusas más, el miedo me ha alejado con demasiada frecuencia de los impulsos del corazón. Mi nuevo yo no se doblegará más ante esos dictados. No obstante, a medida que me acerco a ella, el temor se acrecienta, como en las pelis de miedo, y me impide continuar avanzando. Ella está aquí, a unos pasos, preciosa con un vestido azul oscuro. Todavía no me ve. El miedo me retiene unos segundos más, unos segundos de más… Un hombre la invita delante de mis narices. Ella acepta con un movimiento de la cabeza y coge la mano que le ofrece él, que se la lleva lejos dando vueltas. Ni siquiera me ha visto. A mi alrededor, las parejas giran al ritmo de una mazurca. Un golpecito en la espalda me saca de mi letargo. Me vuelvo.
—¿Me concedería este baile, señor?
Aziliz parece alborozada, pero advierto que lo ha observado todo y percibe mi turbación. Gracias, angelito, por estar junto a mí en este momento difícil. Con una sonrisa de agradecimiento, le cojo la manita y la saco a bailar. Los pasos son complicados. Siempre me ha costado hacerme con este maldito tiempo muerto.
—¡No lo haces tan mal, Gab! Bueno, tendremos que repasar algunas cosillas. Pero, ¿sabes?, la mazurca es el baile de pareja menos fácil. En el fondo, quizá no sea tan malo que no la hayas sacado a bailar ahora, ¡controlas los pasos del scottish diez veces mejor!
—Ah, ¿sí? ¿Crees que me las apaño con el scottish? —le digo cuando me agacho para pasar por debajo de su brazo.
—¡Pues claro! —me grita ella al oído, mientras vuelvo a meter la pata con este endemoniado tiempo muerto…
No necesito más que unos segundos al ritmo estimulante del plinn de War-Sav para entrar en trance. Experimento el mismo estado de conexión que la última vez. Habiendo abandonado mi objetivo, me siento liberado y me dejo arrastrar al corrillo. Aziliz me suelta de pronto para dejar entrar a alguien en el círculo de bailarines. En el momento en que su mano entra en contacto con la mía, una descarga eléctrica me recorre el cuerpo. Todo empieza a girar a cámara lenta. Primero veo a Aziliz, que, en segundo plano, me guiña el ojo con escasa discreción, luego el tejido azul oscuro, tan reconocible, de su vestido, que me roza. Aprieto con suavidad sus finos dedos, como si fuesen un tesoro. Noto su cuerpo caliente a mi lado. Me invade una emoción increíble. El momento queda en suspenso, perfecto. Y acto seguido vuelve el miedo. Espera a que acabe la pieza y mi caída del paraíso. Lo rechazo y me sumerjo aún más en el instante presente.
Ya no sé si la música ha durado una eternidad o apenas unos segundos. Ella me suelta con suavidad la mano para aplaudir a los músicos, luego se vuelve hacia mí sonriendo. Intento acordarme de lo que me ha dicho Aziliz sobre el plinn, una suite en tres tiempos. Es el segundo, el baile, el que se ejecuta en pareja, y empieza en este momento. Ella me tiende las manos, que cojo con alegría… Nuestras miradas se cruzan, se siguen, no se despegan. No puedo ocultarle mi estado de felicidad, y el miedo me dice que por fuerza debe percibirlo. Vagamos de esta forma en medio del cortejo de bailarines, hasta que el cambio de ritmo anuncia el principio del tercer tiempo, similar al primero. El corrillo se vuelve a formar. Algunas parejas se separan enseguida para bailar en medio del círculo una polca plinn, la variante del plinn que se baila en pareja. Me invaden las ganas de bailar en el centro. El miedo se activa con vehemencia en mi interior y se burla de mí: «Eso es, ¡ya que estás, da el espectáculo!». «¿Quieres ponerte en ridículo?». «¿Bailar así, delante de todo el mundo?». «¿Y quién te dice que ella aceptará?». «Te crees que…». Me armo de valor e interrumpo el pitido de mi miedo. Mi vida no le pertenece, soy yo quien debe encargarse de ella, crearla. Así que vuelvo la cabeza hacia mi desconocida. No necesito palabras para hacerme entender, basta con una mirada. Su sonrisa luminosa es la respuesta más bonita que podría esperar.
—Bueno, ¿cómo se llama?
—Enora.
—Enora… ¡Hacíais tan buena pareja bailando! ¡Se ha quedado contigo casi todo el rato!
Asiento ligeramente con la cabeza. La sonrisa tonta que me curva los labios no me ha abandonado desde que hemos salido de la sala.
—¿Y a qué se dedica?, ¿dónde vive? —sigue preguntando Aziliz.
Me encojo de hombros.
—¿No se lo has preguntado?
—No…
—¿Cuándo la volverás a ver?
Me encojo de hombros de nuevo.
—No lo sé… Se lo preguntaré al universo… —digo haciendo un guiño.
—¡Eres el mejor, Gab!