—Pareces triste, Gab.
—Cosas de mayores…
—¿Enora?
Suspiro.
—Sí.
—¿No va bien? —me pregunta Aziliz, inquieta de golpe.
Idolatra a Enora desde que entró en mi vida. Las dos se entienden tan bien que podrían pasar por hermanas.
—Sí, va bien... Es solo que…
—Puedes contármelo, Gab. Además, conozco a las chicas, después de todo, ¡yo también soy una chica! A menos que prefieras pedir consejo a Noé…
La idea me arranca una sonrisa. ¡Me imagino a mi primo como consejero conyugal! Decido confiarme a mi pequeño ángel…
—A Enora le hicieron daño en el pasado y necesita que las cosas sigan su ritmo. Como hace casi dos meses que estamos juntos, le he dicho que…
—¿Qué le has dicho?
—Que… que la quería…
—Bueno, ¡eso es genial!
—No sé… Estábamos tumbados debajo de un árbol sin decir nada, mirando el cielo, y me ha salido solo. Creo que le ha dado miedo. Al menos esa es la impresión que he percibido… No ha contestado nada, pero se ha levantado como si hubiese dicho algo terrible y se ha ido sin decir nada. Es verdad que un «te quiero» sin aviso previo es un verdadero desastre, como declaración…
—No te preocupes, Gabriel. Seguramente le habrá dado miedo… pero de una cosa estoy convencida: Enora está completamente enamorada de ti. ¡Habría que estar ciego para no verlo!
—Es muy amable de tu parte… Eso me tranquiliza un poco, angelito mío.
—¡Es la pura verdad! Dale tiempo para volver a ti, ¡te contestará! ¿Qué te apuestas? ¡Chócala!
Me tiende su manita. Le sonrío y doy una palmada para seguirle el juego.
—Ahora te toca a ti hablarme de tus cosas. ¡Cuéntame qué es eso de la carta que quieres quemar! ¿Por qué quieres que encienda el fuego con lo bueno que hace fuera? —le pregunto señalando el trozo de papel que sujeta con sumo cuidado.
Siento su cambio de energía de inmediato. Se ha puesto más seria de golpe y mira la carta doblada en cuatro.
—Es para papá y mamá… ¿Sabes? Hoy hace un año.
Sus palabras son como una bofetada. Brutal. Inmerso en mis dudas sentimentales, no me había dado cuenta de que ya hace un año que mi hermana dejó este mundo…
—No lo había pensado… Lo siento…
—No tienes por qué sentirlo. Es un aniversario un poco triste… Pero esta noche celebraremos tu cumpleaños.
Me da un vuelco el corazón, lo había olvidado… Eso explica todos los secretitos de los últimos días entre Noé y Aziliz… Han preparado algo, ¡seguro! Dejo de especular y vuelvo a centrarme en nuestra conversación.
—Entonces, ¿qué es esa carta?
Deja escapar un largo suspiro antes de comenzar.
—He visto a mamá en sueños, esta noche. Estaba bien, a punto de hacer la maleta para un gran viaje… Me ha dicho que su papel aquí había terminado, que estaba muy orgullosa de mí, y papá también. Me da dado mucho miedo, porque pensé que iba a desaparecer para siempre. Entonces me ha cogido entre sus brazos y me ha explicado que eso era imposible, que ella y yo siempre estaríamos conectadas, pero que intervenir en mi vida ya no era su cometido. Es como cuando los hijos se van de casa de los padres: estos siguen siempre ahí, pero ya no son responsables de ellos. Lloré mucho en el momento, luego comprendí qué quería decir. ¿Sabes?, fue ella quien nos encontró esta casa, quien nos llevó hasta Efflam y todo… Ahora, los tres somos ya mayorcitos, podemos avanzar sin su ayuda. Así que le he escrito esta carta para darle las gracias, decirle que estaba de acuerdo, desearles a los dos, a ella y a papá, un buen viaje, y prometerle que siempre los querré… Por eso me gustaría que encendieses el fuego. Ahora tengo que quemar la carta para que el humo llegue hasta el cielo.
Con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos, enciendo el fuego. Aziliz avanza entonces hacia él y deposita con suavidad la carta entre las llamas. Tengo la impresión de percibir la forma de un corazón incandescente cuando la hoja de papel se prende.
—Adiós, mamá; adiós, papá —murmura.
Una lágrima desciende lentamente por su mejilla. Me quedo mudo, embargado por la emoción. La vida y la energía que mueven a mi sobrina me emocionan. Después de todas estas pruebas, la veo más madura que nunca. Más que yo, sin duda. Ha llegado el momento de avanzar. Espero que la hoja se consuma por completo para hablar.
—Te dejo con Noé, ángel mío, necesito ir a caminar solo… ¿No te importa?
Me dice que no con un gesto y se aleja hacia el haya, que le tiende sus ramas, impasible.
Tomo el camino de mi santuario celta: el claro de la vieja haya, donde suelo ir cuando necesito recuperar fuerzas. Ahí, sentado con las piernas cruzadas sobre una roca musgosa al pie de mi amiga haya, me digo a mí mismo que ha llegado el momento. Estoy listo, ahora… Enciendo el móvil. Es hora de que escuche las palabras de mi hermana. Llamo al buzón de voz: «Tiene un mensaje guardado… (piii) ¡Hola, hermanito!». La voz de Clara me sorprende. Casi había olvidado su sonoridad, su dulzura. «¡Feliz cumpleaños! Sé que detestas las felicitaciones, pero mala suerte, porque para mí es un día muy importante. ¡Es el día en que vino al mundo la persona más luminosa que conozco! Sé que no crees en ti mismo, Gabriel, pero yo sí. Porque eres un ser maravilloso, ¡y te prometo que no te dejaré en paz hasta que te des cuenta de ello! Así que, para este año de tu vida, formulo el deseo de que encuentres el camino de la alegría. ¡Que seas feliz! Puedes y te lo mereces. Ya está. ¡Quedamos dentro de un año para ver si ha funcionado! Ah, también quería decirte que te quiero, Gabriel. Te quiero».
Me quedo ahí, inmóvil. Tengo las mejillas empapadas de lágrimas, pero esta vez la alegría gana a la tristeza. Ya está, se ha cerrado el círculo. Gracias, gracias infinitas por todo, hermana, no lo habría logrado sin ti. Puedes proseguir tu camino tranquila, yo cuido de tu hija.
Me levanto con una sensación de libertad increíble en el corazón. Mi alma vibra de amor y de vida. De orgullo, también, porque he mantenido mi promesa a pesar de todo. He logrado ser feliz. El camino está lejos de haber terminado, por supuesto, pero hoy por hoy el solo hecho de recorrerlo ya me hace feliz. Solo me queda una cosa que hacer, una cosita, que, sin embargo, me exige mucho valor. Pero antes de nada necesito purificarme por completo para hallar las fuerzas. El río, más abajo, me proporcionará el lugar perfecto.
Es como si el agua fresca me atravesase y se llevara corriente abajo todas las penas consigo. Él también está vivo, ahora lo siento. Permanezco inmóvil durante un tiempo indefinido, revitalizado por el elemento líquido. Mi nueva alegría emana directamente de mi capacidad para conectarme con lo vivo, con lo que vive tanto dentro como fuera de mí. La verdadera fuente de la felicidad está ahí, aquí y ahora, único instante de eternidad que cada ser puede descubrir en el fondo de sí mismo y que solo la sabiduría del cuerpo liberado de la mente puede aprehender. Salgo del agua revitalizado, limpia hasta el alma. Doy gracias al río por haber cuidado de mi cuerpo y regreso a la orilla, desnudo como el primer día de mi vida.
Me visto y vuelvo a coger mi teléfono. Llamo de nuevo al buzón de voz. «Tiene un mensaje guardado». Lo sé. Lo he escuchado. Ya no necesito guardar tu voz en una máquina, hermana mayor. Te he oído, y tu voz forma parte ahora del canto de mi corazón. Sin vacilar, pulso el botón para eliminar el mensaje. Ya es hora de vivir en el presente.
Justo en este momento de alineamiento perfecto un pitido del móvil me indica que tengo un nuevo mensaje. Enora… Leo de manera febril.
Podría dejarme llevar por la grandilocuencia de los poetas o la elocuencia de los trovadores, escribir fórmulas oscuras o discursos pomposos, utilizar metáforas, fabulaciones, utilizar rimas y asonancias, o incluso recurrir a efectos de estilo o aspavientos para expresar la esencia de la quintaesencia, pero prefiero limitarme a la expresión más simple, la más depurada, al pensamiento más profundo, obtenida de la fuente misma de mi alma. Te la entrego así, en su simple desnudez, te la entrego en estas dos palabras que me persiguen desde que me las has dicho tú: te quiero. Enora
Se ha puesto el vestido azul, el que llevaba en mi primera fest-noz. Está tan guapa, sentada bajo la gran haya. Me acerco lentamente. Ella me ve, me sonríe.
—Me ha encantado tu mensaje —le suelto en una exhalación.
—Siento haber sido incapaz de decírtelo de viva voz, pero cuando tú me has dicho antes que me querías, la emoción ha sido demasiado intensa. Me da vergüenza haberme ido tan de improviso. Tienes que saber, Gabriel Toussaint, que eres lo más bonito que me ha pasado en la vida. Consigues sacar lo mejor de mí. Estoy completa, total y definitivamente enamorada de ti… ¡Te quiero!
La estrecho entre mis brazos, fuerte, muy fuerte, ¡la emoción es tan intensa! Nunca habría pensado que viviría esto, tener derecho a una declaración tan hermosa de una mujer a la que tanto quiero. Le murmuro como si fuese un valioso secreto «Te quiero, Enora. Te quiero», antes de fundirnos en un apasionado beso.