CAPÍTULO 26
Padre John Reilly
Agente de la Orden de Bruder Klaus
Departamento de Justicia — Directiva:
Asunto: Entrevista al sospechoso John Reilly
Se capturó al detenido en CENSURADO, en un tramo de túnel bajo el centro de Chicago. Después se le transfirió a un centro penitenciario de CENSURADO. Nada más llegar, lo entrevistó el agente de campo encargado de la supervisión.
A continuación se trasladó al detenido a una sala de interrogatorios adaptada a crepusculares, de las cuales existen cinco: en la ciudad de Nueva York, Dallas, Chicago, Los Ángeles y Miami.
Siguiendo el protocolo nivel seis para interrogatorios, al detenido se le retiene para seguir con las entrevistas mientras el secretario de defensa de los Estados Unidos mantiene el estado de DEFCON 2 a nivel nacional. El agente especial al mando de la Unidad de Delitos Crepusculares, Hugo Zumthor, ha activado a todos los agentes de campo en respuesta y ha asumido el control de la entrevista. Se necesita autorización de seguridad de alto secreto para acceder a la siguiente transcripción.
Pistas de la transcripción con taquígrafo.
Zumthor: Bueno, al parecer es un sacerdote católico de verdad.
Padre Reilly: Pues sí.
Zumthor: Entonces, ¿cómo acaba un sacerdote metido en un grupo de crepusculares que están formando su propia secta? Suena como el principio de un chiste.
Padre Reilly: O el final.
El agente James entra en el cuarto.
James: Alguien del Departamento de Justicia me ha contado que la CIA y Seguridad Nacional estarán aquí en menos de una hora. Es usted famoso, amigo mío.
El agente James sale del cuarto.
Zumthor: Supongo que será mejor ir al grano. ¿Cuándo conoció a su primer crepuscular?
Padre Reilly: ¿No lo sabe?
Zumthor: ¿El qué?
Padre Reilly: Formo parte de la Orden de Bruder Klaus.
El agente Zumthor se levanta de la silla y se sienta en la mesa.
Zumthor: No parece la deducción más lógica, pero ¿qué sé yo? Bueno, vale, dígame cómo lo recrearon. Vamos a empezar por ahí.
El sujeto no responde. Mira al agente a los ojos durante veinticuatro segundos.
Padre Reilly: Vale. Empezaré por el medio. Me enviaron a nuestro piso franco de Mont-Saint-Michel.
Zumthor: ¿Qué es eso?
Padre Reilly: Es una islita junto a la costa francesa. La isla tiene dos kilómetros y medio de playa. También un monasterio que parece un castillo, como algo sacado de Juego de tronos, y una calle con algunas casas y tiendas. Con eso basta para ocupar casi toda la isla. Es un bonito lugar turístico para ir de visita, si le gustan esas cosas. Lo mejor es que cuenta con defensas naturales: se puede caminar a la isla desde la costa si la marea está baja, pero, cuando sube, se convierte en un foso natural y hace falta una embarcación.
Zumthor: Estoy deseando verla. Siga.
Padre Reilly: Lo normal es que duerma durante el día, por razones obvias; en esa época me preocupaba tanto que me atacara un crepuscular que sentía la necesidad de permanecer en guardia por la noche. Pero era diciembre, hacía mucho frío, no me sentía demasiado bien, estaba a la fuga y el jet lag me había dejado para el arrastre… Así que me quedé dormido a las ocho de la tarde en un viejo catre desvencijado colocado contra la pared de piedra.
Bueno, me desperté a la una de la mañana y tenía la mano de alguien en el pecho.
Zumthor: ¿La mano de quién?
Padre Reilly: Liza Sole.
Zumthor: ¡No me joda! Seguro que fue como una patada en el estómago. Me sorprende que siga vivo.
Padre Reilly: Sí. Al principio creí que estaba soñando. Después empecé a darme la extremaunción mientras me regañaba por haber cometido semejante error. Tenía el corazón acelerado. Había sufrido muchas pesadillas sobre aquello.
Zumthor: ¿Qué hizo ella?
Padre Reilly: Me dio unas palmaditas en el pecho, se acercó a una silla y se sentó.
Zumthor: Me cuesta creerlo.
Padre Reilly: Le aseguro que nadie se sorprendió tanto como yo.
Zumthor: ¿Qué pasó después?
Padre Reilly: Hablamos, agente Zumthor.
Zumthor: ¿En serio? ¿Y de qué iban a hablar?
Padre Reilly: Suspira. De todo. De la vida. Yo tenía muchas preguntas. Quería saber cómo vivía. ¿Cómo eran sus días? Cada día era distinto para ella. Como va a vivir tanto, tiene tiempo para observar todo la que la rodea. De fijarse en todo lo que existe. De sentirlo todo. Me dijo que su concepto del tiempo y de la memoria había cambiado para siempre. Que las acciones y los objetos sencillos parecían más nítidos. Le daba la sensación de que la comunicación entre los crepusculares era muy difícil y de que crecía la preocupación de que muchos de ellos se estuvieran viendo afectados por el síndrome de solipsismo, que los aislaba cada vez más. Soledad opresiva. Al parecer, sufrían una enfermedad de desapego a causa de todos los cambios en sus cuerpos y en su entendimiento… Los obligaba a concentrarse en cultivar y comprender sus mentes en vez de en las relaciones interpersonales.
Además, entre ellos, y sólo entre ellos, hablan a contrapunto, cosa que yo no sabía.
Zumthor: ¿Qué significa eso?
Padre Reilly: Se pisan al hablar, muy deprisa, como si se anticiparan a lo que dirá el otro. Algo parecido a cuando dos líneas de música se tocan a la vez en algunas canciones. Como Mozart o los polirritmos africanos. Un proceso muy interesante.
Zumthor: Supongo que se dejó la parte de chuparles la sangre a humanos inocentes.
El sujeto guarda silencio. Mira al agente.
Zumthor: Entonces, ¿qué hizo Liza Sole durante sus viajes? ¿Se lo dijo?
Padre Reilly: Liza viajaba haciendo autostop a ciudades grandes y pequeñas. En realidad nunca se comportó como si estuviera a la fuga. Su forma de vivir era deliberada…, informal, supongo. Se pasaba la noche en bares, bibliotecas o cafeterías, en busca de gente con la que vibrar. La música en directo le encendía la sangre, y los músicos eran su debilidad. El pelo largo, la mala higiene, la personalidad torturada. La seguían como cachorritos.
Zumthor: No es precisamente el estilo de vida intachable que estos crepusculares aseguran llevar. Entonces, ¿por qué estaba usted en el monasterio?
Padre Reilly: En aquel momento, esperaba a Sara Mesley.
Zumthor: Hablando de echar gasolina al fuego. ¿Por qué?
Padre Reilly: No lo sé. Sigo sin saberlo. Quería reunirse conmigo. Supuse que para informarme de una nueva misión.
Zumthor: Seguro. Vale, ¿qué pasó después de intimar con Liza?
Padre Reilly: Me pidió que me marchara con ella.
Zumthor: ¿Con ella? ¿Adónde?
Padre Reilly: A su siguiente destino. Como es natural, tenía que seguir moviéndose, ya que era la persona más buscada… en todas partes. No había mucho tiempo. Al principio quería ir a la aldea de Courtils, donde sabía de la existencia una granja con un sótano enorme en el que podría quedarse hasta su siguiente destino.
No sé por qué dije que sí. Me quedé sentado, mirándola, un buen rato. ¿Quién sabe si hubiera cambiado de idea de tener días, meses o años para pensarlo? A día de hoy, sigo sin saberlo. Puede que fuera por la oportunidad de ver más allá del dogma de mi vida. ¿Prevalecería la fe? ¿Era la prueba que había estado esperando?
Zumthor: ¿De modo que se fue?
Padre Reilly: Ojalá hubiera sido tan fácil. Llevábamos tanto rato hablando que habíamos perdido la noción del tiempo, por lo que tuvimos que apresurarnos para que no nos alcanzara el amanecer. Liza consultó la hora y se levantó sin decir palabra. Me miró con una expresión vacía antes de sonreír, y yo tampoco pude decir nada. Tenía las ideas muy claras. Me levanté con ella y caminamos hasta la puerta. Iba a suceder. Fue entonces cuando me percaté de que subía la marea y, entonces, todo cambió…
Zumthor: ¿Qué pasó?
Padre Reilly: Apareció Sara Mesley. Llegamos a la escalera de piedra exterior que rodeaba el monasterio. La luna brillaba, y se veía toda la isla iluminada, como un escenario. A medio camino de bajada, oí un grito desde arriba: «¡Reilly!». No quería mirar, pero lo hice, y allí estaba Sara, observándome desde lo alto de las escaleras y el mirador.
Jamás olvidaré su cara.
Zumthor: ¿Rabia?
Padre Reilly: Ojalá fuera sólo eso. Traición. Eso en primer lugar. Después, dolor. Y después, por fin, rabia.
Zumthor: ¿Y usted se fue?
Padre Reilly: Sara salió disparada como un misil. Todos sabíamos lo peligrosa que era. La marea alta subía, y la arena, que normalmente se podía recorrer andando, ya estaba ocupada por el océano cuando abandonamos la isla. Además, ninguno de los dos esperaba que lo persiguiera una guerrera fanática.
No podía seguirle el ritmo a Liza, pero ella se quedó a mi lado mientras el agua me subía a las rodillas, a la cintura, al pecho. Apenas podía mover las piernas. Era como si fueran de plomo, y el agua salada me salpicaba la cara y me quemaba la boca al intentar respirar. En un instante, el agua me cubrió la cabeza, y me lancé al mar con los brazos cortando las olas, medio nadando.
Al cabo de unos tres metros, notaba los brazos pesados como el cemento, y tuve que parar y flotar para recuperar el aliento. Tres balas atravesaron el agua junto a mi cabeza, y apenas me molesté en moverme mientras Liza me abrazaba y seguía nadando cargada conmigo.
Volví la cabeza, y allí estaba Sara, a unos cuarenta metros, moviendo los brazos como si la esperara el oro olímpico en la línea de meta. Caímos a la orilla, empapados y cubiertos de arena, e incluso Liza tuvo que descansar un momento antes de seguir. Corrimos a la moto que había dejado aparcada…
Zumthor: Claro, una puta moto. Qué apropiado.
Padre Reilly: Reconozco que da la imagen. Nos subimos y nos fuimos directos a Andorra.
Zumthor: No la conozco.
Padre Reilly: En realidad es un poco raro, una ciudad estado soberana cerca de la frontera entre Francia y España. Está entre montañas. Estupendas defensas naturales.
Zumthor: Todo solucionado, entonces.
Padre Reilly: No del todo. Sara tuvo que robar un coche o algo, pero el caso es que estuvo encima de nosotros desde el principio. Acabamos en una granja de las montañas.
Zumthor: ¿Y entonces?
Padre Reilly: Esperamos una semana hasta que llegó un carguero para llevarnos a Nueva York.
Zumthor: ¿A Nueva York? ¿Por qué?
El sujeto hace una pausa y se mira las manos esposadas.
Padre Reilly: Para reunirnos con Cian Clery.
Zumthor: ¿En serio?
El sujeto asiente con la cabeza.
Zumthor: ¿Por qué?
Padre Reilly: En aquel momento, no lo sabía.
Zumthor: ¿Lo conocía ella?
Padre Reilly: Ella lo había recreado.
El agente no dice nada. Abre la boca y la cierra. El sujeto asiente, despacio.
Padre Reilly: Lo sé. Liza no entró en muchos detalles, aunque mencionó que, en su huida, se sintió muy atraída por la ciudad de Nueva Orleáns. Sin razón aparente, tenía que llegar allí como fuera. A finales de verano, llegó a la ciudad y se alojó en una casa de estilo criollo en la avenida Saint Charles. Había un sótano amplio y muy completo en la residencia, propiedad de un arquitecto viudo que, tras retirarse, se había dedicado a distintas causas y al trabajo voluntario. También era un ferviente defensor de los derechos de los crepusculares y una persona extremadamente discreta. Después de terminar las reformas del sótano, los crepusculares que visitaban Nueva Orleans durante los primeros tiempos del virus solían alojarse allí.
Liza pasaba las noches cultivando adelfas para preparar sus infusiones. Una noche estaba cortando hojas de la planta a la reluciente luz de la luna cuando Cian Clery apareció ante ella con una mochila de pelo de camello colgada al hombro y la ropa sucia colgándole sin gracia de su delgada figura.
—Has traído contigo a las langostas —dijo Liza, sonriendo, enseñándole las hojas marcadas que estaba cortando.
—Te lo compensaré con miel fresca de una colmena de Florida —contestó él asintiendo.
Se quedó allí. Durante ese tiempo, surgieron nuevos asuntos que afectaron a la situación de Liza y su capacidad para moverse libremente. La orden le hará creer que Liza estaba detrás del robo en la propiedad de Borgo, el cuarto rione o barrio de Roma. Que da la casualidad de que también es el barrio más cercano al Vaticano. El rastro de las compras de distintos edificios en Borgo llevaba hasta una empresa fantasma que se suponía controlada por los crepusculares. Como si no fuera suficiente con encontrarse en el primer puesto de su lista de más buscados, esos acontecimientos terminaron por colocar a Liza en el punto de mira de la orden, aunque nunca se demostró que ella instigara las compras.
Cian y Liza pasaron juntos los días siguientes, los dos colaborando para trabajar en el jardín por las noches. No se hablaban; se daba por sentado que recrearía a Cian. ¿Qué fuerza de la naturaleza podía evitar lo que siempre había estado escrito? Sólo sé lo que me contó él sobre su recreación, aunque estuvo a punto de no sobrevivir. A Liza no le gusta demasiado recrear porque, al ser la primera de esta era, es la más… No sé, la más poderosa de todos nosotros. No hay mucha gente capaz de soportar una infusión semejante y la replicación del virus en sus cuerpos.
El proceso de Cian duró una semana e incluyó varios periodos en los que, de haberlo llevado a un hospital, lo habrían declarado clínicamente muerto. Los recuerdos de Clery sobre el proceso son fascinantes, casi increíbles. Su mente llegó a una sala, donde la encerraron en un tubo de roble, y debajo de él había cuerpos retorciéndose de dolor. Una serie de formas complejas entraron en su organismo (quizás ADN recreado) y pudo ver su vida y todos los pensamientos que la acompañaban como si fueran una catenaria que viajara por una especie de sistema de coordenadas cartesianas, con un radio que se detenía en cada recuerdo, que era una marca en la línea, que se convertía en una curva al llegar al momento actual de su vida. Vio partes de su existencia que no habían sucedido nunca. ¿Ocurrirían en el futuro? Pero se dio cuenta de lo que todos comprendemos en ese momento del que no le hablaré porque no es uno de nosotros: todos somos Anoesis, y sí, todo lo que cree que eso implica.
Y entonces se despertó con un hambre muy concreta y se fue…
La puerta se abre; se llevan al sujeto.