Rey no dijo ni una palabra durante todo el trayecto. Su cuerpo la deseaba con locura y todavía tenía el sabor de su piel en los labios. Había querido ponerla a prueba para ver hasta dónde era capaz de llegar, pero ese juego era un arma de doble filo. La miró de reojo. Su rostro no revelaba agitación alguna, pero había tensión en sus ojos. Tenía las manos cruzadas sobre el regazo y, a pesar de la oscuridad que reinaba en el habitáculo del coche, él sabía que tenía los puños cerrados. ¿Acaso huiría de él? ¿Estaría dispuesta a terminar con aquella farsa? Una parte de él deseaba terminar con aquella amenaza de una vez, pero, por otro lado, estaba deseando averiguar hasta dónde sería capaz de llegar Sarina Woodville. Además, tampoco podía dejarla ir así como así. El abuelo estaba recuperándose y no quería darle un disgusto más, no con Benedict todavía en el hospital.
De repente pensó que no debería haberle dado un coche. Así gozaría de demasiada libertad y no podría tenerla controlada en todo momento. A lo mejor, haciendo uso de sus poderes de persuasión, conseguiría convencerla para que se quedara en su apartamento; en habitaciones separadas, si ella insistía.
Sí. Tenía que andarse con pies de plomo. No obstante, mantener aquella farsa ya le estaba pasando factura y sólo era cuestión de tiempo que cometiera un error. De hecho, esa misma noche había estado a punto de revelarle su verdadera identidad.
Sería interesante trabajar con ella, verla desenvolverse en la maquinaria publicitaria de la empresa. Sarina se había convertido en un desafío que resultaba de lo más estimulante. Tenerla cerca, en su mismo despacho, en la estancia donde un rato antes había estado a punto de capitular… Con sólo pensar en ello, sentía un excitante escalofrío.
Sí. Todavía estaba al mando de aquella situación. Era él quien llevaba la voz cantante en aquella función, aunque ella no lo supiera. Estiró una mano y la puso sobre la de ella. Ella se sobresaltó.
–No muerdo, ¿sabes? –le dijo suavemente, esbozando una media sonrisa–. Lo que ha ocurrido esta noche es culpa mía. Todo. Me pasé de la raya y no cumplí con las condiciones que pusimos cuando nos comprometimos. Sería injusto por mi parte esperar más de ti de lo que puedes darme.
–Gracias –dijo ella suavemente, sin apartar la vista de la ventanilla.
No obstante, Reynard notó que sus palabras habían hecho efecto. Ella se estaba relajando un poco. Cuando llegaron a la casa de campo, la acompañó a la puerta y le dio un beso fugaz en la mejilla.
–Te veo mañana, ¿a las ocho y media?
–Sí. A la hora que me necesites.
–A las ocho y media está bien –bajó las escaleras–. ¿Seguro que podrás ir sola mañana por la mañana? El centro es un caos a esa hora.
–Me las arreglaré. Pero si me pierdo, te llamo.
–No dejes de hacerlo. No quiero perderte, querida.
No podía llamarla Sara después de haber descubierto que era otra persona.
–Y no me perderás –dijo ella–. Buenas noches.
Él levantó un dedo y le acarició la mejilla.
–Que tengas dulces sueños.
Esperó a que ella cerrara la puerta y entonces regresó al coche. Se abrochó el cinturón de seguridad y salió a toda velocidad. El deportivo voló de regreso a Puerto Seguro. Sin embargo, el placer de correr por la autopista no le dio la satisfacción que deseaba esa noche.
Lujuria. Lo que sentía por ella no era más que lujuria. Nunca sería nada más que eso.
Rina salió del ascensor y avanzó hacia la puerta del despacho de Rey. Lo único que quería en ese momento era dar media vuelta y salir corriendo, pero no podía hacerlo. La noche anterior había cometido muchos errores estúpidos y, después de pasar una horrible noche en vela, no estaba en las mejores condiciones para empezar en un nuevo empleo, por mucho que fuera temporal.
Al entrar en el despacho principal, se encontró con la afable sonrisa de la recepcionista.
–Buenos días, señorita Woodville. ¿Cómo se encuentra esta mañana?
–Muy… Muy bien. Gracias. ¿Voy al despacho del señor del Castillo directamente?
–Sí, adelante. ¿Le apetece un café?
–Un té, por favor, si no es mucha molestia. Sin leche ni azúcar, por favor.
–Se lo llevo enseguida.
Rina le dedicó una sonrisa y siguió adelante por el pasillo, rumbo al despacho de Rey. Al llegar junto a la puerta vaciló un instante, llamó con unos leves golpecitos y entró por fin.
Él estaba junto a la ventana, en el mismo lugar donde la noche antes se habían acariciado de la forma más íntima. De pronto él se dio la vuelta y esbozó una media sonrisa; una sonrisa de complicidad, recordándole así todo lo ocurrido unas horas antes.
–Veo que ayer dormiste tan poco como yo –le dijo él, cruzando la habitación y besándola en la mejilla.
–Anoche tenía muchas cosas en la cabeza –dijo ella.
Él le lanzó una mirada sesgada.
–¿Qué tal está tu secretaria? –le preguntó, recordándole el motivo de su presencia.
–Muy bien. Descansando y tratando de asumir la pérdida de su bebé. No podrá incorporarse de inmediato.
–Lo siento. Perder un hijo debe de ser horrible.
–Sí. Le dije a su marido que no tenga prisa por volver. Él también está muy afectado.
Rey se quitó la chaqueta del traje gris que llevaba puesto y la arrojó sobre el respaldo del butacón más próximo. Rina trató de no mirarlo y fue a sentarse en otro butacón.
–Bueno, tu primer día de trabajo con nosotros. Creo que en lugar de tenerte aquí encerrada toda la mañana, lo mejor es que te lleve a conocer las bodegas. Después vamos a comer y damos una vuelta por el complejo turístico esta tarde.
Rina sintió un gran alivio. Dar un paseo por las instalaciones era una gran idea, sobre todo porque estarían rodeados de gente.
–Estupendo. Gracias.
De repente se oyó un golpecito en la puerta y entonces entró la recepcionista con una bandeja. En ella había una taza de café para Rey y el té que Rina le había pedido.
–Gracias, Vivienne –le dijo Rey.
La mujer dejó la bandeja sobre la mesa que estaba junto a la ventana.
–De nada, señor del Castillo. He reorganizado su agenda de hoy y le he dicho al gerente de las bodegas que se pasarán por allí a las diez y media. También le he reservado una mesa en el restaurante del complejo para las dos. Espero que no sea demasiado tarde.
–No, está bien así. Tendremos tiempo suficiente para ver las bodegas y comentar la situación actual.
–¿Necesita algo más?
–No. Gracias, Vivienne.
La recepcionista se marchó y los dejó a solas otra vez. Rina se entretuvo sirviéndose el té y bebiendo un sorbo. Al volver a poner la taza sobre el platito, la dejó caer con un pequeño estruendo. Las manos le temblaban demasiado.
Rey la miró fijamente.
–¿Todavía me tienes miedo? –le preguntó, levantando una ceja.
–A decir verdad me da más miedo lo que siento cuando estoy a tu lado.
–Bueno… –dijo él, sorprendido–. Gracias por tu sinceridad –agarró la taza de café y bebió un buen sorbo.
Rina lo observaba, embelesada, deleitándose con el sutil movimiento de los músculos de su cuelo al beber el rico brebaje; la ligera humedad de sus labios.
–Lo que dije anoche lo dije de verdad. Me pasé de la raya.
–No me hiciste nada que yo no quisiera en ese momento –dijo Rina–. Pero sí quiero que nos quede claro a los dos que no deseo explorar lo que hay entre nosotros más allá de lo que siento en este momento. Sé que estamos… prometidos y para la mayoría de las parejas sería perfectamente normal… –gesticuló con la mano, incapaz de plasmar en palabras las imágenes que se sucedían en su memoria–. Bueno, creo que deberíamos tomárnoslo con más calma. ¿No crees?
Rey la miró fijamente un instante.
–No quiero hacer nada que ponga en peligro nuestro compromiso, así que me parece bien.
–Bien –dijo ella y entonces sonrió, aliviada–. Bueno, ¿por qué no me hablas de las bodegas? ¿Son muy antiguas? ¿Exportan fuera? ¿Organizáis eventos de cata de vino?
Él se rió y levantó una mano.
–Las preguntas, una a una, por favor. Creía que se te daba bien escribir a máquina y solucionar problemas, pero ahora pareces toda una profesional en el tema.
Rina sintió un escalofrío. Otra vez había estado a punto de delatarse a sí misma. Por mucho que intentara evitarlo, no hacía más que cometer el mismo error una y otra vez. A partir de ese momento tenía que ser más cuidadosa.
–Supongo que se me han pegado más cosas de mi hermana de las que creía –dijo ella, cruzando los dedos.
–De acuerdo. Te pondré al día por el camino. Termínate el té y nos vamos.
Cuando llegó a casa esa noche Rina estaba agotada y encantada. Le había costado mucho esconder los conocimientos de los que estaba tan orgullosa, pero lo había conseguido. Tenía la mente llena de ideas y proyectos innovadores para mejorar el complejo turístico de la familia del Castillo y promocionar sus exquisitos caldos.
Ya en el dormitorio, volvió a activar el timbre del teléfono y lo metió en el bolso. Se puso ropa cómoda y trató de refrescarse un poco abriendo ventanas. Después del fresco habitáculo del coche de Rey, la casa de campo parecía una sauna.
Se sirvió una copa del delicioso vino que había probado ese día y salió al porche trasero. A lo lejos se divisaban los acantilados y se oía el susurro de las olas; un susurro que evocaba ecos del pasado. No muy lejos se erigía el flamante castillo de la familia de Reynard. ¿Dónde había ido a parar la institutriz? ¿Acaso había caminado hasta su humilde casa de campo aquel aciago día?
De repente un extraño sonido la sacó de su ensoñación. Era su Blackberry, sonando sin parar.
–¿Hola? ¡Sara! Por favor, dime que eres tú.
Una risotada le llenó los oídos.
–Hola, hermanita. ¿Cómo lo llevas? ¿Lo tienes todo bajo control?
Rina sintió un gran alivio. Sin embargo, su mente bullía con mil preguntas que necesitaban una respuesta.
–¿Cuándo vuelves?
Silencio.
–¿Sara?
Sara suspiró.
–No lo sé, Rina. Las cosas no han salido como esperaba. No puedo volver todavía. Todo está en el aire.
–¿Qué está en el aire? –le preguntó Rina, impaciente–. Tienes que decirme algo. Me estoy volviendo loca. Lo que me has pedido que haga, no es justo. Y tampoco lo es para Rey.
–Oh, Rey… No te preocupes por él. Es un buen jugador. Se las sabe todas.
–Pero no se trata de eso, Sara. Estoy viviendo una mentira, por ti. No sé cuánto tiempo podré aguantar.
–Por favor, no digas nada todavía. Prométemelo, Rina. A partir de ahora estaré en deuda contigo para siempre, y te lo contaré todo tan pronto como pueda. Tú me conoces bien. Pero no quiero precipitarme. No quiero que todo me explote en la cara.
Rina perdió la poca paciencia que le quedaba.
–¿Y cuándo tienes pensado decirme qué pasa? Lo digo en serio, Sara. No puedo seguir con esto. Puedo delatarme en cualquier momento, sobre todo ahora que estoy trabajando con él.
–¿Que estás haciendo qué?
–Ya me has oído.
Le explicó todo lo ocurrido con la secretaria de su prometido.
–Le ofrecí mi ayuda. Tuve que hacerlo. Ya me conoces.
–¡Vaya! ¿Y qué tal se me da lo de trabajar en una oficina?
–No tiene gracia. Y lo sabes. ¿Cuándo vuelves?
–No… No lo sé. En una semana, quizá.
–¿Estás bien? No te has metido en ningún lío, ¿verdad? A lo mejor debería irme para allá.
–¡No! No puedes. No hay nada que puedas hacer por mí aquí. Necesito que estés allí. Te compensaré por ello, hermanita. Te lo prometo.
Rina asió el teléfono con fuerza y contó hasta diez.
–Muy bien. Te doy una semana. Después le digo la verdad.
–Yo misma se la diré. Lo prometo. Lo haré, en cuanto vuelva.
–Una semana, Sara. Ése es el plazo que te doy.
–Lo sé. Tengo que irme. Te quiero, Rina, y gracias. Me estás salvando la vida.
–Eso es precisamente lo que más me preocupa. ¿Es algo serio?
–Sólo era una broma. Todo está bien. Como te he dicho, te lo diré todo cuando regrese. Ahora tengo que irme.
Sara le lanzó unos cuantos besos y entonces colgó, dejándola con la palabra en la boca, frustrada e impotente. Un rato antes pensaba que hablar con su hermana la haría sentirse algo mejor consigo misma respecto a la decisión de seguir adelante con la farsa. Sin embargo, lo que sentía en ese momento no era más que confusión.
De hecho, ni siquiera sabía si su hermana amaba a Rey de verdad. ¿Qué le había dicho de él?
«Es un buen jugador. Se las sabe todas…»
¿Qué quería decir con todo aquello? ¿A qué se refería exactamente?
Rina arrojó el teléfono sobre la cama y volvió a salir al porche posterior. Por lo menos había conseguido fijar una fecha para terminar con todo aquello. Una semana y entonces volvería a ser Sarina Woodville.
¿Pero y lo que sentía por Rey? ¿Cuál era esa decisión tan importante que Sara tenía que tomar?
¿Realmente iba a ser capaz de pasarle el relevo a su hermana para que retomara su relación con Rey donde ella la había dejado?
No.
¿Y cómo iba a contarle lo que sentía por su prometido? ¿Cómo iba a decirle que se había enamorado de Reynard del Castillo.
El eco de aquel pensamiento retumbó en su cabeza, pero Rina lo negó una y otra vez. No podía estar enamorada de él. Las cosas no ocurrían tan deprisa. Sólo llevaba dos semanas en la isla y el amor necesitaba tiempo para crecer. Sin embargo, lo que había entre Rey y ella era un volcán, una reacción explosiva que nunca antes había experimentado.
Agarró la copa de vino, se lo terminó de un sorbo y se sirvió otra más. Necesitaba olvidarse de todo; necesitaba borrar a Reynard del Castillo de su mente… y de su corazón.