11. El general Parguelilla

—¡Cuidado!

El pterodáctilo pasó rozando a los Compas, falló en su ataque por apenas unos pocos centímetros. Sin embargo, el peligro no había cesado: dirigido por Rack, el pobre animal prehistórico giró espectacularmente en el aire y volvió al ataque.

—¡Podemos despistarlo subiendo y bajando por la escalera! Como es de caracol…

—¡… no puede girar en el aire tan rápido! —terminó Timba la frase que había empezado Trolli.

Durante los siguientes minutos los Compas se dedicaron a subir y bajar, una y otra vez, para escabullirse de los ataques aéreos incesantes. Sin embargo, esta maniobra representaba un empate: el pterodáctilo controlado por Rack iba y venía sin lograr hacerles daño, ¡pero los Compas tampoco podían alcanzar el piso superior para detener a Rack! El pterodáctilo se movía con tanta rapidez que no les dejaba tiempo.

—Esto empieza a ser agotador —se quejó Timba—. Esto no es una aventura, es un maratón.

—Yo me estoy mareando —añadió Mike.

—La verdad es que así no hacemos nada —reconoció Trolli—. Sin embargo, desde aquí se ve toda la ciudad. Y creo que ya sé en qué consiste la venganza del profesor. Fijaos en los lugares que están atacando los dinosaurios.

—A ver… Rex está haciendo polvo el Centro de Investigaciones Biológicas —dijo Trolli, casi sin aliento—. Reconozco el edificio porque tiene forma de tubo de ensayo.

—Y los velocirraptores se están ensañando con la Facultad de Ciencias —añadió Mike—. Estuve allí una vez para estudiar Perrología. Pero resulta que esa carrera no existe.

—Y los pterodáctilos atacan desde el aire el Laboratorio de Inventos —concluyó Trolli—. Está claro: Rack quiere destruir los centros científicos de Ciudad Cubo.

—¡Sois unos listillos! —les gritó el profesor Rack—. ¡Sí! ¡Voy a arrasar todo lo que huela a ciencia en esta ciudad que ridiculizó mi talento! Así aprenderán, ja, ja, ja…

—¿Nos ha llamado listillos? —preguntó Timba, a quien las locuras del profesor le daban igual, pero le molestaba mucho que no se tomara a los Compas en serio.

—¡Sí! ¡Listillos, Trombo y compañía! Pero no más que yo, que a fin de cuentas soy un genio.

—¡Que me llamo Timba!

—¿Y eso qué más da, si dentro de un par de minutos estarás en las tripas de un pterodáctilo? ¡Ja, ja, ja!

—Qué tío más siniestro —observó Trolli.

—A mí lo que me fastidia es que solo se acuerda de Timba. ¡Yo soy Mike, profesorcillo!

—Es verdad… ¡Y yo El Trollino, y no me gusta el langostino!

—¡Qué pena me dais, Tumba, Trolero y Chucho!

—Se está usted pasando, profe. Esto ya es personal.

—Para personal lo que se os viene encima… ¡A ver qué tal os defendéis ahora!

Con un rápido gesto el profesor accionó un mando de la máquina, otro de sus rayos azules parpadeó y, en cuestión de segundos, otro pterodáctilo dejó de causar destrozos en la ciudad y se dirigió hacia la torre. Aún se encontraba bastante lejos, pero no tardaría en alcanzar a los Compas.

—Esto se complica muchísimo, chicos —dijo Mike—, hay que pensar algo.

Eso era fácil decirlo pero… ¿cómo trazar un plan cuando no puedes parar de moverte porque un pterodáctilo hipnotizado por un científico loco está intentando devorarte?

—Mirad, el ejército se despliega —observó entonces Timba, desde las alturas—. Han traído de todo: tanques, soldados…

—¡Y allí a lo lejos, fijaos! —añadió Trolli—. ¡Helicópteros!

—Y el segundo pterodáctilo se acerca muy deprisa —señaló Timba en dirección al dinosaurio volante.

—Es cierto. Chicos, lo hemos intentado y hemos fracasado —reconoció Trolli, entristecido—. Pero no tiene sentido quedarnos aquí para que se nos zampen. Bajemos a toda prisa, antes de que llegue ese bicho.

—¡Ah, no, de eso nada! —gruñó el profesor Rack—. Bastante lata me estáis dando. Además de vengarme de mis excolegas científicos, voy a acabar con vosotros. Por darme el gusto. No os vais a ir a ninguna parte.

Diciendo esto, Rack transmitió una orden al pterodáctilo más cercano, el cual se lanzó como un cohete contra el tramo de escalera situado justo debajo de los Compas. Construido en madera, con barandillas de plástico transparente, la estructura no aguantó el impacto y se hizo añicos. Un segundo paso, y destrozó el tramo superior. El pterodáctilo se quedó tan pancho y… ¡los Compas estaban atrapados! No podían llegar hasta el emplazamiento del profesor, pero tampoco bajar y ponerse a salvo.

La situación era desesperada. En la ciudad los restantes dinosaurios seguían causando el caos. Columnas de polvo señalaban los lugares donde había más destrozos. Las tropas, mientras tanto, desfilaban por la avenida principal de Ciudad Cubo sin prisa, desplegándose con mucho cuidado para evitar riesgos. A su frente iba el general Parguelilla en lo alto de la torreta de un tanque.

Bueno, más o menos… Como el general estaba un poco gordo, no podía meterse dentro del vehículo blindado, así que iba sentado en el cañón, como si fuera a caballo. Mientras dirigía a sus tropas no dejaba de colocarse el equipo de combate, que le molestaba un montón porque era bastante incómodo de llevar.

—¡Adelante, muchachos! —gritaba el general, haciendo avanzar a sus tropas—. ¡A por la victoria!

Un poco abusones sí que eran: cincuenta tanques, una docena de helicópteros, un montón de soldados de infantería… Todos armados hasta los dientes. Y tanto despliegue para enfrentarse a un puñado de pobres dinosaurios que, por otra parte, solo estaban rompiendo alguna que otra pared. Estos detalles no importaban al general, que no paraba de gritar para dar ánimos a sus hombres.

—¡Vamos, desplegaos en abanico! ¡La victoria está cerc…! ¡Cuidado, parad!

¡Por los pelos! Nunca se sabrá si la victoria estaba realmente cerca, pero el que sí lo estaba era Invíctor, que haciendo derroche de valor se plantó delante de la columna de tanques para detener su marcha. No lo atropellaron de puro milagro. El general lo miró asombrado, rascándose la cabeza.

—¡Quítese de en medio, caballero! —ordenó el general—. Estamos llevando a cabo una operación muy importante.

—Pues de eso quería hablarle, general —le respondió Invíctor—. O, más que yo, ella.

Al decir esto, Invíctor señaló a Ela, que se acercó al tanque ocupado por el general. Este, como había recibido una educación a la antigua, se puso de pie y se quitó la gorra para saludarla. Al hacerlo, casi se cae del tanque, pero logró mantener el equilibrio.

—General, no puede atacar a esos pobres dinosaurios —empezó a decir la organizadora de la exposición.

—¿Que no puedo? ¡Ja! ¡Esta sí que es buena, señorita! —se rio el general Parguelilla, dirigiéndose a sus soldados—. ¿Habéis oído, muchachos? ¡A reírse, ar!

Toda la tropa echó a reír como un solo hombre, pues era gente muy disciplinada. A un gesto del general se hizo de nuevo el silencio.

—Ahora en serio: todos los civiles deben marchar a los refugios. Y eso los incluye a ustedes. Hagan el favor de apartarse para que pueda continuar mi marcha victoriosa.

—Pero es que usted no lo entiende: esos pobres animales… no tienen la culpa de nada. El malvado es el profesor Rack, que los controla con esos rayos azules que salen de lo alto de aquella torre.

—No se preocupen: ordenaré a mis helicópteros que bombardeen ese edificio hasta los cimientos.

—¡No! —exclamó Invíctor, horrorizado—. ¿No ve que están allí los Compas?

—¿Quiénes? —el general estaba cada vez más extrañado. En toda su vida había visto su avance obstaculizado de una forma tan rara.

—Pues los Compas: Mike, Trolli, Timba. ¡Mis amigos! ¡Están intentando detener al profesor Rack!

—¿Civiles actuando por su cuenta? Me temo que eso es contrario a algún artículo del manual.

—¿Qué manual? —preguntó Ela.

—Pues… —El general no parecía estar seguro—. No sé si es el de Actuación en Caso de Crisis Prehistórica o el Protocolo para Fenómenos Jurásicos. O algún otro. ¡Maldición, es que hay un montón de manuales!

Invíctor, que había estado en el ejército, conocía cómo funcionaban esas cosas y tuvo una idea. Quizá no detendría el ataque, pero daría tiempo a los Compas.

—Mi general, como sabe usted muy bien no se puede dar una orden de ataque si no está seguro de qué ordenanza hay que cumplir.

—¡Porras, este civil tiene razón! —gruñó Parguelilla—. ¡Cabo Morcillo!

—¡A sus órdenes!

—¡Traiga todos los manuales inmediatamente! Debemos resolver este bloqueo sin tardanza.

—¡A sus órdenes!

Invíctor miró sonriente a Ela. Localizar la norma exacta iba a llevarle un buen rato al general. Y, mientras tanto, los Compas dispondrían de una oportunidad para capturar a Rack, arrebatarle el artefacto de control mental y acabar con la crisis de los dinosaurios.

Lo que no sabía Invíctor era el pedazo de apuro en el que se encontraban sus tres amigos.

—Chicos, el segundo pterodáctilo está ahí. ¡Aaaaayyyy, Roberta! En fin, ha sido un placer conocernos…

—Espera, espera —protestó Mike—. No hemos luchado tanto para esto… ¿Y si intentamos bajar por los restos de la escalera?

—Está hecha polvo —observó Timba, mirando hacia abajo—. Aunque… ¡Por mi prima la coja! ¡Se me está ocurriendo una idea redonda, pero redonda, redonda!

Y de pronto, sin advertencia previa, cogió a Mike en brazos y lo arrojó contra el segundo pterodáctilo.

—¡Nooooo! —gritó el pobre can.

—¡Melocotón! ¿Qué haces, Timba? —preguntó Trolli, horrorizado.

La respuesta no tardó en producirse.