Callie no era muy indicada para lanzar flores delante de la novia. En vez de esparcir los pétalos de rosa que llevaba su madre en una cestita, volcó la cesta y mordisqueó el mango.
El hijo de Billy y Jenny, Seth, apareció por la puerta, llevando los anillos. Estaban todavía en su cajita. Bobby no había creído necesario colocarlos en un almohadón blanco en aquella sencilla ceremonia civil.
Normalmente, en Nochebuena, todos los Bolton se reunían en casa de su padre. Comían asado y brindaban por su madre. Ese año fue distinto. Después de una ruidosa comida en un restaurante cercano, Bobby estaba en el juzgado de paz, vestido de traje. Sus hermanos lo acompañaban. Incluso Billy se había puesto corbata para la ocasión.
La sala estaba bastante vacía. En un lado, Jenny estaba delante del padre de Bobby, Bruce Bolton, sentado junto a Cass, la recepcionista de Crazy Horse Choppers.
Al otro lado, Gina y Patrice estaban sentadas de la mano. Stella había decidido no invitar a nadie de Nueva York, aunque le había permitido a Mickey invitar a su padre. David Caine no había respondido, pero a ella no le importaba. Stella había querido hacer una ceremonia pequeña e íntima.
Cuando las puertas se abrieron de nuevo, Bobby contuvo un grito de admiración. Stella entró del brazo de Mickey. No le había dejado a su futuro marido ver su vestido de novia, que había cosido en casa de Gina y Patrice.
–Ha merecido la pena esperar, ¿verdad? –le susurró Ben a Bobby.
–Sí –fue todo lo que el novio pudo decir.
Stella llevaba una falda color crema que llegaba hasta el suelo. Debajo sobresalían unos zapatos rojos de tacón. En el cuerpo, se había puesto una chaqueta estilo esmoquin del mismo color crema y de satén. Llevaba tres rosas rojas en la mano. Una por Bobby, otra por ella y otra, por el bebé. El cuerpo de su atuendo era ajustado y resaltaba sus curvas. Estaba ya de tres meses y medio y su cuerpo se estaba volviendo exuberante. En la cabeza, llevaba un pequeño velo de encaje color crema. Por supuesto, con motivos de calaveras.
No era un vestido de novia tradicional, pero aquello tampoco era una boda tradicional. No había más invitados, ni regalos, ni un banquete planeado. Diablos, ni siquiera habían llamado a un sacerdote. Los casaba un juez de paz que era motero en sus tiempos libres. La única cámara estaba en manos de Jenny. Nadie más estaba al corriente de la ceremonia. Era algo privado.
Mickey escoltó a Stella al frente. A Bobby le sorprendió ver lágrimas en los ojos del viejo.
Stella besó a su guardaespaldas, antes de darle la mano a Bobby.
–Estás preciosa –le dijo él, conteniéndose para no estrecharla entre sus brazos. Habría tiempo para eso después.
El juez empezó a hablar, citando las frases habituales, aunque a los pocos minutos fue interrumpido, cuando la puerta principal se abrió de nuevo.
Lo primero que pensó Bobby fue que la prensa se había enterado. Después de todo, que la hija de David Caine se casara con la estrella de un reality show era una noticia jugosa para las revistas de cotilleos.
Ben y Billy soltaron una exclamación de sorpresa al unísono. Bobby y Stella se giraron de golpe. Allí, en la última fila, se sentó David Caine en persona. Parecía viejo y cansado, pero no enfadado.
Stella apretó a Bobby del brazo con fuerza.
–Papá –susurró ella.
Bobby ladeó la cabeza como saludo al viejo antes de volverse hacia la novia.
–Sabía que entraría en razón.
–Así es, ¿verdad? –dijo ella con lágrimas de felicidad.
Bobby asintió, envolviendo la mano de ella con la suya.
–Creo que está empezando a darse cuenta de que la familia lo es todo –afirmó él, y se acercó al oído de su novia–. Tú lo eres todo para mí, Stella.
Entonces, el juez se aclaró la garganta y los declaró marido y mujer.
Ella era todo para él.
Y siempre lo sería.