Antes de que pudiera darse cuenta de lo que había pasado, Bobby se encontró solo en su casa.
Solo eran las dos de la tarde. Debería volver a la obra, fingir que nada de eso había pasado. Los contratistas y los obreros dependían de sus sueldos para pasar el invierno. Algunos habían dejado sus trabajos para dedicarse a la construcción del complejo. Si Caine se salía del trato, y era lo más probable, todos se quedarían en la calle.
¿Y sus hermanos, Ben y Billy? Perderían grandes sumas de dinero.
Mucha gente dependía de él. Todos le habían dado su confianza, habían creído que realmente podía sacar adelante ese complejo.
Y Stella… ella también le había dado su confianza. No había tenido la obligación de ir hasta allí para decirle que estaba embarazada. Pero lo había hecho de todos modos.
Sin pensarlo, Bobby condujo a casa de su hermano Ben. Cuando fue consciente de ello, estaba sentado ante la mesa del comedor, con la cabeza entre las manos.
–¿Bobby?
Al oír el sonido de su nombre, levantó la vista y se encontró con la mujer de Billy, Jenny Bolton.
–¿Qué pasa?
–¿Bobby está aquí? –preguntó Josey, saliendo de la cocina con la pequeña Callie en brazos–. ¡Estás aquí! –exclamó y, al verlo, soltó un grito sofocado–. ¿Qué pasa? ¿Stella y el bebé están bien?
–¿Qué bebé? –preguntó Jenny.
No había forma de zafarse de la situación, pensó Bobby. Era mejor contárselo primero a Josey y a Jenny. Tal vez, si no lo odiaban demasiado, le ayudarían a suavizar la reacción de sus hermanos.
–Stella y el bebé están bien. Pero ella se ha ido.
–¿Qué bebé? –repitió Jenny con más insistencia.
–¿Cómo que ella se ha ido? –dijo Josey, sentándose a la mesa–. No lo entiendo.
–Yo tampoco lo entiendo.
–Es mejor que alguien me cuente qué está pasando –pidió Jenny, tamborileando los dedos sobre la mesa–. Ahora.
Bobby respiró hondo, pero eso no bastó para aclararse la mente. Quizá, Jenny lo entendería. Ella llevaba un grupo de apoyo para adolescentes embarazadas. Aunque ni Stella ni él eran adolescentes, Jenny igual veía las cosas con más perspectiva. O eso o querría matarlo. Esa también era una opción.
–He dejado embarazada a una chica. A una mujer, en realidad. Vino a contármelo y la convencí de que se quedara conmigo mientras pensábamos qué hacer. Entonces, su padre se presentó.
Josey abrió los ojos de par en par.
–¿David Caine… ha venido aquí?
–Un momento –dijo Jenny impaciente–. ¿El mismo David Caine que produce vuestro reality show?
–Sí –contestó él.
Josey se llevó la mano a la boca.
–¿Cómo se ha enterado?
–Es difícil de explicar.
–Inténtalo –le retó Jenny, cada vez más malhumorada.
–Su amigo de la infancia, Mickey, es el guardaespaldas y padre adoptivo de Stella. Él le contó a David dónde estaba Stella. Y David vino a recogerla.
Bobby miró a Josey, buscando algo de consuelo. Pero se topó con sus ojos horrorizados.
–¿Qué pasará con el programa? ¿Y con la construcción?
Lo único que pudo hacer Bobby fue encogerse de hombros.
–No lo sé.
Jenny arqueó una ceja con desaprobación.
–De acuerdo. Explícate. Cuéntalo todo, desde el principio.
Bobby se lo contó. Empezó por la noche en que había conocido a Stella en la fiesta y no paró hasta que llegó a la parte en que Stella se había marchado. No omitió ningún detalle, incluyendo que le había reservado una habitación al bebé y no le había hablado a Stella de ello. Tampoco se calló la parte en que David Caine había prometido hundirlo.
Cuando hubo terminado, Josey y Jenny se quedaron calladas, mirándolo. Callie se había quedado dormida en brazos de su madre, que se levantó para llevarla a la cama.
Jenny y Bobby no intercambiaron palabra mientras Josey volvía. Él no sabía si eso era buena o mala señal. Jenny no era la clase de mujer que se callaba lo que pensaba. Su silencio no le daba buena espina.
Cuando Josey regresó, se sentó junto a Jenny, al otro lado de la mesa, frente a Bobby, igual que dos jueces. Él esperó su veredicto.
–¿Y bien? –preguntó Bobby, tras aclararse la garganta.
–La has fastidiado bien –dijo Jenny.
–Eso ya lo sé.
–Tengo una pregunta –dijo Josey, la más práctica del grupo, esbozando un atisbo de sonrisa–. ¿Qué quieres tú?
–Ya no se trata de qué quiero yo –contestó él, recordando las palabras de Stella.
Jenny y Josey intercambiaron una mirada que Bobby reconoció al momento. Era la misma que compartían cada vez que uno de los Bolton hacía algo estúpido.
–¿Qué?
–¿Por qué los guapos siempre son los más idiotas? –comentó Jenny.
–Bobby, piénsalo –insistió Josey, hablándole con el mismo tono de voz que emplearía con un niño de cinco años–. Todo ha girado siempre alrededor de lo que tú querías, desde el primer momento en que ella vino a contarte que estaba embarazada. Lo único que Stella te ha pedido es que seas honesto respecto a lo que tú quieres.
Jenny no fue tan comprensiva.
–¿Dijiste que ella quería una familia?
–Sí.
Josey asintió.
–A mí me dijo que no quería casarse a menos que tú quisieras hacerlo.
–¿Y? –preguntó él, sin comprender.
–Cielos, hay que ver que dura tienes la cabeza –murmuró Jenny.
–¿No tienes que ir a buscar a tu hijo al colegio o algo así? –replicó él.
Jenny le lanzó una mirada de odio.
–Me he tomado el día libre. Tengo una cita –explicó ella y su mirada se suavizó–. Estoy embarazada de tres meses.
Genial. Justo cuando las cosas no podían ponerse peor. Billy iba a ser padre, un buen padre. Bobby no tenía la menor duda de que su hermano acudiría a todas las citas con el médico, vería todas las ecografías, estaría presente en el parto.
Todas las cosas que él nunca podría hacer.
–Bobby, ¿cómo se lo has pedido? –quiso saber Josey, sin perder la paciencia.
–¿Qué quieres decir?
Jenny miró al techo con frustración.
–¿Te pusiste de rodillas y le dijiste que no podías vivir sin ella? ¿Le dijiste que la amabas más que al sol, la luna y las estrellas? ¿Le recitaste un poema?
Bobby lo pensó. Le había dicho a Stella que tenían que casarse. Y, cuando ella se había negado, le había dicho que, si cambiaba de idea, su oferta seguía en pie.
–No…
–Por todos los santos –rezongó Jenny.
Bobby miró de reojo a Josey, que asentía, de acuerdo con su prima.
–Apostaría lo que fuera a que ella cree que solo se lo has propuesto porque quieres salvar tu negocio, no porque la quieras a ella.
Si las dos tenían razón… Bobby escondió la cabeza entre las manos. Todo el tiempo había estado pensando en la habitación del bebé, en darle un espacio para hacer su tienda, en lo mucho que quería que Stella se quedara. Había estado pensando, pero no lo había puesto en palabras. No había hablado con Stella. Había estado tan centrado en preguntarle qué quería ella, que no le había contado lo que él quería.
–Creo que ahora lo ha entendido –comentó Jenny, mirándolo con compasión.
Bobby se había quedado sin nada. No tenía a Stella, ni…
–Si pierdo el complejo, mis hermanos me matarán. Han invertido mucho dinero. Perderán millones.
–Cielos –protestó Jenny–. Seguro que Billy también ha tomado alguna mala decisión de negocios alguna vez en su vida. Como cuando le pagó a una antigua novia para comprar su silencio.
–Y Ben tampoco dudaría en dejar que su empresa se hiciera pedazos si entrara en conflicto con algo que quisiera. Como la vez que dimitió porque cierto hermano suyo canceló un pedido de material.
Las dos mujeres se miraron y sonrieron.
Bobby se frotó la mandíbula, en el lugar en que Ben le había roto de un puñetazo por cancelar su pedido.
–Sí, supongo que sí –dijo él. Sin embargo, estaba seguro de que Billy le daría una patada en el trasero. Quién sabía cuántos huesos le romperían en esa ocasión.
–Eres un tipo muy creativo. Aunque Caine le hable de ti a la prensa, ¿a quién le importa? –señaló Jenny–. Levantarás cabeza como siempre haces, sabrás usarlo en tu beneficio. ¿Qué problema hay?
¿De veras estaban menospreciando las amenazas de David Caine?, se dijo Bobby, impresionado.
–Pero el dinero…
Jenny se encogió de hombros, como si un par de millones no significaran nada.
–Para que te enteres de una vez, el dinero no compra la felicidad. Ese David Caine es uno de los hombres más ricos del planeta, ¿verdad?
–Sí…
–¿Es un hombre feliz? ¿Es feliz su hija? Parece que no. Eso es algo que nunca he comprendido de ti, Bobby –continuó Jenny, meneando la cabeza–. Eres un tipo rico, mucho más que la media de los mortales, pero no es suficiente para ti. ¿Qué quieres comprar con todo ese dinero?
–Respeto.
Al decirlo en voz alta, a Bobby le resultó una tontería.
–¿El respeto de quién? –quiso saber Jenny–. No el mío. Yo respeto a la gente por sus acciones.
–Ni el mío –añadió Josey–. Ni el de Stella. Así que, si lo haces para lograr el respeto de David Caine, tienes que decidir si merece la pena.
¿El respeto de quién?, caviló Bobby. Siempre se había dicho que todos sus esfuerzos eran para demostrar a sus hermanos que era un hombre válido y capaz. El complejo residencial sería su mayor logro. Algo que había conseguido desde cero. Solo.
Aunque había sido una mentira desde el principio. Él nunca habría podido hacerlo solo. Había necesitado que su familia aceptara participar en el reality show y que invirtiera dinero. El complejo había sido idea suya, pero el mérito no era solo suyo. Y, cuando David Caine terminara con él, nunca lo sería. Se mirara como se mirara, había fracasado.
Pero estaba Stella. Y el bebé.
Durante unas pocas semanas de felicidad, Stella había hecho algo con él que había sido solo suyo.
–Te perdonarán –aseguró Josey, rompiendo el silencio.
Jenny dio un respingo.
–Algún día.
–Jenny –la reprendió Josey–. Te perdonarán tus hermanos, Bobby. Sé que lo harán. ¿Pero podrás perdonarte a ti mismo?
Sus palabras le llegaron al alma.
–Tengo que ir a buscar a mis chicos –dijo Jenny–. Buena suerte, Bobby.
Bobby se había quedado sin palabras. Jenny se marchó y Josey también se levantó, dejándolo solo en la mesa, mirando al vacío como un tonto.
Tenía algo que había hecho por sí solo, algo que solo le pertenecía a él. Tenía una relación con Stella. Nadie podía quitarle eso, ni Caine, ni Mickey, ni sus hermanos.
No iba a dejar que Caine ganara.
Era hora de hacer su jugada.
Tenía que ir a buscar a Stella.