LOS ECONOMISTAS

LAS DEFINICIONES PROHIBIDAS DE:

Discriminación de precios

Monopolio

Equilibrio de Nash

Cártel

Dilema del prisionero

Predicción económica

Ceteris paribus

Inconsistencia temporal

Teoría económica

Premio Nobel de Economía

Gurú

Ciclo económico

Crecimiento económico

Burbuja

Bolsa

Pobreza

Dinero

Economista

Para terminar, me gustaría compartir con el lector un conjunto de conceptos más propios de la economía y de los economistas.

Un capítulo dedicado a los economistas no significa necesariamente que seamos «culpables» o responsables de cómo se han desvirtuado muchos de estos conceptos. En algunos casos lo somos y sin duda hemos contribuido a ello. En otros casos, sencillamente, quiero introducir nuevas perspectivas y puntos de vista, poco ortodoxos, que enriquezcan al lector.

Quisiera cuestionar primero algunas «verdades» incuestionables, tótems de la economía que prácticamente nadie cuestiona. Afirmaciones tales como: «el monopolio es pernicioso»; «la bolsa es un mercado»; «los cárteles deberían prohibirse».

La economía, como iremos viendo a lo largo de este capítulo, es, ante todo, una disciplina que permite cuestionarlo casi todo.

Hablemos, por ejemplo, de la competencia. La competencia es buena, se dice. ¿Siempre es así? A las empresas la competencia les molesta. Si por ellas fuera, todas escogerían ser un monopolio. La situación monopolística es una auténtica gozada para cualquier empresario porque le permite fijar los precios de forma completamente arbitraria. Mucha gente piensa que un monopolio permite poder cobrar caro, pero no es esta la auténtica ventaja. La principal ventaja monopolística es que permite fijar diferentes precios según la capacidad adquisitiva de cada cliente de modo que se capture toda la demanda que sea posible. Este es un concepto muy desconocido y que recibe el nombre de discriminación de precios. La discriminación de precios es posible solo en mercados no competitivos, esto es, monopolísticos.

Imaginemos que una empresa de refinería vende combustible gasoil. Y es un monopolio. Sabe que a las fábricas que utilizan gasoil en sus instalaciones les puede vender a 2 euros el litro, pero ese precio no puede ser abonado por otro grupo de clientes, los conductores de coches, por ejemplo. Estos solo pueden pagar 1 euro por litro.

Si la refinería en monopolio fija el precio en 2 euros gana lo máximo posible con las empresas pero pierde el gasto de las familias, con lo que no accede a toda la demanda potencial que podría.

Aquí entra en juego lo que se denomina dualidad de precios y que consiste en inventar cualquier excusa (mayor calidad del refinado, mayores medidas se seguridad…) para que las empresas paguen 2 euros y las familias paguen 1 euro. Mismo producto, dos precios distintos según el comprador.

Esto que les puede parecer algo teórico está a la orden del día en multitud de productos y servicios. Recordemos cuando Telefónica era un monopolio. Los precios de las llamadas interurbanas e internacionales eran desorbitados respecto a los de las llamadas urbanas. ¿Por qué? Porque los primeros y segundos eran propios de empresas y los terceros, las llamadas urbanas, eran muy baratas. Los márgenes eran radicalmente distintos. Y era una forma que tenía el monopolio telefónico de que todos los hogares pudieran permitirse tener un teléfono en su hogar.

En definitiva, los monopolios interesan a las empresas no tanto para poner un precio lo más elevado posible, sino para poner a cada tipología de precio el que puede realmente pagar, obteniendo así ventas del máximo número de clientes. Y por eso los monopolios, contra lo que se piensa, han permitido muchas veces que ciertos productos y servicios se democraticen. Obviamente, yo prefiero las situaciones de competencia que las monopolísticas, más proclives al abuso de poder o la complacencia, pero hay ciertas situaciones en que los monopolios son mejores que la libre competencia.

DISCRIMINACIÓN DE PRECIOS

Versión oficial:

Es la posibilidad de tener distintos precios de un mismo producto para distintos públicos.

Versión prohibida:

Sistema por el que un monopolio sirve para democratizar bienes y servicios.

En España y en la mayoría de los países desarrollados los monopolios están prohibidos y se han desarrollado leyes y tribunales para asegurar la competencia. En algunos casos se consigue, pero en otros no. Si no es un monopolio, puede ser que nos encontremos con un duopolio, que significa que compiten en el mercado solo dos empresas. O bien un oligopolio, que significa que son más de dos pero son pocas.

Las empresas no tienden a la competencia, tienden al monopolio. Es su tendencia natural, agruparse y dejar de competir. Competir es muy cansado, desgasta, reduce márgenes, supone más recursos, más inversiones, innovar continuamente. Y todo ello tiende a hacer más difícil la supervivencia empresarial. Así que la realidad es que las empresas compiten durante un tiempo y cuando alguna de ellas empieza a mostrar signos de flaqueza, debilidad o cansancio, suele acercarse a sus competidores y se ofrece para ser absorbida o fusionada. En épocas de crisis esto es particularmente más común. Ante las dificultades económicas, las empresas se agrupan para ganar economías de escala, ahorrar costes y mejorar márgenes.

MONOPOLIO

Versión oficial:

Casos en que una sola empresa actúa por el lado de la oferta en un mercado.

Versión prohibida:

Es la tendencia natural a la que conduce la dinámica competitiva.

Debemos tener esto siempre presente: por un lado, las empresas prefieren el monopolio; y por otro, la dinámica competitiva, al dificultar la supervivencia empresarial, tiende a reducir el número de competidores y conduce, con el tiempo, a situaciones monopolísticas o de oligopolio. Por eso, cuando no es posible, bien sea porque el legislador no lo permite o porque las empresas competidoras no se ponen de acuerdo en cómo fusionarse o integrarse, se recurre a algo llamado «cártel» y que, aunque suena a rollo colombiano del narcotráfico, es a veces beneficioso. Los cárteles son pactos que la ley prohíbe acerca de aspectos relacionados con el precio, calidades, distribución, compras o márgenes. Cuando la competencia lleva a las empresas a una situación que es mala para todas ellas, se llaman entre sí, se reúnen y se ponen de acuerdo.

Hubo un premio Nobel que describió este fenómeno. Se llamaba John Nash, falleció a mediados de 2015 de accidente de tránsito. Su teoría es conocida como el «equilibrio de Nash», y está muy bien descrita en la película titulada Una mente maravillosa. En ella los guionistas idearon un ejemplo muy machista, pero muy efectivo e ilustrativo, para explicar el equilibrio de Nash.La secuencia es la siguiente: el joven economista se encuentra con sus amigos en un pub y entran varias chicas. Todas ellas son bastante normalitas, excepto una, rubia, que es guapísima. Todos quieren ligarse a la rubia, así que tanto Nash como todos sus amigos la atosigan sin tregua. La rubia acaba harta de todos y las amigas desprecian a todos los chicos por haber tratado de acercarse solo a la rubia, ignorando al resto. Al final, nadie liga y la noche es un absoluto desastre.

El problema, explica Nash, es que buscando cada uno su máximo óptimo (la chica más guapa de todas) todos se quedan sin nada, lo que es un subóptimo global. Esto echa por tierra toda la teoría sobre la que se asienta la economía clásica y que asegura que cuando cada persona busca maximizar su beneficio, el mercado alcanza un punto de equilibrio en que se maximiza el beneficio de todas las partes. Nash demuestra que no, que eso no es necesariamente cierto. Se pueden dar situaciones (y de hecho se dan) en las que buscando cada uno lo mejor se queda todo el mundo en una situación por debajo del óptimo general. Este fenómeno se produce típicamente entre países, en las carreras armamentísticas. Buscando cada país estar lo más protegido posible de una amenaza externa, induce al país vecino a invertir en armamento más de lo que desearía. Ese aumento de inversión suscita una preocupación en el país anterior que elevará asimismo su gasto en armas. El otro responderá del mismo modo. Y así sucesivamente. Es la clásica carrera armamentística que no interesa a ninguna de las dos partes porque podrían destinar esos recursos a ámbitos sociales, sanidad, educación, de­­sempleo…, en lugar de a la adquisición de armas.

Nash ofrece una solución. Hay veces en que es mejor pactar.

En la película, cuando Nash se da cuenta de que han pasado la noche sin ligar, en su imaginación rebobina en el tiempo y se imagina cómo antes de acercarse a las chicas cada uno de los amigos establece su orden particular de preferencias. Todos ponen a la rubia como la primera opción, pero también deben especificar cuál sería la siguiente chica que preferirían en caso de no tocarles dirigirse a la rubia. Establecidas las preferencias, Nash efectúa un sorteo mediante el cual se asigna una chica a cada amigo. Solo uno de ellos, el más afortunado, podrá hablar con la rubia, pero el resto tienen asignada la segunda o tercera preferida. Como resultado, si bien el óptimo individual no ha sido alcanzado, sí ha sido obtenido el óptimo del grupo. La segunda mejor opción individual produce un óptimo global que no se daría si todo el mundo tratara de obtener su óptimo individual.

Pactar es, por tanto, la solución cuando el óptimo individual conduce a una situación de desequilibrio de todas las partes. De hecho, es la solución en los casos de carrera armamentística. Si los países vecinos se ponen de acuerdo, podrán minimizar su inversión en armamento e incluso eliminarlo.

Lo mismo pasa en las empresas. Y por eso se forman los cárteles. Aunque nos parezca imposible, hay situaciones en que es mejor que las empresas pacten. No nos interesa que se reúnan para acordar precios (suele ser habitual), pero sí, a lo mejor, para que se repartan las prioridades. Por ejemplo, si las tan a menudo denostadas empresas farmacéuticas pudieran reunirse y repartirse las líneas de investigación farmacológica evitaríamos que todos los investigadores estuviesen concentrados en encontrar fármacos para las mismas enfermedades, quedando otras patologías sin recursos para la investigación. A la sociedad le interesa más que las farmacéuticas se repartan las patologías sobre las que investigar antes que ponerse a competir para lanzar fármacos que curen las mismas enfermedades. Es cierto que eso podría provocar situaciones monopolísticas en algunos medicamentos, pero desde un punto de vista global, es preferible que los fármacos sean más caros y haya pocas enfermedades sin curar antes que tener fármacos más baratos y haya más enfermedades pendientes de ser investigadas. Este es un caso de equilibrio de Nash. A veces es mejor para la sociedad que las empresas formen cárteles, pero están muy mal vistos y las empresas los ocultan constantemente para no ser condenadas por los Tribunales de la Competencia.

EQUILIBRIO DE NASH

Versión oficial:

Se define equilibrio de Nash como un equilibrio no cooperativo en el que cada agente económico toma sus decisiones sin tener en cuenta las decisiones de los demás y buscando exclusivamente su propio beneficio.

Versión prohibida:

Situación más que habitual que conduce a pactos entre empresas.

Los cárteles están prohibidos por los gobiernos, pero yo soy de los que piensa que deberíamos dejar a las empresas competidoras pactar ciertas cosas por el bien de la sociedad y el mercado. La hipocresía de los gobiernos es en este sentido bastante evidente porque si bien prohíben los cárteles de empresas dentro de la nación, consideran legales los cárteles supranacionales. Un ejemplo es la OPEP, Organización de Países Exportadores de Petróleo, que es en realidad un cártel con todas las de la ley.

CÁRTEL

Versión oficial:

Un cártel es un tipo de mercado en el que varias empresas deciden coordinar sus actividades para alcanzar mayores beneficios que los que obtendrían si esta coordinación no existiera.

Versión prohibida:

Política habitual de los gobiernos que, sin embargo, prohíben hacer a las empresas.

Que los cárteles o los oligopolios no se prolonguen demasiado en el tiempo fue explicado por otra teoría económica que proviene de una disciplina relativamente reciente y que sirve para explicar muchos fenómenos empresariales. Se llama «teoría de juegos» y consiste en predecir los movimientos de las distintas fuerzas competitivas (clientes, proveedores, competidores, reguladores, Gobierno) inspirándose y aprendiendo de las estrategias de otros juegos, como puede ser el ajedrez, por poner un ejemplo.

En el caso que nos ocupa, el denominado «dilema del prisionero», que es un juego o acertijo muy conocido, sirve para explicar el comportamiento de las empresas competidoras en mercados oligopolísticos y para comprender por qué no debe preocuparnos tanto que la competencia pacte determinadas cosas.

Veamos el dilema del prisionero.

Supongamos dos prisioneros incomunicados que han cometido un delito. Si los dos, por separado, confiesan el delito son castigados con 10 años de cárcel. Si ninguno de los dos confiesa, son castigados con 5 años. Y si uno confiesa y el otro no lo hace, el que confiesa es castigado con 2 años y el que ha ocultado la verdad, con 20 años. No pueden hablar entre sí, con lo que cada uno debe decidir según lo que piense que hará el otro.

Si yo soy uno de los acusados, me interesará siempre confesar porque mi riesgo de no hacerlo y que el otro sí confiese es de 20 años de cárcel. Mientras que si confieso me caerán solo 2 si el otro calla, o bien 10 si el compañero también confiesa.

Si pudieran hablar entre ellos y pactar, les conviene a los dos guardar silencio y no confesar, de modo que la pena sea intermedia para ambos. Pero… ¿cumplirían su palabra? En el momento en que se separen de nuevo y les pidan declaración, les entrará una duda. ¿Y si resulta que el otro me ha dicho que no confiese para hacerlo él solo y así rebajar su pena a 2 años y que a mí me caigan 20? Ante ese riesgo, decidirá no cumplir su palabra y confesar, contrariamente a lo que han pactado. Si bien eso le puede suponer elevar su pena de 5 a 10 años, se asegura de que no le caigan 20 y si el otro al final cumple su palabra y guarda silencio, pues tendrá solo que cumplir 2 años de condena. Por tanto, incumplirá su palabra.

Esto se da también en las empresas que forman parte de un cártel. Cuando todos pactan elevar el precio, por ejemplo, hay un incentivo para no hacerlo y situarse ligeramente por debajo del precio acordado porque los beneficios que se derivarían de ser un poco más barato que el resto son enormes. Uno se llevaría todos los pedidos con un precio ligeramente más reducido. La empresa que se lo esté planteando acabará seguro cayendo en la tentación de incumplir por el mismo motivo que el prisionero. Si yo soy fiel al pacto y es mi competidor quien rebaja un poco el precio que hemos acordado, me voy a quedar sin ventas. El daño es demasiado grande, así que opto por incumplirlo.

Es decir, que incluso en circunstancias de oligopolio y acuerdos entre empresas, estos no tienden a durar. Existen incentivos suficientemente importantes para no cumplir los acuerdos.

En resumen, que ni los monopolios necesariamente impiden precios asequibles, ni los cárteles son necesariamente perjudiciales para la sociedad ni los oligopolios favorecen los pactos, debido al dilema del prisionero.

DILEMA DEL PRISIONERO

Versión oficial:

Modelo de la teoría de juegos que explica los comportamientos de mercados en oligopolios.

Versión prohibida:

Prueba fehaciente de que los pactos entre empresas no sirven mientras haya incentivos para incumplirlos.

A pesar de todos los esfuerzos, ni siquiera la teoría de juegos ha logrado fijar los parámetros que permitan hacer de la economía una ciencia exacta. Sin embargo, los economistas seguimos empeñados en tratar de predecir. No es solo vicio o vanidad, es parte de nuestra obligación. Las empresas precisan planificar; los gobiernos precisan datos futuros para fijar políticas presentes; los inversores necesitan conocer los escenarios más probables para medir los riesgos que toman… El problema es que hemos confundido estimación con predicción y los economistas solo podemos hacer lo primero: estimar, realizar hipótesis, realizar conjeturas; pero no predecir.

Nadie puede predecir el futuro porque este es imposible de predecir. Intervienen demasiadas variables, demasiados condicionantes que, además, escapan por completo al ámbito de la economía: un cambio político en un país puede hacer que de pronto los inversores decidan dejar de arriesgar en ese territorio; un descubrimiento científico puede introducir una tecnología que eche por tierra unas predicciones de venta; un pánico bursátil puede afectar al ánimo de una población y que el consumo no evolucione según lo esperado. Y así un largo número de factores exógenos que impiden a la economía predecir como quien predice a través de las fuerzas de la física.

Una vez escuché a un gran experto en predicciones afirmar que «cuando vienen curvas, los modelos predictivos derrapan». Lo que venía a decir es que cuando las aguas están tranquilas y no hay sucesos relevantes, sí que más o menos es posible atinar bastante en las estimaciones. Pero cuando acontecen sucesos importantes y relevantes, no hay modelo predictivo que funcione.

He aquí un chiste muy revelador:

¿Por qué creó Dios a los economistas? Para que los pronósticos del tiempo nos pareciesen buenos.

PREDICCIÓN ECONÓMICA

Versión oficial:

Consiste en anticipar el comportamiento cuantitativo y cualitativo de las variables económicas a partir del conocimiento de su comportamiento pasado y presente.

Versión prohibida:

Estimación sobre el futuro de la economía, vinculado a que no haya grandes cambios, con lo que cualquier predicción acertada era, en realidad, bastante previsible.

Que no haya grandes cambios recibe incluso un nombre en economía: ceteris paribus, que significa: «el resto de variables constantes o sin alteraciones». Es una condición fantástica, por no decir «un chollo». Ceteris paribus permite a los economistas teorizar de este modo: «Si nada de lo que puede afectar a mi predicción varía de forma importante, si todo se mantiene igual, así es cómo se comportan o relacionan determinadas magnitudes económicas».

Por ejemplo, si los precios de los tomates no varían, el de la lechuga aumentará un 2 %. De acuerdo, pero ¿variarán los precios de los tomates? El economista no lo sabe. Podría medirlo, pero, de nuevo, establecería una aseveración del tipo: «La lechuga subirá un 0,5 % más de lo que suban los tomates, siempre que el de los pepinos no cambie». ¿Y si cambian los precios de los pepinos? El economista tratará de responder, pero llegará un momento en que no podrá encontrar un modelo que tenga en cuenta tantas variables.

La economía tiene demasiados condicionantes. Ceteris paribus es necesaria para poder establecer un modelo, pero es, sencillamente, una condición que no existe en el mundo real. Solo en el mundo teórico. Entre Heráclito y Parménides, yo me quedo con el primero: todo cambia, nada permanece.

CETERIS PARIBUS

Versión oficial:

Ceteris paribus es una expresión en latín que podríamos traducir por «mantener el resto constante». En economía y finanzas, la expresión ceteris paribus se utiliza como una abreviatura para indicar el efecto de una variable económica en otra, manteniendo constantes todas las demás variables que pudieran afectarle.

Versión prohibida:

Condición teórica que nunca se da en la práctica.

Y por eso se dice en tono jocoso que «para un economista, la vida real es un caso especial».

Les hablé en el capítulo dedicado a los bancos de la inconsistencia temporal. Y prometí una definición en este capítulo. Recuerden: un incentivo a la investigación de fármacos deja de tenerlo una vez el fármaco ha sido descubierto.

El problema de la inconsistencia temporal es, desde un punto de vista de economista, realmente precioso e interesante. Y creo que es uno de los problemas que mejor describen cómo son los retos de la economía y de los economistas. También nos ayuda a entender por qué muchas cosas nos parece que no tienen sentido. Lo tienen en un momento dado, pero dejan de tenerlo al momento siguiente, modificadas las circunstancias, el marco, la situación. Es muy similar a lo que le sucede a las teorías económicas y explica por qué la economía tiene excepciones para todas las leyes.

INCONSISTENCIA TEMPORAL

Versión oficial:

Los economistas suelen hablar de inconsistencia temporal cuando existen incentivos suficientes para abandonar un plan óptimo a largo plazo reoptimizándolo de forma constante.

Versión prohibida:

Ejemplo perfecto de que para cada ley económica se encontrarán una o más excepciones que la contradigan.

Entonces, ¿de qué sirve la teoría económica? Pues sirve, sobre todo, a los economistas. Compone su oficio, su jerga, su forma de entender el mundo. Los economistas tenemos una forma particular de mirar y ver el mundo. La teoría económica es el lenguaje que traduce en palabras esa visión. Ninguna teoría económica es válida en todos los casos. Incluso la teoría más sencilla de todas, la que entiende todo el mundo, la ley de la oferta y la demanda, está sujeta a excepciones.

El caso de una burbuja especulativa la echa por tierra. Según la ley de la oferta y la demanda, cuando un bien sube de precio, menos gente estará dispuesta comprarlo. Sin embargo, durante las burbujas inmobiliarias, donde prevalecen la fiebre especulativa y el afán por revender (no por invertir ni adquirir), a más precio, más gente interesada en el bien en cuestión.

Un economista teórico respondería que «se desplaza la curva de demanda», pero que se sigue cumpliendo la ley económica. Siempre hay un nuevo ajuste teórico o nueva teoría para cada excepción, pero estará irremediablemente sujeta a nuevas excepciones. La teoría económica nunca se comportará con la exactitud de la física, aunque se parece irremediablemente a esta.

TEORÍA ECONÓMICA

Versión oficial:

La teoría económica tiene como objetivo explicar cómo funcionan las economías y cómo interactúan los agentes económicos.

Versión prohibida:

Norma sujeta a excepción.

Y este es el motivo por el cual debe usted desconfiar de los premios Nobel de Economía. Algunos realmente han realizado aportaciones a la sociedad, como Mohammed Yunnus y sus microcréditos, que han sacado de la pobreza a miles de personas. Pero en muchos otros casos, los premios Nobel de Economía son teóricos de la materia, gente que investiga, publica y que demuestra empíricamente sus teorías…, durante un tiempo. Porque la excepción, tarde o temprano, siempre llega.

Es importante que sepa cómo la Academia Sueca otorga los Premios Nobel. Se realiza a través de votaciones de otros académicos y se computa, por ejemplo, cuántas veces un académico es mencionado en los artículos especializados de otros académicos. Cuando un economista es mencionado muchas veces en las investigaciones de otros economistas significa que es influyente, que es tenido en cuenta en muchas otras teorías. Pero eso no le otorga el poder del conocimiento absoluto ni de predecir el futuro.

Sin embargo, los medios de comunicación tratan a los premios Nobel de Economía como genios que saben lo que va a suceder y cuyas opiniones están más sujetas a verdad.

Un premio Nobel de Economía es un estudioso de la economía, un investigador. Pero nada más. Sus teorías pueden, y de hecho en muchos casos sucede, caerse al cabo de un tiempo. Como el sonado caso de Scholes y Black, que obtuvieron el premio Nobel de Economía por sus fórmulas matemáticas sobre opciones (un producto financiero).

Al cabo de varios años, su teoría se derrumbó y todas las millonarias inversiones en opciones, amparadas en sus conocimientos y descubrimientos, perdieron miles de millones de dólares.

Esto es lo que respondía el economista Ian Stewart, de la Universidad de Warwick, en una entrevista de La Vanguardia sobre este acontecimiento:

La ecuación de Black y Scholes, como cualquier otro modelo matemático que han inventado los seres humanos, se basa en suposiciones. El trabajo detrás de la elaboración de esta ecuación dejaba claro que existían unos supuestos. Todo el mundo era consciente de que dichos supuestos no siempre miden con precisión el comportamiento del mercado. Sin embargo, la «sabiduría popular» estimó que las excepciones eran poco frecuentes (…). Muchas de las personas que utilizaban la ecuación hicieron caso omiso a las limitaciones, algunos no se dieron cuenta siquiera de que las hubiera. De hecho, se utilizaba la ecuación como si fuera algo mágico que les podía proteger de cualquier daño(Diario La Vanguardia, 17 de febrero de 2012. Sección Economía).

PREMIO NOBEL DE ECONOMÍA

Versión oficial:

Persona galardonada con un premio entregado por el rey de Suecia que, además del prestigio que este representa, recibe un reconocimiento económico de 10 millones de coronas suecas, aproximadamente un millón de dólares, para que pueda continuar desarrollando su trabajo sin preocupaciones de tipo económico.

Versión prohibida:

Investigador que desconoce aún las excepciones de sus teorías.

Hay un chiste que describe muy bien este fenómeno: un economista vuelve al cabo de varios años a su universidad para dar una conferencia, y decide aprovechar para saludar a un antiguo profesor. Va a su despacho, y tras charlar un rato ve un examen sobre la mesa, así que lo coge, lo mira, y le dice al profesor:

—Oye, ¡pero si este examen es el mismo que nos pusiste a nosotros hace 12 años!

—Sí. Tengo solo tres exámenes, y los voy repitiendo cíclica­mente.

—¿Y no tienes miedo de que alguien lo descubra y lo copie?

—¡Qué dices! ¿No ves que las respuestas cambian de año en año?

De hecho, se dice que el de la economía es el único campo en el que dos personas pueden obtener el premio Nobel por decir uno exactamente lo contrario del otro.

La versión cutre del premio Nobel de Economía se llama «gurú». Veamos su definición primero:

GURÚ

Versión oficial:

Gurú es aquel economista al que se le reconoce una autoridad intelectual tan elevada que provoca que sus valoraciones y predicciones sean prácticamente indiscutibles.

Versión prohibida:

El gurú es un timador que vive de la ignorancia ajena.

El gurú no tiene ni idea de lo que va a pasar, pero es un gran vendedor de humo. El ser humano tiene un rasgo atávico: la creencia en los adivinos. Creemos en los adivinos porque tenemos miedo al futuro. A pesar de los grandes avances de la ciencia, todavía hay gente supersticiosa y que llama a los teléfonos del tarot a altas de la madrugada para saber si su situación amorosa, su salud o su situación económica va a mejorar. Recurren a estos adivinos por desesperanza y por miedo. Nos gusta creer que alguien, llámese Dios, adivino, tarot o brujo, sabe lo que va a pasar mañana.

Los gurús viven de esto.

Hay un libro de un economista francés, Bernard Maris —asesinado en el trágico atentado de la revista Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015—, que lleva por título Carta abierta a los gurús de la economía que nos toman por imbéciles. El título lo dice todo.

¿Por qué los gurús son unos cantamañanas? Porque no pueden adivinar el futuro. Y esto es así porque la economía no es una ciencia exacta, sino una ciencia social que depende de las manías de todos, de los caprichos de muchos, de los pánicos de otros cuantos, de las trampas de estos y de las miserables e impredecibles reacciones humanas de aquellos.

No somos seres racionales, somos locos irracionales. Es inútil realizar predicciones.

¿Y de qué viven los gurús? De hacer predicciones; o, más bien, de los insensatos que se creen sus predicciones.

Los gurús más reconocidos suelen ser los premios Nobel. Si a un economista le dan un premio Nobel, pues ya todos pensamos que es un gurú y que sabe todo lo que va a pasar y lo que debe hacerse para solventar los problemas económicos del «mundo mundial». Y los periodistas les preguntan y ellos contestan, y van a entrevistas de la televisión y sin bola de cristal realizan sus conjeturas y se quedan tan anchos, como mi buen amigo Paul Krugman, que lleva ya bastantes artículos rectificando lo que dijo que pasaría y no pasó, y aun así se le sigue dando crédito por haber recibido el Nobel.

Para mí solo existen dos tipos de gurús: los que se equivocan y los que todavía tienen que equivocarse.

Huya de los gurús como huiría de un inspector de Hacienda. No les dé ningún crédito. No tienen ni idea de lo que va a pasar porque, sencillamente, nadie lo sabe.

¿Quién determina la etiqueta de gurú a un economista? Por desgracia, los medios de comunicación. Gurú se llamó a Alan Greenspan, quien acuñó la célebre expresión de «exuberancia irracional» en los noventa cuando la bolsa de Estados Unidos estaba sobrevalorada, tratando de advertir de la burbuja especulativa. Evidentemente, se cumplió su predicción, pero muchísimos años más tarde. Aún hubo de subir bastantes años antes de darse el batacazo. Gurú se llamó, y todavía se llama, al inversor Warren Buffet, dado que su historial de inversiones ha sido históricamente de los mejores. Sin embargo, Warren Buffet también ha obtenido pésimos resultados en algunas de sus inversiones. ¡No siempre ha acertado! ¿Por qué? Pues porque los gurús, insisto, no existen.

Incluso, salvando las distancias con la notoriedad pública de las dos anteriores personalidades, a mí me han llegado —por desgracia y para mi indignación— a calificar de gurú. ¿Por qué? ¿Por haber vendido más o menos libros de empresa? ¿Por haber escrito un libro sobre las burbujas económicas que es puramente historia del pasado? Nada de eso me convierte en gurú. Nada. Mis puntos de vista son una perspectiva más. No son la verdadera ni la falsa. Las definiciones de este libro, sin ir más lejos, podrían ser debatidas y cuestionadas una por una. Por eso hablo de definición oficial y definición prohibida. La que califico como «prohibida» es una definición más, pero no es la verdadera. ¡Incluso podría haber varias versiones de la prohibida!

Así es la economía.

¿Por qué tardó tanto en verse confirmada la afirmación de Alan Greenspan? Pues la respuesta estaba en su propia célebre expresión «exuberancia irracional». Porque, como he dicho, los mercados son irracionales y, por ende, la economía está sujeta, aunque esto no guste a los economistas, a una cierta irracionalidad. Es muy duro para alguien que se considera científico aceptar que el objeto de su estudio tiene un origen irracional. Pero es así.

Hubo un período en la historia de la economía que empieza aproximadamente con Adam Smith y llega hasta Keynes, que se denomina «período clásico». En tal época, los economistas trataron de representar los fenómenos económicos a través de las matemáticas y, en cierta forma, emulando a la física. Fórmulas, ecuaciones, principios y modelos que permitiesen domeñar la economía, detectar sus fuerzas, sus direcciones: «cuando el precio sube, la demanda baja».

Los economistas definieron el homo economicus, al que se considera alguien racional, que toma decisiones con la lógica cuando, además de con la razón, las toma con sus impulsos irracionales.

Keynes, en cambio, cambió al homo economicus por el animal spirit (el instinto animal), lo que resume esta visión irracional del último agente económico del cual dependen todos los acontecimientos. Dijo también que «los mercados pueden permanecer irracionales más tiempo del que usted puede permanecer solvente». Eso también le ha sucedido a Warren Buffet, el mejor de todos los tiempos.

La economía se comporta a veces linealmente y a veces erráticamente. Los ciclos económicos existen porque dependen de la libertad humana. En los sistemas económicos libres, libre mercado, capitalismo (no importa la nomenclatura), cuando la economía no es un sistema planificado y orquestado desde un Estado absolutista, el crecimiento se produce a base de grandes saltos y grandes batacazos. Se acaba creciendo, pero a base de crisis. El economista Joseph Schumpeter lo llamó «destrucción creativa». El capitalismo destruye para avanzar. Se crece 10 y se destruye 7, se crece 11 y se destruye 9… Y así sucesivamente.

CICLO ECONÓMICO

Versión oficial:

Conjunto de fases que se suceden en un periodo determinado y que se desarrollan en el sistema capitalista: crisis, depresión, recuperación y auge. Todas reflejan las fluctuaciones de la actividad económica, caracterizada por la expansión o la contracción de la producción en la mayoría de los sectores de la economía.

Versión prohibida:

Maldición a la que está sujeta el crecimiento en los sistemas libres: es imposible crear sin destruir.

Maldición a la que está sujeta el crecimiento…

Unas palabras sobre el crecimiento.

Recientemente, un pequeño país asiático llamado Reino de Bután, con solo unos miles de habitantes saltó a los medios económicos por haber propuesto una nueva medición del PIB, alegando que no incorporaba la felicidad en sus mediciones. Bután es uno de los países más pobres del mundo pero su rey consideraba que sus súbditos eran muy felices. Esto no lo sabe nadie porque no hay encuestas al respecto. De todos modos, es interesante su aportación. El rey de Bután se lamentaba de que la economía midiera solo el crecimiento en términos materiales y no espirituales. Esto que se nos antoja como bastante exótico, pintoresco y anecdótico fue refrendado por el primer ministro francés Nicolás Sarkozy, quien propuso que se redefiniera el PIB para incluir otros elementos de producción no material: la salud, la esperanza de vida, la calidad de vida, el estado de ánimo, el tiempo libre, etc.

No vamos a volver a la definición de PIB, pero sí a la de crecimiento. Para todo aquel que a estas alturas de este libro piense que me he fumado algo o que se me ha ido la bola, tenga esto presente. El primer ministro de Francia, cuarta potencia económica del mundo, tiene dudas razonables sobre cómo los economistas medimos la riqueza de un país. Y no por problemas de medición, sino por problemas conceptuales. ¿Crece un país que produce menos bienes y servicios pero alarga su esperanza de vida? Según la economía, ese país decrece. ¿Crece un país cuya producción de bienes y servicios aumenta pero su tasa de suicidios y enfermos de estrés y ansiedad aumenta? Según la economía, ese país crece.

CRECIMIENTO ECONÓMICO

Versión oficial:

El crecimiento económico es el ritmo al que se incrementa la producción de bienes y servicios de una economía, y por tanto su renta, durante un período determinado.

Versión prohibida:

Concepto que excluye la dimensión psicológica y emocional del ser humano.

El concepto de crecimiento debe ser revisado. Por supuesto que sí. Entre otras cosas, ese concepto favorece el aplauso a las burbujas durante su formación y crecimiento, antes de su explosión. Escribí un libro acerca de las burbujas más grandes de la historia, El hombre que cambió su casa por un tulipán, publicado por Temas de Hoy, y ahí desgrané cómo y por qué se forman las burbujas. Durante las burbujas, si estas tienen como objeto el aumento de precios de bienes relacionados con la economía real, como por ejemplo casas y pisos, hay una tendencia a negarlas y a hacer callar a quienes las denuncian con el pretexto o argumento de que se está generando crecimiento económico. El argumento es: «puede haber una burbuja, pero el auge de la construcción está fomentando el crecimiento y el empleo, ¿por qué deberíamos detener este crecimiento?».

Con datos puros y exclusivos de crecimiento en la mano, es difícil rebatir un argumento así. Pero cuando se incluyen otros parámetros, tales como endeudamiento de las personas, duración de las hipotecas, garantías suplementarias a la dación en pago, etc., nos damos cuenta de que el crecimiento medido estrictamente en términos materiales deja de lado aspectos de los que la economía debería también cuidarse y que tienen que ver con el bienestar de las personas.

Las burbujas, como escribí en su día, tienen una cualidad. Son sistemáticamente negadas porque durante su formación tienen, momentáneamente, efectos positivos. Todos los efectos económicos nocivos vienen más tarde. Pinchar una burbuja es impopular. Las burbujas son una fiesta, una bacanal económica, el sueño de todo político. Y por eso, durante las mismas, se aduce: «esta vez es distinto». Esta es una de las afirmaciones que más crisis y catástrofes económicas ha producido, el pensar que «esta vez es distinto» cuando sabemos que la naturaleza humana no va a cambiar jamás. La ambición y el incentivo a corto plazo nos llevan a buscar antes un eventual beneficio que a huir de una eventual pérdida.

Cuando una burbuja explota, todo el mundo se realiza la misma pregunta: ¿dónde está el dinero? Como demostré en El hombre que cambió su casa por un tulipán el dinero no desaparece, sino que se concentra. Previo a una burbuja está diseminado (de lo contrario no habría burbuja). Al final de la misma, hay muchos perdedores y pocos ganadores. Una burbuja es, después de todo, una pirámide económica de esas donde unos van pagando dinero a los de arriba. Pero una pirámide legal.

BURBUJA

Versión oficial:

Una burbuja especulativa (también llamada «burbuja económica», «burbuja financiera», «burbuja de mercado» o «manía especulativa») es un fenómeno económico consistente en el incremento desproporcionado del precio corriente de algún activo o producto, de forma que dicho precio se aleja sustancialmente del valor teórico del mismo.

Versión prohibida:

Fenómeno que se repite sistemáticamente en la historia económica por pensar que «esta vez es distinto» y que concentra en pocos ganadores el dinero de muchos perdedores.

Las grandes debacles de burbujas se experimentaron por vez primera en la bolsa. El primero realmente global fue el crac de 1929. Desde entonces, la bolsa es otra cosa.

BOLSA

Versión oficial:

La bolsa de valores es una organización privada que brinda las facilidades necesarias para que sus miembros, atendiendo los mandatos de sus clientes, introduzcan órdenes y realicen negociaciones de compra y venta de valores, tales como acciones de sociedades o compañías anónimas, bonos públicos y privados, certificados, títulos de participación y una amplia variedad de instrumentos de inversión.

Versión prohibida:

La bolsa es un casino que abre durante el día.

A prácticamente ninguno de los que compra y vende acciones le interesa lo más mínimo que la empresa que hay detrás de la acción que compra perdure en el tiempo o que sus directivos cuiden de ellas más que durante las semanas que van a tenerlas en cartera antes de volver a venderlas.

La bolsa es un casino de tapado porque en lugar de invertir pensando en el futuro lejano, se invierte pensando en la semana que viene.

En la bolsa ya no se invierte, se apuesta. Al principio se llevaba con cierta discreción. Ahora ya no. Incluso los analistas financieros escriben sus artículos o emplean en radio el término «apostar»: «Yo apostaría por las acciones de Jazztel», «No es momento de apostar por chicharros».

En la bolsa hay valores de empresas solventes, bien dirigidas, serias y honestas pero que, como no están de moda, no interesan y nadie las compra. Y hay otras empresas con pérdidas millonarias pero que están de moda y suben de precio hasta que se dan la gran castaña.

En la bolsa hay dos tipos de análisis: fundamentales y técnicos.

Los fundamentales tratan de determinar el valor de una empresa por lo que debería valer según sus ventas y beneficios. También se tiene en cuenta su situación patrimonial. No debería haber ningún otro tipo de análisis.

Pero como la bolsa es un casino, nos hemos inventado el análisis técnico que intenta determinar si el precio de una acción es alto o bajo según cómo la gente la ha comprado o vendido en el pasado. O sea, que prescinde de cualquier valoración real y analiza solo lo que tiene pinta de pasar próximamente según lo que ha pasado recientemente.

En la bolsa hay verdaderos ludópatas y los expertos de la bolsa reconocen que comprar y vender en bolsa crea adicción. Como el juego, vamos.

Estamos llegando ya al final de este libro. Me gustaría terminar con tres conceptos muy emblemáticos, tal vez los más relevantes y profundos: «pobreza», «dinero» y, cómo no, «economista».

La pobreza es la mayor frustración de un economista. Es el análogo de la muerte o la enfermedad para los médicos. La medicina lucha por erradicar las enfermedades, por procurar salud al ser humano y por retrasar, en la medida de lo posible, la muerte prematura de las personas. Cuando a un médico se le muere un paciente, experimenta una profunda frustración y desolación. La muerte es su enemigo y, a la vez, el objetivo que hay que vencer. En los economistas, este sentimiento y desolación se produce con la pobreza. El objetivo de la economía es la prosperidad, el bienestar, la creación de riqueza, material o inmaterial, independientemente de cómo se defina esta.

Hace unos años mantuve una interesante correspondencia con un economista a quien leí y admiré, y a quien, sin embargo, no llegué a conocer personalmente. Murió prematuramente. Se llamaba David Anisi y era catedrático de economía de la Universidad de Salamanca.

Uno de sus libros se titula Creadores de escasez. Y me sirve para hablar de la ilógica de la pobreza. Suponiendo que una región o país no es pobre por escasez de recursos naturales, cualquier pobreza es en realidad producto de la incompetencia para organizarse o dirigir. La pobreza no tiene razón de ser porque, si hay materias primas o recursos naturales y a la vez hay personas dispuestas a trabajar, a intercambiar, debería siempre, por pura lógica, existir un sistema económico o social que dé empleo a todo el mundo. La ausencia de libertad, el hambre de poder, el exceso de control, de regulación, los favores y prebendas… crean escasez. La pobreza no es un problema que no se ha sabido resolver, sino que es la consecuencia de un mal sistema. La pobreza es producto de la incompetencia humana. La pobreza es un invento de los hombres. Somos creadores de escasez.

Y por eso la pobreza produce tanta frustración a los economistas. Porque tenemos los instrumentos y sabemos cómo erradicar la pobreza. En contraposición a los médicos, que no pueden luchar contra algo irremediable llamado «muerte», los economistas sabemos que la pobreza se podría erradicar o, cuando menos, mini­­mizar.

POBREZA

Versión oficial:

La pobreza es una situación social y económica caracterizada por una carencia marcada en la satisfacción de las necesidades básicas.

Versión prohibida:

La pobreza es una consecuencia política, no un problema que la economía no sepa resolver.

¿La causa?, se preguntará el lector. Obviamente, como siempre, el dinero. Esta definición está basada e inspirada en la definición de «poder» de David Anisi. A él se la debo. Es muy sencilla y, a la vez, muy profunda. Considero un pecado razonarla, describirla o argumentarla. Se aguanta por sí sola.

DINERO

Versión oficial:

Medio de pago de aceptación generalizada cuyas funciones más importantes son las de medio de cambio, depósito de valor y unidad de cuenta.

Versión prohibida:

El dinero es igual al esfuerzo de otras personas que logramos dividido por el esfuerzo que debemos hacer para obtenerlo.

Y me despido con una definición obligada, que es la de «economista». De economista hay muchas definiciones, algunas muy jocosas, que ya he ido comentando a lo largo del libro. Pero para mí, no hay definición prohibida ni definición oficial del economista.

Solo hay una posible. A buen entendedor, pocas palabras ­bastan.

ECONOMISTA

Versión única:

Un economista es una persona que vive de la economía.

El cómo lo haga, creo haberlo dejado claro ya, es otro cantar.