—Le prometiste y le cumples, habló de eso todo el día de ayer. —Olivia reía mientras veía a su hijo cambiar su terno de corte perfecto por una camiseta deportiva y tenis—. De algo que debía probar, no recuerdo qué era. Además, ha estado toda la mañana alistándose y me ha pedido hasta que la maquille. Está muy ilusionada con esta salida. —Después de una pausa, agregó con un suspiro sobreactuado—: La pobre no puede estar encerrada todo el día.
—¿Eres su secuaz o su celestina? —Sonrió Sebastián.
—Las dos cosas, amor. —Rio Olivia—. No me he divertido tanto en estos años como con Sayumi en estos meses. Foucault, Malauff, Aristóteles, cómo quisiera reescribir mis obras con su perspectiva. Pero eso no es todo. ¿Sabes que me hizo entrar a la cuenta de Diana Toughernet?, mi archienemiga del colegio. Ya sé cuántas cirugías plásticas le han hecho y por qué la dejó su tercer esposo. Luego entramos al servidor del New Yorker Magazzine y le hackeamos la cuenta al neonazi ese que me hizo esa crítica tan mal intencionada de mi último libro, su última columna saldrá con siete errores de ortografía de lo más escandalosos. ¡Ah!, y me ha prometido entrar al expediente de la princesa Diana y descubrir quien la mató.
—¡Madre! —exclamó Sebastián poniendo las manos en la cintura—, tú siempre tan correcta. Te has vuelto una cyber criminal.
Olivia rio divertida, hasta en ese detalle, su manera de reír, era tan elegante, majestuosa: tiraba para atrás el cuello, se pasaba una mano por su rubia cabellera y su risa, que como decía Sayumi, era muy armoniosa, alegraba su rostro, Sebastián no recordaba la última vez que la vio reír así.
—No la quiero fuera de mi vida —le advirtió Olivia aún riendo—, ni de la tuya, y haré de todo por que se queden juntos. Advertido estás.
—Olivia, ¿no vienes? —preguntó Sayumi acercándose. Se había puesto uno de los bonitos vestidos que le había comprado.
—Los acompañaría, cariño —dijo Olivia muy dulcemente—, pero estoy cansada.
Sí, porque había que tener mucha energía para seguirle el paso a Sayumi. Era agotadora, pero divertida, como bien decía Olivia. Quería hacer de todo y todo al mismo tiempo, su día estaba plagado de cosas que quería probar o descubrir. Sebastián había leído que personas como ella debían tener ideas varias o proyectos en ejecución para no colapsar. Ya que hablaba todo el tiempo, su conversación estaba plagada de datos y observaciones. Ese día, Sebastián, por ejemplo, supo que en el año 1660, el italiano Procopio inventó una máquina que homogeneizaba las frutas, el azúcar y el hielo, o que el Frozen Haute Chocolate ocupa un lugar en el libro de Récord Guinness por ser el helado más caro del mundo, costaba veinticinco mil dólares. Y que el espumone (mousse de chocolate) era de los considerados los mejores del mundo.
—Adivino, ¿quieres tomar helado? —preguntó Sebastián mientras buscaba estacionamiento.
—Sí, pero no cualquier helado. Esta heladería —le mostró un recorte de una revista— tiene el espumone.
—Tienes diabetes gravídica.
—Ya no, mi último control salió normal.
—No lo sé.
—Será una bola, la más pequeña. —Le hizo un gesto gracioso con los dedos—. Así de pequeñita. Lo prometo.
Mientras se dirigían a esa heladería, caminaban uno cerca del otro. Sayumi vio una pareja que iba de la mano, muy parecidos a ellos. La mujer también estaba embarazada. Sin pensarlo ni consultárselo, Sayumi le tomó la mano y él no la rechazó, se la quedó mirando con una sonrisa. Parada frente a un ventanal, ella le llamó la atención.
—Mira qué bonito —le dijo señalando la vitrina.
—¿Te gustan las esculturas de madera?
—No, eso no. Nuestro reflejo en el vidrio. Parecemos una familia. ¡Oh, ahí está la heladería que te dije!
Cruzaron la puerta y el destino hizo que prácticamente tropezaran con una mujer muy hermosa, alta, castaña, de unos hermosos ojos verdes, de extrema delgadez y elegancia.
—Hola, Vivian.
—Hola, Sebastián.
—Perdón —dijo Sebastián—. Sayumi, te presento a Vivian.
—Hola —saludó ella sin prestarle mucha atención y le tendió la mano sin dejar de ver dónde podrían sentarse—. No hay mesas, Sebastián. —Luego, se quedó mirando a Vivian y le preguntó a él—: ¿Ella es tu exesposa?
—Sí —contestó Sebastián, serio—. Vivian, ella es Sayumi.
—La madre de su hijo —le informó enseñándole el vientre. Sayumi comenzó a reír al ver el gesto de encogimiento que hizo él y le dijo—: Esto debe de ser muy incómodo para ti, ¿verdad?
—Y tú no ayudas —le respondió él entre dientes.
Sayumi comenzó a reír con más ganas y exclamó:
—Como decía mi abuela, que era mexicana —le explicó a Vivian—: «al buey se le juntó el ganado». Es más gracioso en castellano. —Luego hizo un gesto de sorpresa—. ¡Hay una mesa!, voy antes que nos ganen.
Sin decir más, los dejó solos. Vivian se quedó mirando cómo Sayumi, con su gran barriga, se abría paso entre la gente para tratar de llegar al mostrador.
—Es… muy simpática —habló Vivian acomodándose el cabello.
—Es especial. —Sonrió, algo apenado, Sebastián.
—Y bonita. ¿Cuánto tiempo tiene?
—Entra al octavo mes, nacerá en agosto.
—Te felicito, Sebastián, me alegro mucho por ti. —Hizo una pausa y luego agregó—: Siempre quisiste ser padre.
—Gracias, Vivian.
Un incómodo silencioso los invadió a ambos. Sebastián iba a decirle algo cuando vio a Sayumi que lo miraba asustada con un enorme, muy enorme, helado en sus manos. Se despidió de Vivian con besos en ambas mejillas, como era la acostumbre de ella, para dirigirse directamente donde estaba Sayumi, que se engullía desesperada el helado.
—Me duele la cabeza —gemía ella en el interior del automóvil, ya camino a casa.
—Es por tomar toda una bola de helado en un segundo —le respondió Sebastián.
—Me lo ibas a quitar.
—Cómo se te suba de nuevo la azúcar —la amenazó—, la doctora Pataky nos colgará a los dos.
—Me duele la cabeza —repitió de nuevo ella frotándose la sien—. Es muy hermosa.
—¿La doctora Pataky?
—La doctora Pataky —lo remedó Sayumi—. Vivian, tu exesposa. Bello rostro. Delgada, de líneas estilizadas y longilíneas, extremidades fuertes. ¿Es bailarina?
—Sí, de ballet. Hace muchos años llegó a formar parte del New York City Ballet. Ya no baila, pero sigue en ese mundo.
—¿A qué se dedica?
—Es como una cazatalentos. Recorre el país buscando nuevos prodigios de la danza.
—¿La quisiste mucho?
—Todo lo que pude y hasta cuando pude —le dijo con voz serena.
—¿Qué pasó?, en el divorcio se habló de infidelidades, pero eso siempre es el colofón de la historia. ¿Por qué no funcionó?
—En verdad, no lo sé —habló Sebastián—. Fuimos los mejores novios y los peores esposos. De repente, dejamos de comunicarnos. Cada uno lo intentaba, pero no coincidíamos en el momento. Silencios, metas diferentes, viajes continuos por separado, distanciamiento. Éramos esos matrimonios que no discutían. Solo se decían palabras amables y cada uno se iba adormir a su cuarto. De golpe, una demanda y adiós.
—Umm, quizás aún no lo sabes. Pero no la odias. La veías con gentiliza, hasta con pena.
—Vivian fue mi novia desde la preparatoria. Una vida. Hubo mucha tensión, rabia, frustración, pero no puedo odiar a quién fue parte de mi vida durante muchos años. ¿Y tú?, ¿haz tenido un gran amor en tu vida?
—No, creí una vez estar enamorada. Cuando me di cuenta de que era un tonto, se me pasó de inmediato. Era un profesor de la universidad.
—Terminaste la universidad de diecisiete años. ¡Era un pervertido!
Sayumi rio divertida por su indignación.
—En esos años no pasó nunca de unas miradas y algunos mensajes. Recién cuando cumplí dieciocho nos hicimos novios. Vivimos juntos unos años y luego descubrí que no lo quería. Él fue quien me llevó a NSA.
—¿Qué te hizo?
—Solo me di cuenta de que todo era mentira. Y su comportamiento fue muy tonto. No me gustan los tontos.
—¿Yo soy tonto? —le preguntó él, en una luz roja, volteó a verla y le alzó la ceja.
—No, no eres tonto, Sebastián Taylor —le dijo Sayumi sonriendo—, y lo sabes. Vamos rápido, voy a vomitar.
Vivian los vio partir de la heladería. El parecía regañarla y ella respondía a su regaño sonriendo, hasta le dio un beso en la mejilla para tratar de tranquilizarlo cuando le abrió la puerta del carro. Él le juntó las cejas, pero camino a su lado de conductor, lo vio reír. Le dolió reconocer que hacían una bonita pareja. Aunque no tuvieran nada en común. Estatura, edad, raza, hasta el origen, se veía que ella era de condición humilde.
Cuando Vivian llegó a su departamento, como un castigo masoquista, se puso a revisar antiguas fotografías, aquellas que no había destruido en el divorcio. Sí, ellos también hacían una bonita pareja y, supuestamente, tenían todo en común. El mismo porte, sus regias familias, su mismo círculo social, el mismo nivel cultural. Fotos que contaban toda una vida juntos: la graduación del High School, la fiesta de promoción, la graduación de la universidad, el presente en sus primeras presentaciones de la compañía de ballet. Toda una vida, y solo eso quedaba, fotos que se estaban decolorando por el paso del tiempo. Vivian cerró el álbum y agradeció haberse desecho de las fotos de su espléndido matrimonio. ¿Cómo lo habían llamado las columnas de sociales?, la boda millonaria de los Hampton. No veía a Sebastián después de casi dos años de ese horrible divorcio. Se sorprendió de la amabilidad con que la saludó. Había que reconocer que algo que distinguía a su exesposo siempre fue su caballerosidad. Retrocediendo en el tiempo, mirando sin apasionamientos, él le había dado varias salidas para hacer un proceso de separación amistoso. Ella fue quien hizo ese lio, la que armó el circo, fue la primera en ir a los medios de comunicación para contar la «versión de su historia», que era la «victima de un hombre poderoso, obsesionado con el trabajo y que su indiferencia hacia ella había matado su amor». Él se mantuvo callado. No habló ni cuando salieron las pruebas de su infidelidad. El mismo periódico que había recibido su historia, publicó en primera páginas las fotos de ella con su amante. Al final se cumplió la frase del que fue por lana y salió trasquilada. Sin dinero y humillada públicamente. Todo por querer asegurar su futuro con una cuantiosa repartición, en ese momento, influenciada por su amante. Recordó la cara de la joven mujer que estaba embarazada. La frescura con que le había hablado, la broma que le hizo. Ella nunca pudo acercarse a él así. Al final de su historia, Vivian Lastinier se quedó sin su amante, sin el dinero pensado y sin Sebastián. Ella no tenía nada, y él, una chica que lo hacía reír y le iba a dar el hijo que ella no pudo.