Bobby la apretó entre sus brazos. Su pecho era cálido, sólido y fuerte. Durante un momento, Stella temió que todo hubiera sido un sueño. Había soñado muchas veces antes con despertarse con él a su lado. Pero, en esa ocasión, era real.
Él estaba allí. Le había hecho el amor por la mañana. Y, sobre todo, le había hecho el desayuno.
Suspirando, Stella se acurrucó a su lado, disfrutando de la sensación de no preocuparse por nada. Se alegró de seguir sintiendo lo mismo que la primera vez, hacía dos meses. Era un alivio que no hubiera sido solo una ilusión momentánea.
–Maravilloso –dijo ella en voz alta, sin pensar.
Bobby rio con suavidad.
–Estoy deseando ver qué dices cuando sepas lo que he preparado para comer –comentó, él y la besó en la cabeza.
Al pensar en su estómago, a Stella le sorprendió que no tuviera náuseas. Respiró hondo, tratando de oler el desayuno. Pero su nariz estaba invadida por el aroma de Bobby, a colonia y a su propia esencia personal.
–Empecemos por el desayuno.
–Eso es. Paso a paso.
Ella sonrió, mirándolo a la cara. No estaba recién afeitado, como siempre solía estar. De hecho, no se parecía en nada al hombre con quien se había ido al coche hacía dos meses. El dandi inmaculado y encantador se había convertido en un atractivo y desarreglado compañero.
–¿Qué tal el sofá?
–Regular. El suelo era un poco más cómodo.
Stella le recorrió el vello rubio del pecho con una suave caricia. Todavía llevaba la camisa puesta, medio desabrochada.
–Creo que esta noche sería adecuado que durmieras en tu propia casa.
Él se estiró a su lado.
–Hay un problema.
–¿Cuál?
–Que igual no dormimos.
Stella notó que se sonrojaba, lo que era ridículo, teniendo en cuenta que acababan de compartir la cama.
De pronto, deseó que las cosas fueran siempre así. Que él le hiciera la cena todos los días, que le preparara el baño, que le hiciera el amor por las mañanas. ¿Qué tenía de malo?
No podía desear esas cosas, se recordó a sí misma con amargura. Se abrazó a él un momento más, tratando de almacenar su recuerdo para cuando lo necesitara más tarde. Aparte de la intimidad física que habían compartido, apenas se conocían. Bobby Bolton seguía siendo demasiado encantador, demasiado cortés. Antes o después, se quitaría la máscara y mostraría cómo era en realidad. ¿Qué sucedería entonces? ¿Usaría al bebé como peón para sacar provecho de David Caine? ¿O, más bien, se alejaría de ellos, privando a su hijo de su amor?
–¿Bobby?
–¿Sí?
Stella tragó saliva, tratando de controlar los nervios.
–¿Por qué has usado preservativo? –quiso saber ella.
La respiración de Bobby se aceleró un momento.
–Cuando fuiste al médico, supongo que te hicieron las pruebas pertinentes para descartar que tengas ninguna enfermedad de transmisión sexual.
–Sí. Pues nuestro encuentro fue… –comenzó a decir ella, y se interrumpió. Fue un encuentro accidental. Sexo con un desconocido.
–Yo no me he hecho pruebas desde enero y quiero asegurarme de no contagiarte nada, si lo tuviera –explicó él, y posó los labios en su boca–. Aunque no es probable. No he estado con nadie más desde la noche que estuve contigo.
En parte, Stella se derritió ante sus palabras. No le había preguntado por esa cuestión en particular porque había temido conocer la respuesta. Se había hecho a la idea de que un hombre que se acostaba con una mujer que acababa de conocer en una fiesta solía actuar así de forma habitual.
Pero Bobby no había estado con otra.
Era casi como si la hubiera estado esperando.
Stella meneó la cabeza, tratando de recuperar la cordura. No era posible que la hubiera estado esperando. Solo era un hombre que sabía decir lo que los demás querían escuchar.
–Tengo que pedir cita en mi médico para que me hagan pruebas de nuevo –indicó Bobby, apartándole el pelo de la frente a su amante–. Y…
Stella contuvo el aliento.
–¿Y?
–Y creo que deberíamos hacer una prueba de paternidad –continuó él, apretándola entre sus brazos un poco más–. Dentro de un par de meses, la gente se va a dar cuenta de que estás embarazada. Incluido tu padre. E incluido mi padre. Cuando tengamos los resultados en la mano, entonces…
No había muchas posibilidades de que David Caine se percatara de que su vientre se estaba hinchando, pensó ella. Para ello, tendría que verla, se dijo con amargura. Era un pensamiento demasiado doloroso para ella.
–¿Entonces?
Bobby respiró hondo.
–Entonces, nos casaremos.
Stella parpadeó. Y volvió a parpadear. Pero la imagen del pecho de Bobby ante sus ojos no cambió. Se clavó las uñas en la palma de la mano, esperando que el dolor la despertara de aquel sueño. Después de todo, había soñado muchas veces con Bobby. Porque no era posible que él acabara de pedirle que se casaran. Al sentir cómo se le clavaban sus propias uñas en la piel, el dolor la hizo caer de golpe en la realidad.
No era esa la razón por la que había ido a verlo. No tenía intención de atrapar a Bobby en un matrimonio sin amor. Pero su corazón pensaba por voluntad propia. De pronto, se los imaginó a los dos viviendo juntos, criando a su hijo como una familia. Cielos, cómo deseaba que la calidez de esa imagen fuera real. Más que nada en su vida, eso era la que ella necesitaba, una familia propia, un lugar donde encajara y se sintiera querida. Algo que fuera suyo de verdad.
¿Estaba hablando Bobby de eso? ¿De formar una verdadera familia? ¿Una unión en la que el padre y la madre se amaran entre sí y a su bebé, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte los separara?
¿O se trataba de otra cosa?
Debía respirar, mantener la calma, se dijo a sí misma. Eran dos cosas que había perfeccionado a lo largo de años de tratar con su padre.
Se había pasado casi veinte años esperando que su padre la perdonara, que pudieran ser una familia de nuevo. Más tarde, había llegado a renunciar a ese sueño. Había aceptado que nunca sucedería. A menos que… No podía someter a su bebé a la clase de vida que ella había tenido, llena de rechazo y dolor. Aunque, tal vez, las cosas podían ser diferentes con Bobby. Igual ella podía ser diferente.
Si Bobby decía que la amaba, era posible que ella aceptara. Si le hablaba de formar una familia, de compartir más mañanas como esa, de hacerse viejos juntos, igual corría el riesgo.
–¿Por qué?
–Porque estás embarazada.
Sus palabras la hirieron en medio del corazón.
Stella quiso acurrucarse en una esquina y llorar como una niña. Odiaba esa sensación… la de querer algo que nunca podría tener. Porque era de eso de lo que se trataba. Deseaba algo que no tenía derecho a desear y acababa de recibir su justo castigo por haberse permitido esa pequeña fantasía.
Al menos, Bobby había expuesto su posición con claridad. Al menos, tenía la decencia de ser honesto con ella, de no manipularla. Stella tenía que respetarlo por ello.
Y le debía la misma honestidad.
–No.
–¿Cómo que no?
Ella intentó apartarse. Aquella conversación sería mucho más fácil si no estuviera abrazándola, si ella no tuviera la cabeza sobre su pecho cálido y fuerte.
–Creo que es una respuesta clara y contundente, ¿no?
–Tenemos que casarnos, Stella. No hay otro camino.
–¿No me digas? –replicó ella, apartándose al fin–. ¿Y por qué?
–El problema es tan mío como tuyo. Estoy intentando actuar de forma responsable. Quiero hacer lo correcto.
Cada palabra era como un puñal para ella. Por un instante, había vislumbrado la posibilidad de una familia. Para él, la situación no era más que un problema.
–¿Sabes qué va a hacer tu padre cuando se entere? –prosiguió él–. ¿Puedes hacerte una idea?
Así que se trataba de eso, se dijo Stella. Bobby no estaba preocupado por ella. Ni siquiera estaba preocupado por el bebé. Sin embargo, sí le producía inquietud qué pasaría con los negocios que mantenía con David Caine. Todo se reducía siempre a lo mismo.
Stella se levantó de la cama.
–Gracias por recordármelo. Para que lo sepas, yo lo conozco desde mucho antes que tú.
–No… Espera –rogó Bobby, saliendo de la cama tras ella–. No me he expresado bien.
–No pasa nada. Lo entiendo. Ninguno de los dos habíamos previsto esto y está claro que va a complicar nuestros planes –repuso ella, quebrándosele la voz, mientras se zafaba de la mano que él le tendía. No podía llorar, no debía. Era experta en contener las lágrimas–. No he venido aquí con la intención de casarme contigo.
A Stella se le quebró la voz. Estúpidas hormonas, se dijo.
Con la mayor dignidad posible, dio la vuelta a la cama y se dirigió al baño.
Desde el momento en que había conocido el resultado de la prueba de embarazo, había sabido que estaba sola en ese lío. También, había sabido que criar a su hijo como madre soltera provocaría la ira de su padre, de forma tan horrible que su rechazo de los últimos veinte años le parecería una nadería.
Pero, por un instante, durante unos maravillosos minutos, había esperado que su padre no entrara en la ecuación. Había soñado con poder saborear al fin el amor que tan desesperadamente ansiaba.
Ese instante, sin embargo, había terminado.
Bobby se quedó sentado en medio de la cama, mirando a la puerta cerrada del baño. ¿Qué diablos había pasado?
Él solo intentaba hacer lo correcto. Por supuesto que tenían que casarse. El bebé era tan suyo como de ella, después de todo. Estaban en el mismo barco. Y, si hacían frente común, podrían enfrentarse a las consecuencias mucho más fácilmente. ¿No quería Stella que estuviera a su lado cuando se lo contara a su padre?
¿Qué podía hacer?
Él tenía la culpa, se reprendió a sí mismo. Había apresurado las cosas. Estaba agotado y no pensaba con claridad.
Después de haberla tenido en su cama otra vez, después de saber que estaba embarazada de un hijo suyo, ¿cómo iba a dejarla marchar de nuevo?
Bobby siguió con la vista clavada en la puerta del baño. De acuerdo, habían tenido un mal comienzo ese día. Seguramente, no había sido más un malentendido. Una honesta disculpa a tiempo, una buena exposición de sus intenciones y el problema se resolvería. Ninguna situación era tan desesperada como para no poder arreglarse hablando. Él sabía cómo usar la comunicación para conseguir lo que quería.
Aun así… Debía ser cauteloso. Cabía la posibilidad de que no lo quisiera de la misma manera que él a ella.
Pero ella había hecho un largo viaje para ir a verlo. Eso debía significar algo.
De acuerdo, era momento de reorganizarse, se dijo Bobby. Una retirada táctica sería lo más adecuado. Le daría un poco de espacio, se disculparía por haber apresurado las cosas. Y…
¿Y luego qué?
Bobby se levantó de la cama y se fue al salón, sin dejar de darle vueltas a la cabeza. Quería hacer una prueba de paternidad. Una vez que tuviera el informe que probaba que él era el padre, volvería a hablar de matrimonio.
Después de buscar el número de teléfono de su médico, Bobby llamó y pidió una cita. La enfermera le dijo que lo antes que podían hacer la prueba sería dentro de seis días. Los resultados llevarían una semana más, tal vez, dos.
Bobby tomó la cita. Tenía que pedirle a Stella que se quedara otra semana en su casa, tal vez, dos. O tres. Durante un momento, se permitió fantasear con lo maravilloso que sería despertarse con ella por la mañana, cocinar para ella, llegar a conocerla mejor. Lo más importante era decidir qué iban a hacer a continuación. No quería que Stella regresara a Nueva York sin tener un plan decidido. O sin un anillo en el dedo.
Pero… había apresurado las cosas como un tonto. ¿Le rechazaría ella de nuevo y se iría con Mickey a Nueva York antes de que terminara el día? ¿Lo echaría de su vida para siempre? ¿Cómo iba a soportar verla marchar de nuevo, en esa ocasión, embarazada de su hijo?
Pero esa no era su única preocupación. Bobby tenía obligaciones legales que, si no cumplía, los llevarían a él y a su familia a la bancarrota. Tenía que grabar un reality show y tenía que construir un complejo residencial, además de ocuparse de mil detalles para que ambos proyectos tuvieran éxito. Sí, sus hermanos habían invertido mucho también, pero era más que eso. Los sueldos de cientos de personas dependían de que tanto el programa de televisión como la urbanización siguieran adelante.
Diablos, la noche anterior había estado sentado tranquilamente en su tráiler en la obra, preguntándose cómo iba a lograr cumplir con los plazos acordados. Y eso había sido antes de que Stella hubiera regresado a su vida.
La cabeza le daba vueltas.
Entonces, oyó el ruido de un teléfono en la habitación y el suave sonido de la voz de Stella. Probablemente, estaría hablando con ese Mickey. ¿Le contaría que la había seducido a cambio de un desayuno? ¿Le contaría que le había pedido que se casara con él y que ella se había negado? ¿Se presentaría allí Mickey para dispararle con su propia pistola?
Si le pedía a Stella que se quedara hasta que recibieran los resultados de las pruebas, ¿qué haría ella?, se preguntó Bobby.
Por otra parte, no podía dejar que Stella se acercara a las obras. Allí había demasiados testigos, demasiadas cámaras. Lo mismo pasaba con Crazy Horse Choppers, la tienda. Si Cass, la recepcionista, que siempre se tomaba muy en serio los asuntos de los Bolton, descubría que había dejado embarazada a una joven, desataría su ira sobre él. No habían tenido una pelea familiar desde que Ben le había roto la mandíbula hacía casi un año.
Bobby se frotó la cara donde había recibido el golpe. Sí, la tienda no era una opción por el momento. Al menos, hasta que tuvieran un plan.
Si iba a pedirle a Stella que se quedara, sobre todo, después de su desastrosa proposición de matrimonio, debía tenerla contenta. Si lograba ofrecerle algo parecido a lo que ella estaba acostumbrada, tal vez, aceptaría quedarse y compartir cama con él. Incluso igual conseguía hacer que reconsiderara su propuesta de casarse.
Para hacerse una idea de las cosas que Stella solía hacer en su vida normal, no se le ocurrió nada más que buscar su nombre en Internet.
Lo primero que encontró fue el enlace a su página de Twitter, donde Stella no había escrito nada desde hacía semanas. Luego, encontró una página donde solía publicar fotos de los diseños que le gustaban. El tercer enlace era de una revista de moda con un reportaje sobre ella, titulado «Una modelo diseña su propia línea de ropa».
Era un artículo de cinco páginas con muchas fotos y algunos retazos de entrevista.
Vaya. Stella estaba impresionante. Su esbelto cuerpo ocupó toda la pantalla del ordenador, sus ojos parecían estar mirándolo. Las ropas eran diseños suyos.
Empecé a diseñar cuando no podía encontrar nada que me gustara, romántico y, a la vez, con un estilo rebelde.
No podía encontrar nada que reuniera los dos atributos. Es como si las mujeres adultas no tuvieran permiso para ser las dos cosas a la vez, suaves y duras. Yo quería cambiar eso. La única solución fue diseñar lo que me gustaba.
Bobby se grabó en la mente las palabras de Stella publicadas en la entrevista. En uno de sus comentarios, encontró la información que necesitaba.
Lo coso todo yo misma. Es una labor de artesanía. Me gustaría abrir una pequeña tienda donde las mujeres de todas las tallas y constituciones puedan encontrar algo que les siente a la perfección.
El artículo hacía una mención fugaz a David Caine, solo decía que Stella había asistido a una boda real con su padre, el magnate de los medios de comunicación, con un vestido que se había hecho ella misma.
Para terminar, el reportaje incluía una foto de padre e hija. El conjunto de Stella era de color azul marino, con mangas de encaje, escote cuadrado, cintura ajustada y una falda de vuelo que le llegaba por debajo de las rodillas. Llevaba un sombrero que parecía desafiar la gravedad con una amplia ala que la apartaba del hombre que tenía al lado. Ninguno de los Caine sonreía.
Bobby se preguntó si el encaje llevaría el patrón de pequeñas calaveras, cuando ella habló a su espalda.
–Ah. Veo que has encontrado esa foto.
Cazado. Bobby trató de reír para disipar la tensión. Intentó actuar como si ella no acabara de rechazar su proposición de matrimonio.
–Es la primera vez que la veo. ¿Quieres desayunar?
Entonces, Bobby se giró para mirarla. Su aspecto era mucho más delicado que la noche anterior. Tenía el pelo desenredado y arreglado, pero de una forma mucho más sencilla.
Sin embargo, lo que más sorprendió a Bobby fue lo que llevaba puesto. En vez de una de sus creaciones, llevaba unas mallas de encaje y un amplio suéter color crema que le llegaba casi a las rodillas. Sin poder evitarlo, la rodeó la cintura.
Ella encajaba entre sus brazos como si hubiera sido hecha para eso. A Bobby le había encantado abrazarla desde el principio, cuando la había rodeado con sus brazos para simular protegerla de una bebida derramada a su lado en la fiesta. Le había gustado tanto la sensación de tenerla junto a su cuerpo que había tardado un buen rato en soltarla.
Y allí estaba Stella de nuevo, dándole otra oportunidad de abrazarla.
Bobby no sabía qué quería hacer ella. Pero, mientras la tuviera a su lado, aprovecharía el momento, se dijo. Inclinándose hacia ella, la besó en el cuello, debajo del pelo.
Ella dejó escapar ese sonido tan característico suyo, parecido al ronroneo de un gato. Sin embargo, se apartó hacia atrás.
–Sí, me gustaría desayunar, gracias.
Sus ojos brillantes delataban que le había gustado el beso. Al menos, no había vuelto a decirle que no.
Bobby se fue a prepararlo todo para desayunar. Stella se quedó mirando su ordenador.
Bobby se aclaró la garganta.
–Tengo una cita con mi médico para el jueves. Van a hacerte un análisis de sangre para hacer la prueba de paternidad. Es una prueba sencilla –informó él, y se acercó al ordenador, apretando el botón que mostraba la información sobre la prueba.
–Ya veo –dijo ella, observándolo la página con los hombros tensos–. ¿Y luego qué?
–Eso depende de ti –contestó él. Ya había mostrado sus cartas antes. En ese momento, le tocaba ser más cauteloso–. Cuando te dije que podíamos casarnos, no pretendía agobiarte. No era mi intención.
Con los ojos todavía puestos en la pantalla del ordenador, ella ladeó la cabeza a un lado.
–¿Eh?
–No estaba pensando con claridad. He dormido muy poco. Entiendo que la situación no es fácil y que tienes que hacer lo que sientas que es mejor –explicó él y, al acercarse a ella, notó que se ponía más tensa–. Lo siento. No volverá a pasar.
Stella no le respondió ni con un comentario burlón, ni con una fría mirada, ni con una caricia.
Diablos. Bobby siempre había sabido manejarse con las palabras para salir de cualquier situación. Era experto en convencer a la gente. Con Stella, sus talentos no funcionaban demasiado.
–¿Por qué te estás disculpando? ¿Por el sexo o por tu propuesta?
Enterrado bajo su tono frío e indiferente, hervía su ingenio de siempre, observó él. Todavía, no la había perdido del todo.
–¿Por qué no me lo dices tú?
Ella cerró el portátil, pero no se volvió hacia Bobby. Se quedó allí parada, con la mano en la mesa.
–¿Siempre pides a las mujeres con las que te acuestas que se casen contigo?
Bobby se apoyó en el mostrador, fingiendo tranquilidad.
–No.
Ella esbozó una ligera sonrisa.
–Yo no quiero casarme.
Si no quería casarse, ¿por qué había ido a verlo? No formuló esa pregunta. No quería presionarla.
–Lo entiendo. ¿Te quedarás conmigo hasta el jueves, para que hagamos las pruebas?
Ella asintió. Una pequeña victoria para Bobby.
–¿Y luego? ¿Qué haremos mientras esperamos los resultados?
–Eso depende de ti. Puedes irte a casa.
Bobby la vio tragar saliva y bajar la mirada.
–Sí, supongo que sí.
Si lo hacía, cuando llegaran los resultados de las pruebas, estarían separados por dos zonas horarias. Igual que debía estar con ella para hacer el análisis, debía estar a su lado para recoger los resultados, se dijo él. Estaban en el mismo barco.
–O puedes quedarte. Siempre que quieras, claro.
Con esas palabras, Bobby dio en el clavo. Lo adivinó por la forma en que las mejillas de ella recuperaban el color y sus labios esbozaban una levísima sonrisa. En un instante, su rostro se iluminó.
–¿Qué haremos en ese tiempo?
Primero, iban a tener mucho sexo, del bueno, pensó él. ¿Pero qué más podía ofrecerle a su invitada para mantenerla allí y tenerla contenta?
–Dime qué sueles hacer en un día normal.
–Bueno –dijo ella, tomó el plato que él le tendía y se dirigió a la mesa–. Hago gimnasia, me ducho, dibujo mis diseños, coso. Me encantaría tener un pequeño taller, pero no he podido encontrar la financiación necesaria todavía. Así que trabajo en mi piso. Eso es lo que suelo hacer.
–¿Tienes clientes y pedidos?
–Un pocos clientes para los que hago cosas muy personales. No tengo una línea de diseños todavía. Estoy trabajando en ello –contestó Stella, y bajó la vista–. Mi padre paga mis facturas básicas, así que no tengo que trabajar para vivir.
–¿Tu padre no te quiere financiar el taller?
–Ah, no –dijo ella en voz baja–. Mi plan de negocio no le parece una inversión sólida.
¿Por qué no?, se preguntó Bobby. Era obvio que Stella tenía talento y estilo para lanzar su propia marca. Además, su apellido le abriría muchas puertas. Él no podía asegurar que fuera una inversión millonaria, aunque sabía bastante de marketing. Y sabía reconocer una buena idea de negocio cuando se le presentaba.
–¿Por qué no?
–Dice que no soy lo bastante responsable –repuso ella–. Eso piensan algunas personas. Sin embargo, yo no salgo mucho de noche, no suelo tener aventuras. Solo fui a esa fiesta esa noche porque pensaba que mi padre iba a asistir y no lo había visto desde la boda.
–Se suponía que iba a asistir.
Entonces, sin poder contenerse, Bobby le preguntó.
–¿Por qué yo, entonces?
Stella tenía la mirada clavada en su desayuno.
–¿Sabes que la gente no suele hablar conmigo? –dijo ella tras un momento con voz casi infantil.
–No lo habría adivinado nunca.
–Es la verdad. Para la gran mayoría del mundo, no soy más que la hija inadaptada de David Caine. O tienen miedo de que sea tan cruel como él o quieren aprovecharse de mí para que los lleve hasta él.
Bobby se imaginó a alguien intentando seducirla para conseguir ser presentado a David Caine. Al pensar que alguien la hubiera utilizado así, tuvo ganas de liarse a puñetazos.
–En el artículo que he leído, no hablaban de ti como una inadaptada.
–Quizá, deberías decirle eso a mi padre.
Al escuchar su voz dolida, Bobby se puso furioso sin poder evitarlo.
–¿Piensa él que eres una irresponsable?
A Bobby nunca le había gustado especialmente David Caine, siempre le había parecido un necio arrogante.
–Oh, más bien, sí. No quería llevarme a la boda. Decía que mi vestido era ridículo e inapropiado. Pero yo fui de todos modos –señaló ella con una sonrisa cargada de amargura–. Le dije que ya había aceptado la invitación y que, si no aparecía, sospecharían que algo raro pasaba.
–El encaje de tu vestido… ¿llevaba calaveras?
–Sí. Nadie más se dio cuenta –musitó ella–. Supongo que esa es la razón por la que te fijaste en mí.
Manteniendo la boca cerrada, se limitó a tomarla de la mano y mirarla a los ojos. El gesto de ella estaba pintado por el dolor, la esperanza y la preocupación.
–Stella –dijo él con toda la amabilidad de que era capaz–. Creo que es hora de que me digas por qué has venido.