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FIN DE LA HISTORIA DE LA TORTA DE MAÍZ

Esmeralda palideció y bajó de la picota titubeando. La voz de la reclusa continuaba persiguiéndola:

—¡Baja, baja, ladrona de Egipto! ¡Ya volverás a subir!

«La Sachette sigue con sus manías», dijo el pueblo murmurando, y ahí quedó todo. Pues esa clase de mujeres suscitaba temor, lo cual las hacía sagradas. En aquel entonces nadie gustaba de meterse con quien rezaba día y noche.

Había llegado el momento de llevarse a Quasimodo. Lo desataron y la muchedumbre se dispersó.

Cerca del Grand-Pont, Mahiette, que regresaba con sus dos compañeras, se detuvo bruscamente:

—Por cierto, Eustache, ¿qué has hecho con la torta?

—Madre —respondió el niño—, mientras hablabais con esa dama que estaba en el agujero, un gran perro ha mordido la torta. Así que yo he hecho lo mismo.

—¿Cómo, señorito? —dijo la madre—. ¿Os la habéis comido toda?

—Madre, ha empezado el perro. Yo le he dicho que no lo hiciera, pero no me ha hecho caso. ¡Así que yo también he dado unos mordiscos!

—Este niño es terrible —dijo la madre sonriendo y riñéndolo al mismo tiempo—. Daos cuenta, Oudarde: él solo se come ya todas las cerezas de nuestro huerto de Charlerange. Por eso su abuelo dice que será capitán. ¡Que no me entere yo que lo volvéis a hacer, señorito Eustache! ¡Andando, fiera!