—Chicos, lo primero es pedir ayuda —informó Trolli al resto mientras sacaba su teléfono móvil—. No vamos a poder nosotros solos. Sobre todo con los dinosaurios: ya sabemos cómo se las gastan.
—¿Estás seguro? —preguntó Timba, viéndole marcar el número de emergencias—. Tengo un mal presentimiento.
—Tranquilo, compadrete. Lo pondré en manos libres para que lo oigáis todos.
—Zedvicio de Emedgenciaz y menzajedía udgente. Le habla Ambdozzio. ¿Digameeeez?
—¡Ay, no!
—Te dije que tenía un mal presentimiento.
—Sí, tenías razón, Timba.
—No, no, aquí no hay timbaz, ezto ez un teléfono de emedgenciaz.
—Ya lo sé, Ambrozzio, ya lo sé —contestó Trolli, desalentado.
—Ezpeda, tu voz me zuenaz. Tú edez eze que ziempde ze piedde por laz izlaz con zuz amigoz. ¿En qué izla eztaz ahoda?
—¡No eztoy…! Digo, no estoy en ninguna isla. Estoy en Ciudad Cubo y esto es una emergencia.
—Tú zí que zabez, qué bien vivez, ziempde viajando…
—¿Esto va en serio? —preguntó Ela, alucinada.
—¡Y encima hay chicaz! Qué liztillo edez.
—Por favor, Ambrozzio, que estamos en apuros.
—Vale, eztá hecho: te mando una caja de pudoz.
—¿Qué? Que no, que esto es una emergencia.
—Zí, zí, ezte ez el númedoz de emedgenciaz. ¿Qué dezea?
—¡Bah, a la porra! —exclamó el pobre Trolli, harto de tonterías—. Si le dejo seguir es capaz de mandarme un cargamento de langostinos. ¡Y no me gustan!
—Oye, Trolli, te están llamando —indicó Mike, señalando el teléfono de su amigo.
—Es verdad… Número desconocido. ¿Quién será?
—¡Hola! Zoy Ambdozzio otda vez, que ze había codtao.
—¡Noooo!
—Zí, en zedio, zoy yoz. Ya he apuntao todo. Eztaiz en Ciudad Cubo y hay una emedgencia. Envío al ejédcito de inmediatoz. Lo manda el general… A ver… General Padguelilla.
—¿Al ejército? —dijo Timba, sin dar crédito a lo que oía—. Trolli, dile que no es para tanto, que nos vale con los bomberos.
—De acueddoz. Oz mando también bombarderoz. En unoz minutoz vueztdoz pdoblemaz zedán hiztodia. Abrazoz.
Y con esas, Ambrozzio cortó la comunicación. Los Compas se miraron unos a otros, preocupados.
—Esto es grave, chicos —señaló Trolli—. Si viene el ejército lo arreglarán todo por la vía rápida.
—¿Cómo de rápida? —preguntó Mike, temiendo la respuesta.
—Pues que llegarán, verán lo que pasa y… matarán a los pobres dinosaurios. No se van a andar con negociaciones, imagino.
—Y menos si mandan bombarderos —dijo Timba—. Esto va a ser un desastre peor que los que monta mi prima la coja. Hay que hacer algo.
—¡Eso! —afirmó Mike—. No podemos permitir que hagan daño a esos pobres animales… Aunque hayan intentado comernos. ¡Pero son inocentes!
Pues sí. Y para empezar a actuar, había que seguir una serie de pasos. El primero, recuperar la cámara fotográfica de Rack. Era el elemento principal del plan propuesto por Timba. Con mucho cuidado, temerosos del peligro de los dinosaurios que aún dormían la siesta, los tres Compas, Invíctor y Ela recorrieron el camino que llevaba hasta la sala del profesor. La mayor parte del edificio se encontraba medio en ruinas. Objetos caídos por todas partes, agujeros en las paredes y en los techos, artefactos y obras de arte por el suelo, aquí y allá…
—No hagáis ruido —advirtió Invíctor, que encabezaba la marcha—. No nos conviene despertar a los dinosaurios terrestres.
—Si es por eso, pues… —empezó a decir Mike, que iba el último—. ¡No te preocupes! ¡Por ahí van, como rayos!
En efecto, con tanto jaleo la siesta había durado poco. Rex avanzaba como una apisonadora en dirección a la calle, abriendo agujeros con forma de tiranosaurio en cada pared que encontraba. Y los velocirraptores le seguían muy de cerca. Por suerte, no prestaron atención al grupete que, con una mezcla de miedo y asombro, contemplaba el decidido avance de los animales prehistóricos.
—Pasan de nosotros —observó Timba.
—¡Mejor! —exclamó Trolli—. Centrémonos en el plan: recuperamos la cámara. A continuación, Invíctor, Ela y Mike, salís al exterior y vais haciendo fotos de los dinosaurios para que vuelvan al pasado antes de que el ejército los reduzca a polvo.
—Y nosotros dos —indicó Timba, señalándose a sí mismo y a Trolli— nos encargaremos de capturar al malvado profe por las alturas.
—Pues venga, que ya llegamos, esta es la sala de Rack.
Más bien habría que haber dicho que «era» la sala de Rack. Si los dinos habían causado bastantes daños en otras partes del edificio, allí simplemente habían arrasado con todo.
—¡Madre mía, qué destrozo! —exclamó Ela, preocupada.
—¿Dónde está esa maldita cámara? —gruñó Invíctor, removiendo escombros y restos.
—Es una cámara réflex de apariencia normal —explicó Trolli—. No puede estar muy lejos. La dejamos cerca de la foto.
—¿Qué foto? —preguntó Invíctor.
—La del profe… ¡Maldición, estos bichos no han dejado ni la foto! —observó Timba.
—En realidad… —empezó a decir Mike—. Creo que me la comí yo, aprovechando el follón.
—A mí me preocupa otra cuestión, chicos —dijo entonces Timba—. Esto parece un campo de batalla. ¿Y si se han cargado la cámara?
—Entonces… —Trolli dudó antes de seguir hablando—. Entonces los pobres dinosaurios serán reducidos a papilla.
—Venga, todos a buscar —ordenó Timba—. No seamos negativos.
Pero no era tan sencillo. La sala parecía un basurero. Por todas partes había cristales rotos, expositores caídos, restos de inventos despanzurrados. Era como si los bombarderos de Ambrozzio se hubieran estado entrenando allí.
—¡Aquí está! —gritó de pronto Mike—. La he encontrado.
—¡Bravo, mascotita!
—¡Pero qué rico es! —exclamó Ela, abrazando a Mike.
—¡Eh, vale, vale, nada de zalamerías! —protestó el can, poniéndose de color naranja brillante por la vergüenza—. No menospreciéis el olfato de un perro para este tipo de búsquedas.
—¡Genial, pues ya la tenemos! —indicó Trolli, satisfecho, mientras le pasaba la cámara a Ela—. Sigamos con el plan: id vosotros a la calle con la cámara y haced fotos de todos los dinosaurios. Y procurad que no salga nadie más en la foto o lo enviaréis al pasado por correo ultrarrápido.
—Un momento, un momento —cortó Ela el entusiasmo del Compa—. Hay un problema. Un problemote…
—No… ¿Qué pasa ahora?
—Mirad este contador: solo queda una foto en el carrete. No podemos ir haciendo fotos a lo loco. Disponemos de un único disparo.
—¡Maldita sea! Y cualquiera encuentra ahora una tienda que venda estas cosas.
—Sí, sobre todo porque es fiesta y estará todo cerrado.
—Y aunque no fuera fiesta, no habría tiempo —se lamentó Trolli—. Está bien, tenemos que pensar otra cosa.
—Yo tengo una idea —intervino Mike—. Solo tenemos que hacer una foto en la que salgan todos los dinosaurios juntos. Acabaríamos con el problema de un único golpe.
—Sí, pero… ¿Cómo vamos a conseguir eso?
Nadie supo qué responder cuando, de pronto, escucharon un extraño sonido procedente de las alturas del edificio. Todos miraron hacia arriba y vieron, a través del techo destruido, cómo el profesor Rack había llegado a la plataforma superior de la torre. Y cómo, una vez allí, activaba el artefacto que había llevado consigo. De inmediato una brillante luz azul surgió del invento y se esparció por la ciudad como un abanico de rayos láser parecido a los que se usan para ambientar fiestas y conciertos.
—¿Qué diablos estará haciendo con eso? —se preguntó Invíctor.
—Nada bueno, seguro —observó Timba.
—Vale, de momento no hay razón para abandonar la segunda parte del plan. ¡Chicos, vamos a por Rack y luego ya veremos! —dijo Trolli, muy decidido, a sus dos amigos.
—¿Y nosotros? —preguntó Ela, refiriéndose a ella misma y a Invíctor.
—De momento podéis hacer una cosa —intervino Timba, haciendo uso de su lógica redonda—. Salid al exterior y tratad de mediar con el ejército, con ese general Parguelilla o como se llame… Si podéis evitar que haga una matanza de dinosaurios, mejor.
—¡Claro! —sonrió Mike, esperanzado—. Puede que se nos ocurra algo para salvar a esos animalillos… con esos huesos gigantes tan sabrosos.
—De acuerdo entonces —contestó Invíctor, casi saludando militarmente—. Intentaremos ganar algo de tiempo. Suerte con Rack.
La iban a necesitar. No estaba clara la utilidad del invento que el vengativo científico tenía entre sus manos, pero no auguraba nada bueno. ¿Quién es su sano juicio quiere enfrentarse a un sabio vengativo armado con un cacharro que dispara rayos azules? Es que sería de locos, vamos.
Al menos, mientras iban subiendo por las escaleras de la torre se encontraban a cubierto del artefacto, fuera cual fuera su utilidad. Avanzaban con cuidado, procurando que Rack no les descubriera y, sobre todo, que no pudiera dispararles uno de esos rayos azules de aspecto siniestro.
—Ahora sí que vendría bien ir montados en pterodáctilo —indicó Timba, cansado de subir escaleras.
—¡Chsss! Chicos, no hagáis ruido. Hay que intentar sorprenderle.
Con mucho sigilo, paso a paso, iban ganando altura. De todas maneras Rack estaba demasiado concentrado en sus maldades como para darse cuenta de que los Compas se acercaban inexorablemente. Con un poco de suerte podrían atraparlo por sorpresa.
Ya casi habían llegado. Y ahora, gracias a la altura, podían ver al fin para qué servía el invento del profesor. Cada rayo azul conectaba con uno de los dinosaurios. Y los animales parecían moverse bajo el influjo de esa extraña máquina, como si fuera un mando a distancia para controlar seres vivos.
—Fijaos —dijo Trolli en voz muy baja—. Controla a los dinosaurios con la máquina.
—Es cierto —observó Timba—. Es como un controlador de mentes…
—Pues eso me hace temer una cosa —añadió Mike—. Si nos ve llegar, ¿qué le impide apuntarnos con el rayo azul y controlarnos?
Era una buena pregunta… sin respuesta. Habría que actuar con prudencia y, a la vez, con decisión. ¿Eso se puede hacer? Todo depende. En concreto, para los Compas dependía de que fueran capaces de llegar hasta la plataforma superior sin ser descubiertos y atrapar al científico antes de que pudiera reaccionar.
Quizá les ayudara el propio jaleo que estaba montando Rack. Escondidos en el piso situado inmediatamente debajo de la plataforma de la torre, los Compas podían escuchar con plena claridad los gritos e imprecaciones del científico:
—¡Ja, ja, ja! ¡Saboread mi venganza! ¿Así que científico loco? ¿Así que extravagante? ¿Así que freki, no? Así me llamó ese niñato de Tamba.
—¡Es Timba, cretino! —protestó el aludido, sin poderse contener—. ¡Y se dice «friki»? Anda…
Timba forzó una sonrisa, como para disculparse con sus compañeros, al darse cuenta del error que acababa de cometer. Porque Rack, por muy concentrado que estuviera en sus maldades, no dejó de oírle. Y al darse cuenta de que los Compas estaban allí mismo, justo debajo de sus narices, no tardó en activar su máquina de control mental dirigiéndola hacia… No, no hacia los Compas, sino hacia uno de los dinosaurios.
—¡Melocotón! Ya estamos otra vez… ¿No echabas de menos a los pterodáctilos, Timba? Pues ahí viene uno. Directo a por nosotros.
Y esta vez, en la escalera, no había sitio para esconderse.