La luz de la mañana se filtraba por las ventanas cuando Rina se despertó. Su cuerpo estaba saciado, pero su mente estaba llena de incógnitas. Se levantó de la cama y agarró un albornoz del respaldo de una silla. ¿Quién era en ese momento? ¿Sara? ¿Ella misma? Ya no lo sabía con certeza. Había cruzado tantas líneas que ya no sabía quién debía ser. Fue al cuarto de baño y después a la cocina para preparar un poco de café. Todavía era muy temprano, pero no podía permanecer al lado de Reynard ni un minuto más, con toda la culpa que sentía.
Junto a la puerta de entrada, sobre una mesa, vio su bolso de mano. Dentro estaba su teléfono móvil.
Fue a buscarlo. Ahora que había tomado una decisión, tenía que quitarse ese peso de encima. ¿Era demasiado pronto para llamar a su hermana?
Miró el reloj de pared de la cocina. Las seis de la mañana… Probablemente era demasiado temprano, pero tenía que contárselo antes de que aquel secreto acabara con ella.
Sacó el teléfono de su funda. Tenía tres llamadas perdidas. Había silenciado el teléfono la noche anterior antes de irse y había olvidado cambiar la configuración. Al mirar la lista de llamadas perdidas vio que dos eran de la noche anterior y que la última era de esa misma mañana. Todas eran de Sara.
La decisión estaba tomada.
A Rina se le cayó el corazón a los pies. Su hermana había intentando contactar con ella varias veces, lo cual significaba que debía de haber tomado una decisión. Sara nunca había sabido contenerse. Una llamada nunca hubiera sido suficiente para ella.
Con manos temblorosas, marcó el número del buzón de voz, pero entonces el teléfono empezó a vibrar de repente.
–¿Sara?
–Oh, gracias a Dios que te pillo esta vez. ¿Dónde has estado? Bueno, en realidad no importa. Sólo quería decirte que regreso hoy…
La voz de Sara se perdió entre las interferencias.
–¿Hoy? ¿A qué hora?
–…tan emocionada… He sido una estúpida, pero he tomado una decisión… hablar con Rey… casarnos… estoy deseando verte….
Rina sintió que se quedaba sin aire. Trató de encontrar palabras en su mente, pero era inútil. De pronto la conexión se perdió.
Las piernas ya no la sostenían, así que se dejó caer en el butacón más próximo. El teléfono se le cayó de las manos, deshaciéndose en unos cuantos pedazos.
Sara iba a regresar para casarse con Rey. Había tomado una decisión sin saber que su hermana, su hermana gemela, la había traicionado de la manera más horrible posible. Rina empezó a sentir que el mundo daba vueltas a su alrededor. No sólo se había acostado con el prometido de su hermana, sino que, además, iba a terminar perdiéndolos a los dos.
Era hora de aclararlo todo. Primero con Rey, y después con Sara. Lo que había hecho no tenía perdón, y sólo podía aferrarse a un hilo de esperanza. Quizá, algún día, su hermana llegara a perdonarla.
Rina se obligó a ponerse en pie y fue a la cocina. Buscó dos tazas y sirvió un poco de café. Era hora de enfrentarse a la realidad.
Rey estaba tumbado en la cama, de espaldas. La blanca sábana le cubría el trasero, insinuando lo que había debajo. De repente, Rina sintió una punzada culpable. No tenía derecho a mirarlo así. Dejó las tazas de café sobre la mesita de noche y estiró una mano para despertarle. En cuanto sus dedos entraron en contacto con el hombro de él, sintió un cosquilleo. Incluso en ese momento, sabiendo que estaba prohibido para ella, sabiendo que tenía que decirle la verdad de lo que había hecho, su cuerpo respondía de forma instintiva. Se inclinó sobre la cama y le empujó sutilmente. –¿Rey? Despierta. Tengo que hablar contigo. Él movió los ojos por debajo de los párpados y un momento después estaba despierto. Levantó la cabeza y rodó hasta ponerse de lado. En cuanto sus ojos se encontraron con los de ella, su mirada se llenó de deseo y lujuria; un deseo que ella reconocía y compartía, por mucho que quisiera evitarlo.
Rey estiró una mano y le acarició la cara, los labios…
–Buenos días –sonrió y la agarró de la nuca para darle un beso.
Al sentir la ternura de sus labios, Rina sintió el picor de las lágrimas en los ojos; tanto así que se vio obligada a cerrar los ojos. No podía llorar delante de él.
De alguna manera encontró la fuerza que necesitaba y se apartó de él. Se incorporó y se paró junto a la cama.
–¿Ya te has cansado de mí? –le preguntó él entre risas.
–No. No es eso –agarró una de las tazas y se la ofreció–. Ten. Tómatelo.
Rey se incorporó y aceptó la taza.
–Preferiría. Preferiría tomarte a ti, querida.
Después de saber lo que tenía que decirle, él ya no la querría más. Rina bebió un sorbo de café y enseguida deseó no haberlo hecho. El intenso brebaje se le atragantó, aumentando el nudo que tenía en la garganta.
–Sar… ¿Todo va bien?
Rina apenas podía mirarlo a los ojos. Dejó el café sobre la mesa y se sentó en el borde de la cama.
–Yo no… Yo no soy quien tú crees que soy.
Rey sintió una rabia creciente en su interior. ¿Eso era todo? ¿Por fin había conseguido lo que deseaba? ¿Por qué quería decirle la verdad en ese preciso momento? No había ninguna razón para ello. Había sido una locura darles lo que buscaban acostándose con ella.
«¿Acostarse?», se preguntó.
En realidad había sido mucho más que eso.
La culpa se clavó en su corazón. Había sido mucho más que sexo. Había hecho el amor con ella, la había venerado y amado como nunca antes había amado a nadie.
Resentido, ahuyentó esos pensamientos. Las hermanas Woodville tenían un plan y él había caído en la trampa.
–Sé quién eres –le dijo con contundencia.
Rina se quedó perpleja.
–¿Lo sabes?
–Eres Sarina Woodville. La hermana gemela de Sara Woodville, mi prometida.
–¿Cómo…? ¿Cuándo…? –Rina miró hacia la cama–. ¿Por qué?
–¿Cómo? Bueno, eres una réplica perfecta de tu hermana, pero hay algunas cosas que no puedes fingir y el carácter de tu hermana es una de ellas.
–Pero nunca me dijiste…
–¿Que nunca te dije nada? ¿Y por qué iba a hacerlo? No tenía tiempo de jugar a vuestros estúpidos juegos. En ese momento mi prioridad era mi hermano y mi abuelo. Y después empezaste a ayudarme en la oficina cuando más lo necesitaba. Supongo que por lo menos he recibido una recompensa por lo que tu hermana y tú me habéis costado.
–¿Y desde cuándo lo sabes?
–Me di cuenta de que no eras Sara cuando te besé. En ese momento me di cuenta de que no eras la mujer con la que me había comprometido.
–¿Cómo? –preguntó Rina, perpleja.
Rey no estaba dispuesto a contestar a esa pregunta. No podía decirle que besarla había sido una experiencia única que había cambiado su vida sin remedio.
No quería pensar en eso. No quería recordar lo mucho que había disfrutado cuando habían bailado juntos en el bar de tapas, o cuando habían trabajado juntos. Sobre todo no quería pensar en lo que ella le había hecho sentir la noche anterior.
–Eso no importa. Lo importante es que te pillé a tiempo antes de que pudieras sacar tajada de todo esto.
–¿Tajada? No entiendo nada. Sara simplemente me pidió que…
–¿Te pidió que me mintieras? ¿Que me engañaras? ¿Que me expusieras a mí y a mi familia a un escándalo? –sonrió, aunque en realidad no tenía ganas de reírse–. Ya ves… La familia del Castillo no deja pasar ni una. Vosotras dos no sois las primeras que intentan vendernos a la prensa y a los medios, o peor. No sois las primeras que tratan de extorsionarnos. No somos tan tontos como para dejar que algo así ocurra, por muy agobiados que estemos.
–Pero eso no es cierto –dijo Rina, insistiendo. Tenía la cara pálida y las pupilas increíblemente dilatadas–. No tratamos de extorsionarte. No se trata de eso. Sara no quería preocuparte…
Él resopló.
–¿Preocuparme? No me preocupáis. Siento desprecio por vuestra avaricia y ardides. Sé que Sara necesita que el patrocinador renueve el contrato para seguir con las exhibiciones. Por lo menos fue lo bastante honesta como para decírmelo mientras estaba aquí. Pero, claramente, quería algo más que eso, y tú también. Dime algo… Cuando tu novio rompió contigo, ¿fue porque descubrió tus mentiras? ¿O es que decidiste romper el compromiso para buscar un pez más gordo?
–Las cosas no fueron así –gritó Rina, desesperada.
Rey pensó que era una actriz muy buena. No podía negarlo. Incluso en ese momento, deseaba estrecharla entre sus brazos y consolarla; borrar todo el dolor que había en su rostro.
Pero no podía hacerlo. Ella lo estaba manipulando de nuevo y no podía caer en su trampa.
–Rey, tienes que creerme. Jamás haría algo así. ¡Te quiero!
La rabia que llevaba tiempo acumulándose en su interior estalló en un arrebato de furia. No tenía suficiente con haberle seducido en cuerpo y alma, sino que también se permitía el lujo de jugar con su corazón.
Rey se levantó de la cama, envolviéndose con la sábana. La taza de café, intacta, se cayó al suelo, haciéndose añicos.
–¿Que me quieres? ¿Te atreves a decirme que me quieres?
–Es cierto. Sí que te quiero. No esperaba… No quería que ocurriera. Estás comprometido con mi hermana.
–Estaba.
–Pero nosotras… No hicimos… Por favor, por lo menos, escucha lo que tiene que decirte.
–Escucharé lo que tenga que decirme y después saldréis pitando de esta isla. Ya no sois bienvenidas aquí. Vuestro visado expirará esta misma tarde.
Rey dejó caer la sábana y se puso los pantalones. Hizo una bola con el resto de la ropa y se la metió debajo del brazo.
–Rey, por favor. No te vayas. Por favor, no te vayas así. Sé que debería habértelo dicho todo desde el principio, pero no fui capaz de encontrar el momento adecuado.
Estiró la mano izquierda y trató de detenerle, pero él siguió adelante. El anillo de diamantes que le había dado a Sara todavía brillaba en su dedo, capturando los rayos del sol de la mañana.
–Eso no es tuyo.
–Lo sé. Lo siento –dijo ella, agachando la cabeza. Se quitó la joya y se la puso en la palma de la mano.
Reynard aceptó el anillo y se lo guardó en el bolsillo. No quería volver a verlo en toda su vida.
–Lo arreglaré todo para que te vayas de la isla de inmediato. Uno de mis empleados se pondrá en contacto contigo muy pronto –dijo, yendo hacia la salida.
Al llegar junto a la puerta, se detuvo un instante.
–Oh, y gracias por esta noche. Al final ha merecido la pena.