Alguien que cubra licencia por embarazo, de 9 a 18h, con factura. O sea: en negro. ¿Lo bueno? La office queda en Capital. ¡Y el equipo! Re bárbaro, gente copada. O sea: nido de caranchos. Vas a aprender un montón. O sea: mal pago. Duda Gregoria Portento. Pero: necesita. Plata, la distracción, sentir que sus días se organizan, van hacia algún lugar. Empezás cuando te quede bien, pero valoramos tu disponibilidad y tu compromiso con el proyecto. O sea: ya, mañana.
La angustia de las alegres comadres se manifiesta en estrangulado silencio de cocina-comedor, alrededor de la mesa, muecas tragicómicas ocupan rostros con rictus. Se miran sonríen lágrimas en los ojos. Talmente Supernova es ausencia porque en el laburo.
–Lo único que falta es que supongan que yo me voy a hacer cargo del cotolengo –lengua sin pelos enristra Orlanda Furia–. Yo también tengo cosas que hacer, una vida. #tupé
Es, en efecto, lo que oscura Gregoria Portento tenía en mente. Para que no se note ensaya cambio de tema, inútil. A Dragona Fulgor le parece entonces que el momento es propicio para ventilar tensiones de pareja y anunciar que está pensando en retornar a su hogar con Cala. Tengo el corazón hecho un nudo, les juro #cabuyería. Pero no puede, a esta altura del partido, con tanto en juego, seguir como que está todo re bien, no viendo la realidad. El padre de la criatura taladra desquiciado con whatsapp de audio, de letras, con llamados. Histérico border (intenta que no se note, pasa que se conocen): te lo digo por tu bien, para que descanses como la gente. #ayquéestrés. Estaría cayendo en la cuenta de que la gorda tiene libre albedrío y a veces no coincide con el de él.
–¡Hola las chicas les traje flan para el postre!
Reciben a Pia Eva Angélica con alivio nivel ducha de agua fría en noche tórrida de enero. Tras ella, Lepanto agita su cola como si no existieran los problemas en el mundo, feliz, disfrutando egoísta de su existencia incomplicada de animal mascota #choto. Las caras largas sorprenden al dúo dinámico, que inquiere acerca del origen de la tristeza. Cae también la recienvenida en un silencio vegetal de palier mustio hasta que una idea la sacude, recorre su cuerpo electrizando lo que encuentra a su paso (pelos).
–En recontra haiku: llamamos a la feminazi. A veces trabaja de babysitter.
Duda grande actúan las que están. Orlanda Furia no se entera porque se mandó mudar a la biblioteca para atender llamado importante #ensantapaz. No es tanto que les parezca bien como que no tienen opción. Interponen reparito más pro forma que otra cosa para pedirle, apenas después, que llame y consulte si la feminazi estaría dispuesta y bajo qué condiciones. Sería para monitorear y acompañar a Pequeña Montaña, Panda y Momo el día viernes y posiblemente también el lunes de la semana próxima. De acuerdo a lo informado por Vikinga Bonsái o Bombay cuando todavía coleaba, es cuando el pelotudazo estaría volviendo de la selva paraguaya #aquiénseleocurre. Rápida de reflejos, la feminazi inquiere cuánto pagan y si es cash contra entrega. Aclara que ella hace solo valet parking, no cocina no compra no lava no limpia. Corrida por la necesidad, Gregoria Portento se ofrece a preparar algo temprano, dejarlo en la heladera. Pregunta también la feminazi si va a disponer de caja chica para chantajear al malón en caso de extremaunción. Un paso adelante de los imprevistos, siempre, ese es el Camino de la Babysitter.
Transmite doble mano Pia Eva Angélica con paciencia tapa la bocina de su teléfono cada vez. Precaución que no se entiende a qué obedece o busca. Nada saben ni tienen pensado las necesitadas, mandan info real time al grupo de Apocalipsicadas para que opinen las que faltan en presencia: Talmente Supernova, que trabaja, y Orlanda Furia, que boludea –es la opinión general– tras la puerta cerrada. Pasan de no querer gastar mucho, a no querer gastar nada a (porque no va a hacer nada, nomás estar ahí en pastora holgazana, hasta la comida hay que dejarle hecha, ¿qué ayuda es?) aceptar el precio que le autopone la feminazi a su tiempo. Se sorben los ojos con los ojos, concluyen que se trata de un día, total, dos a lo máximo.
Lo que queda de la mañana lo invierten en aprovisionar la heladera: manía de vacui la trastorna. Tampoco hay plata. Vaquita flaca requiere atención. Paren con dolor los monederos, motorizados por el deber ser, la buena educación y conciencia, la memoria de la muerta, cada vez más fría. Desfallecen los entusiasmos aplastados por un presente muy dificultado.
Pequeña Montaña vuelve golpeado del colegio #loquefaltaba. Moretón en la rodilla y chichón en la frente. Encontronazo sin querer con compañero corredor sin retrovisor. Lo mima Gregoria Portento, flan con dulce de leche. Batahola se arma cuando madre le informa a Cala que se van, culpa a “las circunstancias”. Vástaga se parapeta y llama al resto a resistir. Se encierran en la habitación de Pequeña Montaña, no quieren hablar con nadie, menos de todo con la madre, culpable de traición tras breve juicio sumario. Traban picaporte con silla y oídos sordos, a llorar a la llorería.
–¡Mala! ¡Mentirosa! –Cala acomoda la trompita al ojo de la cerradura para que el sonido viaje sin problemas.
Gran desorden en el proscenio. Escandálicas adultas mayores no pueden creer, se pelean por forcejear con la puerta, dejame a mí, ahora van a ver, yo les voy a enseñar lo que es bueno. Concluido el período de tironeo demencial de picaporte, se opta por tender vía de diálogo a través de la ventana de la cocina, en escuadra respecto de la de la habitación. Se hacen traer a Lepanto en calidad de golpe bajo, revolean variopintas promesas azucaradas, buscan llegar a un acuerdo y pronto porque papá espera. Nada conmueve a les amotinades, cuatro pequeños pares de brazos sostienen mentones sobre el marco de la ventana. Momo y Cala sobre la cama travestida de escalón, ortopedia necesaria para estar a la altura de la situación y circunstancias. Hasta que Orlanda Furia emerge de la biblioteca, al fin. Con el tacto que le conocemos, inquiere qué pasa que andan con cara de mamerto desorientado, ipso facto se hace cargo de las negociaciones. Mientras ella esté de cuerpo presente, ¡nadie! va a ser forzade a abandonar las instalaciones la voluntad en contra. Es promesa solemne que acompaña con dos besitos en el pulgar derecho, luego desbanda la mano por encima de su cabeza. #cruzpalcielo
Mucho acting pone en acto Dragona Fulgor no bien la puerta de la habitación se manda el ábrete, Sésamo. Rodilla al piso para quedar a la altura de su hija, intenta por el lado de la ternura: le alisa los brazos junto al torso, quita mechón de enfrente de los ojos, organiza ropita planchándola con las palmas. Le toma las manitos, bizca a causa de la profundidad que imprime a su mirada. Se lanza a indecente manoseo emocional en una atmósfera de vale todo #titanesenelring. Combina pedidos por favor con pacientes explicaciones con órdenes veladas con amenaza franca. Nada impacta en Cala, ni siquiera la bomba: mirá que mañana se van a quedar con desconocida feminazi, yo no voy a estar, ni nadie de las que están acá va a estar.
–Ella sí, lo dijo recién –Momo apunta su índice uña negra hacia Orlanda Furia.
–Bueh, che, desconocida, desconocida tampoco: es mi hermana –Pia Eva Angélica se apantalla con el detalle mensual de las expensas que mano anónima deslizó por debajo de la puerta.
–Andá, mami, andás y volvés, que yo voy a estar acá –destinataria se ataca por lo sobreactuadamente conciliador del tono de la enana maldita.
Se incorpora Dragona Fulgor en mute, la mirada vacía, como para adentro, imitación de personaje arltiano cualquiera. Tras instantes de indecisión, se retira al balcón a conferenciar con el padre de la criatura, decidir qué hacer.
–¡Decile que venga! –sugieren desde la cocina-comedor–. Así de paso nos da una mano, nos va a venir bien.
Les chiques se organizan salida a la placita de Avefa con la excusa de pasear un rato a Lepanto. Discuten sobre el orden usufructuario de la bicicletita de Dragona Fulgor, que dan por descontado. Pequeña Montaña desempolva patineta para les que no llegan a los pedales. Las adultas mayores se asignan tareas como si fuera natural: Gregoria Portento se dispone a acompañar a les ansioses exploradores, Orlanda “Tengo que trabajar” Furia queda en el departamento para terminar “la” traducción y poder aportar más disponibilidad y mano de obra a las necesidades colectivas futuras. Pia Eva Angélica, re copada, husmea el contenido de la heladera, compromete agasajo con berenjenas rellenas para la cena. Agradece que le den trabajo a su hermanita, desocupada crónica desde que descubrió el feminismo. #inexplicable
Contrariada acalorada torna Dragona Fulgor del balcón a quitarles la ilusión a les chiques: se lleva la bicicleta. Tiene quilombo padre en el hogar, con Amor sobreactuando autoridad, pero escuchame ¿ahora tus amigas van a decidir cuándo te puedo ver, cuándo puedo ver a mi hija? Estás loca, vos. Cala no se doblega, Dragona Fulgor no quiere hacer escena horrible de obligarla por la fuerza frente a sus amigas, sus hijos, presiente que volver sola no va a servir de nada –al contrario–, pero tantos años de convivencia mayormente filarmónica vale el esfuerzo, el mal trago que la espera (lo sabe) del otro lado del viaje que está por emprender.
–Escuchame. Quedate –Orlanda Furia la mira desde toda su mucha altura seria tranquila le ofrece un chicle de menta–. Mandalo a la mierda.
Se quiebra Dragona Fulgor, llora primero con sollozos, suma en seguida hipidos y mocos. La ve Cala, se larga ella también, desorientada muerta de miedo, no entiende qué pasa. Neuronas espejo hacen el resto: en cuestión de segundos pucherea Momo desamparo, llora Panda, Pequeña Montaña emociona conmovido. Gregoria Portento se suma como conclusión, sensible el alma. Pelos de brazos y piernas alzados en alerta preocupación, se miran todes con todes, se estremecen. Solo Orlanda Furia serena permanece, como desconectada.
Berrido telefónico cuaja lo contrito de la atmósfera desorientando sorpresas en momento difícil, inconveniente. Actúa Gregoria Portento, activada su melaza maternal. Descubre que Pequeña Montaña estudia inglés dos tardes por semana. Instituto Liverpool comunica que, debido a su reiterado ausentismo, se lo espera en las clases de recu(peración), este llamado es para combinar días y horarios. Ah: mes que viene aumenta la cuota. Debido a la inflación #obvio. Muy tomada por el desconcierto, Gregoria Portento permuta en ayuda doméstica, informa a la voz parlante que queda todo anotado para cuando llegue “la señora”. #tepidomildis
Se suena la nariz Dragona Fulgor olvidado todo decoro. Es con moco y tonante. Les chiques reactivan preparativos para la expedición a la placita, Lepanto parece dispuesto y de buen talante. Cosida al flanco izquierdo de su madre, Cala gira sobre su eje hacia derecha e izquierda, destornillador indeciso. Mejor pensado el asunto, ahora la madre la insta a que vaya, acompañales, bombona, divertite. Vuelvo a buscarte mañana, después del cole. Con la mirada consulta a la conmocionada concurrencia si les parece bien, a la feminazi le dijeron que eran tres varones los de la sortija, teme su reacción ante este pequeño desliz de la realidad.
–Olvidate –con seguridad fake it until you make it espanta una única mosca Gregoria Portento, la mano desplomándose en sentido vertical–, si llega a piar, cobra. Encima de que no cocina, no limpia, no nada, dejame de joder.
Le duele acá a Orlanda Furia y está mareada #agote. Le falta el aire, como un abatimiento generalizado es, un estado gripal inespecífico, espero que no el mismo “de la otra vez”. Ibupirac 800 hace que pierda interés en los temas que se debaten, se refocila en la habitación, en la cama doble. Actúa agonía terminal hasta que Pia Eva Angélica, golpecitos en la puerta, la invita a unos mates en su casa ahora que les chiques por fin se fueron. Tampoco está Dragona Fulgor, proa hacia su casa y –lo más probable– una pelea con Amor. No sabe si aceptar Orlanda Furia, maquinal comenta que tiene que trabajar. La fastidia haberse tenido que levantar, pero ahora que ya está en pie otra vez confiesa –más bien se trata de una constatación sorpresiva– que tiene antojo de masa fina. Es el Ibupirac, que está haciendo efecto. Sonrisa de Gioconda, Pia Eva Angélica coincide en que irían bárbaramente con su mate hipotético. Pasan la vaquita a cuchillo, tin tin sin violín. Bajan las escaleras la nariz puesta en Van Jar, panadería premium de Boedo. El departamento de Vikinga Bonsái o Bombay sin tránsito intestino por primera vez en muchos días. Las ventanas sin embargo abiertas, ropa colgada en la soga del balcón: fueron hasta acá nomás, exploradoras de cotillón, ni valía el esfuerzo de bajar persiana, cerrar puertas. Silencio suspendido en plétora húmeda adelantada, demasiado pronto, suena el teléfono de línea. Dos, tres, más veces. Queda el silencio.
Corto el trayecto pero alborotado. Orlanda Furia es imán para el herrumbrado ojo vecinal, inacostumbrado a la cantidad de encontrados sentires traccionados por tamaño y estampa, multicolorida presentación que pone en movimiento la rapada muy sin esfuerzo. Se nota que no es del barrio. Voluntad de no pasar desapercibida encuentra del otro lado apnea para mirar mejor, ver más, ver todo, detenido el avance como marca de lo extraordinario del suceso. Boyas que van dejando atrás. Orlanda Furia avanza mirando natives desde las alturas. Deja que la admiren, indiferente a su azoro, a su pequeñez. Se hace la boluda Pia Eva Angélica, saca tema acogotado de circunstancia: el calor tan pronto, la humedad, qué cara está la cebolla.
Bandeja dorada descartable, gruesos precintos de cartón en cruz curvada, delicado papel con el logo de la panadería, mucho serif en la letra, etiqueta: ¡Felicidades! Cinta amarilla doble vuelta y moño mantiene todo en su justo lugar, búnker efímero para medio kilo de masas finas viajadoras sobre una de las palmas de Pia Eva Angélica. Frente a la puerta interrumpen la cháchara con sopetón, bloqueada le encuentran la sección inferior por un ser en cuclillas, compás de espera en el rostro. Las ve, desenrolla toda su altura con un movimiento elástico. Calza botas con plataformas, bien podrían ser ortopédicas, cuero brillante con lacitos que suben en cruz hasta anudarse en apacible mariposa a la altura de la rodilla, debajo del primer tajo, el más grande, del vaquero. Continúan los cortes muslo arriba en organizados paralelos. Completa remera de algodón, bordes irregulares, cierres a los costados. Por el cuello asoma parte de tatuaje por el momento indecodificable, cuatricromo. Delineado el contorno de los ojos, varios aros en una de las narinas, en las dos orejas. Rulos hermosos sedosos color café.
–¡Hola, dioso-sa-se! –entusiasma a Orlanda Furia la visión.
–¡Era mañana, boluda! –estalla Pia Eva Angélica–. Qué cachivache –señaliza con profusión que le quiere matar: mordida de labio, chasquido de lengua, palmada contra la frente–. Orlanda, te presento a mi hermana.
–Gustazo.
Arriba, se arrepienten del mate, lo mutan en té. Consideran que pega mejor con las masitas, orondo centro efímero de mesa, lanzan la degustación. Mirando hacia el balcón, a contraluz, evidente capa de polvo cubre el piso de la biblioteca, de la cocina-comedor. Es muy visible. La advierte Pia Eva Angélica pero como no es su casa, suprime cualquier impulso relacionado con cuestiones higiénicas, que de todas formas no siente. La ve también Orlanda Furia, constata cómo se acumula, apunta vaga nota mental para comentar el hecho con Gregoria Portento a la vuelta de la plaza con perspectiva y entonación de qué barbaridad. La aprecia por último también la feminazi, impelide a aclarar de entrada –quien avisa no traiciona– que la suciedad de la piara al momento de la entrega será alguna potencia del estado de la pocilga que sirva de contexto. #másbien #hablemosclaro
Intriga grandemente a Orlanda Furia la inesperada visita, larga interrogatorio amable mientras le acerca té en tazón de cerámica #soyperiodista. Ante todo, cómo deberíamos interpelarte, ¿en femenino, masculino o inclusivo? A la feminazi le da igual.
–Pero ¿por qué Pia dice “mi hermana”?
–Porque es estúpida.
–¿Pero por qué te dice “feminazi”? Y además, ¿por qué “la”?
–Está bien, es descriptivo. Ponele.
Curiosidad intensa toma a Orlanda Furia, que disimula para formular sin demora segunda duda copada. Llega tras gran esfuerzo lingüístico-psicológico, evidente en la cantidad de anacolutaje que pone en movimiento: ¿pero sos trans o más bien te autopercibís travesti o… qué? Suspira la feminazi revolea los ojos componiendo complexión de siempre lo mismo qué cruz, por Dior, muerde trocito de corazón bañado en chocolate con centro de almendra. Se obliga a una respuesta: ni. Ni hombre ni mujer, no es nada o es todo, está al margen y en el centro. Pia Eva Angélica se retira al baño en mutis, objetora de conciencia, le revienta lo que considera la “mala voluntad” de su hermane, su permanente dar la nota, extravagante, negarse a ser una “persona normal”.
–No todes podemos ser aburridísimes como Pia, ¿no? –murmullo con sonrisa para Orlanda Furia.
La interviú se trunca debido al retorno urgido de la tropilla de chanches salvajes, solo llega a aclararse la causa de esa visita a destiempo: ando necesitade de liquidez. La desazón de Pequeña Montaña, cuyo ojo tarda apenas segundos en hilar procedencia para la bandejita puro miguerío que agoniza sobre la mesa, no tiene nombre. Se arma. “Sonos perzona, tenemos derellos”, anota Cala con caligrafía esperpéntica urgida en una A4 borrador (una de sus caras ya usada), fijada con cinta Scotch y la inestimable colaboración de Momo a una regla plástica. Muy conformes con la mini pancarta que resulta, confeccionan ipso facto otra similar para Momo, que necesita muy mucho manifestarse. Con marcador negro fibra gruesa orquesta dibujo monocromo en menos de lo que tardan les mayores responsables en autoinculparse. Rayas vehementes sin concierto representan la oscuridad del malhumor y la bronca (sic) porque son unes angurrientes. Acompañan puntitos desperdigados en torno: las miguitas que les guardaron (es lo que denuncia Pequeña Montaña en estado de shock por el increíble egoísmo de “las mandonas”). Propositivo, Panda deja en evidencia sencilla solución: basta ir a por más. Poniéndose estaba la vaca. #justiciaya #bastadeninguneo #quesevayantodes
No puede creer Gregoria Portento el nivel de menefreghismo que manejan sus conclubinas (por no decir “de Orlanda Furia”), siente ganas de matar a alguien. En lugar de hacérselo saber, traga varias veces puliendo baldosa con los ojos tiesos, desorbitados, para no sacarse #mindfulness. El paseo fue un chasco gordo. Sin decir agua va, Lepanto se arrimó a banco de piedra con apacible lectora en el lomo para ipso facto pisharle generosa porción de los zapatos. Tras mear, gritar: aullidos de lobo transilvano en placita vecinal de Boedo. Batahola feroz, la afectada persiguiendo al can para comérselo crudo. Hubo que huir con la tropa, Lepanto en brazos, poniendo cara de circunstancia y disculpas en la boca corriente, dispararse para el fondo, hacia la canchita de fútbol descubierta, seguides por retahíla de improperios desgañitados y ojos curiosos y con razón.
Agotamiento y presupuesto confabulados en contra de la masita fina, el precio de la paz se fija en dos cajas de alfajorcitos Jorgito. Desconfiados los menores mayores, exigen dinero y permiso para ir en seguida ya al súper.
–A la vuelta tomamos la leche –Pequeña Montaña se dirige a la platea infantil con voz de mando y autoridad total (alborozo descoordinado bajo las pancartas de juguete). Luego, al aire, como obligándose a hablar con el enemigo en favor del bien común–. Alguien que haga chocolatada –y de postre, tras mirarle de arriba abajo–. Hola, ¿quién sos?
La feminazi se presenta, miente: pasé a conocerles para que mañana tengamos un gran día.
–Yo me quiero quedar –aclara Cala al aire como si a alguien le interesara (no).
–¿Qué sos? –presta boca Momo para la consulta general.
–Qué buenas botas –se adelanta Panda político para tapar el incomodo de las bienpensantes presentes ante lo que perciben como una consulta de dirección excesiva: demasiado directa.
–Buah: se vamo al súper –pierde el interés Pequeña Montaña, se deja hablar por alguien o algo que nadie decodifica.
Para dar respuesta al tema que le llevó hasta allí, le pagan a la feminazi la jornada de trabajo por adelantado,
recomendándole que por favor llegue temprano y le ponga onda. No sí re: me cayeron mil puntos les babies. Intercambian números de celular, recomendaciones (escasas). El objetivo queda puesto en la supervivencia, llegar a la noche con les chiques íntegres, sin golpes ni lastimades. No queda claro si Orlanda Furia va a estar o no para acompañar, no se da por aludida, farfulla algo del trabajo, confusamente, se retira al biorsi. #chota
Instantes postreros de la leche agarra Talmente Supernova de vuelta del trabajo. Cargada como burro de molino, se desviste de mochila, bolsitas verduleras, bolso con cambio de ropa para sus hijos. Queda todo en el piso, salvo ella, que despatarrada sobre una silla, pide mate. Ver a la feminazi y adorarle es uno y lo mismo. Le pide permiso para sacarle fotos, quisiera pintarte, ¿puede ser? Se le conversa, contame todo de tu vida, cómo te llamás, cómo te tengo que decir, quién sos, qué hacés, planes, deseos, fantasías. Arranca entrevista pública, fascinado el publiquito. La feminazi disfruta ese pequeño estrellato de entrecasa, se da generose a la curiosidad de las presentes. La única que no participa (ni aprueba el cambalache de la sesión de fotos con el celular) es Pia Eva Angélica, que abandona la escena con en la jeta rigor mortis de fastidio #siemprelomismo. De salida se cruza con Dragona Fulgor, inexplicablemente de nuevo allí.
–¿Podés creer que llegué y no estaba?
Salida del baño para la réplica –es lo que parece–, Orlanda Furia compone cara de #yoteavisé y se encarga de alcanzarle un mate. Se nota en seguida que Dragona Fulgor tiene la estabilidad mental muy amenazada, necesita respiro y contención. Trajo ropa limpia para su hija, torta de ricota para les chiques en general y un kilo de yerba orgánica para ellas. Tan pasada de revoluciones anda que no apercibe la presencia de la feminazi hasta que el ruido de la cámara de fotos, repetitivo, le descubre a Talmente Supernova viviendo desaforada fantasía Blow up detrás de su celu metralleta y frente a ella, ser que posa. Antes de poder preguntar si se trata de la babysitter, el pueblo quiere saber los sucedidos del retorno a Ítaca para estar ya ahí de vuelta, tan pronto, tan callando #aviváelseso. Ocurrió así: tras dejarlas en Boedo, tomó bondi hacia Chacarita. Llegó con lengua afuera y fisiquito manoseado por la multitud viajante, chivada como chancho que pone patitas en polvorosa, dispuesta a entablar diálogo franco, horizontal, con maridete, intercambiar puntos de vista y llegar a un nuevo consenso que le habilitara tres días afuera para hacerles el aguante hasta el lunes fin de la pesadilla. Junto a la heladera, monstruosa pila de ropa sucia llama con canto de sirenas a Gregoria Portento. Mientras escucha el relato de la odisea, va metiendo en tambor remeras, pantalones, calzoncillos sin distinción ni pruritos de ninguna especie. Tampoco demasiada atención. Cuestión que Dragona Fulgor llegó a su casa para no encontrar a nadie, ni nota, ni nada. Un desplante, un ninguneo. Soponcio general ante esta nueva #contienepatriarcado. Lamentaciones y oraciones unimembres, del tipo: ¡queijo de yuta!, ¡conchudo del orto!, ¡concha del pato! Aspavientos, malasangres, consternación. Les chiques, por boca de su delegado sindical Momo, piden por favor que se baje el tono de voz o, caso contrario, se domicilien en algún otro lugar para hablar, no les dejan escuchar la peli. Gregoria Portento se asegura expeditiva hora y media de libertad con el programa para tejidos mixtos #LanceArmstrong y les hace señas a las alegres comadres para que la sigan. Proceden en fila india hacia el departamento de Pia Eva Angélica, últime la feminazi. Dejan la puerta abierta trabada detrás de una silla, lo cual inicia aéreo correntón cálido que estrella ventanas y puertas, festejado con algarabía de suspiros por parte de les menores hipnotizades delante del televisor con devedera. Al cabo del (corto) pasillo, frente a la puerta del departamento A, no hay respuesta. La decidida comitiva entra en compás de espera. Dragona Fulgor toma asiento en la escalera que subibaja, ensimismada en sus problemas, ladra desquiciado ronco muy fuerte un perro en algún lado. Se acoda en la baranda Orlanda Furia, charla intrascendente con la feminazi, perro aúlla enardecido, sin coto. Gregoria Portento insiste con tamborileo de baja intensidad en la puerta, que alterna con una serie de timbrecitos melódico-sencilla. Se vuelve para comentar la falta de respuesta con Talmente Supernova, raro, ¿no? Perro continúa la ladrada donde la había abandonado para empezar a chillar. Entonces: grito sacado, al perro, a dios, luego golpe macizo. Se miran entre elles, labios soldados, cara de espanto. Pia Eva Angélica abre la puerta.
–Es inmortal ese perro –les tranquiliza invitándoles a pasar con un movimiento de mano conserjeril–, en un rato va a estar ladrando de nuevo #lástima. Me agarraron en el trono, perdón.
La feminazi saluda y se retira hasta mañana, considera que ya tuvo roce social “cantidad suficiente” para todo el mes. Deja al resto amuchado en el sillón de Pia Eva Angélica, un poco escuchan la continuación del relato de Dragona Fulgor, que vuelve Sísifo a no entender qué pretende maridete con su accionar indelicado. Aclara, por si a alguien le hubiera interesado el dato, que no piensa whatsappearlo ni informarse de qué pasó, o adónde desea llegar con esa actitud de mierda #sevaacaer. Inmóviles desarmadas frente a la tele de aire –no como la de Vikinga Bonsái o Bombay, que solo sirve para ver películas en la devedera–, empetroladas por la diarrea televisiva de la tarde, las tres mosqueteras asienten un poco demasiado mecánicamente la mente ida. Relato que cae de a poco en saco roto.
Lamentatio vocinglera para adentro (en mute la garganta, sale por los ojos, amueca la cara tipo mimo expresionista) se manda Gregoria Portento al comprobar con ojo veloz ropita contagiada de varicela, percudida llena de lamparones colorados, irregulares los bordes. Mortificada se siente, y una inútil. Prefiere no comentarlo con las que cocinan a su lado, cena para hoy y almuerzo para mañana. Muy tomadas por el importantísimo tema de las complicaciones gástricas de Orlanda Furia, crónicas molestas, no le prestan atención. Pasa desapercibida con gran éxito hasta que Cala avista su remera preferida mutada en obra de puntillismo haragán tomando el fresco abrochada a la soga. Pide pido en el Poliladron que manda perseguir a Momo con bastante desboque, eléctrica excitada, y explicaciones. Le echa la culpa al lavarropas Gregoria Portento y a que decidió performar el lavado con temperatura (alta) inconsultamente.
–Yo siempre lavo con agua fría. Pero este lavarropas no sé… hace lo que quiere.
Saca de las casillas a Cala explicación tan sosa, estalla supernova en lloro desconsuelo gritos alharaca. Máxima intensidad para máxima tristeza. Estrella masiva late en el centro de la galaxia durante algunos momentos primeros en que todes se abalanzan para informarse de qué pasó, corazona, qué tenés, ¿te golpeaste, te hiciste mal?, hasta que la opinión general dictamina, mejor, que opere solo la madre. Pequeña Montaña, Panda y Momo flanquean a la afectada, guardia pretoriana, le dedican palabras de aliento, manitos en el hombro, caricias delicadas en los pelitos de la cabeza. Intenta arrearlos Gregoria Portento hacia la habitación para que el conflicto se resuelva entre madre e hija, pero están como clavados al piso, semicírculo en torno de Cala berreante, desconsolada, inconsolable. Más intenta sosegarla la madre, más iracundia amenaza la hija #sacrifíquenla. Talmente Supernova boceta la escena con trazos rápidos en un anotador cuadriculado, espiral en la punta, junto a la pregunta: “¿Por qué estás tan triste?”. Y más abajo: “¿Qué me pasa a mí, qué siento yo, cuando la tristeza te gana?”.
Acaecen, en orden: chirlo en traste, zarandeos de pobre torsito, mano en alto amenazante de cachetada. Audiencia hace todo siempre muy peor. Al ver que Dragona Fulgor está mordiendo banquina, Pequeña Montaña y Panda lanzan intervención espontánea urgente, fino trabajo de conjunto. Convencen a Cala de que los acompañe a la habitación de Vikinga Bonsái o Bombay a estar un poco tranquilites.
–Mañana después tu mamá te va a comprar otra remera preferida, Cala, ahora listo de preocuparte.
A Momo: buscá en mi habitación, juguetes, libros, traelos. Frazadas, almohadones, almohadas también. Exasperada por “esta situación, que no da”, Dragona Fulgor se autoconfina en el balcón, enciende un pucho. Habla sola. Llora.
–No doy más, loco. ¿Qué onda? ¿Y maridete, que no llama, no responde, no nada? ¿Y yo, que no quiero volver a casa ni dar el brazo a torcer? ¿Por qué no quiero hacer las paces? ¡¿Qué mierda está pasando?! #toomuch
Con sillas, frazadas, escoba y secador, con habilidad y paciencia, les chiques montan pintoresca toldería que a la vez incluye y se anexiona a la cama doble. Abotagada por tanta actividad, Cala olvida que estaba llorando y pasa a obedecir, o sea, a hacer y comentar el hacer como si fueran una y la misma cosa, intentando en todo momento mandonear a Momo, como corresponde y es natural en grupos etarios mixtos, para alcanzar el equilibrio psicoemocional natural. La amenaza constante de derrumbe de techo les suelda in situ durante horas. Piden cenar ahí, en “nuestra casita”, negociación que insume casi una hora de intermitentes tires y aflojes. Las mayores, bloque falsamente monolítico, opinan que lo provisorio de la construcción no alcanza las normas mínimas de higiene y por lo tanto lamento pero no. A Orlanda Furia un poco le da lo mismo, Dragona Fulgor, la mente ida, hipnotiza la pantalla de su celular, murmura para sí monosílabos como una loca. Por esa fisura cuela la pandilla potente palanca: en resumen, somos cuatro contra dos, che, somos mayoría. La victoria del voto democrático se degusta con risas y miguitas en cantidades industriales.
La noche les sorprende revueltes desvanecides entre almohadones, luz encendida encima del toldito, semidesnudes por el calor que se adelanta, ya está aquí aunque es todavía pronto, dientes sucios, ducha pendiente. Gregoria Portento recorre la escena tras los despojos de la cena. Se mueve sin hacer ruido. Talmente Supernova aprovecha para dibujarles en toda su gloria de despelote infantil. Sketcha apurada. Enchufado y encendido el aparato antimosquitos, apagan la luz. El boceto queda trunco. Leve brisa se levanta.