La metamorfosis de los días era sencillamente una variación de nubes y de sol: el nuevo año transcurría inmóvil, como un tronco dormido. En la igualdad de las horas no hay lugar ni para la memoria ni para la esperanza: pasado y futuro son dos estanques muertos. Todo el mañana, hasta el fin de los tiempos, se convierte también en ese vago crai campesino, hecho de paciencia vacía, más allá de la historia y del tiempo. ¡Cómo engaña el lenguaje, con sus contradicciones internas! En esta tierra atemporal, el dialecto posee medidas de tiempo más ricas que las de ninguna otra lengua; del otro lado de ese crai inmóvil, eterno, cada día del futuro tiene nombre propio. Crai es mañana, y siempre; pasado mañana es pescrai y el día siguiente, pescrille, luego viene pescruflo, después maruflo y maruflone; el séptimo día es maruficchio. Pero esta exactitud terminológica tiene más que nada un valor irónico. Estas palabras no se usan tanto para indicar este o aquel día, sino más bien todos juntos como elenco, y su sonido mismo es grotesco: confirmación de la inutilidad de querer distinguir en las eternas nieblas del crai.
CARLO LEVI, Cristo si è fermato a Eboli*
* Einaudi, Turín, 1945, p. 174 (traducción de la autora).