¡Sombra terrible de Fecunda, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Vos conocés el secreto: ¡desembuchá! Diez años aún después de tu trágica muerte, la mujer de las ciudades y la china de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: “¡No; no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Ella vendrá!”. ¡Cierto! Fecunda no ha muerto, está viva en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosa, su heredera, su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en ella era solo instinto, iniciación, tendencia, se convirtió en Rosa en sistema, efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambiose en esta metamorfosis en arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo como el modo de ser de un pueblo encarnado en una mujer, que ha aspirado a tomar los aires de una genia que domina los acontecimientos, las mujeres y las cosas.
Yungay, 7 de abril de 1851