"¡Pendejos culiaos!". La frase exclamativa sonó estrepitosa bajo el parrón de su casa, espacio que se había tornado habitual para el despliegue de tertulias amistosas y de excesivo consumo alcohólico, situación que acontecía a lo largo de todo el año, los fines de semana y días festivos, sobre todo en la temporada primavera-verano. La puteada expresiva, es decir, con predominio casi absoluto de la función emotiva del lenguaje, rasgo característico de los mensajes del dueño de casa, marcaba el tono estilístico de la plática que, a esas alturas, tomaba cuerpo, enrielándose por las rutas cenagosas de la quejumbre festiva y el reproche afectivo que derivaría, poco a poco, en delirio depresivo, el que solía construirse a partir de los resabios conflictivos que quedan de aquello que denominamos "lo pendiente" o "lo postergado", en el transcurso de las relaciones interpersonales, por darle una denominación genérica al registro folletinesco que parece determinar la histeria etílica de un número significativo de sujetos nacionales clasemedianos.

Dicho así, quizás, en un informe de salud mental redactado por una alumna en práctica en un consultorio.

Son las digresiones, moralmente reprobables, de un docente y que surgen de su práctica profesional o como subtexto que recoge el análisis que ha hecho de la conducta de sus alumnos, en veinte años de trabajos, aproximadamente.

El patio embaldosado tiene las marcas de los racimos caídos que nadie cosechó esta temporada, un poco por desidia y también porque le había entrado una peste. El patio era grande y tenía algo de sitio eriazo; a pesar de ello descollaban dos damascos viejos y apestados y, por supuesto, el parrón que era lo único que el dueño de casa se había esmerado en mantener, cosechando hermosos racimos de uva de mesa y mucho jugo, hasta que los racimos comenzaron a apestarse y el dueño de casa no se preocupó de atender el parrón enfermo, permitiendo, con cierto dejo de entrega depresiva, que siguiera su proceso de deterioro que no sólo era perceptible en los racimos, sino también en un polvillo negruzco que caía del parrón y que incluso manchaba las baldosas. Baldosas que en cierto sentido le recordaban el patio del liceo en que estudiara.

La casa estaba ubicada en La Florida, en el límite entre Ñuñoa y La Reina. El jardín debiera haber sido como el de las antiguas casas del barrio, con buganvilias, cardenales, rosales y muchos más frutales, pero no, ni siquiera era un abandonado jardín, era, simplemente, un no jardín, desajustado territorialmente y algo triste, lleno de maleza que, de algún modo, era recuperado como un espacio de campo válido por la flora tradicional, precordillerana, que emergía en su suelo. En esa zona la flora arbustiva era algo escueta y austera, pero digna —si esto se puede decir de un paisaje floral—, no era exuberante como la de los bosques del sur, pero tenía la fortaleza de la vegetación andina, que al no sobrepasar, en general, la altura humana, permite al habitador interactuar más directamente con una vista aérea despejada y con la profundidad extendida del paisaje.

Suponemos.

"Son unos cerdos malcriados", agregó. Tenía la costumbre retórica de blasfemar-imprecar usando el viejo truco de usar a los animales como calificativos, al igual que en las fábulas, que es uno de los géneros recuperados por la voluntad neoclásica, dado su carácter correctivo. Comentaba con citas pedagógicas clásicas.

"Son como los perros vagos —insistía—, desparraman los tachos de basura del barrio, se entretienen dándole patadas y ensuciando el pavimento, y quebrando, además, botellas de licor que han bebido. Peor que perros —arremetía—, porque por último los perros lo hacen para alimentarse, mientras que estos malditos lo hacen para entretenerse. Salen en jauría igual que perros, a hacer puro daño".

Los perros también juegan, habría agregado el mismo, queriendo anticiparse al otro —a su interlocutor, que no había abierto la boca y que no la abriría tampoco (o muy poco)— y conspirando contra su propia persistencia discursiva.

"La analogía zoológica —se justificaba— es la que me brota de inmediato a la hora de imprecar, pero debo reconocer que es algo injusta con los animales", insistía algo irónico, con esa costumbre de volver sobre lo mismo que tienen los que han bebido en exceso. "No hay nada más asqueroso que lo humano", declaraba apasionado y haciéndose el chistoso, y matizando los énfasis de sus expresiones con justificaciones de estilo, como si pidiera disculpas por los contenidos rústico-nietzscheanos de algunas de sus tesis, pero que no podía evitar al evaluar ciertos aspectos de lo que él llamaba modernidad o contexto actual, o panorama social.

Cuando alguien que se apellidaba Mondaca le contradice, en parte, su tesis, o más bien se la matiza diciéndole que hay en los jóvenes una especie de opción cultural que valoriza simbólicamente la basura y que quizás por esa razón ellos patean los tarros que contienen los desechos domiciliarios llamados basura, él monta en cólera. No soporta la imitación que hacen los pendejos de modas gringas, eso dice, sin mucha convicción, a sabiendas de que su comentario crítico es débil, mientras se sacude el pelo de sarmientos secos que caen del parrón apestado.

"La imprecación corresponde a una escuela poética que es toda una tradición en la lírica nacional, Mondaca", volvía a arremeter Carrasco, dirigiendo su discurso al interlocutor antes citado. "Y tú como poeta y profesor lo tenís que saber.

El más grande de los imprecadores fue sin duda De Rokha.

Y conste que no me quiero meter en tu terreno, pero todos tenemos derecho al uso (y abuso) de los estilos. Y el vate Neruda también le hacía al estilo imprecador: 'chacales que el chacal rechazaría', decía... no sé si era en España en el corazón.

Tú me corregí, Mondaca, si me caigo en la cita, porque suelo caerme en las citas. Y esos apelativos son aplicables a los pendejos, disculpando a los chacales. Yo sé que exagero, pero es un buen ejercicio mental exagerar, a mí me hace bien, no sé si a ti". Siempre tratando de parecer divertido o, al menos, paradojal y, en cierto sentido, lográndolo.

Y te has fijado, Mondaca, que muchos de estos cánidos —refiriéndose a los muchachos— pretenden pasar por anarquistas, los muy pretenciosos. Porque nosotros sí lo somos efectivamente, Mondaca, como lo fuimos en otros tiempos también, con práctica y teoría juntas. Yo no sé de dónde sacan esa estética gótica fascistoide que los ubica en el mercado de los trapos y del look. Es que en el fondo son sólo un dispositivo de consumo, del consumo más compulsivo y delirante, ávidos de mierda, mierda tecnológica mezclada con papas fritas y ketchup, viejito, además de ser unos mamones y unos chupasangre, ávidos de perversión.

Es cosa de observarlos, ni siquiera con mucha detención, embobados frente a los videojuegos y a los computadores a los muy zánganos, con esa arrogancia digital que los hace permanecer horas de horas frente a ese púlpito de teclas y pantallas. Pura indolencia de drogos maracos, los muy hijos de puta. Sí, ya sé, me corroe el delirio destructor, como que me da la furia asesina con ese estiércol antropomórfico llamado pendejos. Fue inútil para su interlocutor intentar cambiar el tema cuando Carrasco abría la segunda botella de cabernet sauvignon. Quiso quedarse a compartirlo porque le gustaba ese cepaje. Eso al menos le comentó, intentando darle otro curso temático a la plática, lo que era bastante difícil dado el decurso retórico que había tomado la misma.

Sí, sueño con atacarlos con mi lanzallamas purificador y ubicarme en la entrada de ese local infecto de videojuegos que hay en la esquina, y quemarlos a todos.

Créeme, he soñado con esa imagen de pendejos quemándose, revolcándose y chillando como locos. Incluso me lo he imaginado filmado o como imagen de cine, que es el modo común en que uno construye imágenes, sin necesidad de leer a Bachelard. Quiero hacer de héroe exterminador de pendejos. ¿Nunca has tenido deseos de asesinar canallas y miserables, Mondaca, tener fantasías criminales? Al menos para sanear el entorno. Yo vivo torturado por esas fantasías. ¿Viste Taxi Driver? Esa imagen del lanzallamas la vi en una película de la segunda guerra que pasaban en el cable; un soldado norteamericano en la campiña francesa, creo, después del desembarco ese, en un pueblo esos de vino y queso, supongo, por lo de la cultura gastronómica y vitivinícola que parece que trajeron los exiliados de allá. Entonces, los soldados combatían casa por casa. Había un sargento de una columna que portaba una subametralladora Thompson, me encanta ese diseño de armas viejas (vi una historia de esas armas en el History Channel), y unos pasos más atrás venía el soldado con el lanzallamas, y en un momento dado, el sargento le hace una seña sobre el objetivo a atacar, una casa derruida, el soldado aprovechando una ventana, hecha mierda por los bombardeos, introduce el soplete, por llamarlo así, no sin antes haberle bombeado el estanque, y —como su nombre lo dice— lanza una llama, una llamarada mejor dicho, una maravilla de lengua de fuego, y salen los enemigos quemándose y gritando, que es una preciosura, una belleza, Mondaca, créeme.

Y de ahí que estoy pegado con, yo no lo llamaría imagen, sino modelo de fantasía criminal. Igual cuando el guatón Romo se quejaba de que a esos que llamaban detenidos desaparecidos había que haberlos hecho desaparecer de verdad y mencionaba que había que haberlos tirado a la boca de un volcán. Algo parecido, aunque nunca tan sofisticado, propongo yo con estos canallas. Son unos canallas, canallas, repetía en delirio y refocalizando al enemigo, haciendo un gesto como si instalara un mira telescópica que apuntaba a los pendejos. Canallas, insistía, golpeando la mesa —peligrosamente— con un vaso de vino, como queriendo hacer salud. Había una canción de Silvio Rodríguez que decía algo como eso, algo de matar canallas con un cañón del futuro, yo me quedo con mi lanzallamas, metafóricamente es mejor, se conformaba.

¿Te acordái cuando escuchábamos al Silvio? Linda época, aunque tenía una voz medio amariconada, ¿no te parece, Mondaca? ¿Qué escuchan estos malditos hoy? No me respondái, Mondaca, porque ya me lo imagino. Basura gringolandesa o mierda fronteriza, la de los límites de allá. Los chuchadesumadre no tienen dónde caerse muertos y tienen celulares hasta con televisión y cámaras fotográficas, hasta escuchan música en esas cagadas, arremetía como poseído —justo en el momento en que creía que Carrasco iba a cambiar el contenido de la conversación. Seguramente los negocian con los traficantes que los esperan a las salidas de esos lugares en que simulan que estudian y que parecen colegios, y que es donde nosotros hacemos clases, Mondaca.

Y te apuesto que el costo es por servicios menores, como chuparles la diuca, los muy cerdos, o bajárselos pa' que los huevones se los culeen, estos cabros culiaos no tienen principios.

Tú decí que yo exagero, sabí que no, Mondaca. Ambos sabemos que antes era muy distinto y no es que sea un viejo anticuado. El cambio valórico, viejito, es brutal, estos perros son otra raza, son una etnia distinta a nosotros. No tienen suelo moral, éstos se acostumbraron a caminar sobre mierda.

Y no lo digo solamente por el hecho de que siempre están a punto de asesinarnos, sino porque tienen otra cabeza, son todos unos muñecos diabólicos, unos Chuki hechos en serie.

Puta que los odio, Mondaca, no sé qué voy a hacer para seguir en este negocio. ¿Tú creí que yo debiera hacerme un psicoanálisis o correrme una maratón terapéutica de esas medio jungueanas? Si ya ni se me para, cabrito. ¿Tu señora no trabaja en una de esas cuestiones tirando el tarot? Y pensar que si tuviéramos ley de aborto, como un buen país civilizado, no tendríamos este problema, Mondaca.

Esta pega me mató el alma. Claro, tú con decirme que estoy deprimido resolví el asunto. ¡De qué me sirve tu diagnóstico! No me sirve de aval tu juicio, incluso yo te recomendaría que te lo metieras por la raja. Como si el mero diagnóstico fuera la cura de la enfermedad. ¿Por qué no ponemos un negocio, Mondaca? Un café con piernas, pero con ingredientes culturales, un cibercafé con piernas, por ejemplo, y nos olvidamos de estos pendejos, los mandamos a la chucha. Aquí estamos puro hueviando. Porque en el mercado laboral estamos harto depreciados. Tu señora, sin ir más lejos, gana más que tú, porque es psicóloga. En realidad debiera haberse casado con un arquitecto, que es más coherente, pero no, tuvo que ser con un mediocre profesor como tú. Yo, muy de cerca, te puedo contar algo que tú sabes y que no es necesario que me lo recuerdes, que estoy casado con una profesora y que igual gano menos porque la otra es orientadora. La huevona trepadora ha hecho cursos de perfeccionamiento y todas esas cagás para optimizar su vocación docente. Y la muy perra se siente una profesional realizada porque "hace muy bien su trabajo" diseñando jornadas vocacionales y esas patrañas, pa' que los pendejos encuentren su lugar en el mercado de las profesiones.

Pichula, Mondaca, la huevona es una perra simuladora, una impostora, una ventajista odiosa, una calculadora endemoniada.

Igual la admiro por eso, por ser implacablemente persistente en su maldad, porque hay que ser muy especial para estar todo el día escuchando esos gritos de los pendejos y soportar la presencia de esa sarta de boludos mediocres que son los profes, y para soportarme a mí que fracasé en la vida, y que estoy fascinado con eso, imagínate fuera exitoso, como saco de huevas achilenado. Se ríe a mandíbula batiente. Te acordái, Mondaca, de un profe rayado que mató a la señora, que era colega, en el mismo colegio, creo que fue en Valpo. Y que después se pegó un tiro y no murió, qué bajón. Siempre me pregunto por qué el huevón no mató a un par de alumnos. Yo recorté esa noticia, la tuve un buen tiempo pegada en mi pieza y mi señora me la botó.

Donde la caga esta tipa, que por cierto quiero y desprecio mucho, es que a pesar de tener un marido mediocre que no le gusta lo que hace, porque el muy saco de bolas quiso ser poeta y tener conciencia crítica, igual le echa para adelante y hasta se arregla para verse presentable, a pesar de los kilos de más, y le sonríe a la vida. Y yo que nunca me pude sanar del síndrome del estudiante perpetuo, porque no la pasábamos tan mal con esa tontera de ser estudiante de pedagogía y querer ser poeta para acrecentar el currículo. En realidad a mí no me dio el puntaje, porque en verdad hubiera querido estudiar antropología, y como el huevón se creía inteligente intentó hacerse un camino en las letras nacionales y tú sabís lo que pasó. La poesía es una picantería de chileno charchay bueno para el frasco. ¿O no, Moncada? Incluso te pusiste seudónimo, ¿cuál era, una especie de anagrama de Mondaca? Porque tú también escribiste versitos, si no me equivoco. Bueno, ordinariez de chileno. Y aún lo haces, no lo niegues.

Estás disculpado, Mondaca, todos los huevones queríamos ser poetas porque era una cuestión de época. Recuerda que todas íbamos a ser reinas. Parece que era una forma de espantar al demonio de la inseguridad y así pasar piola, era como un diseño necesario para simular algo, una impostura que se nos imponía como recurso de afirmación de uno mismo o algo como eso, nunca lo he tenido muy claro. ¿Qué crees tú, Mondy, cariño? Creo que la respuesta va por la psicología o por la alta psiquiatría, me imagino, qué sé yo, una lobotomía y todo resuelto.

Recítate algo, Mondaca. En una de esas nos emocionamos.

¿Tendremos salvación, Mondy? Mejor será pensar en otra cosa. ¿Qué hacemos? Tú debes saber algo, porque lo que es yo no me da la imaginación. A veces pienso que lo que nos faltó a nosotros fue ser más perceptivos, como que nos faltó instinto, ¿no te parece? Eso que deben tener los buenos deportistas a la hora de hacer su pega, como cuando un centro delantero hace su gol, me refiero al gol de su vida, ese que lo marca para siempre, dándole sentido a su existencia.

Eso es lo que creo. Y así estamos, lamentando no haber metido ese gol cuando tuvimos la oportunidad de hacerlo, o haber ocupado ese huequito cuando correspondía, para decirlo de otra forma. ¿O nunca tuvimos la capacidad para hacerlo, para meter un gol de verdad o nunca hubo hoyo? Tú estás peor que yo, ni siquiera piensas el tema. O mejor. Quién sabe. A todo esto, supiste que el otro día llegó una invitación a la casa, creo que también están invitando por correo electrónico. Los huevones se van a juntar en la parcela del pelao Riquelme en La Florida. ¿Te tinca ir? Para qué te pregunto si a ti te encantan esas cosas. Para mí sería una humillación ir, el sólo hecho de aceptar un tipo de invitación así es como aceptar o asumir que uno está en el infierno. Y tal vez de eso se trata.

Esa es la típica reunión humillatoria, dedicada a consagrar a los que se creen exitosos a costillas de los huevones cagaos, esos que no han hecho ninguna huevada valiosa en su vida, y en la lectura que hace el enemigo esos huevones somos nosotros, más concretamente yo mismo. Son esas reuniones que hacen para humillarnos, Moncada, para humillar a los que quedaron en el camino, repetía mientras intentaba inútilmente limpiar un mantel manchado con vino. Tú sabes, el asado, el copete, y en ese contexto de huevones etílicos pasar revista a la nada, a la nada que hemos hecho, y el dueño de casa refregándonos que tiene una parcelita, su locus amoenus, exhibiendo como triunfo una cagada de terreno precordillerano, acosado por todos lados, la pesadilla chilensis. La pega que se consiguió en el gobierno regional, además de la presentación de su nueva señora, porque todas esas cosas ganadas a lo tránsfuga, los huevones las exhiben como éxito. Así es este país, lleno de chilenos enfermos de sí mismos.

Puta que me caen mal los chilenos, Mondaca. ¿Por qué no renunciamos a nuestra nacionalidad, Mondaca? ¿Eso se podrá hacer? Me refiero a la cosa jurídica. Es una fantasía de antiidentidad que tengo. No sé si hay algún precedente jurídico al respecto. Incluso he estado tentado a presentar mi caso a la ONU, que existiera la posibilidad de declararnos apátridas. Yo lo haría, Mondaca, créeme que sí lo haría. Podríamos dar entrevistas sobre el tema, saldríamos en el diario, nos harían algún reportaje televisivo.

En una de esas es una solución, al menos psicológica, de nuestra miseria vital, incluso te puede servir para un proyecto de poesía maldita.

Yo me acuerdo de un gringo que estuvo aquí en la época de la UP, creo que se llamaba Dean Read, era actor y cantante, actuaba en Italia en spaghetti western. Parece que partió como cantante de la nueva ola en la década del cincuenta en gringolandia. No sé cómo fue que se hizo comunista en plena guerra fría. Terminó viviendo en la RDA y murió en extrañas circunstancias, ahogado en un lago. Tiene que haber sido muy crazy el gringo. Ese era un gringo antigringo.

Era como un traidor asumido de su patria. Eso quiero ser yo antes de morir ahogado en un lago de vómito biliar, querido Mondy.

A veces me dan ganas de traicionar a Chile y hacerme peruano o boliviano y hacer activismo antichileno. Sí, porque no tengo nada que me ate a esta mierda de territorio.

Tengo una pega de mierda, en cualquier momento quedo cesante, mis hijos y mi señora no me quieren, lo único que desean es que me vaya de la casa. No me queda otra. Y hacer una campaña para entregarles completito esa cagada del puerto de San Antonio a los bolivianos, para que por ahí salgan al mar, o entregarles el mismo Valparaíso.

La Cristina quiere que me vaya ahora de la casa, Mondaca, en este mismo instante, dice que ya no me soporta. Y todavía no me he ido, porque no tengo dónde. Podrías recibirme un rato en tu casa, Mondaca. Parezco monólogo teatral de esos que hacía el Ictus en los setenta. Pero no estoy deprimido, viejo, esa palabra se ocupa tanto ahora, pero yo creo que no es exacta, como que se popularizan ciertos términos provenientes de la psicología que no siempre son exactos. ¿Te has dado cuenta que cada día se habla menos de política, Mondaca, te acuerdas que antes pasábamos hablando de política? Era lo único de lo que hablábamos, en general se hablaba mucho de política en esa época, y no me refiero solamente a la época de la dictadura, como que siempre se habló mucho de política en este país. Hablemos de política, Mondaca.

Ahora los huevones hablan puras huevadas, con esa jerga monosilábica que utilizan los muy perros, hijos de la gran puta, agregaría, ya que estamos en la más maldiciente y deprecatoria de las hablas, el dialecto chileno. Mamones culiaos. ¿Cachái, Mondaca, lo que significa mamón? Te lo voy a decir en la más formal: estos mamíferos de ínfima categoría están pegados a la teta, tienen una dependencia enfermiza de la ubre materna, querido Mondaca, es decir, son chilenitos genuinos. Esto significa que las madres perras los tienen agarrados de ambos cocos, o sea, les tienen una estructura endémica de dependencia, una fijación objetual, como decía el chico Muñoz, ¿te acordái, Mondaca, del chico? Gran tipo. Y no es que esté haciendo un psicoanálisis folclórico, que conste.

La criminalidad de estos malditos tiene su origen en la dependencia enfermiza con estas perras que los mandan a hacer el mal, a puro delinquir, es decir, los comisionan para hacer daño, pa' puro cagarnos a nosotros, por una dinámica estructural chilensis de la venganza, y no es delirio, Mondaca, yo sé que la teoría no está muy elaborada, pero es así.

Por eso, Mondaca, que estos malditos tienen esa complicidad con las viejas culiás. ¿Te queda claro, Mondy? ¿No te parece que es así, que esa es la lógica que los estructura y que no podría ser de otra manera? Tengo que explicarte que la noción de vieja culiá tiene rango conceptual.

Se trata de un modo de ejercer la chilenidad, es, como decía el chico Muñoz, QEPD, un sistema de administración y control del deseo, todo un síntoma descomposicional.

Por eso y por otras cosas estamos más que cagados, Mondaca. Tú no te das cuenta porque no te detienes a pensarlo.

¿Por qué te haces el huevón, Mondaca, si sabes perfectamente de lo que se trata? Nosotros mismos somos unas viejas culiás a la hora de enfrentar ciertas situaciones, el sólo hecho de ser profes, Moncada, lo ratifica. ¡Qué triste es padecerlo, Moncada! El otro día me invitaron unos viejos amigos del partido, me explico, de ese partido que dejó de ser tal, pero que todavía se juntan con cierto nivel de orgullo, porque muchos de sus sobrevivientes lograron cargos públicos. Te lo cuento porque todos los compañeros, y no tanto las compañeras, están convertidos en unas viejas culiás, aunque con ciertos matices. Son todos cuarentones, en esa época éramos militantes de la enseñanza media, y resulta que muchos de nuestros compañeros ahora son ministros o altos funcionarios, sobre todo los de mayor pedigrí. Aunque creo, mi querido Mondaca, que en este punto habría que hacer algunas precisiones o, más exactamente, evitar las generalizaciones.

No quiero parecer loquito o un simple resentido alcohólico, ¿me entendí, Mondaca? Resulta, viejito, que yo pensaba que me iba a encontrar con más profesores, pero no, sólo había una de las compañeras que se dedicó a la docencia, y te debo reconocer que no me desagradó verla.

Tal vez fue la situación, el conecte nostálgico, la cosa afectuosa, es que uno es decadentemente sentimental, lo asumo.

Y vi a algunos caídos de verdad, pero sin resentimiento.

En realidad sólo vi a uno que me pareció así. Era el negro Ortiz, un compadre de origen bien proleta que vivía para el partido como él mismo me comentaba mientras nos tomábamos un pisco sour. Riéndose me decía que no sólo vivía para el partido, sino en el partido. Dormía en la sede y se tapaba con las banderas del mismo en la noche. El relato podría haber sido patético, pero no lo era. No sé por qué te cuento esto, pero me dan ganas. Quizás hay algo parecido a la vida en ese recuerdo. ¿Qué crees tú, Mondy? Hacía tiempo que no me encontraba en una situación como esa, que yo llamaría de emergencia nostálgica. Había otros compadres de la época, uno de ellos era el charro Mejía, que todavía está firmando la salida diaria de la cana, este compadre derivó en una fracción que le hizo a la vía armada.

Y también había ministros y algunos sujetos fuera de circuito. Yo mismo, sin ir más lejos.

Este paréntesis lo hago porque hacía rato que no me ocurría enfrentar o participar de una situación catártica, por darle un nombre medio terapéutico, que te obliga a pensar tu vida, cáchate la expresión, "tu vida", la tuya, la mía, en un contexto en que lo tuyo era otra cosa o en que uno mismo era otro. No sé si me explico. En la más filosófica te lo digo. Y no te hablo de felicidad, aunque muchos de los que estaban ahí sentían que lo habían sido en esa época.

Y, obviamente, me adelanto a lo que vas a decir; en el momento en que vivían esa felicidad no eran conscientes de ella, porque esas prácticas retrospectivas del relato (qué redundante) tienden a la mitificación, en vivo contraste con el infierno de la actualidad. Digo, digo. ¿Te acuerdas del gallo Claudio? Aunque de esa saga yo siempre preferí al Pato Lucas, ese histérico me encanta, es un bicharraco muy bien diseñado.

Nunca olvido una de esas series en que el Pato Lucas aparecía con el Demonio de Tasmania. El pobre pato descubre que la única forma de calmarlo era cantándole My Way de Sinatra, al escuchar la melodía la bestia se ponía como un niño de pecho.

No recuerdo otra ocasión en que me riera tanto.

Tú te acuerdas de pocas cosas y ese es tu problema, por eso no puedes recuperar nada de tu pasado. Pero no quiero irme por ese derrotero digresivo. Digamos que no quiero hacer psicoanálisis folclórico o silvestre, sólo quiero ser alguien que quiere encontrar algo que lo motive a seguir circulando por la vida. Algo como la mera sobrevivencia, que no es poco, Moncada. Dicho así debe parecer patético y poco digno. Y quizás esa motivación sea actualizar algunos recuerdos, como esas organizaciones de jubilados que le dan como tontos al homenajismo y a las ceremonias, y a los bingos y a los pescados fritos. Puta, me dio hambre, Mondaca.

En verdad todas las instituciones se lo llevan homenajeando de lo lindo a sus viejos tercios. Los profes a algún profe que ya no se puede el culo, los poetas a un poeta con Alzheimer, los bomberos a un bombero que ya se olvidó del fuego y se enfría en su soledad, y así podemos recorrer todo el espectro de las actividades humanas. Tú, que todavía eres medio poeta, por qué no te recitái una elegía a un poeta que ya no escribe, a tu amigo que está aquí compartiendo una piscolita contigo. Mondy, hazme esa paleteada.

¿Cuándo fue que cambiamos el vino por este trago tan raro que es la piscola, Mondaca, por la chucha? Te acordái que una vez escribí un largo poema reivindicando al Coyote, a Silvestre y al mismísimo Pato Lucas. El primero terminaba por cazar al Correcaminos, Silvestre se comía a Piolín y se culiaba a la abuela, y el Pato Lucas se cagaba a Bugs Bunny y a Porky, aliado con el Demonio de Tasmania. Puta el poema pa' malo, Mondaca. Menos mal que dejé de ser poeta, aunque seguí escribiendo algo de prosa, nada significativo.

Debo reconocerte que me dolió mucho dejar de sentirme poeta, me costó mucho recuperarme de esa frustración. En realidad nunca me recuperé de eso, Moncada.

Lo peor es que a no pocos de mis alumnos les da por la poesía. ¿Te das cuenta? ¿Qué hacer? Te acordái que el ¿Qué hacer? era un texto de Lenin que usábamos en formación política. Por lo que me acuerdo eran puros artículos periodísticos que analizaban la situación política rusa, entendida como un momento determinado de la lucha de clases. ¿En qué situación estamos, Mondaca? ¿Qué resultado podría arrojar un análisis de la situación concreta? Pero la cosa parece que no se aplicaba a lo personal. La dimensión subjetiva siempre fue una desviación pequeñoburguesa. No sé por qué me acuerdo de estas cosas.

En estos momentos todo se reduciría, Mondaca, al intento de no perder la dignidad. ¿Qué te parece hablar de dignidad en este contexto? ¡Qué idiota! La dignidad es como la virginidad, es lo primero que se pierde. Incluso se pierden juntas. Terminaremos siendo unas viejas moralistas, Mondaca. ¿Cuándo fue que se jodió este país, Mondaca? ¿A quién estoy citando? ¡Te pillé! ¿Cómo será ser profesor jubilado, Mondaca? ¿Habrá algo más patético que eso? ¿Te acordái cuando organizamos un seminario en que la conclusión final era que toda transformación social pasaba necesariamente por la educación? ¡Qué divertido! Brindo por tamaña conclusión. Y de ahí que nos dio por crear un colegio alternativo y la conchetumadre.

Mejor voy a cambiar de tema, su contenido es un tanto indigesto. Pero hablemos en serio, Mondaca, maduremos de una vez por todas. ¿Cómo anda la capacidad penetrativa? Porque a estas alturas eso es lo único que nos debiera preocupar. Recuerde, compañero, que la impotencia vital nos remite sólo a ese deseo, antes de que la jubilación definitiva nos pille inconfesos. Lo demás son huevadas. Cualquier otra preocupación es inútil, porque ya no fuimos como esos viejos culiaos que ingresan a esos clubes de Tobi, como son los leones o los rotarios o los masones. Porque tanto las preocupaciones políticas como las culturales y esas cosas, que tienen que ver con el poder y la visibilidad escénica de los discursos, digo por decir algo, cuando uno no cuenta con ese capital de histeria y perversión que se necesita, mejor abandonar y dedicarse a la satisfacción más elemental de los deseos, que es meter la cosa en el hoyo respectivo, ¿o no, Mondaca? Igual, Mondaca, pégate una recitaíta, declama para toda la audiencia un poema de chilenito profundo o, en su defecto, un poema refundacional, "La Araucana II". Y los chilenos culiaos terminaron cambiando la cultura del diminutivo por el superlativo, como el Divino Anticristo. Y te das cuenta, Mondaca, que se me anduvieron olvidando los pendejos, que hace rato que no los menciono, aunque al mencionar ese olvido me acuerdo de ellos, pero en un registro menos criminal, aunque manteniendo el mismo odio y desprecio. Sí poh, Moncada, y te dije Moncada, como cuando te hueviábamos con la confusión de apellidos, porque Moncada era o parecía más heroico (por lo del cuartel) y no Mondaca que es medio flopi. Pero no entremos en eso porque los chilenos tenemos la epidermis fina en relación con nuestro apellido, y a ti nunca te gustó mucho el apelativo Mondaca, preferías tu nombre propio, tu común nombre propio. En serio, Mondaca, por qué no te pegái una recitaíta, ¿no te parece que sería lo lógico? Te acordái, Mondaca, que había un alcalde, nuestro jefecito, viejo culiao, en ese instituto de la conchesumadre, que insistía en que recitarai en el estrado cuando había ceremonias, y putas que había ceremonias, y tú lo hacías, y yo creo que hasta te gustaba, y te decía: "Pégate una recitaíta, Mondaca", y al Raúl Cancino, que era profe de música: "Pégate una tocaíta, Cancino", y le agregaba una "cantaíta", porque también cantaba. Y nos cagábamos de la risa, claro, porque a mí me decía: "No se va a pegar un discursito...". Se suponía que yo tenía buena retórica.

Y yo me lo pegaba, así como tú te pegabai una recitaíta y así como Cancino se pegaba una tocaíta (de guitarra) y una cantaíta. Y éramos felices, Mondaca —bajando el tono de voz e intentando modular lo mejor que podía. Aunque para serte honesto, Mondaca, este último tiempo como que me agarró una terrible sensación de pánico, de terror.

En la mañana me despierto con temor y casi no me atrevo a levantarme, me aterra la gente, temo por mí, por ti no temo, tú estás salvado, eres un chico bueno; yo, en cambio, opté por el mal igual que los pendejos malditos. Me incliné por el horror y/o por el miedo que te da cuando decidiste, digamos, por economía de cabeza, por odiar a los que te rodean, para mantenerte vivo, es un mero recurso que te provee de algo de energía. A estas alturas ningún chiste me haría reír, Mondy. Y te dije Mondy, como Monty. Así le decían al general Montgomery. Oh, hermosa guerra. Te acuerdas, Mondy, tú debes saberlo mejor que yo, a ese poeta fascista italiano, el Marinetti, que le encantaba la guerra y decía que le fascinaban los tanques y las máquinas de guerra.

A mí también. Qué lindo ir a la guerra para matar y ser matado. A este país enmierdado le falta una pa' que se mueran los huevones que tienen que morir. Me encantaría morir en una guerra, para que mi familia me llore de verdad.

Mondaca, compadre, yo sé que este cuento se debería llamar Mondaca, por una razón estructural, como dicen los analistas. Es decir, en este caso, por la repetición obsesa de tu apelativo o nombre. Pero así, como a lo amigo, yo querría preguntarle algo muy en la verdadera, compadre: ¿usted cree, y dígamelo desde el corazón, como debe ser entre amigos, que alguna vez seamos felices? No es necesario que me responda ahora, compadre, dese su tiempo, compadrito, aunque no mucho, porque ya se nos hizo un poquito tarde.