Epílogo. De nuevo, tesoros

Pues no, el descanso todavía no estaba a punto para los pobres Compas. Pero esta vez era por una buena causa: tras la derrota del enloquecido profesor Rack los tres amigos se ofrecieron para ayudar en la reconstrucción de los daños causados por los dinosaurios.

—¡Yo quería echarme la siesta! —protestaba Timba, mientras llenaba de restos un carro.

—¡Y yo tengo hambre y nadie me ha dado de comer! —farfulló Mike, encargado de tirar de ese mismo carro.

—Vamos, chicos, vamos —intentó tranquilizarles Trolli—. Bueno, no, tenéis razón. ¡Yo también estoy reventado! ¡Aaaaay, Roberta! ¡¿Cuándo tendremos vacaciones, unas vacaciones de verdad?!

En ese momento entró en la sala Ela y los tres Compas recordaron de golpe por qué estaban allí. Aunque para saberlo bien, debemos hacer un pequeño viaje hacia atrás en el tiempo. No muy largo y sin usar la cámara fotográfica de Rack. De hecho solo necesitamos traer aquí el diálogo que mantuvieron nuestros protagonistas el día anterior, poco después de acabar la aventura:

—¿Así que vosotros sois los famosos Compas? —exclamó el general Parguelilla, saludando sucesivamente a Timba, Mike y Trolli—. ¡Bravo, muchachos! Habéis demostrado un gran valor. Gente como vosotros es lo que necesito en mi ejército. Es más… ¿no os gustaría enrolaros?

Los tres Compas se miraron unos a otros con caras raras.

—Yo soy un perro —alegó Mike—. No sé si me quedaría bien el uniforme.

—Y yo me duermo por las esquinas —dijo Timba—. Imagínese usted qué responsabilidad. Sería como un chiste malo de reclutas.

—Y yo —empezó a decir Trolli, sin saber qué excusa dar—. Yo… ¿Qué haría yo sin mis amigos?

—¡Ja, ja, ja! Está bien, muchachos —rio el general—. No insistiré. Tengo trabajo que hacer. Con vuestro amigo Invíctor.

—¿Y eso? —preguntó Timba—. Y por cierto, ¿dónde se ha metido Invíctor?

—Por ahí viene —señaló Mike.

En efecto, Invíctor, todavía con su uniforme de vigilante, se acercaba acompañando al profesor Rack. Antes de llevárselo detenido las autoridades le habían permitido cambiar su ruinoso traje de hombre prehistórico por unas ropas más actuales y de su talla. También le habían proporcionado unas gafas nuevas. De no ser por las esposas, cualquiera le habría tomado por un profesor algo despistado.

Bueno, por las esposas y por las barbaridades que iba diciendo:

—¡Me vengaré! —vociferaba—. Esto no ha sido más que un aperitivo. ¡Y me vengaré también de vosotros, Compas!

—Por lo menos el nombre del equipo ya se lo sabe —observó Trolli.

—¡Y sé tambien cómo os llamáis, Trampa, Miga y Trullo!

—Nada, que no acierta.

—¿A dónde lo van a llevar? —preguntó Mike.

—Os vais a reír, chicos —contestó Invíctor—. El profe casi acierta: al trullo. En concreto… ¡nada menos que la cárcel de Alcutrez!

Los Compas se quedaron con la boca abierta. Esa prisión siniestra había sido el escenario de su anterior aventura. Cabía imaginar que la habrían arreglado un poco desde entonces.

—Esta sí que es buena —dijo Timba—. Espero que al profe le gusten los langostinos.

Trolli puso gesto de asco al recordar cómo, durante su breve estancia en esa lejana prisión, solo les daban langostinos para comer.

—No hay cárcel que me pueda detener —gritó Rack, mientras se lo llevaban—. ¡Volveré, Compas, volveré!

Con estas palabras Rack, llevado por Invíctor y el general Parguelilla, desapareció de escena. Ahora solo quedaban los Compas con Ela. La joven organizadora de la exposición parecía triste.

—¿Qué te pasa, Ela? —preguntó Trolli—. Todo ha acabado bien.

—Todo, todo, no —respondió ella—. La exposición está medio destrozada. Y me hacía tanta ilusión…

Los tres Compas se miraron y… Bueno, de esta manera acabaron trabajando en la reconstrucción de la muestra de artes y ciencias. Y así podemos volver al presente, con Ela entrando en la sala donde se encontraban Trolli, Timba y Mike.

—¿Qué tal, chicos, cómo vais? —preguntó ella, sonriente.

—¡Genial! —respondió Timba.

—De maravilla —añadió Trolli.

—Siempre quise tirar de un carro —concluyó Mike, muy galante.

—Me alegro de veros tan contentos. Acaba de llegar un amigo vuestro. ¿Queréis saludarle?

—¿Un amigo? —preguntaron los tres a la vez, extrañados—. ¿Quién?

—Un tipo muy curioso que prestó algunas piezas para las exposiciones. Venid, está en la sala de los barcos antiguos. Ah, sí: tiene pinta de pollo.

—¡Rius!

—Eso. Así se llamaba. ¡Vamos!

La sala dedicada a los barcos no se encontraba muy lejos. Era una de las más arrasadas por el paso de los dinosaurios. De hecho no hacía falta abrir la puerta para entrar: en la pared principal había un gran agujero con la forma de Rex. Allí estaba Rius, escarbando entre las ruinas.

—¡Chicos, por fin nos vemos! —exclamó el marinero—. Menuda tempestad ha habido aquí. No había visto un desastre semejante desde una vez que tuve que navegar en medio de un huracán.

Los Compas abrazaron a su viejo amigo al tiempo que le preguntaban qué le había llevado por allí.

—Estoy comprobando los destrozos entre las piezas de mi antepasado, el pirata Juan Espárrago —respondió—. Menudo follón. Fijaos: esto era la rueda del timón de su barco… Ahora parece… ¡Diablos, no sé lo qué parece!

—¿Leña? —se aventuró a decir Timba.

—Y qué me decís de su cofre, donde guardaba sus cosas —continuó Rius—. Está reventado por todas partes. Mirad, tiras del asa y…

Al tomar el cofre por el asa para levantarlo, Rius arrancó la pieza de cuajo, sin querer. Y al hacerlo reveló un escondite oculto bajo las tablas.

—Ahí hay algo —observó Trolli.

—Es cierto… A ver…

El capitán Rius extrajo un curioso objeto. Un medallón dorado, con símbolos por las dos caras, que debía de llevar escondido en la tablazón del cofre por lo menos cuatro siglos.

—¿Es un medallón de chocolate? —preguntó Mike, relamiéndose.

—Parece oro —sugirió Trolli.

—Nooo —respondió Rius, mordisqueando el medallón para comprobar su dureza—. Latón o cobre, como mucho. Nada comestible, ni valioso. Pero fijaos, fijaos…

El capitán mostró el medallón a los Compas, que lo miraron con mucho interés. Por una cara se veía el rostro, grabado sobre el duro metal, de un pirata malhumorado, sin duda el propio Espárrago, el mítico antepasado de Rius. Por la otra cara, un dibujo enigmático que podía ser cualquier cosa. Incluso…

—¿No será el plano de un tesoro? —preguntó Mike, con media lengua fuera—. Se me ha pasado hasta el hambre.

—Habría que estudiarlo con más detalle —indicó Trolli, que no quería verse envuelto en nuevas andanzas tan pronto.

—¡Seguro que es eso! —exclamó Rius—. Este medallón perdido es la clave para encontrar el tesoro de mi antepasado. Chicos, imaginaos… Si la leyenda es cierta… ¡podemos hacernos todos ricos!

—¡¿Cuándo salimos?! —exclamó Mike, entusiasmado.

—¡Ay, Roberta! Ya sabía yo que no íbamos a descansar —se lamentó Trolli. Pero se lamentaba un poco de mentira, porque en realidad no le desagradaba la idea—. Pero, vale… Lo mismo está bien.

—¡Genial! —sonrió el capitán—. Solo nos falta el voto de Timba. ¿Timba? ¿Dónde se ha metido?

Era cierto: Timba había desaparecido de pronto.

—¿No oís un ruido raro? —comentó entonces Ela, señalando hacia un rincón—. Parece que viene de ahí…

—No es un ruido raro —sonrió Trolli—. Es…

Los cuatro amigos se acercaron al rincón de donde venía el ruidito. Allí estaba Timba, esforzándose a tope y roncando como un bendito. Seguro que a él también le iba a gustar la idea de embarcarse (nunca mejor dicho) en una nueva aventura. Pero, de momento, tocaba un descanso.

—Dejémosle dormir —dijo Ela, en voz baja—. ¿Qué os parece si nos hacemos todos juntos una foto para recordar este momento?

Al decir la palabra «foto», Mike volvió a tirar del carro, Trolli agarró de nuevo la escoba y hasta Timba se despertó y se puso a trabajar sin protestar ni siquiera un poco.

—¡Qué cosas más raras hacen a veces estos chicos! —exclamó Rius, sorprendido.

—Es una larga historia —le respondió Ela—. Si quiere se la cuento.

—Será un placer, señorita.

Y así, poco a poco, la exposición pudo volver a abrirse al público mientras los Compas se preparaban para una nueva aventura.

FIN