Capítulo Cinco

 

El sofá no era nada cómodo. Bobby se quedó en vela. La falta de cama no era lo único que le quitaba el sueño. No podía dejar de pensar en cómo, cuando Mickey se había ido, los dos se habían quedado parados en el pasillo, mirándose. Él había querido tomarla entre sus brazos y besarla, pero Stella tenía un aspecto tan angelical y vulnerable que no se había atrevido a hacerlo.

–¿Necesitas algo? –había preguntado él, después de unos instantes de silencio.

–No, gracias –había contestado ella–. El baño ha sido muy agradable, pero ahora estoy cansada.

Stella había regresado al dormitorio, sola, y había cerrado la puerta. Bobby se había dirigido a ese instrumento de tortura que era su sofá.

¿Cómo iba a arreglar las cosas? Ni siquiera sabía qué quería Stella que hiciera. Ella no le había dado muestras de querer casarse… Lo único que le había pedido Stella habían sido ciertas seguridades. A qué se refería, él todavía no lo sabía.

Al final, Bobby se rindió, dejó de intentar dormir y decidió centrarse en un problema que sí podía resolver. Stella tenía que comer por dos. Sí, él había logrado preparar una cena decente esa noche, pero no tenía bastantes provisiones para pasar el fin de semana. Así que se levantó, escribió una lista de cosas que esperaba que a ella le gustaran y dejó una nota con su número de teléfono junto a la foto de los dos.

Lo bueno de ir a comprar a las seis y media de la mañana un sábado era que la tienda estaba vacía. Cargó el carro con toda clase de viandas.

Tenía que casarse con ella. Esa era la única salida. Debía asegurarse de que el bebé llevara su apellido. Era la única manera de que Stella no volviera a desaparecer de su vida.

El espectro de David Caine, sin embargo, no dejaba de sobrevolar sus pensamientos. Antes o después, el dueño de FreeFall TV descubriría que su última estrella de la pequeña pantalla había fecundado a su única hija. Antes o después, el director ejecutivo de Los moteros Bolton sabría que había roto todas las cláusulas morales del contrato, más otras no escritas.

En cierto modo, tampoco le importaba tanto el reality show. Era solo una herramienta para conseguir financiación para el complejo residencial. Tal vez, el mundo no se acabaría porque Caine cancelara el programa de televisión. ¿Pero qué pasaría si retiraba los fondos que había destinado al complejo?

¿Cómo iba Bobby a mantener a su familia entonces?

Llegó un momento en que no cupo nada más en el carro de la compra. En la caja, le llamaron la atención las flores y eligió un ramo con un poco de todo.

Se llevó a casa bolsas llenas de alimentos. Cuando eran más de las ocho de la mañana, se puso a preparar una quiche y marinó unos filetes, por si acaso a ella le apetecía carne. Encontró una receta para hacer magdalenas de calabaza y horneó una calabaza.

Enseguida, la cocina empezó a oler de maravilla, lo que sirvió para poner a Bobby de mejor humor. ¿Cuándo había sido la última vez que había cocinado para una mujer?

Marla, en Beverly Hills. Era divertida, llena de energía, guapa y con muy buenos contactos. Habían acostumbrado a acostarse cuando él estaba en la ciudad y, poco a poco, habían terminado pasando toda la noche juntos. Había sido lo más parecido a una relación que él había conocido.

Una mañana, Bobby le había preparado el desayuno, en casa de Marla. Hasta le había puesto una rosa en la bandeja. Sin duda, era el gesto más romántico que había tenido nunca.

Y Marla… casi se había reído en su cara. Él solo había querido tener un detalle con ella. Y ella lo había considerado una tontería.

Bobby tenía que admitir que eso le había dolido, y mucho. Después de eso, su relación había terminado enseguida. Hacía cuatro años y, desde entonces, no había vuelto a ver a Marla más de un par de veces.

Cuando el desayuno estuvo listo, Bobby miró el reloj. Eran las nueve de la mañana, y Stella todavía no se había levantado. Debería despertarla, pensó.

Durante un momento, estuvo a punto de preparar una bandeja, poner un par de flores en un pequeño vaso y llevarle el desayuno a la cama. Pero el recuerdo de la mirada burlona de Marla lo detuvo. No quería que otra mujer se riera de él por sus atenciones.

Después de asegurarse de apagar el horno, llamó a la puerta del dormitorio.

–¿Stella?

No recibió respuesta.

Entreabrió la puerta y se asomó a la habitación, que estaba iluminada por el sol de la mañana.

–¿Stella?

Ella estaba tumbada boca arriba con un brazo sobre la cabeza y las sábanas por la cintura. Su pelo era una maraña revuelta de color negro y llevaba un fino camisón.

El fino camisón se había movido de su lugar y dejaba ver uno de sus pechos.

A Bobby le subió la temperatura al instante. Le había visto los pechos antes, sí, pero eso era diferente.

La escena que tenía ante sus ojos era, por completo, distinta. ¿Cómo podía tener un aspecto tan dulce, tan delicado?

No. No. Bobby echó el freno a sus pensamientos. No era la clase de hombre que despertaba a una mujer que apenas conocía para seducirla, incluso si ella estaba en su cama y habían hecho el amor en una ocasión antes de eso. Bueno, técnicamente, lo habían hecho dos veces.

–¿Stella?

Ella se movió, con lo que dejó al descubierto un poco más de su piel cremosa. Una piel que las manos de Bobby se morían por tocar.

El recuerdo de su cuerpo en el momento del clímax invadió su mente. El poder de su deseo, la forma en que se había agarrado a él… eran imágenes tan eróticas que no quería olvidarlas nunca.

Eran imágenes que ansiaba volver a hacer realidad.

–Stella –dijo él con tono de plegaria. Necesitaba que ella abriera los ojos, se tapara y parara su tren de pensamientos. Si no, acabaría haciendo algo tan estúpido como despertarla con sus besos.

–Hmm –murmuró ella, y se cubrió la cara con el otro brazo también, arqueó el cuerpo y el camisón se le bajó un poco más.

Ambos pezones quedaron expuestos a la luz de la mañana. Bobby cerró los ojos.

Entonces, se dio cuenta de que sus pies se movían como por voluntad propia, acercándolo a la cama. Hacia ella. No parecía capaz de detenerse. Sus pies conocían el camino. No necesitaba abrir los ojos para llegar hasta allí.

«Estoy metido en un lío», se dijo.

–Stella, cariño –susurró él, arrodillándose junto a la cama. Agarró la sábana y le tapó el pecho.

–Son más de las nueve. Hora de levantarse.

–Hmm –repitió ella, se retorció un poco y, de pronto, abrió los ojos.

Eran de un color verde pálido que Bobby no había visto nunca antes. Eran únicos. Igual que ella.

–Oh –murmuró ella, parpadeando–. Hola.

–Buenos días –repuso él y, sin pensarlo, añadió–: Eres muy bella.

Una sonrisa pintó la cara somnolienta de ella, haciendo sus labios todavía más irresistibles. Entonces, posó una mano en la mejilla de su anfitrión. Él no se había afeitado.

Su contacto hizo que se le acelerara el pulso al momento. Pero, al fin y al cabo, no había sido él quien la había tocado. Él era un caballero.

–Te he hecho el desayuno.

Los dedos de Stella se tensaron, pero no lo apartó de su lado.

–¿Me has hecho el desayuno?

La forma en que lo dijo, un poco sin aliento, sorprendida y complacida, hizo que a Bobby le subiera unos grados más la temperatura.

–Sí. Tostadas con mantequilla y tortilla, zumo de naranja, té y cruasán –contestó él–. ¿Te gusta?

Ella rio con suavidad, un delicado sonido que a Bobby le supo a gloria.

–Has hecho el desayuno para mí –repitió ella. Mientras lo decía, deslizó la mano hasta su nuca. Y lo atrajo un poco más hacia delante.

–Sí –fue lo único que pudo decir Bobby, que se quedó sin aliento por cómo ella lo miraba–. Quería que te sintieras bien. Quiero que te sientas bien.

Al instante, Stella comenzó a besarlo. No era la clase de beso con el que se daban las gracias por la comida. Oh, no. Era la clase de beso que hizo que Bobby se agarrara a las sábanas, luchando por mantener el autocontrol y no devorarla como un león.

Sin embargo, cuando ella le acarició los labios con la lengua, Bobby fue incapaz de mantenerse quieto. Se había portado como un caballero. No había sido él quien había iniciado aquello.

Pero lo terminaría, eso seguro.

Bobby apartó las sábanas, dejando los pechos de ella al descubierto de nuevo. Al ver su cuerpo, su erección creció.

–Eres hermosa –susurró él.

Stella soltó un grito sofocado, sorprendida. ¿Acaso nadie le había dicho lo hermosa que era antes?

Quizá, sí. Había posado como modelo, él lo sabía. Aunque, tal vez, ella nunca se lo había creído.

Sin dejar de mirarla a los ojos, que estaban muy abiertos y llenos de deseo, posó las manos en sus pechos y, muy despacio, le acarició los pezones.

Era difícil ir despacio, esperar y ver cuál era su reacción, se dijo Bobby. Tenía la bragueta a punto de estallarle. No quería ir lento. Quería perderse en el mismo frenesí en que se habían volcado la última vez que habían hecho el amor.

Sin embargo, merecía la pena esperar, se dijo, mientras ella contenía el aliento y lo agarraba con fuerza de la nuca. Sí, a Stella le gustaba cómo la estaba tocando. Cuando volvió a acariciarle el pezón, logró un gemido como recompensa. Esa mujer iba a matarlo de deseo. Y él no quería nada más que una dulce muerte entre sus brazos.

Bobby bajó la boca al pecho de ella. Le lamió la delicada piel del contorno, acercándose al pezón erecto. Stella tenía ambas manos enterradas en su pelo, y lo sujetaba con fuerza, mientras él se esforzaba en ir despacio.

–Oh, sí –suplicó ella con la respiración cada vez más acelerada.

–Mmm –murmuró él, mientras saboreaba su pezón. Su piel sabía a crema con un toque de dulzura. Melocotón y crema, pensó, mientras deslizaba las manos debajo de las sábanas. Las bajó para dejar al descubierto sus braguitas blancas de seda y encaje.

Era tan delicada y femenina… Hermosa, se dijo, metiendo las manos dentro de las braguitas para sujetarle el trasero al tiempo que le lamía el otro pezón.

Le temblaban las manos por el esfuerzo que estaba haciendo para contenerse. En ese momento, más que nada, necesitaba poseerla.

Bobby le quitó el camisón por encima de la cabeza y ella intentó desabrocharle los pantalones. Sin darse cuenta cómo, él terminó tumbado a su lado, medio cubierto con las sábanas. Stella trató de sacarle la camisa por la cabeza, sin conseguirlo. Aunque todavía tenía los pantalones por los tobillos y ella aún llevaba las braguitas de encaje, él no podía dejar de besarla. Se inclinó hacia ella, excitado por la forma en que lo sujetaba de la cintura y hundía las uñas en su espalda con la presión suficiente como para hacerle saber que lo deseaba tanto como él a ella.

Entonces, la besó con pasión, saboreando los sonidos guturales que ella emitía. Eso era lo que le había privado del sueño los dos meses anteriores…

Stella arqueó la espada y apretó hacia él la calidez de su parte más íntima, apenas contenida por las pequeñas braguitas. Él gimió al sentir el delicioso contacto.

En el último minuto, mientras le quitaba la ropa interior, Bobby se acordó de los preservativos. Siempre se ponía uno. Dejándose llevar por la costumbre, abrió el cajón de la mesilla, lo sacó y se lo puso con la precisión de un experto. No tardó más que unos segundos.

Fue tiempo suficiente para que la sombra de la duda planeara sobre el rostro de Stella.

–¿Quieres que pare?

Ella se mordió el labio, que ya estaba bastante enrojecido por sus besos. Maldición. Contenerse, cuando Stella estaba tan hermosa, tan abierta a él, era una agonía que Bobby no había experimentado nunca antes. Pararía si ella se lo pedía. Aunque, después, tendría que darle un puñetazo a la pared.

Stella lo atrajo hacia ella. Él se dejó hacer. Su erección encontró sin problemas en centro húmedo y caliente de aquella hermosa mujer.

Mientras Stella le daba la bienvenida en su cuerpo, él se echó hacia atrás para poder contemplarla. Tenía la boca abierta, pero no emitía ningún sonido. Y los ojos cerrados. Cuando la estaba penetrando, los entreabrió para mirarlo bajo sus largas pestañas.

–Eres preciosa –susurró él, perdiéndose en sus ojos color jade. Era fría en la superficie, pero un volcán de pasión en el interior.

Bobby selló su frase con otro beso y empezó a moverse dentro de ella. La forma en que su cuerpo se tensaba a su alrededor, la manera en que le clavaba las uñas en la espalda… todo en Stella era excitante.

–¿Te gusta así?

–Sí, mucho… ¡Oh!

Una y otra vez, Bobby la penetró, mientras ella dejaba escapar ese pequeño gemido. Al fin, él no pudo contenerse más. La besó con fuerza y se tragó el sonido del placer de su compañera, mientras su cuerpo se rendía al clímax.

Stella no había llegado al orgasmo todavía. Maldición. No podía dejarla atrás. La agarró de las manos y se las sujetó por encima de la cabeza. Ella se encogió y retorció las muñecas entre las manos de él. Entonces, él recordó cómo, la primera vez, Stella se había encogido y se había puesto tensa antes de llegar al clímax.

En ese instante, ella cedió al éxtasis, gimiendo del más puro placer. Bobby salió de su cuerpo y se colocó a su lado para quitarse el preservativo con cuidado. Luego, lo tiró a la papelera que había junto a la cama.

Al momento, la tomó entre sus brazos. Ella emitió un sonido parecido al ronroneo de un gato, acurrucándose junto a su pecho. Sí, había sido difícil ir despacio, pero había merecido la pena, se dijo él.

Y eso era lo que iba a hacer a partir de ese momento.

Ocuparse de darle a Stella lo mejor de sí mismo.