La gente llega al estudio de la argumentación por caminos y rutas diversas. Es de esperarse que así sea, tratándose de algo esencialmente interdisciplinario. Los lingüistas ingresan al campo interesados en cómo el discurso argumentativo se distingue de otras formas de comunicación; los lógicos (de varias líneas) ponderan la naturaleza de los argumentos y las relaciones entre evidencia y afirmaciones, y los psicólogos exploran las actitudes propias de los intercambios argumentativos y los roles de los participantes. Estas, por supuesto, son solo algunas de las disciplinas implicadas; aquellas con trasfondo en las ciencias cognitivas, la política, la retórica o en el derecho, se están formulando estas u otras preguntas sobre la argumentación, pero desde puntos de vista muy específicos. En mi caso particular, yo era un filósofo que trabajaba en pensamiento crítico e infresé en el campo gracias al estímulo de un exprofesor, J. Frederick Little. Fred tenía un manual, Critical Thinking and Decision Making (1980), publicado por la editorial Butterworths, y cuando ese libro se trasladó a una editorial canadiense más grande, McClelland and Stewart (donde finalmente derivó en Good Reasoning Matters), él estaba buscando un coautor. Por las mismas fechas, yo había estado trabajando en algunos artículos teóricos con Leo Groarke, incluyendo uno que presentamos en la primera conferencia de la ISSA (International Society for the Study of Argumentation) en 1996. Leo se unió al proyecto del manual y, con el correr del tiempo, ese libro nos proveyó una vía de escape para las ideas teóricas que, conjunta e individualmente, desarrollamos en nuestros artículos. Ese interés temprano en el pensamiento crítico y en la lógica informal creció hasta convertirse en un amplio compromiso con la argumentación, y de allí muchos otros proyectos florecieron.
En el camino, mi propio trabajo llegó a caracterizarse por un interés en la retórica como disciplina y en la argumentación retórica. Este interés nació de algunas lecturas formativas del trabajo de Chaïm Perelman, junto con una profunda apreciación de las intuiciones prácticas que Aristóteles trabajó siglos antes. Con el perdón de un poeta chileno, déjenme sugerir que los cuatro grandes teóricos de la argumentación son tres: Aristóteles y Perelman. Y mis razones para tal afirmación se harán evidentes en los artículos reunidos en esta colección. Mientras Perelman sostuvo haber amplificado y extendido a Aristóteles (Perelman, 1982, p. 4), yo sugeriría que mi propio trabajo hace lo mismo tanto con Aristóteles como con Perelman –también comencé a interesarme en los modos en los que los tropos funcionan argumentativamente, como lo indicaría la alusión a Vicente Huidobro (1919 [2002])–.
Aristóteles, por ejemplo, puede animar una concepción mucho más dinámica del argumento que aquella con la que tradicionalmente hemos trabajado. Mis primeros escritos sobre los argumentos y la argumentación anticiparon, y luego adoptaron, un sentido retórico al reconocer que el propósito del argumento y no solo su estructura deben formar parte de su definición. Por esto entiendo que podríamos definir un argumento como una serie de afirmaciones (mínimamente dos), en la que al menos una de ellas (la premisa) provee apoyo para otra (la conclusión), y que además busca persuadir a una audiencia. Poner a la audiencia en la definición marca el compromiso con la retórica y la enriquecedora colección de ideas disponibles dentro de esa tradición.
Pero, aún así, podría existir una tendencia que separe la parte “estructural” de la definición y trate a los argumentos –en lo que yo denominaría– como una forma estática, o como meros productos. Esto efectivamente arranca al producto del proceso en el que fue producido, y lo coloca como a una mariposa en una vitrina colorida, también sin vida. Cuando luego se analiza el argumento, se lo hace en sus propios términos y sin la suficiente consideración por la situación que lo produjo, ni de los participantes implicados en la misma. Abordar los argumentos de esta forma aislada y estática –como lo hice yo mismo por mucho tiempo, tal como lo hacen muchos teóricos de la argumentación– equivale a desconocer la naturaleza dinámica de lo que está en juego. Tal error es particularmente sorprendente cuando las bases para tal concepción dinámica del argumento están disponibles desde Aristóteles.
Stephen Toulmin en esta dirección escribió que “un argumento es similar a un organismo” (2007 [1958], p. 129). Al decir esto, quiso afirmar que el argumento tiene partes al modo de una estructura integrada. La afirmación de Toulmin recuerda la de Aristóteles en su Poética cuando describe a la obra de arte como un organismo, con cabeza, cuerpo y cola. Del mismo modo se la vio como un animal porque estaba viva; era otra cosa animada entre cosas animadas. La Poética, con su demanda por secuencias de argumentos probables y necesarios, evidencia la razonabilidad en el corazón de la poética –el tren de la lógica en movimiento–. Pero si la poética tiene un movimiento, lo mismo debe ocurrir con la misma lógica: la lógica tiene una vida, y sus estructuras tienen un movimiento interno. Este sentido debe ser transportado al estudio de la argumentación. Un argumento está vivo; es un mensaje de potencial activo. A fin de recordar algunos términos aristotélicos particularmente importantes que captan el modo en el que él concibió los objetos sociales y naturales, un argumento es una potencia (dynamis) y dos actos (energeia).
De hecho, esta es una relación complicada. Aristóteles las usó exitosamente en De Anima como un modo de entender la relación entre las partes de un ser vivo (cuerpo y espíritu): un alma es el primer acto (actividad) de un cuerpo que tiene vida potencialmente. Luego, el segundo acto es una expresión de aquella primera potencia. Por ejemplo, un ojo (un “cuerpo”) tiene el potencial de la vista (el primer acto) pero también puede estar dormido. Cuando el ojo está mirando activamente, expresa el segundo acto.
En la argumentación, el primer acto se alcanza en el movimiento hacia la conclusión –mientras todavía no existe ninguna adquisición o adopción (literalmente) de su vida–. Este movimiento interno ya indica el modo en el que un argumento está vivo con la acción, dinámica en sus propios términos. Algo de esta “vida” se sugerirá en las ideas que extraigo de Bajtín en alguno de los artículos de esta colección. El segundo acto está en la audiencia, quien adopta las ideas en el proceso de “adquisición” o “adopción” de la vida. Este es un asunto complicado y muchos de los artículos aquí lo abordan de algún modo.
Veremos, entonces, que al modo de un discurso, un argumento es al mismo tiempo una organización y también una difusión. Esto debido a que selecciona ideas, las mueve internamente desde las premisas hacia la conclusión y las externaliza hacia una audiencia. Y también tiene características que facilitan ambos movimientos; o, al menos, quien argumenta tiene acceso a tales características, muchas de las cuales pueden encontrarse en la riqueza de ideas disponibles en la tradición retórica.
Los artículos escogidos para esta colección abarcan veinte años de reflexión sobre algunos de los temas centrales de la argumentación retórica y el intento de organizarlos en una teoría coherente con aplicación práctica. Ellos comprenden artículos que han aparecido en una serie de revistas especializadas junto con las versiones de dos capítulos provenientes de mis libros teóricos claves: Acts of Arguing (1999) y Rhetorical Argumentation (2004). Muchos de mis textos tempranos provienen de lugares poco conocidos y, por lo tanto, resultan difíciles de encontrar; y tres artículos se publican aquí por primera vez. Discutiré cada uno de ellos separadamente a fin de explicar por qué los he incluido y cómo sus temas se articulan de manera conjunta. Los artículos se dividen en tres conjuntos: aquellos que tratan algunas ideas preliminares en relación con la argumentación retórica, aquellos que exploran las ideas medulares que resultan esenciales en la argumentación retórica y aquellos que abordan algunos de los temas más difíciles que emergen cuando uno se aproxima a la argumentación desde el punto de vista de la retórica
El primer artículo, “La razonabilidad y los límites de la persuasión”, proviene de un pequeño taller sobre propaganda dictado en Ottawa, Canadá, en 1992. Esencialmente, fue una oportunidad para pensar sobre las obligaciones que los argumentadores enfrentan cuando se dirigen a audiencias y, más importante aún, sobre el fundamento de tales obligaciones. Los cursos de pensamiento crítico se volvieron populares en América del Norte como modo de enseñar a los estudiantes las formas de evitar ser explotados, al reconocer cuestiones como las falacias comunes. Pero aquellos cursos también tenían el efecto contrario de enseñar a los estudiantes a usar esas herramientas para explotarlas en su propio beneficio. De este modo cabía preguntarse si existen aspectos éticos de la argumentación que puedan prevenir tal uso. Al discutir la retórica en este texto temprano, fui consciente de lo negativa que tendía a ser su reputación, particularmente entre los filósofos. Y si algo pudo pasar en estos veinte años, con la atención de los medios puesta en lo que se ha denominado “retórica tóxica”, hizo que tal reputación no mejorara realmente. Pero cuando volvemos a la fuente de muchas de las ideas sobre retórica –la Retórica atribuida a Aristóteles– encontramos una dimensión ética explícita a tomar en consideración, construida alrededor de ideas como las de razón práctica, virtud o buena voluntad. Este artículo fue una oportunidad para comenzar a pensar acerca de los modos en los que los recursos de la retórica en la argumentación podrían considerarse razonables (un tema que reaparece en varios de los artículos posteriores). También fue el lugar en el que, por primera vez, discutí las tres perspectivas diferentes de la argumentación –la lógica, la dialéctica y la retórica–. Estas divisiones caracterizan todo mi trabajo posterior.
El siguiente artículo, en la primera parte, “Bajtín y la retórica del argumento”, está tomado de las actas en CD de una conferencia online en la que participé en 1999. Había estado trabajando con las ideas de Bajtín durante varios años, explorándolas en modos en los que eran relevantes para la argumentación, y había publicado varios artículos sobre ello. Pero este artículo es el que mejor capta las ideas implicadas y su aplicación. Bajtín no fue ciertamente un teórico de la argumentación, y no hizo ninguna referencia explícita a la misma. Pero sus ideas, que han probado ser útiles y profundas para muchos campos, son directamente transferibles al espacio de trabajo de los teóricos de la argumentación. Él proporcionó, por ejemplo, un sentido mucho más rico de los contextos en los que ocurre la argumentación. Esto posibilita una comprensión más profunda no solo del “argumento”, sino también del “argumentador” y de la “audiencia”. La primera discusión (de muchas) con la audiencia universal de Perelman se dio con respecto a la “audiencia”. Este es también un artículo en el que la pregunta por la “persona” en la argumentación (es decir, cómo nuestra implicación en la argumentación puede dar cuenta de nuestro propio entendimiento) emerge por primera vez. Esta es una pregunta que trato de modo exclusivo en el undécimo artículo.
El tercer artículo, “Sofismas y falacias”, aparece impreso aquí por primera vez, aunque muchas de sus ideas centrales encuentran su camino en otras piezas de trabajo, incluyendo el libro Fallacies and Argument Appraisal (2007) y en el libro de 2010 Reason’s Dark Champions. Sin embargo, por ser más breve, este texto me permite focalizarme en la tradición de la falacia tal y como se desarrolla en los escritos de Aristóteles. La relación entre sofisma y falacia es importante porque, mientras hoy concebimos a las falacias como argumentos que conllevan alguna falla crítica, esta idea comienza con las afirmaciones de Aristóteles sobre la refutación sofística, que están alejadas de la visión moderna de falacia. Las refutaciones sofísticas son esencialmente preocupaciones dialécticas y se establecen en contraste con las refutaciones reales. Las vemos en acción en la práctica socrática de llevar a uno de los interlocutores al punto de una contradicción (con lo cual se refuta la posición original de la persona). Pero, como observamos con Sócrates, esta meta debe alcanzarse siguiendo reglas. Tales reglas gobiernan la práctica dialéctica de la Academia de Platón. No obstante, cuando la refutación se alcanza sin seguir las reglas, el resultado es sofístico. Existe, entonces, una gran distancia entre lo que hoy entendemos por falacia, por ejemplo en Hamblin (1970), y lo que Aristóteles quiso decir por medio del razonamiento falaz de refutación sofística.
Pero quizás la diferencia más interesante entre Aristóteles y sus contemporáneos argumentativos más tempranos, como los sofistas, es epistemológica. Lo vemos en la afirmación hecha por Aristóteles y, antes que él, por Platón, según la cual los sofistas hacen que un argumento débil parezca fuerte. O, al menos, eso es lo que muchas de las traducciones al inglés dan a entender de los pasajes relevantes de sus obras. Por consiguiente, los sofistas hicieron el argumento débil realmente más fuerte. Pero esto es imposible para muchos traductores modernos (¿cómo puede hacerse fuerte algo que es débil?). Ellos asumen que la fuerza (o debilidad) de un argumento es inherente al mismo. Y, por lo tanto, lo mejor que uno puede hacer es que este parezca algo distinto de lo que es en realidad. Sin embargo, esta disputa nos reubica en los contextos de argumentación, que son los únicos lugares donde podemos decidir qué es fuerte y qué es débil (la “visión de pertenencia” es una visión que se asocia con el concepto estático de argumento). La debilidad o la fuerza son productos del contexto (para los sofistas; y hoy para los teóricos de la argumentación retórica). Esto, a su vez, conduce a una visión contextual de “falacia”.
Varios temas centrales de la argumentación retórica se retoman y desarrollan en la segunda parte de la colección, de igual modo que en su texto introductorio: “Contextos y argumento”. Esta es una versión del primer capítulo de Acts of Arguing (1999), donde el concepto de contexto se completa con discusiones de algunos de sus componentes clave. Dos de ellos, argumentador y audiencia, recuerdan elementos del segundo artículo de esta colección. Pero otros, como fondo, localidad y expresión, llevan la exploración más lejos, al desarrollar ideas que apuntan a un rango más completo de consideraciones que deben ponerse en juego cuando se tiene en cuenta cualquier argumentación. La discusión de la audiencia en este artículo también permite una explicación mucho más exhaustiva de la audiencia universal de Perelman presentada con anterioridad. Puesto que este es probablemente el concepto más difícil en Perelman, pero también uno de los que más dificultades plantea, es importante intentar clarificarlo tanto como sea posible. Esto establece el escenario para los modos en los que el concepto puede desarrollarse en el siguiente artículo.
Finalmente, en el artículo “Contextos” pude observar el importante rol que la emoción juega en la argumentación. En muchos aspectos, esta ya no es una idea controversial. Pero ninguna explicación desarrollada en la argumentación retórica puede darse el lujo de ignorarla, y este es un aspecto del comportamiento social que todavía tiende a relegarse a los márgenes en algunos trabajos contemporáneos sobre argumentación (véase, Van Eemeren, 2010). Dada la difícil historia que la relación entre emoción y razón ha tenido en la literatura filosófica, es importante reflexionar sobre los modos legítimos en los que la emoción impacta en la argumentación.
El quinto artículo de la colección, “Desarrollando el auditorio universal”, es una versión extendida de lo que aparece como capítulo 6 en Rhetorical Argumentation (2004). Ese manuscrito se ha hecho mucho más largo que lo que originalmente pensé, de modo que tuve que eliminar unas cuarenta páginas. Muchas de estas provenían del material sobre audiencia universal, incluyendo la mayoría de la discusión sobre la explicación de George Christie. Muchas de las críticas a mi libro de 1999 desarrollaron la explicación de la audiencia universal, que muchos comentadores aún encuentran poco clara. Como ya lo he sugerido, esto no es sorprendente ya que el concepto es intrínsecamente difícil. Pero, al responder a esas críticas, pude aclarar el concepto un poco más y desarrollarlo de una forma que –aunque Perelman pueda no haber acordado con mis detalles– creo que siguen el espíritu de lo que él intentó. El auditorio universal es un calibrador de cómo lo razonable se entiende y recrea dentro de una comunidad. Se erige detrás de los juicios que hacemos cada vez que esos juicios se ajustan a un modelo de razonabilidad activa en nuestro ambiente más que solo a nuestros intereses específicos. Sin embargo, para operar como una herramienta útil en la argumentación retórica, el auditorio universal debe asistir no solo en la construcción del argumento sino también en su evaluación. Este fue un aspecto menos prominente en Perelman de lo que podría haber sido. La efectividad no es el único estándar por medio del cual juzgar retóricamente la argumentación, y es desarrollando una explicación del auditorio universal que puede aclararse qué más debe considerarse. Este artículo es también el lugar donde introduzco una idea importante derivada del trabajo de James Crosswhite (1996), y es que la atención debe focalizarse sobre el modo en el que la audiencia experimenta o vivencia la argumentación.
De hecho, esta pregunta es retomada inmediatamente en el siguiente artículo, “La alusión textual como argumentación retórica”. Aquí, una de las preguntas centrales es “¿cómo una audiencia experimenta la argumentación?”. Los argumentadores que utilizan dispositivos retóricos tales como la ironía o la alusión deben tener tal pregunta en mente, porque el éxito de sus esfuerzos depende de una audiencia que entienda de un modo correcto las incitaciones indirectas de un texto o un discurso; y en esto hay un considerable riesgo involucrado. Pero también hay recompensas considerables, porque cuando resulta exitoso, un dispositivo como la alusión conlleva una contribución significativa para la audiencia. Los entimemas aristotélicos funcionan, en parte, porque la audiencia trae algo al texto o discurso; completa lo que el argumentador omite. En un modo similar, la alusión funciona muy bien para ilustrar la misma experiencia. Sustituir, por ejemplo, “teóricos de la argumentación” y los nombres Aristóteles y Perelman en las líneas del poema de Huidobro parafraseado arriba, tiene el potencial de personalizar el texto para aquellos que captan la alusión. Aquellos quienes no tienen la formación para ver qué se está indicando indirectamente, permanecerán ajenos. Pero ese es el poder de la argumentación efectiva: acercar a una audiencia al razonamiento indicándoles que es algo “para ellos”. Por consiguiente, ellos la experimentan de un modo más activo. Esto no garantiza que un argumento será persuasivo, sino que incrementa su probabilidad de serlo.
El artículo en cuestión es otra conexión con el libro sobre los sofistas (Tindale, 2010), donde los detalles de argumentar por alusión se explican como una estrategia sofística constructiva. Y las ilustraciones aquí, como allí, provienen de tres textos antiguos: el Palamedes de Gorgia, la Apología de Platón y el Antidosis de Isócrates. Replicando circunstancias, ideas e incluso frases, los primeros dos textos se aluden mutuamente, y el último explícitamente alude a los dos primeros. El artículo explora cómo esto podría verse como una estrategia efectiva.
La teoría de Perelman estuvo fuertemente influenciada por su formación como pensador del derecho y como filósofo, y el séptimo artículo “Modos de ser razonable”, retoma este último aspecto y discute tanto su filosofía en sí misma como su recepción por los principales filósofos. En muchos modos, este artículo involucra alguna repetición necesaria de discusiones previas, pero lo hace dando más profundidad. Observa mejor la razonabilidad como un estándar de evaluación y cómo las ideas de Perelman divergen de aquellas de otros “lógicos”, y también proporciona un análisis desarrollado de otra idea clave relacionada con la audiencia, aquella de la “adhesión”.
“Perelman, la lógica informal y la historicidad de la razón” compara la aproximación de Perelman con una que podría, en líneas generales, caracterizarse como perteneciente a la lógica informal, y lo hace como una forma de explorar cómo la retórica podría integrarse a la lógica informal. Perelman mismo evitó explícitamente la etiqueta de lógica informal y declinó una invitación a unirse al comité editorial de la revista Informal Logic. En su mente, la lógica informal como estaba desarrollándose por ese entonces (a principios de 1980) parecía muy pedagógica; Perelman estaba interesado en cuestiones teóricas. Pero los tiempos han cambiado y la lógica informal ha atravesado un largo camino desde esos primeros pasos que, en efecto, estuvieron motivados por la necesidad de enseñar mejor la argumentación en universidades e institutos. Ahora, aquellos intereses pedagógicos han generado una rica y variada agenda de investigación teórica. La tarea se obstaculiza por el hecho de que estas dos disciplinas se han desarrollado de forma independiente la una de la otra. Por lo tanto, la retórica, si puede acercarse a la lógica informal, debe hacerlo tarde en el día, después de que el trabajo preparatorio de la lógica informal ya ha sido establecido. Solo podemos preguntarnos cuán diferentes se hubiesen desarrollado las cosas, si la retórica hubiese sido parte del desarrollo inicial de la lógica informal.
Un rasgo obvio de la retórica que se presenta como una candidata para la integración con la lógica informal es el rol de la audiencia, y mucho del octavo artículo retoma esta cuestión. Los lógicos informales han parecido reacios a abrazar una concepción dinámica de la audiencia, y se exploran las razones de por qué este es el caso.
La última sección del libro comprende artículos que retoman cuestiones o problemas difíciles que emergen de leer la argumentación retóricamente. En el noveno artículo, “Maniobra constreñida: la retórica como empresa racional”, exploro los modos innovadores en los que el proyecto de maniobra estratégica incorpora la retórica a la pragmadialéctica como un modo de discutir la relación entre dialéctica y retórica. Los pragma-dialécticos ven la dialéctica como la perspectiva primaria, la única que provee a la argumentación su razonabilidad y, por lo tanto, la única que debe controlar el menos racional (pero necesario) comportamiento de la retórica. Sostengo, por el contrario, que, tomando la argumentación desde el punto de vista de la audiencia (a diferencia de la perspectiva del argumentador que tiende a dominar la pragmadialéctica), la retórica es la perspectiva fundacional. Además, utilizando nuevamente la herramienta de la audiencia universal, podemos encontrar un núcleo racional en la retórica. El noveno artículo también es útil en el sentido que su escritura y entrega me alentó a resumir mi trabajo con la argumentación retórica desarrollado hasta ese punto (2006). Por tal razón, está bien ubicado al comienzo del último conjunto de artículos presentados aquí.
El décimo artículo, “Las creencias colaterales y el efecto Rashomon”, aparece aquí por primera vez. Pertenece a una serie de artículos escritos entre 2008 y 2010 que exploran los problemas del testimonio –una fuente de evidencia clave en la argumentación social–. El “efecto Rashomon” tiene sus orígenes en una película de 1950, Rashomon, realizada por el director japonés Kurosawa. En el film, varios personajes brindan explicaciones conflictivas sobre el mismo evento del que han sido testigos. Esto eleva la pregunta de la confianza y la fiabilidad del testimonio de testigos. El artículo explora estas cuestiones, primero preguntando si existe una “verdad” subyacente a los eventos de la vida cotidiana y cómo podríamos llegar a conocerla. La obra del antiguo sofista Antifón se usa aquí como un recurso. En segundo lugar, apelo al trabajo del filósofo Robert Brandom sobre compromiso y creencia para sugerir cómo estos podrían operar en ausencia de una “verdad” social objetiva. Los testimonios se enuncian contra la formación de los compromisos de un individuo y las creencias colaterales que se acumulan dentro de una comunidad. En efecto, las creencias comunitarias y los modos en los que accedemos a ellas son temas importantes en el artículo final de esta sección, puesto que son capitales para la argumentación social en general.
Brandom es nuevamente una figura en el artículo undécimo, “Fuera del espacio de las razones: argumentación, agentes y personas”. Frase acuñada por Wilfrid Sellars y luego utilizada por Brandom, el “espacio de las razones” es un espacio social en el que ocurren muchas cosas. Y una de estas cosas, arguyo, es el desarrollo de las personas. Este artículo recoge algunas de las ideas del segundo artículo al explorar la naturaleza de los agentes argumentativos. En la literatura filosófica se ha prestado mucha atención al tipo de propiedades que los seres deben tener a fin de calificar como personas. Estas condiciones internas son prerrequisitos para la “humanidad”. Pero siguiendo a Aristóteles y a su explicación de la retórica en los escenarios o contextos sociales, vemos que las personas también son externas, seres sociales cuyas naturalezas se activan en interacción con otros. Y un modo clave en el que interactuamos es a través de nuestro compromiso con la argumentación. Esto devuelve el foco de análisis desde la naturaleza y los sujetos de los argumentos mismos, a aquellos que participan en la argumentación –argumentadores y audiencia–, y así observa como un resultado de la práctica argumentativa algo mucho más profundo que solo la persuasión o el acuerdo o resultados de esa naturaleza. La prolongación de la práctica argumentativa afecta quiénes somos y cómo llegamos a percibirnos.
El último artículo, “El argumento y el concepto de presencia”, es otra pieza inédita. La idea central explorada es la “presencia” con su rica herencia retórica. Cuando uno se pregunta cómo los argumentos hacen presentes las ideas, terminamos por pensar sobre su construcción y las decisiones que van con ellos. De este modo, a menudo en el estudio de la argumentación confrontamos argumentos que ya existen y formulamos preguntas sobre su calidad y efecto. No obstante, es una cuestión distinta volver a la etapa del proceso antes de que cualquier argumento se haya desarrollado y preguntado por las elecciones disponibles para un argumentador como también qué es lo que necesita pensar sobre este procedimiento. Por último, como se mencionó previamente, un argumento tendrá presencia si se personaliza, si se dirige a una audiencia en un modo personal. Lograr esto implica apreciar los ambientes epistémicos que juegan un papel importante en libros y artículos previos, como aquel del “ambiente cognitivo”. Este es el ambiente en el que opera la audiencia, en el que el significado se desentraña, pero es también el espacio donde se sienten los efectos retóricos.
Estos artículos, entonces, ofrecen una ventana a la variedad de temas y problemas que me han ocupado mientras trabajaba para bosquejar conjuntamente un modelo de argumentación que sea retórico en su poder, como también en sus percepciones y ambiciones. He sido afortunado al hacer esto a lo largo de décadas en las importantes investigaciones que se han llevado a cabo en todo el mundo. Por consiguiente, me he beneficiado enormemente del trabajo de mis colegas, muchos de los cuales he llegado a conocer personalmente y con quienes discutí alguna de las ideas desarrolladas aquí. Hay demasiadas personas a las que agradecer sin correr el riesgo de omisiones embarazosas, pero espero que la bibliografía atestigüe la riqueza del material que he tenido a mi disposición.
Agradezco a Justin Morris por asistirme en un número de frentes, entre ellos la preparación de la Bibliografía para esta colección. “La razonabilidad y los límites de la persuasión” apareció en The Canadian Journal of Rhetorical Studies, Vol. 3. “Bajtín y la retórica del argumento”, se publicó en Emerging Rhetorics: A Symposium in Rhetoric, William E. Turner et. al (eds.) Mesquite, TX: Caxton’s Modern Arts Press (DC Room). “Contexto y argumento” se extrajo del capítulo tres de Acts of Arguing, SUNY Press. “Desarrollando el auditorio universal”, es una versión temprana de un capítulo de Rhetorical Argumentation, Sage Publications. “La alusión textual como argumentación retórica” se publicó en el Proceedings of the Sixth Conference of the International Society for the Study of Argumentation. “Modos de ser razonable” apareció en Philosophy and Rhetoric, Vol. 43, No. 4. “Perelman, la lógica informal y la historicidad de la razón” es de Informal Logic, Vol. 26, No. 3. “Maniobra constreñida: la retórica como empresa racional”, apareció primero en Argumentation, Vol. 20, No. 4. Y “Fuera del espacio de las razones: argumentación, agentes y personas” se publicó en Pragmatics and Cognition, Vol. 19, No. 3.
Finalmente, me gustaría dar mis agradecimientos especiales a Cristián Santibáñez (Universidad Diego Portales, Chile), por la voluntad de tomar esta tarea de traducción y la eficiencia con la que ha sido llevada a cabo. Estoy particularmente en deuda con Cristián por sugerirme primero el proyecto, y luego por la forma entusiasta con la que la encaró. Haciendo que este y otros textos en inglés escritos por teóricos de la argumentación estén disponibles directamente para audiencias hispanohablantes, se avanza en los intereses del campo de una manera particularmente valiosa.