Capítulo Once

Rey trató de ignorar el aroma del cabello de Sarina; la forma en que le caía por el hombro cuando se inclinaba para explicarle algo… No podía creerse que llevaran una semana trabajando juntos; una semana entera sin tocarla, sin besarla en los labios…

Aquello estaba resultando más difícil de lo que había esperado, sobre todo ahora que sabía cómo respondería ella. Ya llevaba varios días en esa tensión y su buen humor de siempre había dado paso a una irritabilidad que no pasaba desapercibida para los empleados. Era evidente que culpaban a Sarina del cambio y por ello habían empezado a tratarla con cierta frialdad. En otras circunstancia hubiera zanjado el problema drásticamente, pero aquella situación estaba muy lejos de ser normal.

Ella seguía adelante con su obra de teatro. Incluso había llegado a decirle que había hablado por teléfono con su supuesta hermana Sarina para pedirle algo de consejo sobre la nueva campaña antes de presentarle la propuesta. Sin embargo, sus conocimientos no tenían nada que ver con los de su hermana. Ella tenía una capacidad para ver los detalles más pequeños de la que Sara carecía.

Reynard se obligó a prestar atención a lo que le decía.

–Ya ves. Si ponemos el bar de tapas cerca del área de la piscina del complejo, eso impedirá que los huéspedes salgan mucho. Así no se escaparán en busca de comidas ligeras, pero tampoco afectará a los restaurantes a la carta. Además, este bar también resultará muy atractivo para los más jóvenes. Creo que tienes que diseñar ofertas para el grupo de edades entre los veinticinco y los treinta y cinco. Ésos tienen unos ingresos respetables y se sentirán más atraídos por la idea de unas vacaciones confortables, en lugar de viajes al extranjero, que es lo que atrae a la mayoría de jóvenes entre dieciocho y veinticinco. Además, así revitalizarás un poco la dinámica del complejo turístico y muchos de ellos volverán dentro de unos cuantos años con una buena oferta dirigida a familias.

–Eso suena bien. A ver qué dice el resto de la familia esta noche. También puedes presentarle tus ideas sobre las bodegas.

–Al resto de la familia… ¿Eso incluye a Benedict? –preguntó Rina, levantando la vista del informe.

–Sí. Alex le recogió hoy del hospital y lo llevó al castillo. Todavía no está en condiciones para irse a casa. Además, los paparazzi no dejan de molestar.

Cuando la noticia del accidente se había filtrado a la prensa, los paparazzi habían caído sobre ellos como moscas y la mayoría se agrupaba a las puertas de la casa de Benedict, en las montañas. Esos periodistas estaban dispuestos a hacer cualquier cosa por conseguir una buena foto de su hermano, con cicatrices que marcaran el que ellos llamaban un cuerpo perfecto.

Si hubieran sabido que las cicatrices que buscaban no eran nada comparado con lo que Benedict les había dicho la noche antes de su salida del hospital… Ben había insistido en que no le dijeran nada al abuelo, sobre todo para que no empezara de nuevo con lo de la maldición.

Poco después del matrimonio de Loren y Alex, los medios lo habían sacado a la luz y habían extraído sus propias conclusiones respecto al accidente. Por tanto, si además descubrían que su hermano se había quedado estéril a causa de las heridas, nadie sabía hasta dónde serían capaces de llegar.

–Pero acaba de salir del hospital. ¿Seguro que podrá con una cena familiar?

El regreso de Benedict había sido un gran alivio para toda la familia. Sin embargo, las cosas no habían vuelto a ser como antes. Su hermano estaba mucho más tranquilo y callado. El abuelo no dejaba de decir que un hombre que hubiera visto la muerte cara a cara necesitaba tiempo para reflexionar y darle un nuevo rumbo a su vida, pero tanto Alex y Reynard sabían lo que ocurría en realidad. Benedict siempre había dicho que no quería tener hijos. Sin embargo, ver cómo el destino le arrebatada esa elección era muy duro. Además, se negaba rotundamente a considerar la idea de casarse. ¿Quién iba a quererlo? Ése era su argumento. A su modo de ver, un hombre que no podía darle hijos a su esposa no era un hombre. Tanto Alex como Reynard habían intentando convencerlo de lo contrario, pero no habían tenido mucho éxito.

De haberse encontrado en la misma situación, Rey hubiera sentido lo mismo. Sin embargo, no podía evitar sentir un profundo dolor por su hermano pequeño, sobre todo cuando veía sus ojos apagados, llenos de frustración y rabia.

–Le hará bien volver a la normalidad cuanto antes. Si se cansa, puede irse a su casa. Además, por primera vez desde el accidente, tendrá algo de qué preocuparse que no sea su recuperación.

–Sí. Te entiendo –dijo Rina–. Bueno, espero que le guste lo que hemos preparado.

Rina se miró en el espejo por enésima vez. No sabía por qué estaba tan nerviosa. Todo el mundo había sido muy amable con ella, sobre todo Aston del Castillo, que estaba encantado con el compromiso de su nieto. Además, según había quedado con Sara, sólo tendría que mantener la farsa un día más, dos a lo sumo. Con sólo pensar en ello sentía un alivio inefable. Mantener las apariencias y controlar la atracción magnética que sentía por Rey le habían pasado factura. Se miró en el espejo una vez más. El maquillaje no podía ocultar los estragos de tantas y tantas noches en vela. Incluso cuando lograba dormir, sus sueños estaban llenos de instantáneas en las que se veía en aquel despacho, en los brazos de Rey.

De pronto oyó el ruido del potente motor del coche de Rey. En cuanto el sonido cesó, el corazón le dio un vuelco, las pupilas se le dilataron y las mejillas se le enrojecieron. ¿A quién trataba de engañar? Lo que sentía por Rey era auténtico, dolorosamente real. Cerró los ojos y trató de esconderse de la verdad que veía reflejada en el cristal. Podía hacerlo. Había llegado muy lejos y no podía echarlo todo a perder a esas alturas. Un par de días más no la matarían. Fue hacia la puerta y abrió.

–Buenas tardes –dijo Rey.

Rina se quedó sin aliento. Estaba impecablemente vestido con un traje negro y una camisa de seda color crema. Todavía tenía el pelo húmedo y se lo había retirado de la frente, revelando así unos rasgos inteligentes y unos magníficos pómulos que le daban un porte mayestático.

Rey, por su parte, la miró de arriba abajo, recorriendo cada centímetro de su cuerpo. Para la ocasión había elegido el único vestido de gala que su hermana Sara guardaba en su armario; uno color ciruela que realzaba sus curvas femeninas sin insinuar demasiado. Como el top de la pieza llevaba ballenas y la espalda al descubierto, había decidido prescindir del sujetador y, al ver la intensa mirada de Rey, sintió como se le endurecían los pezones por debajo de la sedosa tela. De repente él se inclinó hacia delante y Rina pudo oler el sutil aroma de su perfume. Su expresión permanecía impasible, pero sus ojos contaban una historia muy diferente.

–Creo que deberíamos irnos directamente al castillo, ¿no?

–¿Vamos mal de tiempo? –preguntó ella.

–No, pero si nos quedamos aquí un minuto más llegaremos tarde.

Rina se sonrojó violentamente.

Eso era lo más cerca que había estado de romper su palabra, después de la última vez que habían sucumbido a sus impulsos.

–Entonces será mejor que no perdamos más tiempo –dijo ella, forzando una sonrisa.

El viaje en coche fue corto y, en cuestión de minutos, llegaron a las inmediaciones de la mansión.

–Es un caserón impresionante –dijo Rina cuando atravesaron el portón que delimitaba la propiedad.

–Imponente, ¿verdad?

–Creo que la palabra se queda corta –dijo ella, admirando las almenas iluminadas.

–Sí. La gente suele reaccionar así –dijo Rey entre risas.

–Debes de estar muy orgulloso de tu estirpe.

–Sí. Todos lo estamos. Haríamos cualquier cosa por proteger a los nuestros. Cualquier cosa.

Rina sintió una punzada de advertencia. ¿Acaso era su imaginación o aquellas palabras iban dirigidas especialmente a ella?

Un momento después, él le lanzó una sonrisa radiante, ahuyentando así sus temores.

–Vamos. Si el exterior te parece impresionante, espera al ver el resto.

Rodeó el capó, le abrió la puerta del acompañante y la ayudó a bajar. Rina se lo agradeció profundamente. Los taconazos que había encontrado entre los zapatos de su hermana eran demasiado altos para ella.

Poniéndole la mano al final de la espalda, la condujo por las escaleras que llevaban a la puerta principal del castillo. En cuanto llegaron frente a ella, la puerta se abrió.

–Buenas noches, señorita y señor Reynard –dijo el mayordomo–. Por favor, entren. Todos los esperan en el salón.

Rina miró a su alrededor con los ojos como platos. Rey tenía razón. Aquello era sencillamente grandioso. Una enorme escalinata de mármol subía a lo largo de una pared llena de retratos familiares. Incluso desde lejos podía ver el parecido con Rey.

–Tengo suerte. Salí a la familia de mi madre –le dijo él al oído.

Rina se rió.

–¿Suerte? No creo que tus hermanos opinen lo mismo.

Avanzaron por el amplio corredor hasta llegar a un arco que delimitaba otra estancia. Al otro lado se oían voces que conversaban animadamente. Cuando entraron en el salón, Loren se puso en pie y tomó las manos de Rina antes de darle un beso en la mejilla.

–Me alegro mucho de que hayas venido esta noche. Ahora somos una familia completa. Ven y siéntate a mi lado. Así podrás contarme qué has estado haciendo desde que nos vimos por última vez. He oído que Rey te tiene como una esclava en la oficina.

Rina sintió una punzada de culpa. ¿Una familia completa? Era Sara quien debería haber estado allí esa noche, y no ella. Forzó una sonrisa y dejó que Loren la llevara junto a los otros.

De alguna forma logró entablar una conversación acerca de su trabajo en la oficina y dejó que él derivara el tema hacia los cambios que tenían pensado hacer en el negocio. Esto desencadenó un animado debate entre Alex y Rey durante el que este último expuso todas las ideas que había desarrollado con la ayuda de Rina. Al final Alex estuvo de acuerdo con todo lo que habían planeado.

–Bueno, veo que tienes un talento escondido, Sara –le dijo Alex directamente–. A lo mejor deberías quedarte en la oficina con Rey. No le vendría mal una perspectiva fresca de las cosas.

–Si no supiera que me quieres mucho, hermano, te haría pagar muy caro esa afirmación –dijo Rey en un tono bromista, salvando a Rina de tener que contestar.

–¿Y qué pasa con las bodegas? Imagino que también tienes buenas ideas en ese sentido –dijo Benedict, uniéndose a la conversación.

Rina se dio cuenta de que estaba muy pálido. Tenía la mirada cansada y caminaba con la ayuda de un bastón.

–Adelante –dijo Rey, al ver cómo lo miraba Sarina–. Cuéntale todas las ideas que tienes. Aunque debo advertirte que no será tan fácil de convencer como éste de aquí –añadió, mirando a su hermano Alex.

Alex resopló.

Rina trató de reprimir una sonrisa, pero no pudo. Estar allí, rodeada de toda la familia, era una delicia. Había un profundo cariño y respeto entre ellos que hacía honor a la leyenda del escudo de la familia del Castillo.

Rey cruzó la habitación, sirvió una copa de uno de los exquisitos vinos de Benedict, y se la llevó a Rina.

–¿Podrías traer la botella también? –le pidió ella, volviéndose de nuevo hacia Benedict.

Rey se la llevó.

–Creo que el punto de partida… –dijo ella, girando la botella hasta poner la etiqueta de frente–. Es tener un sentido de unidad con la marca del Castillo. Es algo que debéis tener con todos los negocios de la empresa. En la oficina, en la casa… El emblema de la familia tiene mucho peso. Honor, verdad y amor. Sin embargo, no lo veo por ninguna parte en las campañas de marketing, ya sea en las del complejo hotelero o en las del vino.

Cuando la empleada los llamó a la mesa, Rina ya había expuesto todas sus ideas para la renovación de la imagen de la marca, y también de la familia. Algunas de las propuestas habían sido recibidas con una pizca de escepticismo y bastantes preguntas, pero en el fondo ella sabía que los había cautivado. Rey la observaba desde el otro lado de la habitación y trataba de ignorar el sentimiento de orgullo que crecía en su interior al verla hablar con tanta pasión y conocimiento, llamando la atención de todos los presentes. En la oficina podía fingir ignorancia, pero en aquel ambiente privado quien brillaba era la auténtica Sarina Woodville.

Todos estaban bajo su hechizo, y no sólo por su inteligencia, sino por el respeto y la consideración que mostraba para con todos los miembros de la familia. Sara no tenía el corazón de su hermana; un corazón que cada día lo intrigaba más y más.

Antes de que aquella idea floreciera, Rey cortó los pensamientos por lo sano. Las hermanas Woodville se traían algo entre manos y no podía perder la cabeza. Todos sus seres queridos habían caído bajo la influencia de una mujer que no era quien decía ser. Ni el abuelo ni Loren se separaban de ella e incluso Benedict y Alex se habían dejado seducir por su simpatía.

Pero Sarina Woodville los estaba engañando a todos y tenía que hacer algo para detenerla; tenía que hacerlo esa misma noche.