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Una parte de mí esperaba encontrarse con Enora los días siguientes, en consonancia con las predicciones de las otras partes de mí, pero no ocurrió. El único aspecto positivo es que pensar en la posibilidad de que esta historia no esté condenada, me ayuda a no sufrir demasiado. Mientras haya esperanza… Así pues, regreso a nuestro refugio invernal en casa de Efflam en un estado sereno y alegre. Erwan me ha dado unos días de vacaciones durante la semana de Navidad, y me regocijo con este tiempo de descanso y festejos.

No hay nadie en casa cuando llego. Todas las luces están apagadas. Llamo. Sin respuesta. Seguramente Aziliz estará en casa de Efflam, a menos que ande jugando en el huerto con Mélusine. En cuanto a Noé, probablemente esté trabajando en su proyecto secreto, en el dominio de nuestra pequeña cabaña de Kernaël, en previsión del próximo cumpleaños de Aziliz. Ella y yo tenemos prohibido terminantemente colarnos en el tajo mientras duren las obras. Tras una ligera vacilación, decido llamar a la puerta de Efflam para celebrar con él mis días de vacaciones. Al ver a Aziliz y a Noé llorando en el sillón del viejo druida, que permanece de pie al lado de mi primo, comprendo que algo ha ocurrido.

—¿Qué pasa? —pregunto con tono inquieto.

Efflam me responde con gesto grave.

—Será mejor que te sientes, muchacho.

Obedezco y tomo asiento donde suelo hacerlo durante mis conversaciones con Efflam, a la hora de la infusión. El temor crece a velocidad vertiginosa en mi interior, contrayendo cada fibra de mi ser.

—¿Qué ocurre, Noé…? Vamos, cuéntamelo.

—Estaba intentando hacer bricolaje… en… en fin, en nuestra casa —comienza, sorbiéndose los mocos—, cuando… cuando…

Se interrumpe.

—¿Cuando qué?

—Cuando han aparecido. Eran tres. Una pareja y el agente inmobiliario. Quería esconderme, pero no me ha dado tiempo, y el agente me ha preguntado si podían visitar la propiedad. Me he visto incapaz de hablar, y él se lo ha tomado como un sí. Les ha dicho que nuestra cabaña podía transformarse en una casa rural… Los compradores parecían interesados, el agente decía que podían derribar mi refugio para murciélagos para ganar altura bajo el techo. Luego han hablado de una fecha para firmar la venta…

Se interrumpe de nuevo, estremecido por los sollozos. Aziliz lo rodea con los brazos.

—Todo irá bien, Noé, todo irá bien… —le digo poniéndome en pie.

—¡No, no va bien! ¡Nos van a quitar la casa!

Aziliz me deja su sitio en el brazo del sillón e intento reconfortarlo. Nos abrazamos los tres, formando un ovillo compacto en el gran sillón de Efflam. El viejo druida se acerca con una tetera de barro en la mano.

—Tomad, bebed esto, niños… Es hierba de San Juan, ahuyentará la tristeza —nos dice con voz dulce y los ojos llenos de ternura.

Acabo la llamada.

—Han hecho una oferta, es cierto… Me lo ha confirmado mi madre.

Efflam ha vuelto a tomar posesión de su sillón. Me escucha en silencio. Es probable que perciba la tormenta que se desata en mi interior.

—¡Lo ves! —continúo—. No ha funcionado. He hecho lo que me dijiste… Nos he visualizado, a Noé, a Aziliz y a mí, viviendo en nuestra casita. He dado las gracias al universo por ello, ¡y nada ha funcionado!

—¿Qué opción te queda?

—¿Qué opción? ¡Ninguna, Efflam! ¡Se ha jodido, se acabó! Aunque de verdad lo creí… Pero tu ley de la atracción no funciona en el mundo real. En el mundo real, las cosas van mal, es así de simple.

Al proferir una creencia tan limitante ante el druida, tengo la impresión de dar un salto cuántico hacia atrás. Sin embargo, es eso lo que grita una parte de mí, y siento que esa parte desea hacer daño a Efflam, decirle: «¡Ves, tus bonitos conceptos no son más que aire!». Me contengo, cerrando los puños.

—El viento desata la tormenta, muchacho… —responde, como si me hubiese leído la mente—. Estás enfadado conmigo, contigo, con todo. Estás decepcionado, es normal, y lo comprendo. Aun así, aquí y ahora, es inútil. Puedes proyectar tu frustración en mí, si quieres, eso no te arreglará la vida. Nos encanta adoptar el papel de víctimas, porque nos permite librarnos de forma momentánea del malestar a través del lamento, pero te digo una cosa: elegir ser víctima es renunciar a nuestro poder.

—¿A ti te parece que esto es justo? Lo he dado todo, ¡y mira el resultado!

—El camino de la felicidad no tiene nada que ver con el de la justicia. Si te pones a contar los errores que todos cometemos, no saldrás adelante. La decisión de no considerarse nunca una víctima no es necesariamente acertada desde un punto de vista moral, pero no cabe duda de que es la más eficaz: si considero que en cada instante soy el creador de mi realidad, me ofrezco la oportunidad de cambiarla cuando lo que vivo no me conviene. Puedes invertir toda la energía que quieras en quejarte, eso no te devolverá tu casa, pero puedes recuperar el poder, utilizar esa energía para encontrar una salida positiva, y entonces el viento podrá mover montañas…

—Ya no sé ni lo que digo, Efflam… Me siento tan oprimido…

—Tómate tiempo para respirar hondo, muchacho, para anclarte bien en el suelo —me aconseja.

Tiene razón, estoy al borde de la asfixia. Cierro los ojos y me concentro en la respiración. Al cabo de unos minutos, recobro la calma poco a poco.

—Perdona la agresividad.

—No pasa nada, es comprensible.

—De verdad que quiero encontrar una solución, pero necesito entender por qué no ha funcionado la ley de la atracción.

—En mi opinión, la ley de la atracción siempre funciona, pero a menudo no la comprendemos bien. La percibimos como una especie de fórmula mágica, a pesar de que su funcionamiento sería más bien similar al de las leyes físicas, como la de la gravedad. En la ley de la atracción influyen diversos factores: tu mente consciente, por supuesto, pero también tu inconsciente, tus miedos, tus actos de autosabotaje. También está la interacción con los demás seres. No querías que se vendiera la casa, de acuerdo, pero ¿era ese el deseo del agente inmobiliario? ¿O el de los primos de tu madre, que cuentan con la venta para recibir su parte de la herencia? Podemos imaginar que la influencia de su voluntad en la ley de la atracción es equivalente a la tuya. Y luego están tus habilidades en materia de atracción. Advierto que no todos somos iguales ante eso. Para mí, es como un músculo que hay que utilizar, activar, mantener en forma. En último lugar, y este es quizá el factor más importante, está el deseo de tu alma, que tiene sus propios proyectos para tu vida. Si tus visualizaciones van en sentido contrario a los deseos profundos de tu alma, entonces envías información opuesta al universo, de modo que recibes resultados moderados. Nunca podrás estar seguro de los efectos que vas a obtener si reduces la ley de la atracción al pensamiento positivo. No es el hecho de querer lo que produce el resultado, es el hecho de estar alineado, de sentir que cada parte de ti, consciente, inconsciente y alma, está acorde con el objetivo deseado. De ser el caso, créeme, verás cómo se materializa en tu vida todo eso que pides, tarde o temprano.

—Pero ¿qué puedo hacer para estar alineado?

—No puedes hacerlo, sino sentirlo. ¡Y, si no sientes nada, observa! Observa sin más, con honestidad, las resistencias. Libérate de todo lo que puedas. Si esas resistencias no son demasiado fuertes, las cosas que pides ocurrirán de todos modos, pero de forma más lenta, o no exactamente como habías esperado.

Suspiro.

—Tenía la impresión de estar bastante alineado, ¿sabes…?

—Hum… Quizá fuera así… ¿Quizá ya hayas recibido la respuesta del universo y no la has visto o escuchado? O quizá esté a punto de surgir una solución… ¿No tienes ninguna alternativa para encontrar los fondos con que comprar la casa?

Reflexiono unos instantes.

—Mi madre podría prestarme la entrada, pero luego está la hipoteca. Y ahí, imposible presentar el contrato falso. Aziliz me da la lata para que utilice el dinero de su herencia, pero jamás me aprovecharía de eso, claro.

—Vaya, ¿por qué no?

—Efflam, ¡tiene diez años! De todos modos, no pienso dilapidar su capital, el seguro de vida de sus padres, para hacer realidad mis sueños.

—¿Tus sueños? ¿No son también los suyos? Quizá sea esa la respuesta del universo…

—¡De ninguna manera! Con solo pensarlo, me siento terriblemente culpable…

—¿Te sientes culpable por la respuesta del universo? ¿Es que tu sobrina no forma parte de él?

—¡Si una cosa está clara, es que yo no he pedido al universo que las cosas ocurran así!

Efflam se levanta de golpe de su sillón.

—Ah, si hay error de forma, se acabó el asunto. Qué pena, era un proyecto tan bonito… Bueno, te dejo que pienses en cómo el universo debería haber reunido los fondos para la compra de vuestra casa, para hacer las cosas bien. Entretanto, yo voy a ocuparme de mi semillero, hay que prepararlo para la primavera —concluye sin esperar a mi reacción.

Medito largo rato acerca de sus últimas palabras. ¿De verdad me estoy comportando de un modo obtuso por rechazar la solución que me ofrece la vida? Pero ¿cómo aceptarla sin abusar de la buena voluntad y la juventud de mi ahijada?